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jueves, 3 de septiembre de 2020

Acuerdo Israel - Emiratos Árabes Unidos: revisen la letra pequeña


En los últimos tiempos, hemos visto en los medios de comunicación -impresos y digitales- un sinfín de comentarios vertidos por politólogos, catedráticos y periodistas sobre la “anexión de Palestina”.  Si bien es cierto que los titulares sensacionalistas o catastrofistas   facilitan la venta de periódicos, revistas o reportajes televisivos, es preciso recordar que la regla de oro del periodismo es… la exactitud. Alejados de los enfervorizados ambientes de las asambleas políticas, de las manifestaciones de apoyo a uno u otro bando, de las condenas, justificadas o no, por motivaciones meramente ideológicas, deberíamos tratar de poner, serenamente, los puntos sobre las “íes”.
   
En ningún momento se habló de la “anexión de Palestina”. Los políticos y, ante todo, los políticos conservadores – Benjamín Netanyahu y Donald Trump – coquetearon en su momento con la hipótesis de la anexión por parte de Israel de un tercio de las tierras de Cisjordania, convirtiendo los asentamientos ilegales edificados en las últimas décadas en la zona en territorio bajo soberanía israelí. Una opción ésta descartada desde los años 60 del pasado siglo por las sucesivas Administraciones norteamericanas. Sin embargo, la situación dio un vuelco radical a finales de 2019, cuando el Secretario de Estado Mike Pompeo anunció que Estados Unidos no consideraría ya los asentamientos de la Cisjordania ocupada como "incompatibles con las normas del derecho internacional". Netanyahu se apresuró a anunciar la anexión de las colonias judías a Eretz Israel (Tierra de Israel). Sumido en plana campaña electoral, el político hebreo no dudó en adelantar la fecha fatídica: el proceso de anexión dará comienzo el primero de julio de 2020. Pero a comienzos del verano, el líder del Likud recibió un escueto mensaje de la Casa Blanca: “Espera”. Y el excapitán Netanyahu espero…

Donald Trump, también sumido en una campaña electoral, le presentó un apetecible trato que consistía en renunciar a la mediática operación Cisjordania a cambio de un acuerdo de “normalización” de relaciones con uno de los principales países productores de petróleo del Golfo Pérsico: los Emiratos Árabes Unidos. Un país con el que Israel mantenía, de hecho, inmejorables lazos “ocultos”, muy parecidos a los contactos semioficiales existentes en la década de los 70 del pasado siglo con el Irán del Sha Pahlavi, donde Tel Aviv contaba con una sofisticada representación diplomática, comercial y militar.
   
Al igual que en la época del Sha, el “trato” propuesto por el actual inquilino de la Casa Blanca contiene algunas cláusulas “tabú”. Aunque se haga hincapié en el abandono del plan de anexión de los asentamientos de Cisjordania, la palabra “renuncia” (por parte de Israel) no aparece en el borrador de acuerdo de normalización aceptado por ambas partes. Tampoco se alude en las conversaciones oficiales a la compra de aviones fantasma F 35 por parte de los Emiratos. Sabido es que Israel se niega a que otros países de la región cuenten con este tipo de aparatos.  Sin embargo, los F 35 están aparcados en las pistas de la base aérea estadounidense de Doha. Hace ya algún tiempo que los EAU presentaron una solicitud formal de compra. Aparentemente, el visto bueno de Washington está a punto de llegar.

Donald Trump, el candidato Trump, insiste en la necesidad de anunciar la inminente apertura de representaciones diplomáticas en Doha y Tel Aviv. Considera, como buen hombre de negocios, que la presencia física de una compañía realza el status del acuerdo. Por ahora, los técnicos hebreos y emiratíes tratan de sentar las bases de la cooperación en materia de salud, turismo, finanzas e inversiones. Es una visión mucho más pragmática de las futuras relaciones bilaterales.

Subsisten las incógnitas: ¿qué pasaría si Netanyahu se desdice de la promesa de renunciar a la anexión? No sería la primera vez. De hecho, el Primer Ministro israelí manifestó su intención de seguir adelante con el proyecto. Tal vez no de inmediato, pero…  En este caso, los emiratíes tendrán que escoger entre la suspensión de los acuerdos y… la vista gorda.

Y también ¿qué pasaría si Tel Aviv opta por llevar a la práctica el plan sobre la creación de dos Estados – hebreo y palestino - elaborado por la Administración Trump?  Dicho plan convertiría los territorios palestinos en un parque temático o, mejor dicho, en una cantera de mano de obra barata para Israel y su gran aliado y protector, Estados Unidos. Una opción ésta que no conviene descuidar.

jueves, 20 de junio de 2019

Los Altos de Trump y el Acuerdo del Siglo


El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, presidió el pasado fin de semana la ceremonia inaugural de una nueva localidad judía ubicada en la meseta del Golán: Ramat Trump (los Altos de Trump). Se trataba de una inauguración meramente simbólica; el emblemático proyecto no cuenta con el visto bueno del Gabinete interino, desprovisto de capacidad decisoria, ni con el aval de la Knesset (Parlamento). También brillan por su ausencia los imprescindibles planos urbanísticos y la financiación. Sin embargo, a la inauguración virtual de Los Altos asistió el embajador estadounidense en Israel, David Friedman, valedor de Netanyahu y ferviente defensor de su política expansionista. No hay que extrañarse: basta recordar que el actual representante diplomático de la Casa Blanca en Jerusalén provocó la ira de la comunidad palestina al pronunciarse públicamente a favor de la anexión de gran parte, si no de la totalidad del territorio de Cisjordania al Estado Judío. Sus declaraciones, reproducidas por el rotativo New York Times, sorprendieron a los profesionales de la diplomacia. Pero Friedman es un embajador político que, junto con el yerno de Trump, Jared  Kushner, y Jason Greenblatt, vicepresidente de la organización Trump, participó a la elaboración del famoso Acuerdo del Siglo, el plan de paz estadounidense que será desvelado a partir de la semana próxima en varias reuniones internacionales que tendrán por escenario  las capitales árabes.

Detalle interesante: en el primer encuentro, pomposamente bautizado Paz para la Prosperidad, no participarán representantes palestinos ni altos cargos del Gobierno israelí. La Casa Blanca confirmó la asistencia en la cumbre que se celebrará en Bahréin la semana próxima de Arabia Saudita, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos,  Egipto, Jordania y Marruecos. Según la Administración Trump, dicha reunión facilitará el diálogo sobre una visión ambiciosa y viable para un futuro próspero para el pueblo palestino y la región. ¿Frases huecas? ¿Cortina de humo?

El objetivo principal de este encuentro es la creación de una alianza árabe de corte pro occidental susceptible de promover la iniciativa estadounidense. Aunque el Gobierno israelí no haya sido invitado oficialmente a la primera cumbre, un exfuncionario de alto rango del Ministerio de Defensa hebreo, que ejerció de enlace entre Tel Aviv y la Autoridad Nacional Palestina participará en los debates. Se trata, aparentemente, de una presencia discreta, que revela las preferencias del equipo Kushner, integrado por judíos ortodoxos norteamericanos formados en escuelas rabínicas neoyorquinas o… israelíes.

La segunda fase del flamante plan estadounidense consistiría en anular pura y simplemente el legado de las negociaciones llevadas a cabo en las últimas décadas por israelíes y palestinos, tratando de privar a la ANP de las prerrogativas derivadas de los Acuerdos de Oslo, el Memorándum de Wye Plantation o las cumbres económicas celebradas en París. En resumidas cuentas, dejar entender a los dirigentes de la Autoridad Nacional que la derrota diplomática es un hecho consumado, que la opción de los dos Estados – palestino e israelí – es inviable, que los poderes fácticos del Planeta sólo aceptarían el sometimiento del enemigo palestino a la autoridad del aliado israelí. De hecho, durante el mandato de Donald Trump, los Estados Unidos suspendieron la ayuda económica a la Agencia de las Naciones Unidas para Refugiados Palestinos (UNRWA), aceleraron el traslado de la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, haciendo caso omiso de los acuerdos internacionales, cerraron la representación de la ANP en Washington, reconocieron la soberanía de Israel sobre los Altos del Golán - territorio sirio ocupado tras la guerra de 1967 - ningunearon sistemáticamente a los interlocutores palestinos. Para el equipo de Trump, el Acuerdo del siglo sería una simple imposición a la parte palestina, cuyo porvenir dependerá, siempre según Washington, de la aquiescencia de los potentados del Golfo: el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed Bin Salman, y del Presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Mohammed Bin Zayed. Por si fuera poco, el equipo de Jared Kushner no vería con malos ojos la posible soberanía saudí sobre la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar santo del Islam,  opción barajada hace ya algún tiempo por los Gobiernos conservadores de Tel Aviv. Malos augurios, pues, para los pobladores de Cisjordania y la Franja de Gaza, empeñados en forjar su propia identidad nacional.

La tercera y última fase de la presentación del Acuerdo del Siglo coincidirá, muy probablemente, con la celebración de las elecciones generales israelíes, previstas para mediados del mes de septiembre. Washington cuenta con la victoria de Netanyahu o de su partido, con los inevitables regateos postelectorales que deberían eclipsar el debate sobre el porvenir de las relaciones israelo palestinas.

Obviamente, el ofrecimiento de la Administración Trump resultará muy apetecible para los halcones judíos. Un auténtico disparate, clamarán los palestinos, la izquierda israelí, los politólogos árabes o los analistas occidentales, poco propensos a confiar en la sinceridad y la ecuanimidad de la diplomacia donaldiana.

En algún lugar de Tierra Santa, en la meseta del Golán, quedará un recuerdo de esta triste farsa; una hermosa placa de polivinilo con la inscripción Ramat Trump - los Altos de Trump. Un asentamiento ideado por Benjamín Netanyahu, un político cuyo dudoso porvenir depende de la judicatura del Estado de Israel.