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sábado, 9 de noviembre de 2019

Farhen sie nach West - recuerdos del Muro de Berlín


El Muro de Berlín… ¿Cómo no acordarme? Sucedió en 12 de agosto de 1961.  Recuerdo aquella noche de verano, el restaurancito francés junto a las murallas del Castillo de Praga, los tenues acuerdos del piano. Alguien – probablemente un afamando concertista - tocaba una sonata. ¿Beethoven? ¿Brahms? Poco importa; celebrábamos un cumpleaños, mi cumpleaños…

Pasada la medianoche, la centenaria puerta de madera se abrió chirriando. Al visitante lo reconocimos por la voz. Era Paco, el camarada Francisco, el republicano español que recorrió medio mundo antes de recalar aquí, cerca de Vysehrad: Francia, Rusia (ay, perdón: la Unión Soviética), Rumanía, Cuba…

Salud, camaradas. Traigo una gran noticia. Nuestros compañeros alemanes acaban de construir un muro en Berlín. Vamos a separar los dos sectores; los capitalistas ya no podrán venir a husmear en el Este, en la República Democrática… ¿Están de celebraciones? ¿Por qué no abrimos una botella de champán…? O… de vino.

Desafortunadamente, el camarada Francisco tuvo que contentarse con una pinta de cerveza de Pilsen. 
   
Unos meses antes, en el otoño de 1960, tratábamos de esquivar los atascos de Berlín oriental. Los viejos Trabant y los milagrosos Wartburg, orgullo de la industria automovilística de Alemania Oriental, tenían la pésima costumbre de  amontonarse a última hora de la tarde, provocando el habitual caos circulatorio. Había que tener nervios de acero para aguantar la barahúnda de aquellos vehículos de chatarra.

Al percatarse de nuestra desesperación, el Vopo (policía popular) encargado de dirigir el tráfico, nos indicó en voz baja: Fahren sie nach West – diríjanse hacia el sector occidental. Extraño consejo por parte de un representante de las fuerzas de seguridad de la República Democrática Alemana.

No volveré a Berlín; ya no podremos coger los atajos por el Oeste, pensé aquella noche. Pero sí, regresé a Berlín tres lustros después de la caída del Muro.

Nueve de noviembre de 1989. Trabajaba en un periódico español del que – confieso – no guardo los mejores recuerdos. Fue una época muy difícil de mi vida. Llevaba apenas tres meses en Madrid, después de una prolongada estancia en Oriente Medio. No conseguía tomar tierra, aclimatarme a la nueva situación. Mentalmente, aún vivía con la intifada palestina, con los niños de las piedras. Esperaba las galeradas de mi primer libro: Crónicas palestinas, que iba a publicarse a finales de mes. Pero aquella tarde…

Los redactores del pomposamente llamado turno de mañana nos aprestábamos a abandonar la redacción, cuando uno de los jefes, excelente profesional, entró vociferando en la sala: Ojo, algo está pasando en Berlín. Algo muy gordo…

Las primeras imágenes que aparecieron en la pequeña pantalla fueron impactantes. Grupos de jóvenes alemanes trataban de derribar el Muro. A las once de la noche, un policía del sector occidental abrió una puerta; una entrada minúscula. ¿Qué hacen ustedes aquí? preguntó sorprendido a la multitud  que se agolpaba del otro lado del Muro de Protección Antifascista (para algunos) o Muro de la Vergüenza (para otros). Oyó vagamente las palabras de un joven alemán oriental: Somos libres.

Me quedé en la mesa de redacción hasta el cierre de la primera edición del diario. Al jefecillo que vino a darme las gracias por el esfuerzo le respondí: No hay de qué; soy periodista. Algo importante había pasado aquella noche. 

Unas semanas más tarde, los entonces Presidentes Bush y Gorbachov se reunían en Malta. Estábamos completamente desconcertados. Recuerdo los múltiples y embarullados encuentros con mis compañeros; tratábamos de contestar a la pregunta: Ahora que el Muro ha caído, ¿qué nos depara el porvenir?  
Probablemente, nada bueno, concluimos.

En enero de 1990, George H.W. Bush, 41º Presidente de los Estados Unidos y ex director de la CIA, anunciaba la llegada de la… globalización. 

Algo así como el Fahren sie nach West, pero esta vez en boca del superintendente de las fuerzas del Nuevo Desorden mundial.

domingo, 2 de diciembre de 2018

De la guerra fría al nuevo caos mundial


Escribo estas líneas un 2 de diciembre, al cumplirse 29 años desde el final de la guerra fría. En efecto, el parte de defunción del conflicto que enfrentó durante más de cuatro décadas dos sistemas con ideología y políticos diferentes – el capitalismo y el comunismo – se firmó en Malta, al término de la cumbre sovieto-norteamericana celebrada los día 2 y 3 de diciembre de 1989.  Los protagonistas de aquel encuentro fueron George Bush, entonces presidente de los Estados Unidos y Mijaíl Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética. Ambos líderes parecían dispuestos a abandonar la confrontación para centrarse en un nuevo proyecto: la edificación del Nuevo orden mundial.

Hagamos memoria: La Guerra Fría (1947-1991) fue un estado de tensión que surgió después del final de la Segunda Guerra Mundial y duró hasta las revueltas registradas en los países de Europa Oriental en 1989.  En el conflicto Este – Oeste  enfrentaron dos grupos de estados: la URSS y sus aliados, agrupación comúnmente conocida como el Bloque Oriental, y Estados Unidos y sus socios, conocidos con el nombre de Bloque Occidental.

A nivel político-militar, los bloques estaban representados por dos alianzas:  la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Pacto de Varsovia.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, la derrotada Alemania se dividió en cuatro zonas de ocupación: norteamericana, soviética, británica y francesa. También quedó dividida su antigua capital, Berlín, sede de la Comisión de Control Aliada.

El Muro de Berlín, símbolo de la Guerra Fría, fue - durante más de dos décadas – la barrera de separación entre la República Federal de Alemania y la República Democrática Alemana.

En el plano ideológico-político, la guerra fría fue una confrontación entre las democracias liberales y los regímenes totalitarios. Ambos campos se definían a sí mismos en términos positivos: el bloque occidental se autodenominaba mundo libre o sociedad abierta, mientras que el bloque oriental había escogido los apelativos  de mundo antiimperialista o democracias populares.

La guerra fría, exenta de conflictos bélicos, generó, sin embargo, una vertiginosa campaña armamentista. Las dos superpotencias se equiparon con armas nucleares; sus respectivos arsenales podían aniquilar 20 ó 30 veces las poblaciones del llamado campo enemigo. Surgió, pues, la estrategia de disuasión, es decir, de inevitable bloqueo de la parte adversa. Las negociaciones de desarme llevadas a cabo en Ginebra y, más tarde, en Viena, lograron contener el ímpetu de los estrategas militares.

En 1989, las tropas soviéticas iniciaron su retirada de Afganistán.  Al año siguiente, en 1990, el Kremlin dio luz verde a la reunificación de Alemania. Tras la caída del Muro de Berlín, Mijaíl Gorbachov sugirió la edificación de la Casa Europea Común.  El resultado es harto conocido: Gran Bretaña apostó por el abandono de la Unión Europea, algunos de los recién llegados bajo en techo de Bruselas – Hungría y Polonia – barajan la opción de alejarse del club.

La desaparición de la guerra fría no redundó en la ansiada globalización. Nos preguntamos en aquél entonces si el Nuevo Orden Mundial, sistema propuesto por los dueños del mundo  favorecerá a los pobladores del planeta. Ni que decir tiene que la respuesta inequívoca es: NO. Este supuesto Orden trajo mucho más desorden, muchas más temores, más desigualdades. Hoy en día, los misiles de la no extinta OTAN, trasladados desde la línea Oder-Neisse a la nueva frontera, mar Báltico - mar Negro, apuntan los objetivos del viejo enemigo: Rusia.  Nada que celebrar, pues.