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jueves, 15 de junio de 2017

Qatar: ¿primera víctima árabe de la era Trump?


¿Qué sucede cuando el segundo productor de “oro negro” del mundo – Arabia Saudita – arremete contra un molesto vecino - Qatar - segundo exportador de gas natural del planeta? Curiosamente, las rencillas se trasladan a la órbita de las relaciones internacionales, de la Política con mayúscula, y la recriminación tiene nombre: terrorismo. Es lo que pasó esta semana, cuando la Casa Real saudí decidió anatemizar al emir de Qatar, acusándole de apoyar a los movimientos terroristas árabes: Al Qaeda, Estado Islámico, Hamas, los Hermanos Musulmanes egipcios o los rebeldes huthíes de Yemen. Riad anunció la ruptura de relaciones con Doha; Egipto, los Emiratos Árabes, Bahréin, Yemen y las Islas Maldivas no tardaron en seguir su ejemplo.

Extraño comportamiento éste por parte del reino wahabita, instigador y artífice de la creación de Al Qaeda, socio de los servicios de inteligencia occidentales a la hora de engendrar nuevos monstruos: las agrupaciones “rebeldes” que han convertido a Siria en el laboratorio de una cruenta y mal llamada guerra civil. “Qatar fomenta el terrorismo”, afirman rotundamente los saudíes, recordando que Doha acoge a los cabecillas de agrupaciones políticas y militares extremistas, que figuran en las listas negras de Washington o de Bruselas.

De todos modos, las autoridades qataríes aprovecharon el fin de semana para tratar de poner los puntos sobre las “íes”. Mutlak a-Qahtani, consejero especial del Ministerio de Asuntos Exteriores de Doha encargado de la lucha contra el terrorismo, afirmó que los talibanes afganos que se hallan en el emirato fueron acogidos en 2013 “a petición expresa de los Estados Unidos”. Se trataba de crear una oficina de enlace destinada a facilitar la mediación entre los combatientes islámicos, el Gobierno de Kabul y la Administración estadounidense. La oficina cerró tras el fracaso de las negociaciones. Sin embargo, su personal sigue confinado en Doha.

¿Terrorismo? La preocupación de los saudíes por la “amenaza” terrorista parece un tanto insólita. Los politólogos prefieren barajar otras hipótesis: un enfrentamiento entre los productores de petróleo y los de gas natural, un conflicto entre los guardianes (saudíes) del Islam sunita y los descarrilados adeptos (qataríes) de la corriente chiita (iraní). La postura independiente de Qatar en la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) o su falta de disciplina a la hora de aplicar las decisiones del Consejo de  Cooperación del Golfo (CCG), organismo regional controlado por Riad, serían otros argumentos empleados por los analistas occidentales. 

Conviene señalar que el aislamiento de Qatar beneficia a dos actores clave de la zona: Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Los saudíes no ven con buenos ojos el acercamiento del emirato a Teherán. De hecho, Qatar, Kuwait y Omán han estrechado sus lazos con la República Islámica, principal contrincante de los saudíes en el mundo islámico. El reino wahabita no puede permitirse un enfrentamiento directo con el país de los ayatolás. Sin embargo, puede trasladar el combate a otros escenarios: Yemen, Siria, Irak, Líbano o Palestina. En la mayoría de los casos, la presencia de los qataríes, su ambigüedad a la hora de sellar pactos con uno u otro bando, con varios a la vez, irrita sobremanera a los estrategas de Riad. Pero lo que en realidad exaspera a la monarquía wahabita es la cooperación, tanto económica como estratégica de Doha con el régimen iraní. Recordemos que los dos países controlan y explotan el mayor yacimiento de gas natural del mundo, South Pars. Por si fuera poco, Irán ha firmado un acuerdo de defensa con Qatar, que garantiza la integridad territorial del emirato frente a un (hasta ahora) hipotético ataque saudí. Hay quien estima que la drástica decisión de Riad podría acelerar la aproximación de los qataríes al “gran Satán” chiita. Un peligro real, que podría generar nuevos desequilibrios regionales.

En el caso de los Emiratos Árabes Unidos, el conflicto debe interpretarse en clave… estratégica. Qatar alberga la mayor base militar estadounidense de Oriente Medio, ubicada en Al Udeid, cerca de la frontera con Arabia Saudita, y también el Cuartel General de la 5ª Flota de los EE.UU. Hace tiempo que los Emiratos pugnan por las instalaciones militares norteamericanas. Detalle interesante: los asesores políticos de Donald Trump parecen muy propensos en apoyar el proyecto. Cabe preguntarse, pues, si la reciente visita del Presidente estadounidense en la región no habrá servido de detonante de la actual crisis.

Recordemos que las relaciones entre Doha y Washington atravesaron momentos difíciles tras los atentados de 11 S y la guerra de Afganistán. En efecto, durante el verano de 2002, cuando el entonces presidente George W. Bush le pidió al emir de Qatar que modere la retórica de la cadena de televisión Al Jazeera (controlada por la familia real), éste le recordó amablemente la primera  enmienda de la Constitución de los Estados Unidos: la libertad de información. Al Jazeera, ¿caja de resonancia de la propaganda de Al Qaeda? ¿Portavoz del depuesto presidente egipcio Mohamed Morsi? ¿Vehículo de los mensajes de las “primaveras árabes”?  La cadena cuenta con muchos seguidores y detractores en las capitales árabes, aunque también… en Washington. 

Israel, país que mantiene desde hace décadas relaciones económicas y “semidiplomáticas” con Qatar, interpreta el aislamiento del emirato en clave positiva. Para Tel Aviv, la bravuconada de los saudíes pone de manifiesto la reactivación de la presencia político-diplomática estadounidense en Oriente Medio e implica un posible y deseado acercamiento del Estado judío a Arabia Saudita, Egipto y las monarquías del Golfo.  Por otra parte, la campaña antiqatarí permite que la virulenta retórica antisionista de los Gobiernos árabes quede relegada a un segundo, véase tercer plano.

Desde el punto de vista meramente económico, el boicot de Qatar podría suponer pérdidas de miles de millones de dólares en transacciones comerciales e inversiones en la zona, así como el encarecimiento de los créditos bancarios. Los analistas británicos estiman que los inversores no sabrán distinguir entre los riesgos que implican las transacciones con Qatar y/o los demás países del Golfo.

El boicot marítimo: sabido es que los Emiratos han prohibido el atraque en el puerto de Fuyaira a los barcos con destino a Doha, lo que podría repercutir en los costes de los envíos de gas licuado (GLP). Sin embargo, merced a sus nuevas facilidades portuarias, Qatar mantendrá el nivel de sus exportaciones de gas destinado a los países europeos y asiáticos.

Cabe recordar que en el pasado mes de abril, el excedente comercial del emirato ascendió a 2.700 millones de dólares, lo que permite contemplar un incremento de la compra de productos alimentarios. Qatar importa el 90 por ciento de los alimentos que consume. En 2015, el monto de sus importaciones ascendió a 1.050 millones de dólares. 

Aun así, el pánico se está apoderando de las Bolsas internacionales. Bienvenidos al inestable mundo de… Donald Trump.
       

viernes, 14 de abril de 2017

Trump, Putin, la bomba y el “animal”


“Tengo la impresión de que la máquina del tiempo nos devuelve al pasado, a la época de la Guerra Fría, al mundo bipolar. La actuación de las dos superpotencias, Rusia y Norteamérica, logra eclipsar a los demás actores: Europa, China, Irán, Corea…”, confesaba recientemente un respetable politólogo europeo, testigo privilegiado de otros tiempos. 

¿Volver a la Guerra Fría? Extraña sensación para unas generaciones que sólo conocen la multipolaridad, la globalización, la uniformidad, el mal llamado pensamiento único. El panorama sociopolítico de las últimas décadas no les ha ofrecido muchas alternativas ideológicas. En realidad, no les ha ofrecido ninguna. El universo de la I & T se rige por otros parámetros.

Algunos esperaban que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca iba a allanar el camino del entendimiento entre Washington y Moscú, a limar las asperezas que surgieron a raíz de la guerra hibrida de Ucrania o la ocupación de la península de Crimea por las tropas del imperio exsoviético. En efecto, el nuevo mandatario estadounidense parecía tener más afinidades con los condotieros del Kremlin que los miembros del equipo liderado por Barack Obama, politólogos educados en las torres de marfil de Harvard, Princeton o Yale. Huelga decir que el Kremlin apostó – erróneamente – por Trump, el multimillonario autodidacta, impetuoso e irreflexivo. Mas cabe preguntarse: ¿apostó Trump por Rusia?

Durante las primeras semanas de su mandato, el Presidente Trump trató de imponernos su carácter ambiguo y contradictorio, olvidando las promesas de la campaña electoral, corrigiendo errores, encauzando la política del Imperio por otros derroteros. Uno de sus primeros blancos fue el “hombre fuerte” de Damasco, Bashar Al Assad, denunciado por la opinión pública internacional (¿por la opinión pública?) de haber perpetrado un ataque químico contra la localidad siria de Jan Sheykun, controlada por milicias anti régimen, que se saldó con el fallecimiento de más de 80 personas. 

La respuesta de la Casa Blanca fue contundente: la marina estadounidense disparó 59 misiles Tomahawk contra la base aérea de Shayrat, centro neurálgico de la aviación de Damasco. El propio Trump, que había criticado en su momento la actuación de su antecesor, Barack Obama, en el conflicto de Siria, censuró el apoyo de Moscú a Al Assad. “Francamente hablando, Vladimir Putin está apoyando a una persona mala y eso no es bueno para Rusia. Moscú debería alejarse de Assad, un peligro para la Humanidad”, señaló el inquilino de la Casa Blanca en una entrevista televisiva, en la que no dudó de tachar al Presidente sirio de… “animal”. Por si fuera poco, añadió que estaba dispuesto a acabar con Al Assad cueste lo que cueste. Queda por ver cuál será el verdadero precio de esta aseveración.

Para disipar cualquier duda, el excéntrico multimillonario ordenó a la marina de guerra estacionada en el Pacifico a poner rumbo hacia las aguas de Corea. En efecto, el líder de Pyongyang, Kim Jong-un, amenazó con llevar a cabo este fin de semana otro ensayo nuclear, de mayor envergadura que los anteriores. Las bravuconadas de Kim preocupan a los estrategas estadounidenses, persuadidos de que Corea del Norte oculta datos sobre su verdadero poderío atómico. 

¿Nos encaminamos hacia un aberrante enfrentamiento nuclear entre Norteamérica y Corea? Hoy por hoy, ello parece poco probable. Sin embargo, Trump no escatima esfuerzos para dejar constancia de la supremacía americana. Mientras los destructores de la armada se dirigían hacia el Mar de Japón, la Administración hacía estallar en Afganistán el mayor artefacto no nuclear del que dispone el ejército norteamericano, la “madre de todas las bombas”. Oficialmente, el ataque iba dirigido contra los túneles subterráneos utilizados por los radicales islámicos que controlan la frontera afgano-paquistaní. Sin embargo, los detractores de la nueva política de Washington aseguran que la detonación se produjo en “medio de la nada”.

¿Cuál ha sido la reacción de la diplomacia rusa ante la escalada belicista de Trump? Durante su poco fructífero encuentro con el Secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, afirmó rotundamente que los cambios geopolíticos registrados últimamente son, en realidad, unas maniobras de “poca monta” ideadas y llevadas a cabo por la Administración Obama. ¿Cambiar la faz del mundo? Es algo que incumbe ¡a las dos superpotencias! 

Hoy por hoy, no cabe la menor duda de que el Mediterráneo, el “mar grande” de los hebreos, el “mar blanco” de los árabes, acabará convirtiéndose en el “Mar de los conflictos”. A la acumulación de misiles norteamericanos y cazas bombarderos rusos se suman actualmente los buques de guerra de la OTAN, la aviación de algunos países árabes que integran la coalición dirigida contra el Estado Islámico, pistas de aterrizaje situadas en los Emiratos Árabes, Qatar, Irak e Irán, las bases de la Alianza Atlántica de Turquía, los mortíferos drones estacionados en Jordania y Kuwait.

La presencia de estos arsenales trata de ocultar otro aspecto de la escalada bélica o prebélica: el incremento de la presencia de la OTAN en Europa del Este – Países bálticos, Polonia y Rumanía – donde proliferan las nuevas estructuras atlantistas: bases del llamado “escudo antimisiles”, brigadas multinacionales de intervención rápida, centros de contrainteligencia hábilmente desplazados hacia los confines con Rusia. En resumidas cuentas, asistimos a una recolocación de la famosa línea Oder-Neisse, que podríamos (o deberíamos) rebautizar línea Mar Báltico – Mar Negro.

Pero esa es, al menos aparentemente, otra historia…