Cuando
Mijaíl Gorbachov se decantó, hace ya más de veinte años, por la disolución de
la Unión Soviética, los ciudadanos soñaban con convertir a Rusia en la segunda América, en un país
industrializado, fuerte y rico, capaz de competir con la primera potencia
mundial. Ni que decir tiene que los políticos tenían otros designios. En el
Kremlin se barajaba la posibilidad de mantener el poderío militar y económico
de la madre Rusia, de conservar las
prerrogativas de la gran potencia mundial abocada, al menos aparentemente, a la
decadencia. En efecto, durante la década de los 90, muchos analistas
occidentales apostaron por la total y completa desaparición del poderío
ruso-soviético. Craso error; la madre
Rusia estaba… descansando.
Mas los
sueños se esfumaron en los últimos tiempos, cuando Moscú empezó a notar la
creciente presión ejercida en sus fronteras por los países de la Alianza
Atlántica. El resto es harto conocido: la anexión de Crimea, las
manifestaciones (poco) espontáneas de
la plaza Maidan de Kiev, la secesión de las provincias orientales de Ucrania,
las sanciones impuestas por Occidente, la reciente decisión del Alto Mando de
la OTAN de trasladar una brigada de blindados acantonada en Alemania a uno de
los países de la primera línea de combate: Rumanía, Polonia o los Estados
bálticos. Todo ello, en el pos de mantener la estabilidad del flanco oriental
de la Alianza, amenazado por la
presencia de tropas rusas en sus fronteras. Mientras los navíos de guerra
estadounidenses penetraban en el Mar Negro, infringiendo los acuerdos negociados
con Rusia en los años 90, el Kremlin se apresuraba a firmar un tratado de
cooperación militar y económica con Abjasia, una provincia secesionista de
Georgia situada en la orilla del Mar Negro. Abjasia, que proclamó la
independencia en 1999, sólo cuenta con
el reconocimiento formal de Rusia, Nicaragua, Venezuela y Nauru. Según estipula
el tratado, las tropas rusas estacionadas en Abjasia desde hace dos décadas, se
fusionarán con las unidades del ejército abjasio, actuando bajo el mando de un
oficial ruso. Si a ello se le suma la presencia de bases aéreas utilizadas por
aviones militares rusos, se comprende el malestar provocado por la jugada de Putin en algunas capitales
occidentales. De hecho, tanto la UE como la Alianza Atlántica condenaron el
acuerdo que, según su criterio, atenta a la soberanía y la integridad
territorial de Georgia, país que - junto con Ucrania - solicita el ingreso en
la OTAN.
Si bien Rusia logró neutralizar
en su momento los designios de la Alianza, los occidentales no parecen
dispuestos a tirar la toalla. La Alta Representante de la UE para Asuntos
Exteriores y Políticas de Seguridad, Federica Mogherini, acusa a Moscú de poner
en peligro la seguridad regional. Por su parte, el secretario general de la
OTAN, Jens Stlotenberg, considera que el Kremlin infringe los principios de
legalidad internacional, haciendo caso omiso de los compromisos adquiridos por
la Federación Rusa. Los medios de comunicación de Europa Oriental se suman a la
ofensiva ideológica, haciendo hincapié en el deseo de Putin de reforzar la presencia
rusa en el Mar Negro. En realidad, el documento firmado por Vladimir Putin
y su homólogo abjasio Raúl Hajhimba (otro antiguo agente de la KGB), contempla
el incremento de la ayuda económica rusa a Abjasia. La cifra barajada es de…
160 millones de euros.
Pero el
problema es más complejo: mientras la OTAN avanza con pasos agigantados hacia
los confines de la Federación Rusa, el Kremlin no parece tener derecho a
adoptar las medidas estratégicas que considera oportunas. En este
contexto, conviene señalar que el Presidente de la Duma de Estado (Cámara Baja
del Parlamento ruso), Serguei Naryshkin, instó esta semana a los países
europeos a… contemplar la expulsión a los Estados Unidos de la Alianza
Atlántica. El político ruso afirmó, tal vez en clave de humor, que tras la
exclusión de Washington, la seguridad y estabilidad regionales volverán a los
niveles anteriores a la crisis de Ucrania.
La ironía de
Naryshkin difícilmente puede ocultar la preocupación del Kremlin por los
continuos avances de la Eurogermania
de Merkel hacia los feudos moscovitas. Cabe preguntarse si la Canciller cuenta
con incluir a la República Moldova entre sus trofeos de caza.
Si Abjasia
estuviera situada en el estanco de la Casa Blanca, Putin sería, sin duda
alguna, un… peligro para Occidente. Pero de momento, el Mar Negro está ubicado
en la encrucijada entre Asia y Europa, entre Oriente y Occidente.