Las negociaciones de paz directas entre israelíes y palestinos, iniciadas en Washington la pasada semana, recuerdan curiosamente otros intentos fallidos de solucionar el inagotable conflicto palestino-israelí, de llevar un rayo de esperanza a los pobladores de la desafortunada Tierra Santa.
Pero, ¿en qué dista la iniciativa de Barack Obama del sinfín de proyectos ideados por sus antecesores? En realidad, reconozcámoslo: nos hallamos ante los mismos gestos, las mismas frases, la misma mímica, las mismas reticencias. Los políticos hebreos se han vuelto a repartir los papeles. Mientras el laborista Ehud Barak, titular de Defensa cuidadosamente disfrazado de “paloma” parece dispuesto a ceder a los palestinos algunos barrios de Jerusalén, así como la “soberanía” sobre los Santos Lugares del Islam, el Primer Ministro Benjamín Netanyahu retoma el estribillo de la derecha más conservadora: “Jerusalén, capital eterna de Israel, es una e indivisible”.
¡Menuda escenificación; menudo reparto! Barak, el bueno, el “pacificador”, aceleró al máximo, durante su mandato de Primer Ministro, la colonización de los territorios palestinos. También acuñó el muy socorrido término “sacrificios dolorosos”, empleado ad nauseam por la clase política de Tel Aviv. En lenguaje subliminal, “sacrificio doloroso” es sinónimo de “maniobra dilatoria”. Pero su mayor proeza de Barak consistió en ofrecer a los palestinos en las consultas de Taba un arreglo más que generoso. Con la única salvedad de haber formulado las “generosas” propuestas después de la dimisión de su Gabinete, es decir, cuando los ofrecimientos de Tel Aviv ya no tenían carácter vinculante. La maquinaria de propaganda se encargó de convertir la estratagema del general en una de las “iniciativas más generosas de Israel”.
Benjamín Netanyahu, el malo, puede enorgullecerse de haber vaciado de contenido, durante la negociación de Hebrón y de Wye Palntation (1997 – 1998) los acuerdos de Oslo. Antes de asumir el cargo de Jefe del Gobierno, el político conservador trató de persuadir al Presidente Clinton que el Likud jamás atentará contra el espíritu ni la letra de la Declaración de Principios firmada en los jardines de la Casa Blanca en septiembre de 1993. Huelga decir que el malo no defraudó a sus electores. Al igual que tampoco trata de engañarlos ahora, tras haberse comprometido a negociar, durante doce meses, con los representantes palestinos. ¿Simple estrategia? ¿Otra maniobra dilatoria?
Esas consultas, que empezaron con gestos copiados de otras “citas históricas” – Hillary Clinton trató de emular a su marido al “arrancar” un poco deseado apretón de mano entre Natanyahu y Mahmúd Abbas – tienen que desembocar en la solución de los “flecos” que quedaron pendientes al finalizar las negociaciones de Oslo: la congelación de los asentamientos judíos en Cisjordania, el derecho de retorno de los refugiados palestinos, la (doble) capitalidad de Jerusalén, el reconocimiento de Israel como “Estado judío” y las garantías de seguridad exigidas por los políticos de Tel Aviv. Unas garantías que, dicho sea de paso, contemplan la creación de un Estado palestino totalmente desmilitarizado; de un territorio con poca (o sin) identidad propia, sometido al control aéreo, marítimo y terrestre de las tropas hebreas.
En principio, nada nuevo bajo el sol, puesto que las exigencias de Tel Aviv apenas han variado desde la firma de los Acuerdos de Oslo. La única novedad consiste en insistir sobre el carácter judío de Israel. Aparentemente, ello implica el rechazo de una posible, pero ¡ay, cuán hipotética! llegada de una oleada de refugiados palestinos a la franja costera. Pero hay más: en algún momento, el nuevo concepto podría convertirse en un arma de doble filo en mano de quienes abogan en pro de la expulsión de los ciudadanos árabes de Israel hacia los países vecinos. ¿Puro maquiavelismo? Quién sabe…
Mahmud Abbas, a quien le toca desempeñar el papel de ingenuo de esa tragicomedia de mal gusto, tiene que hacer frente tanto a la oposición del movimiento islámico Hamás, acérrimo enemigo del diálogo con Israel, como a sus propias bases de Al Fatah, cansadas del movimiento continuo y reiterativo del “sainete” ideado por los políticos hebreos.
Se suman al grupo de ingenuos – voluntarios o no - el Presidente egipcio, Hosni Mubarak, harto de emplear la táctica del palo (con los palestinos) y la zanahoria (con los israelíes), y el rey Abdalá de Jordania que, al igual que su padre, se juega nada menos que la estabilidad de la Corona.
Los miembros del “cuarteto” – Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas – parecen dispuestos a avalar el sinuoso proceso. Eso sí, con evasivas y ambigüedades. ¿Más ingenuos? El porvenir nos lo dirá.
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