Trato de repasar, por enésima
vez, los titulares de la prensa de hoy. Resultan desconcertantes, cuando no
incomprensibles. Al parecer, la ruptura del acuerdo sobre misiles nucleares de
medio y corto alcance (INF), deseada por Washington y anunciada con fanfarrias por Donald Trump, resucita el temor al posible y más que probable rearme atómico. Mas
parece que el verdadero peligro proviene de Rusia, cuyos gobernantes contemplan
una carrera armamentística sin límites, destinada a preservar su hegemonía nuclear.
Extraño mundo este, en el que las dos superpotencias optan por renunciar a las
pocas cláusulas de salvaguardia ideadas para librarnos del equilibrio del
terror.
¿Quién podría haber imaginado,
allá por la década de los 80 del pasado siglo, cuando Washington y Moscú
trataban de eliminar los obstáculos generados por la desconfianza mutua, que el
mundo volverá a la incredulidad de los años 50,
que los aliados de la Segunda Guerra Mundial, artífices de la victoria
contra el nazismo, iban a convertirse en irreconciliables rivales? El camino recorrido al término de la contienda
fue largo y tortuoso. Después del
apocalipsis de Hiroshima y Nagasaki, rusos y norteamericanos no tardaron en
blandir el espectro de la bomba atómica, de la destrucción total. Pero no
tardaron en comprender que la apuesta era demasiado arriesgada.
En los años 60, las grandes potencias deciden
resucitar un viejo mito de la diplomacia multilateral: las consultas sobre
desarme, celebradas durante el mandato de la extinta Sociedad de las Naciones
en la aletargada ciudad de Ginebra. El proyecto acabó siendo muy fructífero.
Tras la elaboración y la firma del Tratado de No Proliferación de Armas
Nucleares, los expertos negociaron los tratados SALT I y SALT II, sobre la
limitación de sistemas de misiles antibalísticos, START I y START II, sobre la
reducción de armas estratégicas y, finalmente, el tratado INF sobre la
eliminación de misiles nucleares de medio y corto alcance o euromisiles, instrumento deseado por los
países del Viejo Continente, que se hallaban en el teatro de combate de la OTAN
y el Pacto de Varsovia.
Curiosamente, las primeras críticas
relativas a la supuesta ineficacia o inoperancia del INF fueron formuladas en 2014 por el entonces
Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, el Premio Nobel de la Paz que
dispuso el traslado de las tropas de la OTAN estacionadas en Europa central
hacia la frontera con la Federación Rusa. Obama acusó al Kremlin de haber
infringido en tratado al desarrollar un nuevo misil de crucero, SSC - 8, capaz
de alcanzar objetivos estratégicos situados en Occidente. Fue este el argumento
esgrimido por su sucesor, Donald Trump, al anunciar años más tarde el abandono del
Tratado INF por parte de los Estados Unidos. ¿Pura casualidad?
Haciendo honor a su habitual
incoherencia, Trump aprovechó la ruptura del compromiso para instar a Rusia y a
los demás miembros del “club nuclear” – Francia, Reino Unido, China, India, Paquistán,
Israel, Corea del Norte - a negociar un nuevo tratado sobre la prohibición de
armas atómicas. Paralelamente, la Administración norteamericana filtró la
noticia sobre el despliegue de misiles estadounidenses en Asia, en las
inmediaciones de la frontera con la Federación Rusa. ¿Otra casualidad?