En 1947, durante la primera guerra israelo-árabe, las tropas del entonces embrionario Estado judío trataron por todos los medios de adueñarse de la casi totalidad de los barrios modernos de Jerusalén. Fue la batalla más larga y más ardua de aquél enfrentamiento bélico entre hebreos y musulmanes. Al término de la ofensiva, las unidades de Tsahal lograron hacerse con el control de la mitad de la urbe. Sin embargo, el mítico Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado de los hebreos, permaneció baja la tutela de los monarcas jordanos.
Desde la famosa “línea verde” que dividía la ciudad, los israelíes podían contemplar las cúpulas del Santo Sepulcro y de la mezquita de Al Aksa, lugares de culto de las otras dos religiones monoteístas – cristianismo e Islam – pero no lograban entrever siquiera los santos lugares hebreos. La situación dio un vuelco espectacular en 1967, tras la “guerra de los seis días”, cuando el ejercito judío se apoderó del sector oriental de Jerusalén. Después de sentir el tacto de las milenarias piedras del Muro, políticos y estrategas hebreos afirmaron rotundamente que la ciudad “reconquistada” formará parte para siempre del Estado de Israel.
Los intentos de convertir Jerusalén en la capital “eterna e indivisible” del Estado judío tropezaron, sin embargo, con un sinfín de reticencias por parte de las naciones que mantienen relaciones diplomáticas con Tel Aviv. De hecho, ninguna de las grandes potencias occidentales se decantó por trasladar su embajada a Jerusalén. Sólo un puñado de países pequeños aceptó el ofrecimiento de “emigrar” a la Ciudad Santa; las autoridades judías se hicieron cargo del… alquiler de sus respectivos locales diplomáticos.
Este estado de cosas obligó al establishment político israelí a abrir un nuevo frente: el de los espectaculares hallazgos arqueológicos. Desde hace más de tres lustros, las excavaciones históricas se han convertido en un nuevo arma de los conservadores judíos. Las huellas arqueológicas se utilizan para reivindicar derechos “bíblicos”. No hay que extrañarse, pues, si algunos científicos israelíes insinúan, medio en broma, medio en serio, que su profesión padece el “síndrome de Jerusalén”, ese trastorno psíquico que suele afectar a los peregrinos y que se manifiesta por una extraña y aguda obsesión religiosa.
Una de las últimas manifestaciones de este mal es, al parecer, el descubrimiento o, mejor dicho, la creación de la llamada “Ciudad de David”, un asentamiento – parque temático creado por la misteriosa empresa “Eldad”, dirigida por David Beeri, antiguo miembro de los comandos especiales del ejército judío. La compañía, que cuenta con el apoyo político del Gobierno de Israel y del Ayuntamiento de Jerusalén, está financiada por un grupúsculo de potentados rusos, entre los que figura, según los medios de comunicación estadounidenses, el multimillonario Román Abramovich, dueño del club de fútbol británico Chelsea.
Resulta sumamente difícil obtener la lista de socios de “Eldad”, que ha logrado en menos de dos décadas, adquirir alrededor del 60 por ciento de los terrenos y los edificios de la aldea palestina de Silwan, situada en las inmediaciones del Muro de las Lamentaciones. Hace unos años, cuando las autoridades municipales trataron de expropiar a los propietarios de 80 viviendas de Silwan, la fuerte presión internacional logró frenar las maniobras de los colonos. Sin embargo…
Estiman los arqueólogos judíos, entre los que también figuran algunos altos cargos de la Autoridad Estatal de Monumentos Arqueológicos, que sería sumamente difícil afirmar que la “Ciudad de David” está edificada junto a las ruinas del palacio del monarca, ubicado casualmente en las inmediaciones de la cisterna de Siloah donde, según el Nuevo Testamento, Jesús curó a un ciego.
Conviene señalar que los israelíes no son los únicos protagonistas de esta paranoica batalla por el suelo y subsuelo de Jerusalén. En 1999, la Autoridad Religiosa Islámica ordenó la construcción de una mezquita subterránea bajo de la Explanada de Templo (o de las Mezquitas), para “borrar” las huellas de la existencia del Templo de Salomón. Ello sucedió en una época en la que las banderas israelíes empezaron a flotar sobre los edificios emblemáticos de la Jerusalén árabe. Los musulmanes intentaron contrarrestar la ofensiva judía, pero sin éxito.
¿Y los cristianos? Hoy por hoy, tanto los hebreos como los mahometanos parecen dispuestos a… tolerarlos. Al menos, aparentemente.
Desde la famosa “línea verde” que dividía la ciudad, los israelíes podían contemplar las cúpulas del Santo Sepulcro y de la mezquita de Al Aksa, lugares de culto de las otras dos religiones monoteístas – cristianismo e Islam – pero no lograban entrever siquiera los santos lugares hebreos. La situación dio un vuelco espectacular en 1967, tras la “guerra de los seis días”, cuando el ejercito judío se apoderó del sector oriental de Jerusalén. Después de sentir el tacto de las milenarias piedras del Muro, políticos y estrategas hebreos afirmaron rotundamente que la ciudad “reconquistada” formará parte para siempre del Estado de Israel.
Los intentos de convertir Jerusalén en la capital “eterna e indivisible” del Estado judío tropezaron, sin embargo, con un sinfín de reticencias por parte de las naciones que mantienen relaciones diplomáticas con Tel Aviv. De hecho, ninguna de las grandes potencias occidentales se decantó por trasladar su embajada a Jerusalén. Sólo un puñado de países pequeños aceptó el ofrecimiento de “emigrar” a la Ciudad Santa; las autoridades judías se hicieron cargo del… alquiler de sus respectivos locales diplomáticos.
Este estado de cosas obligó al establishment político israelí a abrir un nuevo frente: el de los espectaculares hallazgos arqueológicos. Desde hace más de tres lustros, las excavaciones históricas se han convertido en un nuevo arma de los conservadores judíos. Las huellas arqueológicas se utilizan para reivindicar derechos “bíblicos”. No hay que extrañarse, pues, si algunos científicos israelíes insinúan, medio en broma, medio en serio, que su profesión padece el “síndrome de Jerusalén”, ese trastorno psíquico que suele afectar a los peregrinos y que se manifiesta por una extraña y aguda obsesión religiosa.
Una de las últimas manifestaciones de este mal es, al parecer, el descubrimiento o, mejor dicho, la creación de la llamada “Ciudad de David”, un asentamiento – parque temático creado por la misteriosa empresa “Eldad”, dirigida por David Beeri, antiguo miembro de los comandos especiales del ejército judío. La compañía, que cuenta con el apoyo político del Gobierno de Israel y del Ayuntamiento de Jerusalén, está financiada por un grupúsculo de potentados rusos, entre los que figura, según los medios de comunicación estadounidenses, el multimillonario Román Abramovich, dueño del club de fútbol británico Chelsea.
Resulta sumamente difícil obtener la lista de socios de “Eldad”, que ha logrado en menos de dos décadas, adquirir alrededor del 60 por ciento de los terrenos y los edificios de la aldea palestina de Silwan, situada en las inmediaciones del Muro de las Lamentaciones. Hace unos años, cuando las autoridades municipales trataron de expropiar a los propietarios de 80 viviendas de Silwan, la fuerte presión internacional logró frenar las maniobras de los colonos. Sin embargo…
Estiman los arqueólogos judíos, entre los que también figuran algunos altos cargos de la Autoridad Estatal de Monumentos Arqueológicos, que sería sumamente difícil afirmar que la “Ciudad de David” está edificada junto a las ruinas del palacio del monarca, ubicado casualmente en las inmediaciones de la cisterna de Siloah donde, según el Nuevo Testamento, Jesús curó a un ciego.
Conviene señalar que los israelíes no son los únicos protagonistas de esta paranoica batalla por el suelo y subsuelo de Jerusalén. En 1999, la Autoridad Religiosa Islámica ordenó la construcción de una mezquita subterránea bajo de la Explanada de Templo (o de las Mezquitas), para “borrar” las huellas de la existencia del Templo de Salomón. Ello sucedió en una época en la que las banderas israelíes empezaron a flotar sobre los edificios emblemáticos de la Jerusalén árabe. Los musulmanes intentaron contrarrestar la ofensiva judía, pero sin éxito.
¿Y los cristianos? Hoy por hoy, tanto los hebreos como los mahometanos parecen dispuestos a… tolerarlos. Al menos, aparentemente.