¿Qué sucede cuando el
segundo productor de “oro negro” del mundo – Arabia Saudita – arremete contra
un molesto vecino - Qatar - segundo exportador de gas natural del planeta?
Curiosamente, las rencillas se trasladan a la órbita de las relaciones
internacionales, de la Política con mayúscula, y la recriminación tiene nombre:
terrorismo. Es lo que pasó esta semana, cuando la Casa Real saudí decidió
anatemizar al emir de Qatar, acusándole de apoyar a los movimientos terroristas
árabes: Al Qaeda, Estado Islámico, Hamas, los Hermanos Musulmanes egipcios o
los rebeldes huthíes de Yemen. Riad anunció la ruptura de relaciones con Doha;
Egipto, los Emiratos Árabes, Bahréin, Yemen y las Islas Maldivas no tardaron en
seguir su ejemplo.
Extraño comportamiento
éste por parte del reino wahabita, instigador y artífice de la creación de Al
Qaeda, socio de los servicios de inteligencia occidentales a la hora de
engendrar nuevos monstruos: las agrupaciones “rebeldes” que han convertido a
Siria en el laboratorio de una cruenta y mal llamada guerra civil. “Qatar
fomenta el terrorismo”, afirman rotundamente los saudíes, recordando que Doha
acoge a los cabecillas de agrupaciones políticas y militares extremistas, que
figuran en las listas negras de Washington o de Bruselas.
De todos modos, las
autoridades qataríes aprovecharon el fin de semana para tratar de poner los
puntos sobre las “íes”. Mutlak a-Qahtani, consejero especial del Ministerio de
Asuntos Exteriores de Doha encargado de la lucha contra el terrorismo, afirmó
que los talibanes afganos que se hallan en el emirato fueron acogidos en 2013
“a petición expresa de los Estados Unidos”. Se trataba de crear una oficina de
enlace destinada a facilitar la mediación entre los combatientes islámicos, el
Gobierno de Kabul y la Administración estadounidense. La oficina cerró tras el
fracaso de las negociaciones. Sin embargo, su personal sigue confinado en Doha.
¿Terrorismo? La
preocupación de los saudíes por la “amenaza” terrorista parece un tanto
insólita. Los politólogos prefieren barajar otras hipótesis: un enfrentamiento
entre los productores de petróleo y los de gas natural, un conflicto entre los
guardianes (saudíes) del Islam sunita y los descarrilados adeptos (qataríes) de
la corriente chiita (iraní). La postura independiente de Qatar en la
Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) o su falta de
disciplina a la hora de aplicar las decisiones del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), organismo regional
controlado por Riad, serían otros argumentos empleados por los analistas
occidentales.
Conviene señalar que el
aislamiento de Qatar beneficia a dos actores clave de la zona: Arabia Saudita y
los Emiratos Árabes Unidos. Los saudíes no ven con buenos ojos el acercamiento
del emirato a Teherán. De hecho, Qatar, Kuwait y Omán han estrechado sus lazos
con la República Islámica, principal contrincante de los saudíes en el mundo
islámico. El reino wahabita no puede permitirse un enfrentamiento directo con
el país de los ayatolás. Sin embargo, puede trasladar el combate a otros
escenarios: Yemen, Siria, Irak, Líbano o Palestina. En la mayoría de los casos,
la presencia de los qataríes, su ambigüedad a la hora de sellar pactos con uno u
otro bando, con varios a la vez, irrita sobremanera a los estrategas de Riad.
Pero lo que en realidad exaspera a la monarquía wahabita es la cooperación,
tanto económica como estratégica de Doha con el régimen iraní. Recordemos que los
dos países controlan y explotan el mayor yacimiento de gas natural del mundo,
South Pars. Por si fuera poco, Irán ha firmado un acuerdo de defensa con Qatar,
que garantiza la integridad territorial del emirato frente a un (hasta ahora)
hipotético ataque saudí. Hay quien estima que la drástica decisión de Riad podría
acelerar la aproximación de los qataríes al “gran Satán” chiita. Un peligro
real, que podría generar nuevos desequilibrios regionales.
En el caso de los
Emiratos Árabes Unidos, el conflicto debe interpretarse en clave… estratégica. Qatar
alberga la mayor base militar estadounidense de Oriente Medio, ubicada en Al
Udeid, cerca de la frontera con Arabia Saudita, y también el Cuartel General de
la 5ª Flota de los EE.UU. Hace tiempo que los Emiratos pugnan por las
instalaciones militares norteamericanas. Detalle interesante: los asesores
políticos de Donald Trump parecen muy propensos en apoyar el proyecto. Cabe
preguntarse, pues, si la reciente visita del Presidente estadounidense en la región
no habrá servido de detonante de la actual crisis.
Recordemos que las
relaciones entre Doha y Washington atravesaron momentos difíciles tras los
atentados de 11 S y la guerra de Afganistán. En efecto, durante el verano de
2002, cuando el entonces presidente George W. Bush le pidió al emir de Qatar
que modere la retórica de la cadena de televisión Al Jazeera (controlada por la
familia real), éste le recordó amablemente la primera enmienda de la Constitución de los Estados
Unidos: la libertad de información. Al Jazeera, ¿caja de resonancia de la
propaganda de Al Qaeda? ¿Portavoz del depuesto presidente egipcio Mohamed
Morsi? ¿Vehículo de los mensajes de las “primaveras árabes”? La cadena cuenta con muchos seguidores y
detractores en las capitales árabes, aunque también… en Washington.
Israel, país que mantiene
desde hace décadas relaciones económicas y “semidiplomáticas” con Qatar, interpreta
el aislamiento del emirato en clave positiva. Para Tel Aviv, la bravuconada de
los saudíes pone de manifiesto la reactivación de la presencia
político-diplomática estadounidense en Oriente Medio e implica un posible y
deseado acercamiento del Estado judío a Arabia Saudita, Egipto y las monarquías
del Golfo. Por otra parte, la campaña
antiqatarí permite que la virulenta retórica antisionista de los Gobiernos
árabes quede relegada a un segundo, véase tercer plano.
Desde el punto de vista meramente
económico, el boicot de Qatar podría suponer pérdidas de miles de millones de
dólares en transacciones comerciales e inversiones en la zona, así como el encarecimiento
de los créditos bancarios. Los analistas británicos estiman que los inversores
no sabrán distinguir entre los riesgos que implican las transacciones con Qatar
y/o los demás países del Golfo.
El boicot marítimo: sabido es que los
Emiratos han prohibido el atraque en el
puerto de Fuyaira a los barcos con destino a Doha, lo que podría repercutir en
los costes de los envíos de gas licuado (GLP). Sin embargo, merced a sus nuevas
facilidades portuarias, Qatar mantendrá el nivel de sus exportaciones de gas
destinado a los países europeos y asiáticos.
Cabe recordar que en el pasado mes
de abril, el excedente comercial del emirato ascendió a 2.700 millones de
dólares, lo que permite contemplar un incremento de la compra de productos
alimentarios. Qatar importa el 90 por ciento de los alimentos que consume. En
2015, el monto de sus importaciones ascendió a 1.050 millones de dólares.
Aun así, el pánico se está
apoderando de las Bolsas internacionales. Bienvenidos al inestable mundo de…
Donald Trump.