Scholtz y la turbina perdida… ¿Es este el tema de actualidad, el verdadero tema del día para un comentarista de política internacional? No sé por qué, me parece haber oído comentarios reprobatorios, algo bastante corriente en nuestra profesión. Me llegan ecos:
¿Por qué no hablas del cálido recibimiento del
príncipe heredero de Arabia Saudita, el ex paria acusado por Occidente
de haber ordenado el asesinato a sangre fría de un compañero tuyo, Jamal
Khashoggi, en el Eliseo? ¿También Macron contribuye al blanqueo de imagen del
príncipe, sumando su voz a quienes vaticinan una crisis apocalíptica
petrolífera? ¿De verdad necesitamos el parche saudí?
¿Por qué no hablas de la crisis provocada por la
dimisión de Boris Johnson, de su política errante? ¿O de la caída de Mario
Draghi, debida supuestamente a la injerencia del servicio secreto ruso? ¿O del
enfrentamiento entre Serbia y Kosovo, un conflicto en ciernes en el corazón de
Europa? ¿O del resurgir de la eterna guerra de Nagorni Karabaj, donde turcos e
iraníes mueven ficha a través de armenios y azeríes interpuestos? ¿Y
Taiwán? ¿Qué opinas de Taiwán?
No, queridos compañeros; hoy me quedo con las turbinas
de Scholtz, con el acuciante problema del suministro de combustible ruso
destinado a los países de Europa occidental. Aparentemente, el porvenir oscuro
del pueblo alemán se resume – según la presidenta de la Comisión Europea,
Ursula von der Leyen – a la necesidad de compensar el frío de la hibrida
calefacción invernal con un buen jersey de lana y… ¡una manta! Igual que
durante la ofensiva de invierno de la Wehrmacht en Rusia durante la Segunda
Guerra Mundial. Muchos combatientes murieron congelados. Pero ellos
dieron la vida por el Reich y el Führer, no por las restricciones impuestas por
algún eurócrata.
Hoy me quedo con las turbinas de Scholtz, un episodio
ilustrativo del desconcierto generalizado que se está apoderando de nuestros
países. De Occidente, de la OTAN (expresión empleada últimamente para destacar
nuestra voluntad de seguir unidos).
La historia de las turbinas me recuerda las operetas
vienesas de comienzos del siglo pasado, donde los dramas y los conflictos se
esfumaban en los últimos minutos, dando paso a cantos de jubilo de los
protagonistas. Aparentemente, el libreto de nuestra opereta bruselense resulta
más sobrio, por no decir, triste. Pero prefiero no ahondar en el tema: hoy no
toca comentar el conflicto de Ucrania.
Lo cierto es que la turbina necesaria/indispensable
para el suministro de gas ruso a Alemania, que hizo mutis en unos talleres de
Canadá, volvió a aparecer en las instalaciones de Siemens de Alemania. Está en
perfectas condiciones; puede funcionar y facilitar la reanudación de los
suministros. Pero… aún queda un detalle; la turbina tiene que enviarse a Rusia.
Algo imposible, según las autoridades germanas; las restricciones impuestas a
Rusia lo impiden.
Las sanciones económicas no se aplican a la turbina,
afirma rotundamente la dirección de Siemens. Y el sainete continúa, igual que
la perspectiva de que los alemanes tengan que agenciarse una buena manta para
el próximo invierno.
Mas no es éste el único episodio tragicómico de la
actualidad alemana. Hace apenas unos días, los vecinos del canciller Scholtz
encontraron en la calle varios documentos confidenciales del Gobierno alemán,
así como informes secretos sobre la celebración de la cumbre del G 7,
provenientes de la basura de los Scholtz.
Algunos de los documentos estaban marcados como Confidencial. Tal
clasificación implica que los documentos en cuestión tienen un grado máximo de
seguridad y no deben salir de los edificios gubernamentales.
Una nota informativa del Ministerio de Asuntos
Exteriores ofrece detalles sobre la cumbre del G7 y, especialmente, sobre las
cónyuges de los líderes del G7. Se señaló, por ejemplo, que la esposa de
Boris Johnson, Carrie Johnson, estudió el arte y la historia del activismo
ambiental. El comentario sobre Maria Serenella Cappello, la esposa del
primer ministro italiano Mario Draghi, indica que es licenciada en literatura
inglesa y que prefiere evitar el público. Sobre la esposa del
primer ministro japonés se mencionó que es secretaria en la empresa Mazda; la
primera dama de Estados Unidos, Jill Biden, y la esposa de Emmanuel Macron,
Brigitte, figuran como maestras.
Señala la prensa alemana que la Administración debería
haber abierto un expediente disciplinario por tal falta, tanto más reprobable
cuanto que tanto el canciller como su esposa tienen una dilatada experiencia en
la política y la función pública.
Pero el incidente tiene, al igual que el sainete de
las turbinas, un final burlesco. Resulta que los responsables de la revelación
de secretos oficiales son ¡los zorros! que hurgaron en la basura de
la familia Sholtz. Por su culpa, decenas de páginas salieron volando de los
contenedores, causando la sorpresa y el estupor de los vecinos.
Conociendo la mentalidad alemana, no dudo de que
alguien tocó el timbre de los Scholtz, informándole, con la mayor buena
voluntad:
Herr Bundeskanzler, se le han traspapelado unos
documentos. Un buen alemán sigue siendo un buen alemán, a pesar de las fechorías de los
zorros, que se deben, sin duda alguna, al…cambio climático.