Hace unos meses,
cuando Moscú parecía dirigir su mirada con aparente timidez y cautela hacia el
continente asiático, un politólogo estadounidense lanzó la advertencia:
“Cuidado, Putin tiene intención de recomponer el imperio”. Ficticia o real, la
advertencia no cayó en saco roto. El establishment
político de Washington aprovechó el grito de alarma del kremlonólogo de turno,
argumentando que Rusia no podía ni debía
ocupar un lugar preponderante en Asia, continente llamado a convertirse, según
el guion preestablecido, en el nuevo y fiel vasallo de los Estados Unidos. De hecho, Washington y sus aliados – Japón,
Filipinas, Corea del Sur - se habían
repartido los papeles. Quedaba la gran incógnita: China. ¿Se sumaría Pekín al equipo ganador ideado por los
estadounidenses?
La respuesta llegó a
mediados de la pasada semana, cuando
Rusia y China firmaron el mayor contrato de suministro de gas natural
registrado hasta la fecha. El convenio, por valor de 400.000 millones de
dólares, contempla el suministro anual de 38.000 millones de metros cúbicos de gas
a China durante tres décadas. Irrelevante,
dirán los economistas norteamericanos, recordando que el consumo de la
ciudad de Nueva York asciende a 50.000 millones de metros cúbicos. Sin embargo,
esa irrelevante cantidad cubrirá el
25 por ciento del consumo anual chino.
Mas el problema no es
económico, sino meramente político. Con la firma de este convenio, Moscú trata
de paliar las posibles pérdidas causadas por un hasta ahora hipotético boicot
de sus exportaciones hacia los países de la Unión Europea. En efecto, Bruselas,
más preocupado por el suministro energético a su nuevo aliado, Ucrania, optó
por chantajear a Moscú con posibles (aunque poco probables) represalias si el
consorcio ruso Gazprom decide suspender las exportaciones destinadas al país
vecino. Una amenaza que hace sonreír a los expertos. Un tercio del gas que consume
la UE procede de… Rusia. Ni que decir tiene que la Unión debería buscar otras
fuentes de suministro. El presidente Obama se apresuró en ofrecer a los
europeos productos energéticos made in
USA. Olvidaba, sin embargo, el político-jurista que la legislación
estadounidense prohíbe la exportación de petróleo y gas provenientes de los
yacimientos norteamericanos.
Por su parte, el
presidente de la junta directiva de Gazprom, Alexei Miller, trata de ofrecer
una versión meramente empresarial del contrato, alegando que Europa ha dejado
de ser un mercado competitivo. Los
precios en Asia son mucho más elevados y no cabe duda de que ello afectará, a
la larga, la tendencia en los mercados”.
La versión de los
politólogos moscovitas es mucho más compleja. En realidad, no se trata sólo de
desavenencias provocadas por la crisis ucrania, sino de consideraciones de
índole ideológica. Tanto Rusia como China rechazan el neocolonialismo de Occidente, los designios imperiales del
inquilino de la Casa Blanca, los intentos de dividir a los países del Pacífico.
Los dirigentes chinos
van incluso más lejos, al abogar por una alianza de seguridad con la
participación de Rusia y de Irán. Para el presidente chino, Xi Jinping, esa nueva arquitectura de cooperación regional
debería crear un mecanismo de consulta en materia de defensa, capaz de
contrarrestar los planes hegemónicos de los Estados Unidos. Los chinos estiman
que sería conveniente contar con la participación de otros países asiáticos en
este proyecto de seguridad y defensa.
¿Una alianza entre
Rusia, China e Irán? Una mezcla explosiva que acabaría convirtiéndose en una
pesadilla para los Estados Unidos.
Huelga decir que hoy
por hoy, la amenaza tiene otro nombre: BRICS. Ese grupo de economías
emergentes, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que
contemplan el abandono de la zona dólar, la creación de unas estructuras
financieras paraleles, desvinculadas del Fondo Monetario y el Banco Mundial, de
la tiranía de los países industrializados. ¿Meras elucubraciones? El porvenir
nos lo dirá.
De momento, Moscú ha dado
un paso adelante al anunciar la creación, este fin de semana, de la Unión Euroasiática,
integrada por Rusia, Bielorrusia y Kazajstán, un mercado común de 170 millones
de personas que pretende convertirse en el contrapeso
del bloque occidental. Sí, es cierto; Vladimir Putin sueña con la recomposición
del imperio. Pero no se trata de un simple sueño.