martes, 31 de diciembre de 2019

Los despechados balcánicos cierran fila


Llegaron a la conclusión de que debían combatir la desesperación, el hartazgo, la desilusión provocadas por las maniobras dilatorias de sus hipotéticos “socios” comunitarios. Que su región, esta zona gris situada en los confines de la Unión Europea y el hipotético “peligro cultural o religioso” encarnado por la indeseada Turquía, debía forjar sus propias estructuras de cooperación, sin esperar el beneplácito de las “locomotoras” de la UE. Con razón; los países balcánicos que iniciaron los trámites de adhesión a la UE – Serbia y Montenegro – o que esperan la aceptación de su candidatura – Albania y Macedonia Norte – no parecen muy propensos a esperar un gesto de Bruselas ni de aceptar silenciosamente el desdén o el rechazo de los Gobiernos de Europa central.

Sabido es que el Presidente Macron se ha pronunciado recientemente a favor de la “congelación” de los contractos con los países de los Balcanes. Su argumentación no llegó a convencer a los eurócratas de Bruselas, quienes pretenden dejar la puerta abierta a negociaciones futuras. ¿Hasta cuándo? preguntan los políticos de Belgrado y Tirana, reconociendo que el sueño de formar parte de las estructuras comunitarias se ha desvanecido en las últimas décadas.

El llamado proceso de “europeización” de los países no miembros resultaba muy atractivo durante los años 90, cuando se confiaba en que la pertenencia a la UE podía influir en las políticas nacionales a través de las normas y criterios acordados en Copenhague, susceptibles de ofrecer halagadoras perspectivas para el desarrollo socioeconómico de la región. Se pensaba que la integración en la UE iba a desempeñar un papel clave para el restablecimiento de las instituciones de la posguerra, la consolidación de los sistemas democráticos o la reconciliación entre los países de los Balcanes Occidentales.

Sin embargo, la evolución sociopolítica del Viejo Continente tras la caída del Muro de Berlín desembocó en la aparición de una Europa más conservadora, partidaria de procesos de integración más estrictos y… más lentos. A las confesadas reticencias de Emmanuel Macron se añaden las dudas (por no decir, rechazos) de otros líderes europeos, preocupados por la posible “avalancha” humana procedente de los Balcanes. Con la agravante de que la apertura de las fronteras facilitaría el flujo de refugiados de Oriente Medio, recluidos actualmente en los campos de Turquía. Ficticio o real, el problema provoca quebraderos de cabeza en las capitales comunitarias.

Por otra parte, los países comunitarios prefieren hacer oídos sordos a las advertencias de politólogos y analistas económicos que señalan un involucramiento cada vez mayor en la región de Rusia, China, los países árabes y musulmanes. Valiéndose de la carta del paneslavismo, los rusos han establecido contratos de cooperación económica y militar con Serbia; los chinos gestionan el puerto griego de Pireo, tratando de sentar las bases de una nueva Ruta de la Seda,  los japoneses y los Estados del Golfo Pérsico tratan de llenar el vacío que deja la inexplicable ausencia europea. Los estados de la región balcánica optaron, pues, por diversificar las fuentes de inversión extranjera, reduciendo la interdependencia de la UE.
     
Pero hay más: a mediados de diciembre, cuatro países de los Balcanes Occidentales - Albania, Serbia, Montenegro y Macedonia del Norte - dieron luz verde a la creación de una zona de libre circulación de personas e intercambios comerciales, una especie de Schengen balcánica, que sentaría las bases para la creación de un amplio espacio de colaboración abierto a los 12 millones de habitantes de la zona. Una advertencia para el nuevo ejecutivo de Bruselas, que tendrá que pronunciarse sobre la inclusión (o exclusión)  de los impacientes candidatos en el cada vez más disonante concierto europeo.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Farhen sie nach West - recuerdos del Muro de Berlín


El Muro de Berlín… ¿Cómo no acordarme? Sucedió en 12 de agosto de 1961.  Recuerdo aquella noche de verano, el restaurancito francés junto a las murallas del Castillo de Praga, los tenues acuerdos del piano. Alguien – probablemente un afamando concertista - tocaba una sonata. ¿Beethoven? ¿Brahms? Poco importa; celebrábamos un cumpleaños, mi cumpleaños…

Pasada la medianoche, la centenaria puerta de madera se abrió chirriando. Al visitante lo reconocimos por la voz. Era Paco, el camarada Francisco, el republicano español que recorrió medio mundo antes de recalar aquí, cerca de Vysehrad: Francia, Rusia (ay, perdón: la Unión Soviética), Rumanía, Cuba…

Salud, camaradas. Traigo una gran noticia. Nuestros compañeros alemanes acaban de construir un muro en Berlín. Vamos a separar los dos sectores; los capitalistas ya no podrán venir a husmear en el Este, en la República Democrática… ¿Están de celebraciones? ¿Por qué no abrimos una botella de champán…? O… de vino.

Desafortunadamente, el camarada Francisco tuvo que contentarse con una pinta de cerveza de Pilsen. 
   
Unos meses antes, en el otoño de 1960, tratábamos de esquivar los atascos de Berlín oriental. Los viejos Trabant y los milagrosos Wartburg, orgullo de la industria automovilística de Alemania Oriental, tenían la pésima costumbre de  amontonarse a última hora de la tarde, provocando el habitual caos circulatorio. Había que tener nervios de acero para aguantar la barahúnda de aquellos vehículos de chatarra.

Al percatarse de nuestra desesperación, el Vopo (policía popular) encargado de dirigir el tráfico, nos indicó en voz baja: Fahren sie nach West – diríjanse hacia el sector occidental. Extraño consejo por parte de un representante de las fuerzas de seguridad de la República Democrática Alemana.

No volveré a Berlín; ya no podremos coger los atajos por el Oeste, pensé aquella noche. Pero sí, regresé a Berlín tres lustros después de la caída del Muro.

Nueve de noviembre de 1989. Trabajaba en un periódico español del que – confieso – no guardo los mejores recuerdos. Fue una época muy difícil de mi vida. Llevaba apenas tres meses en Madrid, después de una prolongada estancia en Oriente Medio. No conseguía tomar tierra, aclimatarme a la nueva situación. Mentalmente, aún vivía con la intifada palestina, con los niños de las piedras. Esperaba las galeradas de mi primer libro: Crónicas palestinas, que iba a publicarse a finales de mes. Pero aquella tarde…

Los redactores del pomposamente llamado turno de mañana nos aprestábamos a abandonar la redacción, cuando uno de los jefes, excelente profesional, entró vociferando en la sala: Ojo, algo está pasando en Berlín. Algo muy gordo…

Las primeras imágenes que aparecieron en la pequeña pantalla fueron impactantes. Grupos de jóvenes alemanes trataban de derribar el Muro. A las once de la noche, un policía del sector occidental abrió una puerta; una entrada minúscula. ¿Qué hacen ustedes aquí? preguntó sorprendido a la multitud  que se agolpaba del otro lado del Muro de Protección Antifascista (para algunos) o Muro de la Vergüenza (para otros). Oyó vagamente las palabras de un joven alemán oriental: Somos libres.

Me quedé en la mesa de redacción hasta el cierre de la primera edición del diario. Al jefecillo que vino a darme las gracias por el esfuerzo le respondí: No hay de qué; soy periodista. Algo importante había pasado aquella noche. 

Unas semanas más tarde, los entonces Presidentes Bush y Gorbachov se reunían en Malta. Estábamos completamente desconcertados. Recuerdo los múltiples y embarullados encuentros con mis compañeros; tratábamos de contestar a la pregunta: Ahora que el Muro ha caído, ¿qué nos depara el porvenir?  
Probablemente, nada bueno, concluimos.

En enero de 1990, George H.W. Bush, 41º Presidente de los Estados Unidos y ex director de la CIA, anunciaba la llegada de la… globalización. 

Algo así como el Fahren sie nach West, pero esta vez en boca del superintendente de las fuerzas del Nuevo Desorden mundial.

jueves, 31 de octubre de 2019

Siria: los aliados de Putin – Turquía (II)


Recuerdo que hace años, cuando las autoridades de Ankara aún coqueteaban con el posible ingreso de su país en la Unión Europea, tuve ocasión de sostener un maratoniano diálogo con el jefe de la delegación de Turquía en las consultas con Bruselas. Sucedió hace más de tres lustros, durante la intervención estadounidense en Irak. Al abordar el espinoso tema de los desequilibrios generados en la región por la presencia de ejércitos cristianos en tierras del Islam, mi interlocutor me llamó muy amablemente la atención:

Recuerde que Turquía es un aliado fiel de los Estados Unidos.

¿Lo será también después de su ingreso en la Unión Europea?,  pregunté.

El veterano diplomático tardó unos instantes en responder: No, en este caso seremos el fiel aliado de Europa.  Impactante, muy impactante la sutil pirueta del negociador.

Unos años más tarde, concretamente después del fallido golpe de estado de 2016, Turquía se decantó por otras alianzas. En efecto, Recep Tayyip Erdogan optó por dirigir su mirada hacia Moscú. Mientras el papel desempeñado por las potencias occidentales en la noche del 15 al 16 de julio de 2016 sigue siendo un misterio, parece que la intervención de los servicios de inteligencia rusos le salvaron la vida.

En los últimos tres años (2016 ­– 2019), las relaciones entre Ankara y Moscú se fueron consolidando. A los importantes acuerdos financieros, los multimillonarios intercambios comerciales y ambiciosos proyectos  turísticos se sumaron contratos para el suministro de armamento estratégico incompatibles, al parecer, con la normativa de la Alianza Atlántica.  Los Estados Unidos decidieron castigar a Ankara aplicando represalias; Alemania llegó a insinuar que el comportamiento rebelde de los turcos debería desembocar en… ¡su expulsión de la OTAN!

Washington prefirió actuar con cautela: el Ejército turco es el segundo por orden de importancia de la OTAN y las bases de Incirlik y Malatya representan puntos estratégicos clave para la defensa de los intereses de Occidente en el Mediterráneo sudoriental. En Incirlik se encuentra el mayor depósito de ojivas nucleares de Cercano Oriente; en Malatya, el principal centro de vigilancia radar de la región. En ambos casos, las instalaciones están vigiladas por personal militar norteamericano. La hipotética expulsión, en caso de conflicto, de los militares  transatlánticos se ha convertido en un auténtico quebradero de cabeza para el Pentágono. A la pregunta: ¿Se puede concebir la presencia de armamento de fabricación rusa en las inmediaciones de  sofisticadas estructuras de combate de la  Alianza Atlántica? el estamento castrense turco responde con la hábil pirueta diplomática: ¿Incompatibilidad? ¡Ninguna! Nuestro territorio es bastante amplio…

Tras la decisión del presidente Trump de retirar el contingente estadounidense acantonado en el Noreste de Siria, Ankara inició los preparativos para una ofensiva de gran envergadura en la zona, controlada por las milicias kurdo-sirias, aliadas de los norteamericanos. Poco tenían que ver estos combatientes con los guerrilleros del PKK turco, la bestia negra de los Gobiernos de Ankara. La guerra contra los separatistas del PKK turco se saldó con alrededor de 45.000 muertos. De ahí el deseo de la clase política turca de borrar a los kurdos del mapa. Sin embargo, los politólogos conocedores de la zona aseguran que la minoría kurda de Siria jamás estuvo involucrada en los operativos militares o actos de violencia llevados a cabo por sus correligionarios del PKK turco. No es este el parecer del Gobierno Erdogan, que no duda en tildar a la estructura militar kurdo-siria – las Unidades de Protección Popular (YPG) - de…organización terrorista. Para los pobladores del Kurdistán sirio, la llegada de las tropas turcas equivale, pues, al preludio a una muerte anunciada. Lógicamente, los kurdos tratan de iniciar un acercamiento coyuntural con el Gobierno de Damasco. El tirano al Assad parece haberse convertido en el interlocutor más… idóneo. 

Primera consecuencia: Damasco ha podido desplegar rápidamente tropas en el norte del país, región que había estado fuera de su control durante años. Las fuerzas de Ankara no dudaron en abrir fuego contra los soldados sirios. Por su parte, los rusos se ofrecieron a organizar patrullas ruso – turcas en la zona tapón que separa los dos ejércitos. Es la primera vez que unidades de un país miembro de la OTAN participan en una misión conjunta con militares rusos. Obviamente, la noticia provocó el desconcierto, cuando no la ira de los estrategas de la Alianza Atlántica.

Sabido es que el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan pretende utilizar la zona de seguridad creada en el Noreste de Siria para repatriar (la palabra no parece ser la más adecuada) a alrededor de dos millones de refugiados de origen sirio asilados en su país. Ante las protestas de algunos políticos europeos, quienes estiman que Ankara pretende llevar a cabo un operativo de deportación forzosa, las autoridades turcas esgrimen la amenaza de abrir sus fronteras con… al Unión Europea. Ante la perspectiva de una invasión humanitaria, los eurócratas optan por acallar las críticas.
  
Conviene señalar que la presencia de un cuerpo expedicionario turco en la región septentrional de Siria ha sido acogida con preocupación por el Gobierno de Damasco. Las relaciones turco-sirias han sido y siguen siendo muy densas. A la frustración primitiva, generada por el delusorio reparto territorial establecido por el Pacto Sykes – Picot tras la caída del Imperio Otomano, se sumaron algunos litigios, como por ejemplo el aprovechamiento de los recursos del río Éufrates y por último, aunque no menos importante, por el supremacismo de la doctrina neo-otomanista ideada por el equipo de Erdogan.

Cabe suponer que en los próximos años los destinos de Siria estarán en manos de Rusia, Turquía e Irán, países con intereses divergentes que aprovecharán al máximo el vacío creado  por la precipitada e inoportuna retirada de Norteamérica. Pero como Donald Trump es tan impredecible…

sábado, 26 de octubre de 2019

Siria: los aliados de Putin - Irán (I)


Tras la retirada parcial de las tropas estadounidense estacionadas en Siria - si bien los asesores militares abandonaron sus bases, Washington pretende mantener un reducido contingente encargado de proteger los yacimientos petrolíferos de la zona, controlados por Norteamérica desde hace ya algún tiempo – Rusia se ha convertido en la principal potencia protectora del régimen de Damasco. De hecho, el Kremlin no tardó en exigir al actual inquilino de la Casa Blanca la rápida evacuación de los guardianes del oro negro sirio, sabiendo positivamente que la solicitud tropezará con el contundente rechazo por parte de la Administración Trump.

Los estrategas rusos, ganadores de esta compleja partida de ajedrez que tiene por escenario el territorio de un país otrora independiente, cuentan en este inacabable conflicto con numerosos aliados y vasallos. Aliados circunstanciales y vasallos permanentes: la guerra les une, las ideologías les separa. Es este el caso de los dos principales protagonistas de la mal llamada guerra civil: Irán y Turquía.
   
Desde el estallido de la guerra, en marzo de 2011, Irán y Turquía han estado en bandos opuestos; Teherán y Moscú desempeñando un papel fundamental en la supervivencia del régimen de al Assad y Ankara instando a su derrocamiento y apoyando la  rebelión.

Si bien la decisión de Erdogan de invadir el territorio kurdo en Siria llevó al presidente iraní, Hasán Rouhani, a condenar la ofensiva militar, considerando que ésta aumentaría la inestabilidad regional, los máximos exponentes del estamento militar de Teherán estiman que el operativo bélico de Ankara podría redundar – a medio o largo plazo – en potenciales beneficios para los intereses de su país.

Irán nos ha suministrado armamento y equipos desde el comienzo de la guerra, recordaba Bashar al Assad en una reciente entrevista televisiva, aludiendo a la ayuda militar, financiera y política recibida de la república islámica.

Los estrategas iraníes no disimulan su interés en expandir el radio de acción de su controvertida política internacional. En ese contexto, la invasión turca les plantea serias dudas. Pero Teherán no quiere arriesgar su relación con Ankara, que le permite eludir las sanciones económicas estadounidenses y le brinda la oportunidad de seguir suministrando su gas natural a los países europeos. La mejor opción consiste, pues, en…emular el ejemplo de Turquía.
 
Paralelamente al operativo turco, Irán lanzó una ofensiva de gran envergadura en las inmediaciones de la frontera con el país otomano. A la infantería y los carros acorazados se sumaron unidades especializadas en la lucha antiterrorista acantonadas en Siria, donde Irán tiene alrededor de 70.000 combatientes.

Nuestra Fuerza Basij cuenta con 42 brigadas y 138 batallones, confesaba el general Hossein Hamedani, comandante del cuerpo expedicionario iraní, al que se sumaron miles de voluntarios afganos y paquistaníes.

Los objetivos de la actual ofensiva iraní: dejar constancia de su preparación ante los turcos y acallar las protestas de la minoría kurda de Azerbaiyán, que condena la pasividad de los muyahidín ante una posible campaña de limpieza étnica llevada a cabo por las tropas de Erdogan. 
   
Por último, aunque tal vez lo más importante: el despliegue en la zona de las milicias sunitas apoyadas por Turquía, que podrían limitar la maniobrabilidad de los iraníes. Junto al ejército turco combaten algunos grupos salafistas-yihadistas, como Hay’at Tahrir ash-Sham, Jaish al-Islam o Suqour al-Sham. Estas milicias, derivadas del tronco de al-Qaeda, perciben al Islam chiita como una herejía que conviene combatir.

También hay otro factor que explica, aunque no justifica, la presencia iraní: se trata de la dimensión étnico-nacional. Las aspiraciones nacionales de la minoría kurda plantean un gran desafío a los cuatro países de la región que cuentan con población kurda: Irán, Irak, Turquía y Siria. El precedente del territorio autónomo kurdo en Siria resulta inaceptable para el establishment iraní, que aún recuerda el levantamiento que llevó a la creación, en enero de 1946, de la República de Mahabad.

A pesar de los intentos de Teherán de apaciguar a su minoría kurda, estimada en unos ocho millones de personas, se registraron numerosas protestas anti turcas en todo el país.  Las manifestaciones llevaban un mensaje de unidad con los kurdos de Siria: Rojava, estamos contigo. (Rojava es el nombre del Kurdistán sirio). Los ayatolás temen que el proyecto de un Gran Kurdistán y los sentimientos de afinidad nacional entre kurdos podría dar lugar a disturbios étnicos, que se sumarían a la oleada de protestas de sus compatriotas iraníes que llevan ya algún tiempo desafiando a los ayatolas con el slogan: Marcharos de Siria; pensad en nosotros.

Como lo señalábamos anteriormente, la ofensiva turca podría promover los intereses de los gobernantes de Teherán. Con las unidades turcas en el noreste de Siria, una presencia iraní en la zona podría considerarse legítima. A pesar de la coordinación táctica entre Irán, Rusia y Turquía, el deseo de Ankara de expandir su "zona de seguridad"podría ayudar a Irán a alcanzar el ansiado corredor terrestre que ha estado tratando de establecer durante años desde la frontera noroeste de Irán, pasando por Irak y el territorio sirio, hasta el Mediterráneo.

El régimen iraní confía en que la comunidad internacional centre su interés en la agresión turca o la lucha contra el Estado Islámico para poder expandir su control sobre la región, con el objetivo de alcanzar la frontera de su archienemigo: ¡Israel!

miércoles, 23 de octubre de 2019

Turquía – ¿futura potencia nuclear?


Dos destacados miembros del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos, Jim Risch y Robert Menéndez, han presentado una enmienda que contempla la aplicación de sanciones contra el régimen de Ankara a raíz de la invasión del Norte de Siria. Asimismo, el proyecto prevé restricciones a la venta de armamento a Turquía, la imposición de sanciones contra funcionarios turcos y contra los Gobiernos que suministran material bélico a las fuerzas armadas que participan en la ofensiva contra las milicias kurdas abandonadas por Washington.

Detalle interesante: los senadores no dudan en cuestionar la participación futura de Turquía – miembro fundador de la OTAN - en las estructuras de la  Alianza Atlántica.

La ofensiva de los legisladores norteamericanos coincide con la publicación en la prensa neoyorquina de inquietantes informes sobre la posible adquisición de armas atómicas por parte de Turquía. En efecto, el prestigioso rotativo The  New York Times asegura que el presidente Erdoğan ambiciona convertir su país en una nueva potencia nuclear.

La información, difundida recientemente por redes de comunicación transatlánticas que mantienen estrechos vínculos con los servicios de inteligencia israelíes, no carece de fundamento. El propio Erdoğan aludió durante su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, a los Estados que no disponen de armamento nuclear. Unas semanas más tarde, el presidente turco aprovechó la celebración de una reunión de su partido – AKP -  para hacer hincapié en el hecho de que le parecía inaceptable que los estados que tienen arsenales nucleares prohíban a Turquía obtener sus propias armas atómicas.

Recordemos que la decisión de Ankara de adquirir de sistema antiaéreo de defensa antimisiles ruso S-400 y la intervención militar en Siria ha afectado seriamente sus relaciones con los países de la OTAN y, ante todo, con el hasta ahora incondicional aliado: los Estados Unidos.
  
La incapacidad de Washington y de sus aliados europeos de frenar el operativo bélico turco  en las áreas ocupadas por las Fuerzas Democráticas Sirias Kurdas pone de manifiesto la debilidad de Occidente a la hora de preconizar medidas contra Turquía. Por otra parte, ese estado de cosas demuestra la escasa capacidad de persuasión de los miembros de la OTAN para evitar que Ankara adquiera armas atómicas o inicie su propio programa nuclear.

Estiman los estrategas que la compra o la producción de armas nucleares por parte de Turquía podrían desembocar en un grave peligro para la estabilidad de las ya de por sí frágiles relaciones internacionales, ya que la imprevisibilidad de la política de las autoridades de Ankara conlleva un importante factor de riesgo.

Conviene señalar que Turquía ha estado desarrollando durante años tecnologías nucleares  que podrían emplearse para la fabricación de armamento nuclear. Según el New York Times, el país dispone de reservas de  uranio y está construyendo – en cooperación con Rusia - reactores atómicos.
John Hamre, presidente del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, estima que Turquía podría tratar de emular el ejemplo de Irán, logrando el mismo potencial nuclear que su satanizado vecino.

Por otra parte, The  New York Times recuerda que la gigantesca base militar de Incilrik almacena  bombas nucleares tácticas estadounidenses B61. A pesar de que las instalaciones  están utilizadas por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, la base pertenece a Turquía. Un posible enfriamiento de las relaciones entre Ankara y Washington podría conducir a acciones imprevistas por parte del Gobierno turco.

Por último, aunque no menos importante, es el acercamiento de Turquía a la Federación Rusa, las buenas relaciones entre Recep Tayyip Erdoğan y Vladimir Putin, su complicidad a la hora de abordar la cuestión siria. Cierto es que el inquilino del Kremlin se siente más comprometido con el régimen de Bashar al Assad, que facilita la presencia de instalaciones militares rusas en su territorio. Pero el zar Putin puede permitirse el lujo de… jugar a dos barajas.