La cumbre de la OTAN de Varsovia ha sido un éxito para Rumanía, afirmaba a comienzos de julio en Presidente rumano, Klaus
Iohannis. En efecto, los jefes de Estado y de Gobierno reunidos en la capital
polaca barajaron la posibilidad crear una flotilla de la Alianza Atlántica en
el Mar Negro, feudo de la Fuerza Naval rusa. Obviamente, en Washington y en
Bruselas la primacía en la zona de los destructores y las fragatas del complejo
militar Sebastopol levantaba ampollas. Y más aún, tras la anexión de la península
de Crimea a la Federación rusa. El mando de la OTAN encomendó a Rumanía la
coordinación del proyecto de defensa naval, al que debían haberse sumado buques
de guerra de los demás países ribereños miembros de la Alianza: Bulgaria y
Turquía.
Pero sucedió
lo hasta ahora inimaginable; el Primer Ministro (prooccidental) de Bulgaria,
Boiko Borisov, descartó la participación de su país a los planes de la OTAN,
alegando que el Mar Negro no ha de ser el escenario de acciones militares. No quiero una guerra en el Mar Negro, recalcó
en jefe del Gobierno. A su vez, el Presidente búlgaro, Rosen Plevnielev, hizo
hincapié en que Bulgaria es un país
pacífico y su política exterior no apunta a nadie. Un auténtico quebradero de
cabeza para los dignatarios de Bucarest, quienes tuvieron que resignarse con la
pérdida de un hipotético socio de la coalición.
El golpe de
gracia llegó seis semanas más tarde, el 16 de julio, tras el fallido golpe de
Estado de Turquía, cuando el Presidente Recep Tayyip Erdogan dirigió su mirada
hacia su ángel de la guarda moscovita, Vladimir Putin. El proyecto de brigada
naval hacía agua. Rumanía se quedaba sola ante la hipotética amenaza de la
Armada rusa. La situación, que algunos tacharon de insostenible, obligó al aliado transatlántico a tomar cartas en el
asunto. En efecto, durante la reunión del llamado Diálogo Estratégico Rumano-Norteamericano,
celebrada en Washington a finales de septiembre, se anunció la creación en
suelo rumano de una brigada multinacional de la OTAN integrada por militares de
la Alianza y liderada por mandos del Ejército de Bucarest.
Como el
Tratado de Montreux prohíbe la presencia de buques de guerra extranjeros –
léase estadounidenses, británicos, franceses u holandeses – en las aguas del
Mar Negro, la defensa de la OTAN tendrá que centrarse en el suministro de
aviones de combate y sistemas electrónicos de vigilancia remota. Rumanía
adquirió seis aparatos F-16 a la Fuerza Aérea portuguesa; los equipos de vigilancia
electrónica serán suministrados por el aliado transatlántico. Si el proyecto
primitivo no llegó a materializarse, la solución de recambio parecía…
satisfactoria.
Mas los datos
del problema volvieron a cambiar en la primera quincena de noviembre a raíz de
los resultados (¿inesperados?) de las elecciones presidenciales
norteamericanas, búlgaras y moldavas. Si bien la victoria de Donald Trump
provocó un verdadero maremoto que afectó y afecta a la totalidad de las
estructuras de Gobierno de nuestro planeta, los cambios registrados hace apenas
unos días en Sofía y Chishináu, donde los candidatos prorrusos a la Presidencia
se impusieron frente a sus contrincantes prooccidentales, preocupan sobremanera
a la clase política rumana.
Rumanía ¿atenazada? preguntan los
politólogos de Bucarest, señalando que prácticamente todos los países de la
región – Bulgaria, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Serbia y Moldova – están dirigidos
por políticos que mantienen buenas relaciones con el Kremlin. Rumanía –
baluarte proccidental en un océano prorruso. Rumanía –
huérfana…
Los expertos
en relaciones internacionales no ocultan su pesimismo. En efecto, dudan de que
el presidente electo de los Estados Unidos, partidario de mejorar las
relaciones con el Kremlin deterioradas durante el último mandato de Barack
Obama, cuando privaron los intereses del establishment
económico y militar demócrata, esté realmente interesado en apoyar al endeble
aliado rumano. Trump no sabe dónde queda Rumanía,
aseguran los catastrofistas, ¿Nos entregará
a Putin?
Queda, pues,
la disyuntiva: ¿OTAN o Unión Europea? Para Iulian Chifu, antiguo asesor de
política internacional de la Presidencia de la República, la respuesta ha de
ser inequívoca: tres veces OTAN. Su colega Cozmin Gusa, politólogo y estratega,
no comparte esta opinión. Debemos dirigir
nuestra mirada hacia la Alemania de Frau Merkel, hacia el motor de la economía
comunitaria. Y recuerda que Rumanía tiene la ventaja de tener un Jefe de
Estado, Klaus Iohannis, que pertenece a la minoría étnica germana. ¿Una baza?
¿Un salvavidas?
Cabe
preguntarse si la recién estrenada geopolítica del caos, inaugurada por la era
Trump, está ansiosa por cobrarse las primeras víctimas.