viernes, 15 de abril de 2011

Siria: entre el "malo conocido" y el caos por descubrir


Después de varios días de titubeos, el presidente sirio, Bashar el Assad, anunció una remodelación del Gabinete dimisionario, optando por la presencia en el nuevo Ejecutivo de políticos fieles, pertenecientes a la nomenclatura del Partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baath). Pocas caras cambian, pues, en el Gobierno de Damasco; pocas opciones de auténtica liberalización se divisan en el horizonte político del país de los omeyas.

Los enfrentamientos entre la oposición y las fuerzas gubernamentales se multiplican. La violencia, las detenciones arbitrarias, la omnipotencia de los servicios secretos, el férreo control de los medios de comunicación han sido y siguen siendo las herramientas empleadas el clan de los alauíes instalado en el poder desde la sexta década del siglo XX.

Hace diez años, cuando el joven e inexperto oftalmólogo Bashar el Assad “heredó” – tras el fallecimiento de su padre - la presidencia del país, los politólogos occidentales no dudaron en vaticinar su rápida y estrepitosa caída. Y ello, con un razonamiento a la vez sencillo y muy simplista: ¿qué se puede esperar del vástago de un tirano? En aquél entonces, el rey Abdalá de Jordania trató de tranquilizar al aliado transatlántico: “No hay que preocuparse sobremanera. Bashar y yo tenemos muchas cosas en común: los dos pertenecemos a la generación de Internet”. Sin embargo, cuando en recién estrenado presidente trató de liberalizar el acceso de los sirios a la Red, tropezó con el veto de los poderes fácticos: la vieja guardia del Partido, valedora del sistema represivo introducido por su padre, Hafez el Assad.

Durante algún tiempo, se especuló con el sincero deseo de Bashar de introducir reformas políticas y sociales, de acabar con las desigualdades y las injusticias de un sistema de gobierno cuyos pilares eran el Ejército controlado por oficiales alauíes y la nueva clase media, integrada por los comerciantes sunitas. Sin embargo, el cambio supuestamente deseado por el Presidente no llegó a materializarse.

La situación experimentó un cambio radical hace unas semanas, tras el éxito de la revolución tunecina y la renuncia del Presidente Mubarak – ambas promovidas cuando no impuestas por las fuerzas armadas de los respectivos países. En Siria, donde la oposición tenía un escasísimo margen de maniobra, los promotores de la Declaración de Damasco - manifiesto político adoptado en 2005 - lideraron las protestas populares. Sus reivindicaciones podrían resumirse de la siguiente manera: mayor libertad religiosa y de pensamiento; una mejor distribución de la riqueza; nuevos impulsos a la liberalización económica; y un cambio del actual sistema de gobierno, que permite el control socioeconómico del país por la minoría alauí, a la que pertenece el clan de los Assad.

Las cartas de naturaleza de la oposición estriban en la pertenencia a tribus o familias no relacionadas con la historia del Partido Baath, que han destacado en la lucha contra el colonialismo francés y el actual régimen autoritario y/o una presencia activa y continuada en la llamada “blogosfera”, mundillo de las redes sociales que propició los movimientos de protesta.

La agresividad del núcleo duro de la oposición ha sido alimentada por una situación socioeconómica desastrosa. A la falta de inversiones, la ausencia de nuevas tecnologías y de métodos de gestión económica modernos se suman los lastres de la burocracia y la corrupción. Por si fuera poco, el país ha padecido – desde 2006 - cuatro años de devastadora sequía. Se calcula que 2 ó 3 millones de personas viven actualmente por debajo del umbral de pobreza.

Sin olvidar, claro está, el peso de las sanciones económicas impuestas por las sucesivas Administraciones norteamericanas, empeñadas en mantener al régimen de Damasco en la lista de países que apoyan el terrorismo internacional. De hecho, la alianza estratégica entre Siria e Irán y el apoyo de Damasco a las agrupaciones islámicas radicales, como por ejemplo Hezbollah (Líbano) o Hamas (Palestina), no facilitan los intentos de lavado de cara del establishment sirio.

Finalmente, conviene señalar que la confrontación entre los detractores del régimen y los partidarios de El Assad plantea serios (y extraños) interrogantes. Hoy por hoy, el Ejército y la acomodada clase media suni temen una posible victoria del movimiento popular, que se nutre ante todo en la población rural. Estiman los partidarios del statu quo que el éxito de este movimiento llevaría al desmembramiento violento de la sociedad, lo que desembocaría forzosamente en un prolongado período de inestabilidad política, cuando no en el caos. Tal vez por ello algunas potencias regionales y/o democracias occidentales prefieren apoyar, en su foro interno, al… malo conocido.

viernes, 8 de abril de 2011

¿Un Estado palestino? Sí, ¡gracias!


La espectacular oleada de revueltas que hacen temblar los cimientos de los arcaicos regímenes de Oriente Medio y el Norte de África ha logrado relegar en un segundo, véase tercer plano, los reñidos combates ideológicos que se están librando desde hace meses las diplomacias israelí y palestina. Durante las primeras semanas de enero, los medios de comunicación occidentales aún se hacían eco de la imparable ofensiva llevada a cabo por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para lograr el reconocimiento de facto del Estado palestino por los países latinoamericanos. La “operación sonrisa” surtió efecto: tanto Argentina como Brasil, gigantes del continente americano que, dicho sea de paso, cuentan con nutridas comunidades israelitas, optaron por dar luz verde al reconocimiento. Acto seguido, los emisarios de la ANP centraron su interés en algunos Estados de América Central – Honduras, Guatemala y El Salvador – países pequeños, pero muy activos e influyentes en las Naciones Unidas.

Pero, ¿qué pretenden los palestinos? El principal objetivo de estas maniobras consiste en lograr la aprobación por la Asamblea General de las Naciones Unidas de una resolución recomendando cuando no exigiendo la creación del Estado palestino. La Asamblea es, de hecho, el único órgano de la ONU donde los amigos de Israel – Estados Unidos y/o Inglaterra – no pueden ejercer su derecho de veto. Estiman los analistas políticos israelíes que la estrategia empleada por la ANP es correcta, ya que los palestinos han logrado ganar la ofensiva propagandística.

Subsisten, por supuesto, muchos interrogantes, como por ejemplo la actitud de la Unión Europea, hasta ahora muy propensa a poner en tela de juicio la oportunidad de declarar “unilateralmente” la independencia de los territorios palestinos. El frente de rechazo europeo está liderado por Inglaterra, Alemania y los Países Bajos, incondicionales de Israel. Sin embargo, hay quien estima que la cohesión de “los 27” podría romperse. El primer país “disidente”, es decir, dispuesto a apartarse de la línea de conducta común, sería España. Seguirán su ejemplo Eslovaquia y los Estados nórdicos – Suecia, Finlandia y Noruega, este último, no miembro de la Unión. A ello se suma, claro está, la postura muy firme de Rusia, heredera de la política meso-oriental de la Unión Soviética. El presidente Medvedev reiteró durante su reciente gira por Oriente Medio el apoyo de Moscú a creación del Estado palestino. Más aún: Rusia, que forma parte del Cuarteto para Oriente Medio, sigue barajando la opción de patrocinar una conferencia internacional sobre la paz en la zona.

Hoy por hoy, resulta sumamente arriesgado evaluar las repercusiones políticas de un posible voto positivo de la Asamblea de la ONU. Al parecer, la Cancillería israelí está considerando todas las opciones, sin descartar las más “catastróficas”, la peores para el Estado judío. Según el rotativo hebreo “Ha’aretz”, ha diseñado el mapa de un futuro estado palestino independiente. El borrador se limita a reconocer y aceptar el statu quo actual, concediendo a los palestinos un 40 ó 45 por ciento de los territorios de Cisjordania. Todo ello, dentro de unas fronteras provisionales, cuyo trazado definitivo se decidirá en consultas bilaterales.

Ante la amenaza que supone la avalancha provocada por la diplomacia palestina, las autoridades de Tel Aviv tratan por todos los medios de conseguir la anulación del informe Goldstone, redactado por un jurista sudafricano de origen judío, que condena la actuación de las tropas hebreas (aunque también, de Hamas) durante la invasión de la Franja de Gaza a finales de 2008 y comienzos de 2009. Pero Richard Goldstone, desprestigiado tanto en Israel como en las comunidades de la diáspora, no quiere dar su brazo a torcer. Claro que del “escamoteo” del informe depende el éxito o el fracaso de la contraofensiva diplomática de Tel Aviv en el palacio de cristal de Manhattan.

De aquí a septiembre, Israel jugará todas sus bazas. Esta vez, en un ambiente socio-político diferente. El Estado judío ya no puede enorgullecerse de ser la única democracia de Oriente Medio. Los vientos de cambio que soplan en la región deberían incitar al establishment de Tel Aviv a adoptar una postura más dialogante para con sus vecinos árabes. Guste o no al ala más conservadora de la clase política hebrea. Guste o no a los aliados incondicionales de Israel.