La salida de Donald Trump de la Casa Banca coincidió,
curiosamente, con un sorprendente recrudecimiento de las manifestaciones
belicistas formuladas por los hasta ahora discretos aliados europeos de
Washington. Al enunciado Rusia, nuestro viejo enemigo de Josep Borrell,
Alto Representante para Política Exterior de la Unión Europea, acogido con una
mezcolanza de sorpresa e indignación en el Kremlin, se sumó la no menos diáfana
declaración de Jens Stoltenberg, secretario general de la Alanza Atlántica,
quien añadió más leña al fuego con El diálogo con Rusia tiene que basarse en
la fuerza y en la firmeza. Todo ello, en unos momentos en que el presidente
Biden manifiesta su deseo de reactivar las relaciones de la Administración
estadunidense con los aliados europeos ninguneados o humillados por el
expresidente Trump.
Detalle interesante: las declaraciones de los políticos
europeos parecen abonar el terreno para el inicio de la nueva cruzada de la
Casa Blanca: la ofensiva global para la defensa de los valores democráticos.
Nada sorprendente: Norteamérica suele movilizar sus ejércitos y, por supuesto, su
opinión pública, utilizando el mantra democracia. Curiosamente, el único
caso en el que Washington prefirió no emplear esta palabra fue la guerra contra
Saddam Hussein.
El resurgir de la amenaza de una guerra fría, argumento
empleado ad nauseam por los políticos del Viejo Continente, no encuentra
eco entre politólogos y estrategas de la nueva generación, quienes prefieren
buscar respuestas más sosegadas a la vehemente argumentación de los pseudopacifistas
empeñados en defender los valores tradicionales de Occidente.
Tratemos de llamar las cosas por su nombre: actualmente, el
peligro de un enfrentamiento con Rusia es real. Los importantes cambios
sociopolíticos y estratégicos registrados en las dos últimas décadas han
desembocado en la modificación de las doctrinas militares, de los proyectos de
defensa, de la configuración de los bloques y los confines. Quienes seguían con
preocupación los avances de la carrera nuclear en las décadas de los 60 y 70
del pasado siglo, difícilmente logran asimilar los cambios. Las amenazas se han
multiplicado; los conflictos tradicionales han ido pasando en un segundo plano;
la guerra moderna depende cada vez más de los avances tecnológicos, de la
capacidad destructora de sofisticados artilugios creados por los humanos como
respuesta a los desafíos de la última conflagración mundial. Hablar de tanques
y misiles resulta, hasta cierto punto, anticuado. En las guerras modernas (o
posmodernas, según como se mire), habrá que regirse por un nuevo concepto:
contención. A ello se está dedicando la Red de Expertos UE-Rusia en Política
Exterior, establecida en 2016 por el Consejo de Asuntos Internacionales de
Rusia y la delegación de la Unión Europea en Moscú.
Uno de sus últimos documentos de trabajo elaborados por esta
red de expertos contempla cuatro posibles escenarios para la evolución de las
relaciones entre Moscú y Occidente durante la próxima década: la asociación
fría, la caída en la anarquía, al borde de la guerra y la comunidad
de valores. Aparentemente, todas las hipótesis son válidas. Conviene, pues,
analizarlas con detenimiento.
La asociación fría. La búsqueda de áreas de cooperación comienza con pequeños
pasos. Para que este escenario se materialice, deben registrarse cambios tanto
en la UE como en Rusia.
Cabe suponer que en 2030 la Unión Europea superará por
completo la crisis económica provocada por la pandemia de Covid-19. Como
consecuencia de ello, optará por la adopción de un rumbo de desarrollo
económico independiente, que consiste en la no participación en la rivalidad
entre Estados Unidos y China, así como el mantenimiento de buenas relaciones
con ambas partes. Esto llevaría a la emancipación económica de la Unión,
seguida de la emancipación estratégica. También consistirá en la negativa
de algunos países de la UE miembros de la OTAN de aumentar su presencia militar
en el Este y el incremento de gastos en políticas que podrían percibirse en
Moscú como generadoras de tensiones.
Esta evolución política de la Unión Europea irá acompañada por
cambios en Rusia. En 2024, los rusos optarán por la salida de Putin de la
presidencia y por el inicio de profundas reformas, principalmente en el ámbito
de la digitalización de la administración y la lucha contra la corrupción,
lideradas por Alexander Ogaryov, el joven sucesor del actual inquilino del
Kremlin. El país estará sumido en el estancamiento y descontento
general yla oposición comunista se ira fortaleciendo. Una política interna más
prosocial, abierta a la presencia del capital extranjero facilitaría la
estabilización del país y la reconstrucción gradual de la confianza de
Occidente.
La cuestión de Crimea seguirá enfrentando a Europa y Rusia.
En otras áreas, como por ejemplo Oriente Medio, Moscú adoptará decisiones
"ad hoc", formando alianzas pragmáticas con los miembros de la UE.
La caída en la anarquía. En este escenario, Rusia, severamente afectada por la
crisis provocada por la pandemia Covid-19, logra estabilizar su situación
interna con bastante rapidez, ayudada por el aumento de los precios del
petróleo resultante del conflicto de Oriente Medio, que se acentuará entre 2021y
2022.
Al igual que en el anterior escenario, Putin se marcha
después de 2024, pero es reemplazado por un político que se muestra reacio a
Occidente.
Rusia dependerá cada vez más de sus relaciones con China,
pero Pekín, inmerso en una competencia estratégica con Estados Unidos, no
aprovecha el cambio. Rusia conserva su potencial, pero la percepción de la
Unión Europea es completamente diferente.
Una de las primeras víctimas de este cambio de rumbo sería la
política oriental de la Unión. Algunos países, como Alemania, Italia y Hungría,
querrán conseguir ventajas competitivas en el mercado europeo de hidrocarburos,
utilizando su relación especial con Rusia. Las divisiones inter europeas
se verán acentuadas por las maniobras de los Estados Unidos, país afectado por
la crisis e instigando a la división de los europeos.
En la década 2021-2031, Ucrania no se recuperará de la crisis
económica, a la que se sumará una fuerte polarización política. Rusia,
aprovechando las divisiones de la sociedad ucraniana, intentará ejercer su
influencia en el país vecino. Por su parte, Estados Unidos no estará dispuesto
a involucrarse militarmente en Ucrania. Los separatistas ganarán terreno en la
región de Járkov y establecerán un nuevo Estado, inmediatamente reconocido por Moscú.
Alemania querrá construir su relación especial con Rusia,
independientemente de la opinión de sus aliados occidentales. Como consecuencia
de ello, las divisiones en el seno de la UE se irán profundizando.
Al borde de la guerra. En esta variante, Putin liderará Rusia hasta 2030 y no
se vislumbra su salida del escenario político. Los precios del petróleo se
mantendrán bajos durante la próxima década, pero el Kremlin, que ha construido
una economía fuertemente controlada por el Estado, logrará mantener la
estabilidad política y social sin disminuir su capacidad para imponer una
política de poder.
Europa saldrá fortalecida de la crisis. Las relaciones
transatlánticas serán mejores, ya que Estados Unidos estará dirigido por una Administración
menos crítica con los europeos que durante el mandato de Trump.
La economía europea estará en pleno auge, lo que implicará el
mejoramiento de sus relaciones con China e India.
La situación será completamente distinta en Rusia, que exporta
materias primas y trigo, productos cuya demanda irá disminuyendo.
Tras superar la crisis, Estados Unidos vuelve a la posición
de líder mundial en crecimiento tecnológico. La relación de Washington con
Pekín, tensa y poco amistosa, no evoluciona hacia la hostilidad.
Los problemas internos surgen en China impulsados por la
desaceleración del crecimiento económico y la perspectiva de una buena
cooperación entre Washington y Delhi.
La OTAN está recuperando protagonismo; la presión conjunta de
Estados Unidos y Europa sobre Rusia, incluidas las sanciones, está aumentando
en intensidad. China, poco propensa a verse arrastrada a un conflicto entre las
dos potencias, se aleja gradualmente de Moscú.
Comunidad de valores. Es, según los expertos, el escenario menos realista,
resultante del fortalecimiento de la Unión Europea después del Covid-19 y el
debilitamiento significativo de Rusia, tanto desde el punto de vista económico
como político.
En Rusia, la crisis va acompañada de una creciente oleada de separatismo
regional, fenómeno que surge alrededor de 2027, la desaparición casi completa
de la vieja élite del Kremlin, la parálisis del liderazgo político ante las
dificultades internas y el desvanecimiento del sueño de recobrar el pasado
imperial.
Estas dos tendencias, una Europa fuerte, unida y prudente en
su política exterior y una Rusia debilitada y empobrecida con una nueva élite
gobernante, podrían entorpecer la reconciliación y la cooperación entre los dos
gigantes.
La mayoría de los expertos de la Red UE-Rusia considera, sin
embargo, que el escenario más plausible sería el primero: la asociación fría.
Pero a nivel continental subsisten dos incógnitas: Polonia y Ucrania, países cuya
evolución interna podría afectar seriamente las relaciones de Occidente con Moscú.
La buena noticia: la perspectiva del conflicto armado parece
alejarse. ¿Hasta cuándo?