Una de las pocas noticias positivas que trascendieron durante la cumbre
del G 20 celebrada el pasado fin de semana en Osaka fue la decisión de las dos
superpotencias de abordar la revisión del Tratado sobre la Reducción de Armas
Estratégicas START III rubricado en abril de 2010 por el Presidente de los
Estados Unidos, Barack Obama, y su homólogo ruso, Dmitri Medvédev. Este acuerdo, prolongación
de los tratados START I y START II, que dejaron de tener vigencia al final de
la Guerra Fría, contempla la reducción de los arsenales atómicos ruso y
norteamericano, la limitación sustanciosa del número de ojivas nucleares y de
lanzaderas de misiles balísticos intercontinentales.
En principio, la normativa de START III vence en 2021. Pero al tratarse
de un acuerdo destinado a proteger ante todo la seguridad de los grandes - Rusia
y los Estados Unidos - tanto el Kremlin como la Casa Blanca tienen interés en
negociar su prórroga.
Detalle interesante: la esperanzadora noticia se difundió 24 horas antes
de la retirada oficial de Washington del Tratado para la reducción de
Armas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), que coincidió con la suspensión
por parte de Rusia de este pacto de desarme, destinado a defender los intereses
estratégicos de los países del Viejo Continente.
Recordemos que la decisión de
Donald Trump de abandonar el acuerdo generó un profundo malestar entre los
aliados europeos de la Casa Blanca. Algunos, como por ejemplo el Presidente
francés, Emmanuel Macron, o la Canciller alemana, Angela Merkel, barajaron la
posibilidad de crear un Ejército común europeo, contrapartida al hasta ahora
socorrido paraguas nuclear estadounidense.
Mas las propuestas de París y Berlín no llegaron a materializarse. Cabe suponer
que Europa tardará en elaborar una política de defensa común, en sentar las
bases de una estructura militar propia.
En la semana que precedió la
retirada Washington y de Moscú del INF, presenciamos un extraño e inquietante
cruce de acusaciones y amenazas entre el Kremlin y el Cuartel General de la
OTAN en Bruselas.
El pasado día 24, el viceministro ruso de Asuntos Exteriores,
Sergei Riabkov, arremetió contra los planes de defensa norteamericanos en
Europa del Este y la retirada de la Administración Trump del Tratado sobre la
Reducción de Armas Nucleares de alcance intermedio. Estima Riabkov que el
despliegue de sistemas de misiles estadounidenses en la inmediación de las
fronteras de Rusia, más concretamente, en Polonia y Rumanía, podría llevar a
una situación comparable a la crisis de 1962, cuando la URSS respondió al despliegue
masivo de cohetes americanos en Turquía enviando misiles balísticos a Cuba. Aquella
arriesgada partida de póker generó un
peligro de guerra nuclear.
"Los Estados Unidos, la Casa
Blanca, el Pentágono y la Secretaria General de la OTAN aseguran que no hay
planes para instalar nuevos sistemas de cohetes en Europa… Sin embargo, las
lanzaderas MK-41 son una realidad. Las intenciones de la OTAN han sido y siguen
siendo agresivas, recalcó Riabkov.
Por su parte, el secretario
general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, le concedió al Kremlin un
plazo de una semana para acatar la normativa del INF. En el caso contrario, la OTAN contemplaba la
aplicación de “sanciones creíbles y efectivas” a la impenitente Federación Rusa.
"Todavía hay una pequeña
oportunidad para que Rusia cumpla con sus compromisos, pero si se desdiga del
Tratado, la responsabilidad será exclusivamente suya”, advirtió Stoltenberg,
haciendo caso omiso de la estrepitosa retirada de Washington del INF, desencadenante
de la reacción de Moscú.
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