domingo, 26 de septiembre de 2010

El "enemigo" está en casa


Radicales islámicos formados y entrenados en los Balcanes podrían trasladarse fácilmente a Europa occidental a partir del primer semestre de 2011, es decir , tras la ampliación del “espacio Schengen” a los últimos Estados que ingresaron en la Unión Europea – Bulgaria y Rumanía.
La advertencia llega a través de máximos exponentes políticos y religiosos de Bulgaria y Macedonia, quienes denuncian la presencia de grupúsculos integristas agresivos en el llamado “triangulo fundamentalista” establecido en los confines de Macedonia, Bosnia y Bulgaria por emisarios del wahabismo saudí. La noticia saltó a la palestra hace unos días, tras la difusión en Internet de una película mostrando a musulmanes albaneses en un homenaje a… ¡Osama Bin Laden! Sin embargo, las comunidades islámicas de la zona aseguran que los radicales saudíes llevan más de una década en los Balcanes, dedicándose a la formación de núcleos fundamentalistas.
Jakúb Selimovski, responsable de los programas de estudios religiosos de la comunidad musulmana Macedonia, se trata de un asunto grave. “Es sólo la punta visible del iceberg”, señala, denunciando, no sin reparos las luchas intestinas en el seno de la comunidad entre la tradicional corriente moderada y el ala radical – “wahabita” – que trata de apoderarse de las instituciones islámicas.
Aunque la aparición de los radicales indoctrinados por emisarios de la corriente ultraconservadora saudí se remonta a más de una década, la proliferación de los grupúsculos wahabitas en los Balcanes no parece haber inquietado sobremanera a las autoridades bosnias, primer país-refugio del núcleo duro de la hornada integrista. Con el paso del tiempo, los “instructores” saudíes se fueron trasladando a la vecina Macedonia, antes de penetrar en Bulgaria, país miembro de la UE, donde la sexta parte de la población profesa la fe islámica.
Oficialmente, las autoridades de Macedonia niegan la existencia de esos grupúsculos, muy activos - según los informes elaborados por los servicios de inteligencia occidentales - en Bosnia, Kosovo, Serbia y Croacia.
Por su parte, el ex Gran Muftí de Bulgaria, Nedim Gendzhev, recuerda que ya en la década de los 90 grupos musulmanes “extranjeros” financiaron la construcción de 150 mezquitas en suelo búlgaro. Asegura el líder religioso que, en realidad, se trataba de crear centros de formación coránica controlados por los saudíes. Pero hay más: los politólogos búlgaros revelan la existencia y funcionamiento en el país de siete escuelas coránicas “clandestinas”, no inscritas en los registros de los Ministerios de Educación y Cultos o Interior. En los últimos 20 años, pasaron por estos centros de formación religiosa más de 3.000 jóvenes musulmanes.
En Serbia, la Justicia condenó el año pasado una docena de militantes wahabitas de la región de Sandjak a penas de 13 años de cárcel. Se les acusaba de preparar un atentado contra la embajada de los Estados Unidos en Belgrado. En Bosnia, mientras el Islam oficial niega la existencia de grupúsculos radicales de corte saudí, la comunidad serbia no disimula su preocupación ante los brotes de radicalismo wahabita. Mientras, la comunidad musulmana asegura que los integristas no lograron apoderarse de las estructuras oficiales.
En resumidas cuentas, mientras la case política de Tel Aviv trata de persuadir a Occidente que el verdadero peligro islámico proviene del Irán chiíta, los países de la UE acaban de descubrir, a su gran asombro, una amenaza mucho más cercana: la presencia del Islam radical en los Balcanes. El enemigo está en casa…

viernes, 17 de septiembre de 2010

Turquía: ¿entre Europa y la “república islámica”?


El Primer Ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, logró un sólido apoyo popular para el proyecto de reformas aprobado en consulta popular el pasado fin de semana. El efecto, el 58 por ciento de los votantes se pronunció a favor de los cambios constitucionales sugeridos por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), agrupación político-religiosa cuyo programa de gobierno hecho público antes de las elecciones generales de 2002 propugna la “remusulmanización de Turquía y la islamización de la diáspora residente en Occidente”. Curiosamente, los detractores de la opción ideológica defendida por Erdogan no escatiman esfuerzos para denunciar, véase condenar, la llamada “agenda oculta” de los islamistas turcos, dispuestos, según ellos, a convertir el país en… ¡una república islámica! Pero los partidarios del AKP insisten: “no hay conjura ni proyecto secreto; el programa de gobierno es transparente”.
Conviene recordar que el país otomano, eterno candidato al ingreso en la Unión Europea (uno de los más antiguos, por cierto, ya que los gobernantes de Ankara iniciaron las maniobras de acercamiento a las instituciones de Bruselas en… 1964) cuenta con un sinfín de detractores en el seno de la clase política europea. Si para el establishment de centro-derecha (conservadores, liberales, democristianos) la adhesión de Turquía no es deseable, por tratarse de un país… ¡musulmán! con una población de más de 70 millones, los partidos de izquierdas (socialdemócratas, socialistas, ecologistas, comunistas) alegan que los turcos siguen sin cumplir los requisitos básicos de las democracias occidentales: respeto de los derechos humanos, reconocimiento de la identidad de las minorías étnicas (léase, la poco minoritaria minoría kurda, que aglutina a 15 millones de personas). Los indecisos, que también los hay, se limitan a afirmar rotundamente “¿Turcos en la Unión Europea? ¡Jamás!”. Es una reacción visceral; los indecisos son incapaces de formular una respuesta coherente. Y es que en este caso concreto, los indecisos parecen muy… decididos.
Entre los 26 cambios constitucionales aprobados el pasado fin de semana destacan: la protección legal de los niños, huérfanos y viudas, la ampliación de los derechos laborales y sindicales de los funcionarios públicos, la modificación de las estructuras del Tribunal Constitucional y el Superior del Poder Judicial, la abrogación de la normativa legal que garantizaba la inmunidad de los militares artífices del golpe de Estado de 1980, la autoridad de los tribunales civiles a la hora de juzgar delitos perpetrados por miembros de las Fuerzas Armadas, etc.
Aunque la mayoría de los cambios van en “la buena dirección” (Bruselas dixit), algunos analistas estiman que el conjunto de medidas propuestas por el actual Gabinete de corte islámico puede interpretarse como un duro golpe contra las estructuras kemalistas de la República Turca, un intento de acabar con el sistema introducido por Kemal Atatürk en 1923 y con las correspondientes “válvulas de escape” que garantizan las estructuras laicas del Estado. Pero de ahí hasta resucitar el fantasma de la “república islámica” hay un verdadero abismo.
En los últimos años, el autor de estas líneas ha tenido ocasión de entrevistar a numerosos personajes públicos del país otomano, de contrastar sus pareceres respecto a este “Estado dentro del Estado” que es, para algunos, la cúpula castrense turca. “Hay que conseguir que los militares accedan en compartir en poder con los civiles”, confesaba un alto cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores turco encargado de las negociaciones con Bruselas. “Por favor, que los europeos no toquen a nuestras Fuerzas Armadas. Hoy por hoy, los militares son el único estamento organizado, disciplinado, coherente, capaz de llevar a cabo una política basada en los intereses de Estado”, afirmaba el director de uno de los más prestigiosos centros de estudios sociales, un politólogo formado en las universidades occidentales. Opiniones para todos los gustos...
La victoria de Erdogan, aplaudida en Bruselas, ha polarizado a la sociedad turca. Mientras la mitad de la población estima que Turquía conserva la voluntad y la esperanza de lograr su meta: el ansiado ingreso en el concierto de las democracias occidentales, la otra mitad teme que los cambios de hoy podrían abrir la vía a otras reformas, menos amables, vinculadas a la “agenda oculta” de los islamistas del AKP. Mientras, los detractores del sueño europeo de los 72 millones de otomanos, prefieren concederle a Erdogan el… ¡beneficio de la duda! Los comentarios sobran.

sábado, 11 de septiembre de 2010

11 - S ¿Lucha contra el terrorismo o guerra contra el Islam? (II)


Una escueta y ambigua noticia sobre la supuesta profanación del Corán en la base estadounidense de Guantánamo en Cuba, convertida a partir de enero de 2002 en campo de detención de los supuestos radicales islámicos capturados durante la guerra de Afganistán fue, al menos aparentemente, el detonante de una espectacular campaña de protesta contra los Estados Unidos. Los disturbios tuvieron como punto de partida la aún convulsa Afganistán, expandiéndose como una bola de nieve, a Indonesia y Pakistán, la Franja de Gaza y los Emiratos del Golfo.
La información, publicada por el prestigioso semanario norteamericano "Newsweek" en su edición del 9 de mayo, alude a un opaco episodio según el cual, algunos oficiales encargados de interrogar a los islamistas afganos y paquistaníes habrían tirado páginas del Corán en los retretes de la prisión, tratando de humillar a los presos y provocar su confesión.
La violenta reacción suscitada por la noticia sigue causando quebraderos de cabeza en los despachos oficiales de Washington. La Administración Bush, acusada en reiteradas ocasiones de fomentar por ignorancia, equivocación u omisión, un conflicto de civilizaciones, se ha visto obligada a defender públicamente los valores del Libro de los musulmanes, sabiendo positivamente que la tormenta desencadenada por el semanario neoyorquino en tierras del Islam podría tener efectos molestos y prolongados. Aunque "Newsweek" haya decidido pedir disculpas a sus lectores por el "error cometido", el debate sobre la difícil convivencia entre Islam y Occidente sigue abierto.
En realidad, la información reproducida por el semanario sirvió para reavivar la frustración de las masas árabes, persuadidas de que los ataques del 11-S constituyeron una respuesta a la falta de voluntad política de las sucesivas administraciones norteamericanas de buscar, hallar e imponer una solución válida al conflicto palestino-israelí.
Los musulmanes acusan a los gobernantes estadounidenses de dejadez y partidismo. A finales de 2001, un exhaustivo estudio elaborado por el Departamento de Sociología de la Universidad de Harvard ponía de manifiesto que el 70 por ciento de los habitantes de Oriente Medio considera que la cuestión palestina representa la mayor fuente de frustración para el conjunto de los musulmanes. En este contexto, la argumentación de Osama Bin Laden (ocupación de las tierras del Islam por "cruzados" - léase cristianos - y "judíos" - israelíes) encuentra un excelente caldo de cultivo en el seno de la comunidad nacional árabe. Y ello, por la sencilla razón de que los pobladores de los países islámicos - sean estos musulmanes o cristianos - no ocultan su rechazo a las humillaciones, la incomprensión y la arrogancia de Occidente.
Una sensación esta que se ha ido acentuando después de las declaraciones formuladas por el presidente norteamericano, George Bush, el 12 de septiembre de 2001, cuando el inquilino de la Casa Blanca anunció el inicio de una "guerra global contra el terrorismo". Sin embargo, los árabes parecen desconcertados: ¿Lucha contra el terrorismo o guerra contra el Islam? ¿Propuestas de democratización del"Gran Oriente Medio" o simples designios neocolonialistas?
En los últimos meses, la Administración estadounidense trató por todos los medios de centrar su interés en la convulsa región de Oriente Medio, esbozando una serie de propuestas para la modernización de la sociedad árabe-musulmana. Pero la mayoría de los gobernantes árabes acogió con escepticismo dichas iniciativas, alegando que se trataba de soluciones impuestas desde el exterior, es decir, que hacen caso omiso de la idiosincrasia islámica. Curiosamente, a la inquietud de los señores feudales y los déspotas "amigos de Occidente" se suma, en este caso concreto, la incredulidad de las masas, poco propensas a aceptar las benéficas virtudes de la llamada "primavera árabe". De una "primavera" útil y necesaria, qué duda cabe, pero que tropieza con un gigantesco obstáculo psicológico: la incomprensión de Oriente por parte de Occidente. Porque resulta sumamente difícil hablar de democratización, modernización y derechos humanos en esta amplia región del mundo después de la guerra (y la ocupación militar) de Iraq, de las amenazas proferidas por el "núcleo duro" de la Administración Bush contra el régimen islámico de Teherán o de los intentos de desestabilización política en el Mediterráneo oriental, avalados por Washington y algunos de sus aliados europeos.
Cabe preguntarse, pues, si la oleada de protestas generada por la supuesta profanación del Corán en la base de Guantánamo no es, en definitiva, más que la punta visible del iceberg. El barómetro del odio y la suspicacia indica claramente que la tormenta se está avecinando a las ya de por sí frágiles y complejas relaciones entre el mundo musulmán y Occidente.

(*) Artículo publicado en RNI en mayo de 2005

11 - S Osama Bin Laden (I)


Le conocí hace más de tres lustros en la pacífica y soñolienta ciudad de Ginebra, durante uno de aquellos extraños encuentros ideológico-gastronómicos que solían acompañar las innumerables negociaciones multilaterales auspiciadas por las Naciones Unidas. Fue, si no recuerdo mal, durante las embrionarias consultas sobre el porvenir del Afganistán que desembocaron, con el paso del tiempo, en el acuerdo para la retirada de las tropas soviéticas. Mientras la plana mayor de la resistencia afgana y los cabecillas de los movimientos de guerrilla trataban de explicarnos sus distintas opciones políticas, aquel hombre pequeño, delgado y taciturno, de ojos oscuros y mirada penetrante, parecía empeñado en pasar inadvertido. Permaneció callado hasta el momento en el que se planteó la pregunta clave: "¿Después de los rusos, qué?" Los líderes de las diferentes facciones no lograban ponerse de acuerdo; volvimos a escuchar los viejos y siempre socorridos clichés: "democracia", "soberanía", "autodeterminación".... Hasta que por fin se oyó la voz del hombrecillo barbudo: "Después vendrá el islam". Se me ocurrió preguntarle si era partidario de un régimen parecido a la revolución iraní o si le parecía más idóneo seguir las huellas de la conservadora monarquía saudí. Sus ojos brillaron: "No, será otro tipo de islam. Más puro, más...". Nuestro tardío interlocutor no quiso explayarse ni aportar definiciones muy concretas. Súbitamente, sus compañeros perdieron el habla: Osama Bin Laden parecía haber asumido el papel de líder o, por lo menos, de ideólogo de la resistencia afgana. En realidad, sólo era su cajero; las empresas saudíes habían costeado el viaje y la estancia de los guerrilleros.
Volví a ver su cara años después, en la pequeña pantalla. El saudí apátrida, acusado de ser el instigador del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, se había convertido en uno de los hombres más buscados por el FBI norteamericano. Su trayectoria de mentor de los radicales argelinos y sudaneses, de los Hezbollah proiraníes o de la Jihad islámica, cuidadosamente detallada en numerosos informes policiales, no me sorprendió en absoluto.
Para comprender la ideología del llamado "príncipe del terrorismo", conviene analizar con detenimiento el contenido de la Declaración del Frente Islámico Universal para la Guerra Santa contra los Judíos y los Cruzados que, según Bernard Lewis, ha de convertirse en lectura obligada de los estudiosos del islam y, por qué no, de aquellos políticos empeñados en equiparar el islamismo al... terrorismo. A primera vista, el mensaje de Bin Laden no dista mucho del ideario de Hasan al Banna, el "padre" del radicalismo islámico moderno. Si bien la argumentación de al Banna tiene como punto de partida una realidad aparentemente distinta, emanante de la presencia colonial franco-británica en el mundo árabe, la de Bin Laden deriva de un paralelismo histórico fácilmente homologable: la ocupación de los santos lugares del islam por los "Cruzados", es decir, por las tropas norteamericanas acantonadas en Arabia Saudí a partir de 1990, así como los reiterados intentos de los "infieles" de desarticular los Estados de la región: Irak, Arabia Saudí, Egipto y Sudán.
El estilo empleado por Bin Laden es menos brillante y, por consiguiente, menos convincente que la elocuente retórica de Hasan al Banna, artífice este último no sólo del despertar del nacionalismo árabe, sino también de las estructuras ocultas llevaron al establecimiento del mayor grupo de presión del mundo islámico: la cofradía de los "Hermanos Musulmanes".
En unas circunstancias históricas distintas para Occidente, aunque quizás no muy diferentes desde el punto de vista de los defensores a ultranza de la ortodoxia islámica, el mensaje de Bin Laden parece dirigido más a las masas de parias abandonados por gobernantes "corruptos" u "occidentalizados" que a las élites intelectuales árabes, a su vez empeñadas en buscar alternativas socio-políticas endógenas.
Aunque la fraseología de Bin Laden esté cargada de lo que algunos politólogos no dudarían en llamar "simple demagogia oportunista", el propio Lewis advierte que "muchos árabes estarían dispuestos a sumarse a la percepción extremista de la religión" contenida en el programa del Frente Islámico Universal.
Sin embargo, el mero rechazo por parte del islam radical o tradicional de modelos de sociedad basados en valores ajenos, la no aceptación automática de los cánones occidentales, no ha de convertir forzosamente al mundo árabe musulmán en enemigo potencial de la democracia.
A Osama Bin Laden lo volveré a perder de vista durante algún tiempo. La semana pasada, los medios de comunicación se hicieron eco de su decisión de abandonar las tierras afganas, alegando la inminencia de otro ataque norteamericano contra las bases de "su" guerrilla. Pero detrás de la noticia se disimula otra realidad: la "operación sonrisa" para con los talibanes afganos, lanzada recientemente por el Departamento de Estado norteamericano y el Foreign Office británico. El semanario "The Economist" trata de justificar la incipiente "realpolitik" de Washington y Londres con argumentos más bien sorprendentes: "...en definitiva, (los talibanes) no tratan a las mujeres peor que los saudíes".
En resumidas cuentas, parece que algunos políticos occidentales estarían propensos a aceptar el hecho diferencial que conlleva el "islam político". Toca explicar a la opinión pública la abismal diferencia entre "islamismo", "radicalismo" y..."terrorismo". Y comprobar, si es preciso, que la incomprensión ha ampliado la brecha entre las culturas de Oriente y Occidente.

(*) Artículo publicado en D 16 - Madrid en agosto de 2000

viernes, 10 de septiembre de 2010

El bueno, el malo y los "ingenuos"


Las negociaciones de paz directas entre israelíes y palestinos, iniciadas en Washington la pasada semana, recuerdan curiosamente otros intentos fallidos de solucionar el inagotable conflicto palestino-israelí, de llevar un rayo de esperanza a los pobladores de la desafortunada Tierra Santa.
Pero, ¿en qué dista la iniciativa de Barack Obama del sinfín de proyectos ideados por sus antecesores? En realidad, reconozcámoslo: nos hallamos ante los mismos gestos, las mismas frases, la misma mímica, las mismas reticencias. Los políticos hebreos se han vuelto a repartir los papeles. Mientras el laborista Ehud Barak, titular de Defensa cuidadosamente disfrazado de “paloma” parece dispuesto a ceder a los palestinos algunos barrios de Jerusalén, así como la “soberanía” sobre los Santos Lugares del Islam, el Primer Ministro Benjamín Netanyahu retoma el estribillo de la derecha más conservadora: “Jerusalén, capital eterna de Israel, es una e indivisible”.
¡Menuda escenificación; menudo reparto! Barak, el bueno, el “pacificador”, aceleró al máximo, durante su mandato de Primer Ministro, la colonización de los territorios palestinos. También acuñó el muy socorrido término “sacrificios dolorosos”, empleado ad nauseam por la clase política de Tel Aviv. En lenguaje subliminal, “sacrificio doloroso” es sinónimo de “maniobra dilatoria”. Pero su mayor proeza de Barak consistió en ofrecer a los palestinos en las consultas de Taba un arreglo más que generoso. Con la única salvedad de haber formulado las “generosas” propuestas después de la dimisión de su Gabinete, es decir, cuando los ofrecimientos de Tel Aviv ya no tenían carácter vinculante. La maquinaria de propaganda se encargó de convertir la estratagema del general en una de las “iniciativas más generosas de Israel”.
Benjamín Netanyahu, el malo, puede enorgullecerse de haber vaciado de contenido, durante la negociación de Hebrón y de Wye Palntation (1997 – 1998) los acuerdos de Oslo. Antes de asumir el cargo de Jefe del Gobierno, el político conservador trató de persuadir al Presidente Clinton que el Likud jamás atentará contra el espíritu ni la letra de la Declaración de Principios firmada en los jardines de la Casa Blanca en septiembre de 1993. Huelga decir que el malo no defraudó a sus electores. Al igual que tampoco trata de engañarlos ahora, tras haberse comprometido a negociar, durante doce meses, con los representantes palestinos. ¿Simple estrategia? ¿Otra maniobra dilatoria?
Esas consultas, que empezaron con gestos copiados de otras “citas históricas” – Hillary Clinton trató de emular a su marido al “arrancar” un poco deseado apretón de mano entre Natanyahu y Mahmúd Abbas – tienen que desembocar en la solución de los “flecos” que quedaron pendientes al finalizar las negociaciones de Oslo: la congelación de los asentamientos judíos en Cisjordania, el derecho de retorno de los refugiados palestinos, la (doble) capitalidad de Jerusalén, el reconocimiento de Israel como “Estado judío” y las garantías de seguridad exigidas por los políticos de Tel Aviv. Unas garantías que, dicho sea de paso, contemplan la creación de un Estado palestino totalmente desmilitarizado; de un territorio con poca (o sin) identidad propia, sometido al control aéreo, marítimo y terrestre de las tropas hebreas.
En principio, nada nuevo bajo el sol, puesto que las exigencias de Tel Aviv apenas han variado desde la firma de los Acuerdos de Oslo. La única novedad consiste en insistir sobre el carácter judío de Israel. Aparentemente, ello implica el rechazo de una posible, pero ¡ay, cuán hipotética! llegada de una oleada de refugiados palestinos a la franja costera. Pero hay más: en algún momento, el nuevo concepto podría convertirse en un arma de doble filo en mano de quienes abogan en pro de la expulsión de los ciudadanos árabes de Israel hacia los países vecinos. ¿Puro maquiavelismo? Quién sabe…
Mahmud Abbas, a quien le toca desempeñar el papel de ingenuo de esa tragicomedia de mal gusto, tiene que hacer frente tanto a la oposición del movimiento islámico Hamás, acérrimo enemigo del diálogo con Israel, como a sus propias bases de Al Fatah, cansadas del movimiento continuo y reiterativo del “sainete” ideado por los políticos hebreos.
Se suman al grupo de ingenuos – voluntarios o no - el Presidente egipcio, Hosni Mubarak, harto de emplear la táctica del palo (con los palestinos) y la zanahoria (con los israelíes), y el rey Abdalá de Jordania que, al igual que su padre, se juega nada menos que la estabilidad de la Corona.
Los miembros del “cuarteto” – Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas – parecen dispuestos a avalar el sinuoso proceso. Eso sí, con evasivas y ambigüedades. ¿Más ingenuos? El porvenir nos lo dirá.