viernes, 25 de octubre de 2013

¿Hacia la creación del Gran Kurdistán?


A finales del pasado mes de septiembre, mientras el Gobierno liderado por Recep Tayyip Erdogan, anunciaba la adopción de una serie de medidas democratizadoras, aparentemente destinadas a cambiar la faz de la sociedad turca, las miradas de los observadores occidentales se dirigían hacia el vecino Kurdistán iraquí, donde se celebraba la primera conferencia nacional de la nación kurda. 

La minoría kurda de Turquía no había esperado la proclamación de la nueva normativa legal de Ankara, calificada por algunos de poco novedosa y generosa, para sumarse al proceso de reconstrucción nacional propuesto por los organizadores del encuentro de Erbil. ¿Reconstrucción nacional? Pero, “nunca existió un Estado kurdo”, dirán los tecnócratas que nos gobiernan, poco propensos a sumergirse en los tratados de historia. De lo contrario, hubieses descubierto (o redescubierto) la división del territorio poblado por la etnia kurda en el siglo XVI, cuando los dos imperios de Oriente, el otomano y el safávida, se repartieron el Kurdistán. El Tratado de Zuhab (1639) formaliza la partición territorial. 

Después de la Primera Guerra Mundial, las potencias que redactaron el Tratado de Sevres (1920), se comprometieron a crear en la región controlada por el decadente Imperio Otomano una serie de Estados étnicos. Se trataba de Armenia y de Kurdistán. Conviene señalar, sin embargo, que ambos territorios fueron conquistados por Mustafá Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna, quién obligó a los aliados a renegociar los trazados fronterizos en la conferencia de Lausana (1923), en la que se desvanecieron los sueños independentistas de los kurdos. Turquía se adueñó de gran parte del territorio kurdo (unos 190.000 kilómetros cuadrados), mientras que Irán, Irak y Siria heredaron las tierras que  se hallaban en sus confines.
Actualmente, la nación kurda cuenta con alrededor de 35 a 40 millones de personas. Las etnias que la componen forman un gran mosaico: hay comunidades árabes, armenias, asirias, azeríes, judías, persas y turcas, cuya lengua franca deriva de un dialecto persa.  
   
En la conferencia nacional de Erbil participaron unos 600 delegados provenientes de las cuatro provincias kurdas de la región y representantes de la diáspora, así como 300 invitados extranjeros. El líder de los kurdos iraquíes, Massoud Barzani, resumió los objetivos del encuentro con las siguientes palabras: “… se pretende es elaborar una estrategia común de las corrientes políticas que actúan en las distintas regiones del Kurdistán”.  Sus palabras causaron preocupación en las cancillerías occidentales. Y ello, por dos motivos: el primer lugar, porque se reafirma la existencia del Kurdistán como nación soberana, compuesta por territorios pertenecientes a los Estados de la zona y, en segundo lugar, por la exigencia de diseñar y aplicar “estrategias comunes”. 

Para los analistas, las palabras de Barzani podrían ocultar el deseo de potenciar el papel de las agrupaciones militares que apoyan a partidos de corte nacionalista y/o de aunar esfuerzos a la hora de librar batalla contra las comunidades nacionales de los Estados de la región. De hecho, las relaciones entre kurdos y los demás pobladores de la región han sido y siguen siendo conflictivas.

Recapitulemos: en Irak, la mayoría árabe critica abiertamente el protagonismo de los kurdos tanto a nivel político como administrativo. Se trata, al menos aparentemente, de una “compensación” ofrecida por los Estados Unidos por el sufrimiento causado a la etnia por los esbirros de Saddam Hussein. Sin olvidar, claro está, el factor clave: el suelo del Kurdistán encierra los mayores yacimientos petrolíferos del país.

En Irán, los kurdos están perseguidos por el mero hecho de no pertenecer a la mayoría chiíta. Se calcula que las regiones pobladas por los kurdos cuentan con una tasa de desarrollo inferior al resto del país, mientras que el paro supera el 50 por ciento.

En Turquía, la lucha armada contra las autoridades de Ankara, iniciada en 1983 por los guerrilleros promarxistas del PKK, arroja un saldo de decenas de miles de muertos. 

En el año 2000, el PKK renuncia a la lucha armada. Pero la decisión quedará revocada en 2003. En mayo de 2013, los movimientos de guerrilla acuerdan deponer las armas e iniciar una retirada estratégica hacia el Kurdistán iraquí. Sin embargo, los radicales de ambos bandos tratan de sabotear el proceso. 

En Siria, los integrantes del Partido de Unión Democrática combaten las milicias jihadistas que propugnan la creación de “emiratos” islámicos en el Norte del país. ¿El porvenir? 

Los estrategas del Pentágono estiman que la cuestión kurda podría solucionarse mediante la creación de un nuevo Estado: el Gran Kurdistán. Como si los estrepitosos “éxitos” de  Afganistán, Irak y Libia no les bastaran…

viernes, 11 de octubre de 2013

El regateo nuclear, clave de las relaciones entre Irán y Occidente



Hay quien deposita demasiadas esperanzas en los resultados del próximo encuentro entre emisarios del Gobierno iraní y las potencias occidentales, que se celebrará la semana próxima en Ginebra. Si bien para muchos politólogos el deshielo de las relaciones entre Washington y Teherán empezó a esbozarse durante la reciente llamada telefónica entre el Presidente Obama y su homólogo iraní,  Hasán Rohaní, algunos conocedores de la realidad persa estiman que los dos estadistas tendrán que sortear innumerables obstáculos políticos, diplomáticos e ideológicos. Para el actual inquilino de la Casa Blanca, la principal rémora tiene nombre y apellido. Se trata del Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien se apresuró en advertir al establishment estadounidense sobre la escasa credibilidad del discurso de Rohaní. No se refería el político del Likud sólo a la intervención del líder iraní ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el cual ofreció un diálogo sincero a Occidente y reconoció, por vez primera, la existencia del Holocausto, sino también y ante todo al tono conciliador empleado por el hoyatoleslam en su conversación con el presidente Obama. 

Ciertamente, el discurso del Primer ministro hebreo no ha cambiado. El halcón utiliza los argumentos de siempre: Irán desea convertirse en una potencia nuclear, poniendo en peligro la seguridad de la región y la supervivencia de Israel. Los iraníes hablan de convivencia, pero a la hora de la verdad potencian las actividades de grupúsculos terroristas. Los iraníes obstaculizan, mediante el apoyo incondicional al régimen de Bashar el Assad, la solución del conflicto sirio. La intolerancia iraní constituye un peligro para la estabilidad de los Estados “moderados” del Golfo Pérsico. 

¿Israel, defensor de la causa árabe? Por muy extraño que ello parezca, los estrategas de Tel Aviv y las monarquías del Golfo tratan de crear un frente común contra un poderosísimo enemigo: la república islámica. ¿Política ficción? No, en absoluto. En la era de la globalización, surgen nuevas e inesperadas alianzas.

Pero conviene recordar que Rohaní tiene también detractores en Washington. La pasada semana, la Subsecretaria de Estado para asuntos políticos, Wendy Sherman, pidió a los ultraconservadores del Congreso que abandonen o al menos, que congelen las iniciativas destinadas a imponer nuevas sanciones económicas contra el gigante persa, ya que tales medidas podrían neutralizar los esfuerzos diplomáticos de la Casa Blanca. Sabido es que los políticos norteamericanos no brillan por su tacto a la hora de abordar cuestiones de alta política internacional. El propio Obama cometió un grave error al aludir recientemente al “régimen iraní”, desafortunada expresión que presupone el no reconocimiento de la legitimidad del Gobierno de Teherán. ¿Simple lapsus? 

Rohaní cuenta también con enemigos al interior del país. Aunque el Guía de la Revolución, el septuagenario e intransigente Alí Jameneí, parece dispuesto a avalar la política aperturista del presidente, los círculos religiosos más conservadores y los radicales que lideran a los Guardianes de la Revolución no comparten el proyecto del presidente. ¿Qué pretende el  hoyatoleslam? ¿Acabar de un plumazo de 34 años de lucha revolucionaria, de llamamientos a la unidad del mundo musulmán, abandonar el objetivo final del programa político del ayatolá  Jomeyni, la (re)conquista de Jerusalén? 

Los jóvenes persas son partidarios del cambio, de la apertura, de la modernización de las estructuras socio-económicas (¡y políticas!) del país. Pero qué duda cabe de que el camino está plagado de obstáculos.

De momento, las autoridades iraníes tratarán de aprovechar la cita diplomática de Ginebra para resolver la crisis generada por la mal llamada “cara oculta” del programa nuclear. Estiman los observadores que los emisarios de Teherán estarían dispuestos a limitar el número de centrifugadoras en funcionamiento, así como la cantidad de uranio enriquecido. También se baraja la posibilidad de aceptar más misiones de verificación de la AIEA. Por su parte, Occidente ha elaborado una serie de propuestas concretas, más rígidas, que los iraníes podrían desestimar, pero que ofrecen como contrapartida el levantamiento progresivo de algunas sanciones aplicables al sector petroquímico y a las exportaciones de… oro. 

Del resultado de este regateo depende, en gran parte, el porvenir de las relaciones entre Irán  - un país aparentemente dispuesto a cambiar de rumbo - y las potencias occidentales.