¡Qué difícil resulta recomponer los
platos rotos! Es lo que debió pensar el octogenario Joe Biden, 46º presidente
de los Estados Unidos, al abandonar ayer el escenario de la bucólica Ginebra tras
un brevísimo y nada cálido encuentro con su homólogo ruso, Vladimir Putin.
Ginebra tenía que ser,
pensamos los veteranos de las cumbres ruso-americanas, cuyo punto de partida
fue justamente la ciudad de Calvino, en marzo de 1983. En aquel primer diálogo
con la jerarquía soviética, el entonces presidente de los Estados Unidos,
Ronald Reagan, que había protagonizado varias películas de vaqueros made in
Hollywood, quedó impresionado por la simpatía y la preparación intelectual
de su interlocutor, Mijaíl Gorbachov, secretario general del Partido Comunista
de la URSS. Aún recuerdo la caricatura publicada por el New York Times en
la que Reagan preguntaba a uno de sus asesores: ¿Está usted seguro de que
Gorbi es comunista? Efectivamente, la percepción que tenía la clase política
estadounidense del Gran Satán ruso era completamente distinta.
En Ginebra, Mijaíl Gorbachov ofreció
un trato al actor presidente: renunciar al comunismo a cambio de la tecnología
americana. ¡Ay! Y por cierto; disponer de capital para financiar la compra de esa
tecnología. Un Reagan enternecido aceptó la propuesta. Lo demás ya es historia.
Mas el rumbo de la historia
cambió el 17 de marzo de 2021, cuando Joseph Robinette Biden – Joe para sus
compatriotas yanquis - llamó asesino al presidente Putin. El casus
belli se saldó con la simple retirada de los embajadores. Pero para
arreglar los platos rotos, Joe Biden se vio obligado a llamar al asesino, invitándole
a un encuentro en terreno neutral. Ginebra tenía que ser; aquí empezó todo.
La reunión entre los dos
grandes, cuidadosamente preparada por la diplomacia helvética, duró menos de lo
previsto. No hubo apretones de mano ni comida de gala. Los dos estadistas
quisieron dejar constancia de que aquello era una especie de titubeante volver
a empezar, a poner los cronómetros a cero.
Fuentes atlantistas tratan de convencernos que en el
orden del día del encuentro figuraban una cincuentena de puntos. Los asesores
de la Casa Blanca aseguran que el presidente Biden presentó una lista de 16
sectores estratégicos que Washington pretende proteger. Destacan el sector de las telecomunicaciones,
sanidad, alimentación y energía.
Por su parte, Putin resumió los acuerdos con el
dignatario estadounidense en los siguientes términos: tras las acusaciones
estadounidenses relativas a los ciberataques provenientes de Rusia, existe
un acuerdo de principio para iniciar consultas de seguridad
cibernética; el inicio de un diálogo sobre estabilidad estratégica y; la decisión
relativa al regreso de los embajadores a Moscú y Washington.
Ante
la aparición de nuevas armas, entre ellas las hipersónicas, Rusia ha propuesto ampliar
la agenda de desarme e incluir todas las armas ofensivas y defensivas, tanto
nucleares como convencionales, capaces de realizar tareas estratégicas. Todo
ello, tras enumerar los recientes abandonos de Washington de los acuerdos de
desarme: el Tratado ABM (Misiles Balísticos) en 2002, el Tratado INF (Fuerzas
Nucleares de Alcance Intermedio) en 2019 y el Tratado de Cielos Abiertos, que
garantiza la transparencia en el control de armamentos en 2020.
¿Armamentos? Joe Biden manifestó que, en su opinión, Putin
está preocupado por estar cercado por ejércitos extranjeros, insinuando
que Washington tenía intención de derribarlo. Nosotros no actuamos contra
Rusia; sólo nos interesa la seguridad del pueblo estadounidense, dijo el presidente.
¿Acaso ello supone que los bombarderos
que sobrevuelan el Báltico o los buques de guerra desplegados en el Mar Negro velan
por la seguridad de los granjeros de Kansas?
A diferencia de Washington, Moscú no realiza maniobras
en los confines de los Estados Unidos, repuso Putin.
Al despedirse, Joe Biden reconoció que el presidente
ruso era un oponente digno, pero eso sí, un tipo muy duro. Lejos
queda el asesino del mes de marzo. Aun así, nada ha cambiado; la desconfianza
reina.