Belén, enero de 1988. Aquella tarde, la Plaza del Pesebre estaba abarrotada de vehículos militares. Soldados israelíes vigilaban los pórticos de la basílica de la Natividad, cerrados a cal y canto.
¿Desembarque militar? Pregunté, incapaz de
disimular mi preocupación. Medidas de seguridad, contestó Rober, mi
acompañante palestino, un cristiano nacido en El Salvador, quien regresó a la
tierra de sus antepasados a finales de la década de los 60. Su familia
regentaba un comercio de objetos religiosos. Somos ecuménicos. Tenemos
género para cristianos, musulmanes y judíos. Belén es una especie de Torre de
Babel. Antes era una ciudad cristiana; hoy en día, nuestros hermanos musulmanes
representan más de la mitad de la población. Vivimos en paz. El único problema…
¿Los soldados? Pregunté.
No, los soldados nos preocupan menos que algunos
grupúsculos islámicos; los radicales creados y potenciados por Israel. Los
judíos quieren contrarrestar el peso de Al Fatah. Pero la idea de dar alas al
radicalismo islámico nos parece un disparate. Algún día pagarán por ello…
Hamas, el Movimiento de Resistencia Islámica, se
convirtió en un elemento distorsionante en la década de los 90, tras el regreso
de la plana mayor de la OLP de su exilio tunecino. Tel Aviv no lograba
controlar a los líderes islamistas de Gaza y Cisjordania. Los frecuentes
enfrentamientos entre islamistas y laicos pertenecientes a las estructuras
lideradas por Yasser Arafat, se convirtieron en un quebradero de cabeza para el
establishment hebreo. Hamas se había convertido en un arma de doble
filo.
Relegado a la Franja de Gaza, el movimiento de
resistencia lanzó sus primeros ataques contra Israel a partir de 1994, al
término de la primera intifada. Los islamistas se decantaron por los atentados
suicidas, método empleado por otros grupúsculos radicales del mundo árabe.
Las incursiones terrestres del ejército israelí en
Gaza de 2009 y 2014 se saldaron con miles de víctimas y una devastación masiva
de edificios e infraestructuras civiles.
Mayo de 2021. Aislado por la Autoridad Nacional
Palestina, ninguneado por Israel, Hamas aprovecha la celebración del Día de
Jerusalén - una fiesta nacional judía –– para lanzar un sorpresivo ataque
contra la Ciudad Tres Veces Santa. El nombre del operativo Saif al Quds –
Espada de Jerusalén, irá asociado a la contrarréplica israelí Shomer Hahomot
– Guardián de las Murallas. La avalancha de misiles disparados por Hamas –
alrededor de 3.000 – fue contrarrestada por el dispositivo de defensa Cúpula
de Hierro, que logró neutralizar un 90 por ciento de los disparos. Ello
explica el desigual número de bajas: 232 víctimas palestinas frente a 12
víctimas israelíes.
La respuesta de Washington tardó en materializarse. El
presidente Biden utilizó la expresión alto el fuego una semana después
del inicio de los combates. Cierto es que Biden telefoneó ocho veces al líder
del Likud, Benjamín Netanyahu, quien le aseguró que aún quedaba tarea por
terminar. Pocas horas antes de anunciarse la tregua, el Secretario de Estado
Antony Blinken lanzó la advertencia: el apoyo de Washington al operativo
bélico no puede ser indefinido.
Para Yair Lapid, el político centrista encargado de
formar el nuevo Gobierno israelí, la operación militar fue un éxito; el fracaso
debe atribuirse a la clase política. Por su parte, los viejos generales
israelíes estiman que, en caso de una intervención terrestre, podía haberse
asestado un golpe más contundente a Hamas.
El veterano diplomático americano Dennis Ross,
excelente conocedor de la región, estima por su parte que el alto el fuego no
será duradero, puesto que Hamas aún cuenta con arsenales de misiles.
Finalmente, los analistas consideran que el proceso de
normalización de las relaciones entre Israel y los países árabes del
Golfo Pérsico – Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos – podría quedar estancado.
Los partidarios de la apertura con Tel Aviv tendrán que ser más cautelosos. La
mecha encendida por el último operativo bélico podría provocar un nuevo
incendio en el mundo árabe musulmán.
La tregua no implica el final del enfrentamiento
intercomunitario; el problema subsiste. Para algunos, su nombre es Palestina;
para otros, es Eretz Israel.