El Pentágono y la CIA estudian con detenimiento las
circunstancias en las que parte de la ayuda enviada a los combatientes kurdos
de Kobané cayó en manos de los yihadistas del Estado Islámico (IE).
Aparentemente, se trata de una remesa de armas, municiones y medicinas lanzada
en paracaídas por la aviación militar estadounidense. La noticia causó cierto
estupor en los medios periodísticos. Pero los estrategas y los politólogos
achacan ese lamentable error al
empecinamiento de la Administración Obama de no permitir una intervención
terrestre en Siria e Irak. El actual inquilino de la Casa Blanca quiere permanecer fiel a sus
principios; unas normas de conducta que poco o nada tienen que ver con las
leyes de la guerra.
La decisión del Presidente Obama de limitar la ofensiva global contra los radicales del
Estado Islámico a simples ataques aéreos ha sido criticada en reiteradas
ocasiones por la plana mayor del ejército norteamericano. A las quejas de los
generales, partidarios de una contundente acción basada ante todo en la
presencia de unidades de infantería en el escenario del conflicto, se suman las
voces discordantes de algunos gobernantes europeos, dispuestos a recurrir, una
vez más, a la política de la cañonera ideada
por las potencias coloniales. Pero a Obama no le gusta la idea de volver a
mandar a los boys a Oriente Medio.
Demasiado complicado, demasiado peligroso para la credibilidad de quienes
potenciaron las llamadas primaveras
árabes.
Huelga decir que la guerra de Obama no parece
levantar pasiones. Un análisis publicado recientemente por el Departamento de
Estado norteamericano señala que no todos los países que conforman la coalición global que combate al EI se
han comprometido a llevar a cabo acciones concretas contra la agrupación
radical islámica. De hecho, 17 de los 60 miembros de la alianza se han limitado
a manifestar sólo de palabra su apoyo a la guerra sin cuartel contra el Estado
Islámico. Se trata en la mayoría de los casos de Estados de Europa oriental recién
integrados en la OTAN o de candidatos al ingreso en la UE.
Además, la guerra de Obama puso de manifiesto las
diferencias, cada vez más profundas, entre Norteamérica y su principal aliado
musulmán en la zona: Turquía. El país otomano se enorgullece de ser uno de los
miembros fundadores de la Alianza Atlántica. Sin embargo, las autoridades de
Ankara no parecen propensas a avalar todas y cada una de las pautas establecidas
por Washington. En 2003, durante la invasión de Irak, el Gobierno de Recep
Tayiep Erdogan se negó a autorizar el tránsito de las tropas occidentales que
se dirigían al país vecino. Ya en aquél entonces, Ankara alegó la desconfianza
de los turcos hacia la política de Norteamérica, país que se estaba
convirtiendo, según ellos, en el enemigo
potencial de los musulmanes.
En el caso del Estado Islámico, las autoridades
optaron por supeditar la participación turca en la ofensiva contra los
yihadistas a la decisión de Occidente de combatir paralelamente el régimen de
Bashar al Assad. De hecho, Erdogan se negó a apoyar a los kurdos de Kobané
mientras Washington y Bruselas no tomaron cartas en los esfuerzos encaminados a
derrocar al dictador sirio. Pero el día en que Bruselas anunció la adopción de
una serie de sanciones contra Damasco (¿más sanciones?) y Washington dejó
constancia de su determinación de no variar su postura hacia el Partido de los
Trabajadores Kurdos (PKK), considerado por Occidente una organización terrorista, Erdogan accedió a dar luz verde a los
operativos de rescate de Kobané.
Aun así, las relaciones entre Washington y Ankara siguen siendo tensas. El Presidente turco
aprovecha sus comparecencias televisivas para arremeter contra los nuevos Lawrence de Arabia, es decir,
contra los occidentales que, bajo una piel de cordero, tratan de perjudicar los
intereses de los musulmanes. Lawrence, recuerda
Erdogan, fue un espía ingles disfrazado
de árabe. Mas los nuevos Lawrence se
disfrazan de periodistas, religiosos, escritores y terroristas. En resumidas cuentas, son gente de poco fiar.
Huelga decir que la desconfianza es mutua. En las
últimas semanas, Washington llegó a dudar de la fidelidad de los turcos; Turquía,
de la sinceridad de su gran aliado transatlántico. Aunque hoy por hoy, el
divorcio o la separación parecen inconcebibles.