miércoles, 17 de julio de 2019

De la caída del Telón de Acero a la segunda Guerra Fría


Mientras los convencidos europeístas se aprestan a celebrar con toda pompa el 30 aniversario de la caída del Telón de Acero, los fervorosos atlantistas prefieren dirigir sus miradas hacia el más que incierto futuro, persuadidos del advenimiento de una nueva Guerra Fría.

Pero vayamos por partes. Oficialmente, el Telón de Acero dejó de existir el 11 de septiembre de 1989, tras la apertura de la frontera entre Hungría y Austria. Decenas de miles de ciudadanos de la República Democrática Alemana esperaban el gesto simbólico de las autoridades de Viena; un gesto liberador. La verja cerrada a cal y canto durante cuatro décadas se abrió como por arte de magia, allanando el paso de ciudadanos del campo socialista hacia el ansiado mundo libre. En pocas horas, alemanes, polacos, checos y húngaros descubrieron las dichas de la otra Europa, el universo de la sociedad de consumo. No tardaron mucho en familiarizarse también con sus desdichas…

Los politólogos y diplomáticos occidentales acogieron la noticia con inexplicable calma, véase resignación. Hacía más de una década que las cancillerías habían barajado esta posibilidad. De hecho, el Acta final de la Conferencia de Helsinki sobre Seguridad y Cooperación en Europa contemplaba el inevitable acercamiento entre el Este y el Oeste. Pero de ahí a soñar con la apertura de fronteras…

En realidad, las fisuras en el telón aparecieron al cabo de un lustro, al sumarse a las buenas palabras de la Declaración de Helsinki la actuación del sindicato polaco Solidaridad, la proliferación de grupúsculos liberales incrustados en el establishment político de las llamadas democracias populares, el impacto de la Primavera de Praga, la perestroika de Mijaíl Gorbachov. El proceso, aparentemente lento, se tradujo en fructíferos resultados. Sin embargo…

La desaparición de los dos bloques rivales, el ocaso de las ideologías, el mal llamado pensamiento único y la galopante globalización – camino que no lleva a ninguna parte -  lograron cambiar la faz del Viejo Continente.

Los países de Europa oriental, recién integrados al Club de la Opulencia no lograron asimilar los cambios sociales. Curiosamente, su precipitado ingreso en la OTAN y la Unión Europea, no de tradujo en sustanciosas mejoras para el bienestar de la población. A los escasos niveles de desarrollo económico acabaron sumándose tentaculares redes de corrupción. Unas perspectivas poco halagüeñas para efectuar la transición hacia modelos democráticos. Las consecuencias son harto conocidas.

La Segunda Guerra Fría

Huelga decir la ampliación de la Europa comunitaria no logró eclipsar el otro aspecto del proyecto continental: la defensa común. ¿Defenderse? ¿Contra quién? El Pacto de Varsovia, hipotético contrincante de la OTAN, había desaparecido. Los Estados que lo integraban forman parte actualmente de la Alianza Atlántica. Rusia se quedó sola.

La aparente soledad del Kremlin se convirtió en la baza de los atlantistas, dispuestos a dar el golpe de gracia al oso ruso.  Con las tropas de la Alianza desplegadas en los confines de la Federación Rusa – la vieja línea Oder-Neisse se había desvanecido – los estrategas de la OTAN tratan de encontrar nuevos subterfugios para justificar la ansiada confrontación con el Kremlin.  Incidentes navales, violación del espacio aéreo, fabricación y almacenamiento de nuevos misiles de medio y largo alcance… En realidad, todos los pretextos son válidos. Barack Obama envió unidades terrestres, blindados y aviones de combate a los países de Europa Oriental; Donald Trump denunció tratados de desarme negociados hace más de dos décadas. Cada movimiento iba acompañado por una advertencia: Rusia no quiere la paz.

Lo cierto es que los rusos controlan actualmente el 48 por ciento de las armas nucleares almacenadas por las superpotencias.

El Tratado INF, firmado por los Estados Unidos y la URSS en 1987, prohibió los misiles lanzados desde el suelo, capaces de transportar ojivas nucleares a una distancia de entre 500 y 5.500 kilómetros.

¿Existe un peligro real de enfrentamiento nuclear? ¿Cómo respondería Washington a un ataque lanzado desde Rusia?

El general David Goldfein, jefe del Estado Mayor del Ejército del Aire no descarta esa posibilidad. Más aún; se dedica a airear las medidas que se tomarían en caso de una ofensiva nuclear rusa.  En una entrevista concedida al rotativo británico Daily Express, asegura que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN contemplarían un ataque global.

Prácticamente, en una etapa temprana de un ataque ruso, los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN lanzarán un contraataque de gran envergadura, que involucraría a las fuerzas especiales, la aviación, la actuación de comandos, amén de ataques cibernéticos. Sin olvidar, claro está, la intervención de submarinos nucleares o de los modernísimos cazas F-35, capaces de interceptar y destruir los misiles balísticos rusos.

Una visión catastrofista, que recuerda el caustico humor ruso de la década de los 60. 

¿Qué hacer en caso de un ataque nuclear?

Coger una sábana blanca y dirigirse en fila india hacia el cementerio.

¿Por qué en fila india?

Para que no cunda el pánico.

Avisados estamos…

miércoles, 10 de julio de 2019

El Islam europeo – Turquía contempla la reconquista de los Balcanes


¡Los turcooos, qué vienen los turcooooos! Esta vez, la llegada de los otomanos, de los neo-otomanos, no fue acogida con llantos o gritos de desesperación. Al contrario; el Presidente turco, Tayyip Recep  Erdogan tuvo derecho a un caluroso recibimiento en el aeropuerto de Sarajevo. El sultán se había desplazado a la capital bosnia para asistir a la Cumbre del Proceso de Cooperación del Sureste Europeo, única plataforma de cooperación regional que incluye a la totalidad de los países balcánicos.

Aunque el principal tema de debate era el incremento de la cooperación económica entre los Gobiernos y las instituciones paraestatales de la zona, el interés de Turquía se centraba en el posible (y deseable) realineamiento de su política exterior en el espacio de la antigua Yugoslavia. La atomización del país dirigido durante décadas por el mariscal Tito, los conflictos congelados que obstaculizan el desarrollo armónico de las relaciones entre pequeños Estados resultantes de la desintegración de la República Federativa Socialista, el papel desempeñado por las principales potencias europeas – Francia, Alemania, Italia – en el caótico espacio balcánico centran la atención de Turquía, potencia regional emergente y, ante todo,  heredera del legado imperial otomano.

¿Intereses específicos? Múltiples. Durante la guerra de Bosnia, Turquía fue uno de los países islámicos que destacó un contingente militar a la conflictiva región de los Balcanes. La labor de sus asesores diplomáticos y culturales fue eclipsada por la tenaz ofensiva de la brigada de militares, clérigos, propagandistas enviada por Arabia Saudita. Merced a sus inversiones masivas en Bosnia - Herzegovina y Kosovo, los saudíes lograron implantar un liderazgo religioso musulmán proclive a la dinastía de Riad. Uno de los objetivos de Ankara consiste en neutralizar la influencia saudí, tratando de reintroducir los conceptos mucho más flexibles del Islam otomano.

Los analistas estiman que un intento de poner fin al contencioso griego-turco sobre la explotación de los yacimientos de gas natural del mar Jónico podría desembocar en un diálogo sobre el papel que deberían desempeñar Ankara y Atenas en la hipotética remodelación de la estrategia de la OTAN en la región. Sin embargo, es preciso señalar que el nuevo Gobierno griego se siente más atraído por los valores de Occidente, es decir, por la actuación poco respetuosa de los Estados centroeuropeos que siguen fomentando el distanciamiento hacia el sudeste europeo.

Los errores cometidos por Burxelles en la región balcánica, zona plagada de contradicciones étnicas, religiosas y económicas, han irritado a Turquía, provocando reacciones ácidas por parte de Erdogan. Recordemos que las políticas de la UE no coinciden con los intereses inmediatos de Ankara. Una de las prioridades de Erdogan consiste en colocar los Balcanes bajo el paraguas protector del neo-otomanismo. Una misión ésta sumamente difícil, teniendo en cuenta la susceptibilidad de los pobladores de la zona. Un ejemplo: Turquía pretendía incrementar su influencia tratando de mediar en el conflicto entre Serbia, Albania y Kosovo. Sim embargo, albaneses y kosovares rechazaron los buenos oficias de Ankara, calificando la iniciativa de Erdogan de humillante. Ambos países optaron por boicotear, pura y simplemente, la Cumbre de Sarajevo.

A Turquía le queda un largo camino por recorrer en esa reconquista de sus antiguas provincias balcánicas. Pero Ankara apuesta por la reislamización de sus antiguos territorios europeos, al igual que Rusia apuesta por una alianza paneslava con Serbia y Bulgaria. A su vez, Alemania, Francia e Italia apuestan por la creación de nuevas bolsas de mano de obra barata en la extremidad oriental de la Vieja Europa. Pero esta vez, la guerra de intereses económicos y estratégicos se librará sin la intervención de los aviones de la OTAN. O tal vez…

jueves, 4 de julio de 2019

Rusia advierte sobre el peligro de una debacle nuclear


Una de las pocas noticias positivas que trascendieron durante la cumbre del G 20 celebrada el pasado fin de semana en Osaka fue la decisión de las dos superpotencias de abordar la revisión del Tratado sobre la Reducción de Armas Estratégicas START III rubricado en abril de 2010 por el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y su homólogo ruso,  Dmitri Medvédev. Este acuerdo, prolongación de los tratados START I y START II, que dejaron de tener vigencia al final de la Guerra Fría, contempla la reducción de los arsenales atómicos ruso y norteamericano, la limitación sustanciosa del número de ojivas nucleares y de lanzaderas de misiles balísticos intercontinentales.

En principio, la normativa de START III vence en 2021. Pero al tratarse de un acuerdo destinado a proteger ante todo la seguridad de los grandes - Rusia y los Estados Unidos - tanto el Kremlin como la Casa Blanca tienen interés en negociar su prórroga.

Detalle interesante: la esperanzadora noticia se difundió 24 horas antes de la retirada oficial de Washington del Tratado para la reducción de Armas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), que coincidió con la suspensión por parte de Rusia de este pacto de desarme, destinado a defender los intereses estratégicos de los países del Viejo Continente.

Recordemos que la decisión de Donald Trump de abandonar el acuerdo generó un profundo malestar entre los aliados europeos de la Casa Blanca. Algunos, como por ejemplo el Presidente francés, Emmanuel Macron, o la Canciller alemana, Angela Merkel, barajaron la posibilidad de crear un Ejército común europeo, contrapartida al hasta ahora socorrido paraguas nuclear estadounidense. Mas las propuestas de París y Berlín no llegaron a materializarse. Cabe suponer que Europa tardará en elaborar una política de defensa común, en sentar las bases de una estructura militar propia.

En la semana que precedió la retirada Washington y de Moscú del INF, presenciamos un extraño e inquietante cruce de acusaciones y amenazas entre el Kremlin y el Cuartel General de la OTAN en Bruselas.

El pasado día 24,  el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Sergei Riabkov, arremetió contra los planes de defensa norteamericanos en Europa del Este y la retirada de la Administración Trump del Tratado sobre la Reducción de Armas Nucleares de alcance intermedio. Estima Riabkov que el despliegue de sistemas de misiles estadounidenses en la inmediación de las fronteras de Rusia, más concretamente, en Polonia y Rumanía, podría llevar a una situación comparable a la crisis de 1962, cuando la URSS respondió al despliegue masivo de cohetes americanos en Turquía enviando misiles balísticos a Cuba. Aquella arriesgada partida de póker  generó un peligro de guerra nuclear.

"Los Estados Unidos, la Casa Blanca, el Pentágono y la Secretaria General de la OTAN aseguran que no hay planes para instalar nuevos sistemas de cohetes en Europa… Sin embargo, las lanzaderas MK-41 son una realidad. Las intenciones de la OTAN han sido y siguen siendo agresivas, recalcó  Riabkov. 
 
Por su parte, el secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, le concedió al Kremlin un plazo de una semana para acatar la normativa del INF.  En el caso contrario, la OTAN contemplaba la aplicación de “sanciones creíbles y efectivas” a la impenitente Federación Rusa.

"Todavía hay una pequeña oportunidad para que Rusia cumpla con sus compromisos, pero si se desdiga del Tratado, la responsabilidad será exclusivamente suya”, advirtió Stoltenberg, haciendo caso omiso de la estrepitosa retirada de Washington del INF, desencadenante de la reacción de Moscú. 
 
El enardecido debate recuerda extrañamente la época de la Guerra Fría, cuando los rivales recurrían a la escalada verbal para exteriorizar su malestar, proferir amenazas o lanzar “serias advertencias”. Es cierto: presenciamos largos períodos de psicosis de guerra, pero la sangre nunca llegó al río. Recuerdo, eso sí, un pintoresco episodio de aquél descabellado enfrentamiento ideológico. Durante un desfile de 1º de mayo celebrado en un país centroeuropeo, los militantes de una agrupación de extrema izquierda llevaron una pancarta que rezaba: ¡Agresores imperialistas!  ¡Renunciad a la bomba atómica antes de que os la tiremos a la cabeza!  Más claro…