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domingo, 31 de diciembre de 2023

Belgrado bien vale un Maidan


Esperamos el Maidan de Belgrado el próximo martes. Será de color azul, anunciaba en su cuenta de Internet el politólogo estadunidense Jason Jay Smart, ex consejero de la presidenta de Moldova Maia Sandu y tenaz colaborador del American International Institute, donde solía dedicar la mayor parte del tiempo a los contactos directos e indirectos con la oposición rusa.
Huelga decir que el terreno parecía abonado. Poco después de darse a conocer los resultados de la consulta popular celebrada en Serbia el pasado día 17 de diciembre, una inusual oleada de protestas se adueñó de las calles de la capital serbia. Partidos de oposición al régimen de Alexander Vucic, movimientos sociales, agrupaciones de estudiantes, exigían la anulación del escrutinio, alegando un sinfín de irregularidades cometidas por militantes del Partido Progresista Serbio, liderado por el Presidente.
La Comisión Electoral de la República (RIK) desestimó, sin embargo, el recurso de la opositora Alianza Serbia contra la Violencia. Según los datos oficiales, la coalición del Partido Progresista Serbio (SNS), obtuvo un 46,7% de votos en las elecciones generales. El segundo lugar lo ocupó su principal rival, la Alianza Opositora Serbia contra la Violencia, con el 23,4%, seguida por el Partido Socialista de Serbia con el 6,6%.
Los observadores de la OSCE optaron a su vez por desoír las quejas de los detractores de Alexander Vucic, fabricadas y orquestadas, según fuentes gubernamentales, por los servicios secretos de potencias occidentales europeos y transatlánticos. Las insinuaciones de los políticos de Belgrado apuntaban hacia Berlín y Washington. En ambos casos, los organismos oficiales se apresuraron en desmentir categóricamente las sospechas o alegaciones de los serbios.
Curiosamente, el ambiente de crisis recordaba la crispación que acompañó las últimas horas de la intentona golpista de Turquía en 2016. El rumor de que los servicios de inteligencia rusos advirtieron a la cúpula de Belgrado sobre la inminencia de un golpe de palacio no hizo más que alimentar la tensión. Los medios de comunicación moscovitas no dudaron en disparar contra sus rivales de Bruselas: Úrsula von der Leyen, Josep Borrell, la plana mayor del Alto Mando de la OTAN.
En la mañana del día 31, los rotativos de Moscú anunciaban con grandes titulares: Una reedición del golpe de Estado de Ucrania de 2014 fracasó ayer en Serbia.
Pero, ¿se puede hablar realmente de una intentona golpista? El líder del Partido Radical Serbio y ex viceprimer ministro, Vojislav Seselj, se apresuró en corroborar las sospechas de Vucic, mientras que el líder de la oposición, Dragan Djilas, rechazó las insinuaciones de la prensa progubernamental, que acusan a los detractores del Presidente de estar planeando los incidentes callejeros.
Lo cierto es que los medios de comunicación rusos invitan a sus lectores a centrar la atención en Pavle Grbovich, un joven político que encabeza el Movimiento de Ciudadanos Libres, agrupación adscrita a la Alianza de los Demócratas y Liberales de Europa y que, siempre según los medios moscovitas, está preparado, desde 2020, por los servicios de inteligencia estadounidenses para derrocar al gobierno de Serbia.
Nada menos cierto, afirman los detractores de Alexander Vucic. Estamos luchando para convertirnos en parte de la familia europea y no caer bajo el yugo de Rusia.
Lo que sí es cierto es que los altos cargos de la Unión Europea han tratado de presionar a Belgrado para que se una al régimen de sanciones contra Rusia decretadas tras la invasión de Ucrania en 2022. Alexander Vucic ha rechazado las propuestas de la UE, sabiendo positivamente que su negativa podía poner en peligro la candidatura de Serbia a la UE.
Los occidentales son plenamente conscientes de que las presiones destinadas a obligar a Vucic a renunciar a nuestra política para con Kosovo y Metohija, dejar de apoyar a la República Serbska de Bosnia y Herzegovina o imponer sanciones a Rusia podrán acabar con su carrera política, señala el líder del Partido Radical, Vojislav Seselj.
De momento, la cacareada revolución azul, el Maidan serbio de Jason Smart, sigue siendo un mero espejismo.  ¿Sólo de momento? 


domingo, 24 de julio de 2022

Ucrania: ¿un banco de pruebas?

 

Malas noticias para el presidente ucraniano Volodímir Zelensky. La ministra de Defensa alemana, Christine Lambrecht, ha reconocido que el material bélico que la Bundeswehr está dispuesta a transferir a Ucrania como parte de la asistencia militar germana se está agotando.

Ya no podemos sacar mucho más de los arsenales del Ejército, lo diré claramente; mi colega, el titular de Defensa de Ucrania, también lo sabe, manifestó Lambrecht en una entrevista concedida al rotativo Die Welt. Por otra parte, la ministra reiteró la disposición de su país de seguir apoyando militarmente a Kiev.

A finales de abril, Lambrecht aseguró que Alemania estaba lista para entregar sistemas antiaéreos Cheetah a Ucrania. Aparentemente, el primer envío incluirá 15 baterías antiaéreas y alrededor de 60.000 proyectiles.

En junio, el ministro de Defensa ucranio, Oleksiy Reznikov, anunció que su país había recibido de Alemania obuses autopropulsados ​​Panzerhaubitze 2000 destinados a las unidades de artilleros que recibieron la formación idónea en el país germano. El anuncio coincidió con la publicación en Berlín del primer listado de armamento transferido a Kiev junto con el cronograma de las próximas entregas, que incluyen cañones antiaéreos autopropulsados ​​Gepard, sistemas de defensa aérea IRIS-T, lanzadores múltiples de misiles Mars, camiones y furgonetas. 

Hasta aquí, las malas noticias.

Buenas noticias para la industria de armamentos. Ucrania se ofrece abiertamente, a través de su titular de Defensa, Oleksiy Reznikov, a convertirse en el banco de pruebas del armamento moderno de la OTAN, en el lugar donde puedan ensayar, en escenarios de lucha reales, nuevos artefactos bélicos contra un enemigo con alto potencial militar.

… invitamos a los fabricantes de armas a probar nuevos productos aquí, manifestó recientemente Reznikov, haciendo hincapié en el hecho de que los productores se beneficiarían de la experiencia de combate del ejército ucraniano usando sus armas contra las tropas rusas.

Creo que, para nuestros socios de Polonia, Estados Unidos, Francia o Alemania, sería una buena oportunidad para probar sus equipos. Dadnos el material, haremos la labor y os facilitaremos la información requerida, añadió el ministro durante una entrevista con John Herbst, director del Eurasia Center del Atlantic Council. Reznikov manifestó que algunos equipos, como por ejemplo los sistemas de artillería polacos Krab, se están estrenando en el conflicto entre Rusia y su país.

 

Ucrania es esencialmente un banco de pruebas, subrayó el ministro, señalando que el ejército ruso actuaba de manera similar. Muchas armas se están probando ahora en el campo de batalla. Los rusos actúan de idéntica manera para probar sus sistemas de guerra electrónica o de defensa antiaérea, los misiles de crucero y los cohetes balísticos.

 

Volodímir Zelensky tardó 24 horas en desautorizar las declaraciones de Reznikov, asegurando que… Rusia estaba utilizando el territorio de su país como banco de pruebas. Claro que Zelensky no se dirigía a los representantes de la industria de armamentos, sino a los medios de comunicación occidentales.

 

Conviene recordar que las impactantes y controvertidas palabras de Volodímir Zelensky: lucharemos hasta el último ucranio, que provocaron el inevitable estupor del gran público, desaparecieron por arte de magia de las redes sociales. Sin embargo, varios testigos presenciales, entre los figuran Josep Borrell, Ursula von der Leyen y Jens Stoltenberg, aseguran haberlas oído.  

 

Eso, por si queda la más mínima duda…


viernes, 3 de septiembre de 2021

La brigada del alférez Borrell


La precipitada y caótica retirada de Occidente de Afganistán ha puesto de manifiesto tanto la peligrosísima falta de previsión de la Administración Biden, obligada a recurrir a un sinfín de malabarismos para justificar los múltiples fracasos de su gestión, como la ineptitud de Europa como actor político global.

El actual inquilino de la Casa Blanca ha dejado constancia de que su slogan América ha vuelto debería interpretarse de una manera más restrictiva. En realidad, el lema del presidente estadounidense es Sólo América. El resto del mundo, adversarios o aliados, se merece el mismo displicente trato. Biden no dudó en convertir sus fracasos o errores de cálculo en extraordinarios éxitos. Frases conocidas también en otras latitudes.

Extraordinarios éxitos. Pero ¿de verdad lo fueron la retirada de Kabul, la entrega del poder a los talibanes, el abandono de los nutridos arsenales regalados al enemigo? Joe Biden, tal Poncio Pilato, se lavó las manos.

¿Y sus aliados? Los países occidentales, involucrados durante dos décadas en el operativo de defensa ISAF – OTAN, abandonaron el terreno cumpliendo a rajatabla las indicaciones del mando estadounidense.  La frustración se fue adueñando de los miembros de la Alianza Atlántica, simples peones de esta partida de ajedrez en la que los extraordinarios éxitos de la Casa Blanca compiten con la incontestable victoria del movimiento islámico.  

¿Los europeos? Obligados a actuar a la zaga de Washington, los eurócratas de Bruselas no dudaron en jugar su baza, al sugerir la creación de un ejército europeo independiente. La iniciativa, presentada la pasada semana por el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, experimentó una rápida metamorfosis en los últimos días. El ejército se convirtió en un cuerpo de intervención rápida, el cuerpo, en una brigada integrada por unos 5 a 6.000 efectivos.  Algunos ministros de defensa de países miembros de la Unión Europea apuntaron a cifras más altas – 15 a 20.000 soldados, pero los duendes de la Comisión se apresuraron a rebajar las exigencias. El propio Borrell se comprometió a presentar un borrador de proyecto antes de finales de año, recordando tal vez la regañina que se llevó el presidente galo, Emmanuel Macron, cuando propuso la creación de un dispositivo de defensa europeo desvinculado de la Alianza Atlántica. Donald Trump logró frenar su impulso con un calma, chico. La iniciativa francesa quedó semiarchivada. Pero después de la debacle de Afganistán, a los europeos les pareció lícito resucitarla.  

Huelga decir que el planteamiento no es nuevo. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, los partidarios de la integración europea contemplaron la creación de un mercado interior y de una política exterior y de seguridad coordinada. La Unión Paneuropea, fundada por europeístas de primera hora y presidida por el archiduque Otto von Habsburg, debía albergar la nueva casa europea. Sin embargo, von Habsburg constató que la casa acabó convirtiéndose en … en una aldea.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la estructura supranacional emanante del Tratado de Roma se fijó como objetivo transformar el Viejo Continente en una gran Suiza. Pero siguiendo el modelo francés, sólo consiguió crear una gran Italia. La manía de la armonización institucional y social que prevalece en estos momentos, obliga a los europeos a vivir en una morada estrictamente regulada. Y no cabe la menor duda de que una política exterior y de seguridad común no puede evolucionar mientras los Estados miembros estén asfixiados por una excesiva regulación. 

Hay quien estima que el futuro sistema de defensa común no debería recaer bajo el paraguas de las instituciones comunitarias. Autónomo o vinculado a la estructura de la OTAN, sería más eficaz que un simple brazo armado de Bruselas.  

Consideran los estrategas que no todos los Estados miembros de la Unión deberían pertenecer al sistema de defensa. La participación tendría que ajustarse a las inquietudes de cada nación, que varían según la proximidad a distintas zonas de conflicto: África, Oriente Medio o Rusia. 

La brigada del alférez Borrell debería fijarse, pues, la doble meta de reducir la dependencia militar de los Estados Unidos y actuar como socio estratégico global. Ambiciosos objetivos que descartan a priori el férreo control de los burócratas o eurócratas, llámense como se quiera.  

jueves, 19 de agosto de 2021

Bienvenidos al Emirato Islámico

 

Suiza, mayo de 1983. En la tranquilidad de la campiña ginebrina, los señores de la guerra afganos disfrutan de su five o’clock tea. Vinieron a la Ciudad de Calvino para negociar con los emisarios del Kremlin la retirada de las tropas rusas inmovilizadas en el avispero afgano.

Los rusos se irán muy pronto, vaticinaban los jefes de tribu pashtuns. ¿Qué pasará después? preguntamos. ¿Después? Un extraño silencio se apoderó del grupo. ¿Desconcierto?  ¿Temor? ¿Apocamiento?  La respuesta nos la dio un joven barbudo, que había pasado completamente inadvertido. Será el reino del Islam, del Islam verdadero, del Islam puro…

¿A qué Islam se refiere, preguntamos, al modelo saudí o al iraní?  No, ninguno de los dos; el Islam saudí es corrupto; el iraní, demasiado tibio. Nosotros vamos a implantar el Islam puro.

El joven barbudo se llamaba Osama Bin Laden; acababa de cumplir 25 años.  Unos años más tarde, en 1996, los talibanes – formados en los centros de adestramiento y adoctrinamiento financiados por el emir Bin Laden - fundaron el Emirato Islámico de Afganistán.  

A comienzos de 2002, el fugitivo Bin Laden, perseguido por las tropas estadounidenses que ocuparon Afganistán, advirtió a los occidentales: volveremos dentro de 10 – 15 años. Pero hubo que esperar hasta el 15 de agosto de 2021 para que su promesa se materialice.

Durante años, los talibanes y las fuerzas de ocupación occidentales jugaron al escondite. Los servicios de inteligencia militar de Washington y de la OTAN seguían muy de cerca los desplazamientos de los grupúsculos talibanes, estaban al tanto de sus contactos con los jefes de tribu afganos y los responsables de la seguridad de Kabul. ¿Intervenir? Parecía poco aconsejable. ¿Revelar el escondite de Bin Laden? Más que inoportuno. La pantomima duró hasta la firma del acuerdo de Doha, que contemplaba la retirada de las tropas estadounidenses del país asiático. Joe Biden fue el mero ejecutor de la rendición del Imperio.

El 15 de agosto, los talibanes volvieron a adueñarse de Kabul, proclamando el Emirato Islámico de Afganistán. La suerte está echada.

Y ahora, ¿qué? No vamos a enumerar aquí los ásperos preceptos impuestos por la shari’à (la ley islámica). Los nuevos gobernantes del país afgano aseguran que su aplicación se ajustará a los cánones de la modernidad. Recuerdo las palabras de Bin Laden: el Islam saudí es corrupto; el iraní, demasiado tibio. La variante de los talibanes aún queda por descubrir.

Y ahora, ¿qué? Al parecer, después del sonado fiasco diplomático y verbal del inquilino de la Casa Blanca, incapaz de justificar la entrega exprés de Afganistán, todos y cada uno de los protagonistas de este descomunal vodevil… ¡tiene un plan! Hagamos un breve repaso:

El Acuerdo Abraham, negociado durante el mandato de Donald Trump e invocado por Biden para justificar la claudicación de Washington ante los talibanes no contempla todas las ecuaciones políticas de la zona.  Trump no era un perfeccionista. Al presidente Biden le incumbe recuperar la confianza de sus aliados y restablecer el desvanecido prestigio internacional de los Estados Unidos. ¿Misión imposible?

Hay que hablar con los talibanes; han ganado la guerra, afirma por su parte el socialista catalán Josep Borrell, que ostenta el cargo de jefe de la diplomacia europea. Olvida que una de las reglas de oro de la UE es no tratar con terroristas y con regímenes totalitarios. Pero Borrell es, qué duda cabe, el triste reflejo de un continente a la deriva.

Las dos grandes potencias regionales, Rusia y China, tratarán de sacar provecho del distanciamiento forzoso de Occidente. En los últimos tiempos, el Kremlin trató de establecer un diálogo cortés con las facciones talibanes, artífices de su vergonzosa retirada de Afganistán en 1989. La penetración de elementos radicales en las repúblicas exsoviéticas del Cáucaso se convirtió en una auténtica pesadilla para Moscú. Hoy en día, Rusia trata de evitar la aparición de una nueva marea integrista en sus confines.

Idéntica preocupación tiene China, empeñada en aislar a su población uigur del resto del mundo. Pero sus intereses no se limitan a la simple cuestión étnica. Pekín tratará de reforzar su cooperación con Kabul y abrir una vía terrestre hacia el Golfo Pérsico. A la ruta de la seda podría sumarse una ruta del petróleo. Todo es cuestión de tiempo. Y para los chinos, el tiempo no constituye un obstáculo.

Turquía, convertida en potencia regional, no escatimará esfuerzos para jugar su baza otomana. El imperio estuvo presente en la región. De hecho, el primer hospital inaugurado en Kabul a comienzos del siglo XX fue… el Hospital Otomano.  

Ankara procurará afianzar su presencia en los países musulmanes de Asia, tratando de servir de puente entre éstos y la Europa comunitaria. Además, el régimen de Erdogan podría filtrar a los refugiados afganos, al igual que hizo con los sirios desplazados durante la guerra civil.

Preocupada por la posible vuelta del extremismo de la década de 1990, la República Islámica de Irán debe lidiar con unos vecinos con los que tenía profundas tensiones en los años 90, cuando los talibanes reprimían a los chiitas Hazzara en Afganistán y daban cobijo a elementos de Al Qaeda dispuestos a atacar a Irán. Mas el panorama cambió radicalmente tras la intervención estadounidense.

Actualmente, los medios de comunicación oficiales de Teherán hacen hincapié en la diversidad étnico-religiosa de Afganistán y sugieren a los talibanes implementar su forma de gobierno de conformidad con la voluntad del pueblo. Al régimen de los ayatolas de gustaría convertirse en un ejemplo de convivencia para los afganos. Su tibieza en materia de aplicación de la ley islámica a las minorías étnicas podría servir de ejemplo. Pero hay que darle tiempo al tiempo…

sábado, 6 de marzo de 2021

¿Quién resucita los demonios de la guerra fría?

 

La salida de Donald Trump de la Casa Banca coincidió, curiosamente, con un sorprendente recrudecimiento de las manifestaciones belicistas formuladas por los hasta ahora discretos aliados europeos de Washington. Al enunciado Rusia, nuestro viejo enemigo de Josep Borrell, Alto Representante para Política Exterior de la Unión Europea, acogido con una mezcolanza de sorpresa e indignación en el Kremlin, se sumó la no menos diáfana declaración de Jens Stoltenberg, secretario general de la Alanza Atlántica, quien añadió más leña al fuego con El diálogo con Rusia tiene que basarse en la fuerza y en la firmeza. Todo ello, en unos momentos en que el presidente Biden manifiesta su deseo de reactivar las relaciones de la Administración estadunidense con los aliados europeos ninguneados o humillados por el expresidente Trump.

Detalle interesante: las declaraciones de los políticos europeos parecen abonar el terreno para el inicio de la nueva cruzada de la Casa Blanca: la ofensiva global para la defensa de los valores democráticos. Nada sorprendente: Norteamérica suele movilizar sus ejércitos y, por supuesto, su opinión pública, utilizando el mantra democracia. Curiosamente, el único caso en el que Washington prefirió no emplear esta palabra fue la guerra contra Saddam Hussein. 

El resurgir de la amenaza de una guerra fría, argumento empleado ad nauseam por los políticos del Viejo Continente, no encuentra eco entre politólogos y estrategas de la nueva generación, quienes prefieren buscar respuestas más sosegadas a la vehemente argumentación de los pseudopacifistas empeñados en defender los valores tradicionales de Occidente.

Tratemos de llamar las cosas por su nombre: actualmente, el peligro de un enfrentamiento con Rusia es real. Los importantes cambios sociopolíticos y estratégicos registrados en las dos últimas décadas han desembocado en la modificación de las doctrinas militares, de los proyectos de defensa, de la configuración de los bloques y los confines. Quienes seguían con preocupación los avances de la carrera nuclear en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo, difícilmente logran asimilar los cambios. Las amenazas se han multiplicado; los conflictos tradicionales han ido pasando en un segundo plano; la guerra moderna depende cada vez más de los avances tecnológicos, de la capacidad destructora de sofisticados artilugios creados por los humanos como respuesta a los desafíos de la última conflagración mundial. Hablar de tanques y misiles resulta, hasta cierto punto, anticuado. En las guerras modernas (o posmodernas, según como se mire), habrá que regirse por un nuevo concepto: contención. A ello se está dedicando la Red de Expertos UE-Rusia en Política Exterior, establecida en 2016 por el Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia y la delegación de la Unión Europea en Moscú.

Uno de sus últimos documentos de trabajo elaborados por esta red de expertos contempla cuatro posibles escenarios para la evolución de las relaciones entre Moscú y Occidente durante la próxima década: la asociación fría, la caída en la anarquía, al borde de la guerra y la comunidad de valores. Aparentemente, todas las hipótesis son válidas. Conviene, pues, analizarlas con detenimiento.

La asociación fría. La búsqueda de áreas de cooperación comienza con pequeños pasos. Para que este escenario se materialice, deben registrarse cambios tanto en la UE como en Rusia.

Cabe suponer que en 2030 la Unión Europea superará por completo la crisis económica provocada por la pandemia de Covid-19. Como consecuencia de ello, optará por la adopción de un rumbo de desarrollo económico independiente, que consiste en la no participación en la rivalidad entre Estados Unidos y China, así como el mantenimiento de buenas relaciones con ambas partes. Esto llevaría a la emancipación económica de la Unión, seguida de la emancipación estratégica. También consistirá en la negativa de algunos países de la UE miembros de la OTAN de aumentar su presencia militar en el Este y el incremento de gastos en políticas que podrían percibirse en Moscú como generadoras de tensiones. 

Esta evolución política de la Unión Europea irá acompañada por cambios en Rusia. En 2024, los rusos optarán por la salida de Putin de la presidencia y por el inicio de profundas reformas, principalmente en el ámbito de la digitalización de la administración y la lucha contra la corrupción, lideradas por Alexander Ogaryov, el joven sucesor del actual inquilino del Kremlin. El país estará sumido en el estancamiento y descontento general yla oposición comunista se ira fortaleciendo. Una política interna más prosocial, abierta a la presencia del capital extranjero facilitaría la estabilización del país y la reconstrucción gradual de la confianza de Occidente.

La cuestión de Crimea seguirá enfrentando a Europa y Rusia. En otras áreas, como por ejemplo Oriente Medio, Moscú adoptará decisiones "ad hoc", formando alianzas pragmáticas con los miembros de la UE.

La caída en la anarquía. En este escenario, Rusia, severamente afectada por la crisis provocada por la pandemia Covid-19, logra estabilizar su situación interna con bastante rapidez, ayudada por el aumento de los precios del petróleo resultante del conflicto de Oriente Medio, que se acentuará entre 2021y 2022. 

Al igual que en el anterior escenario, Putin se marcha después de 2024, pero es reemplazado por un político que se muestra reacio a Occidente.

Rusia dependerá cada vez más de sus relaciones con China, pero Pekín, inmerso en una competencia estratégica con Estados Unidos, no aprovecha el cambio. Rusia conserva su potencial, pero la percepción de la Unión Europea es completamente diferente.

Una de las primeras víctimas de este cambio de rumbo sería la política oriental de la Unión. Algunos países, como Alemania, Italia y Hungría, querrán conseguir ventajas competitivas en el mercado europeo de hidrocarburos, utilizando su relación especial con Rusia. Las divisiones inter europeas se verán acentuadas por las maniobras de los Estados Unidos, país afectado por la crisis e instigando a la división de los europeos.

En la década 2021-2031, Ucrania no se recuperará de la crisis económica, a la que se sumará una fuerte polarización política. Rusia, aprovechando las divisiones de la sociedad ucraniana, intentará ejercer su influencia en el país vecino. Por su parte, Estados Unidos no estará dispuesto a involucrarse militarmente en Ucrania. Los separatistas ganarán terreno en la región de Járkov y establecerán un nuevo Estado, inmediatamente reconocido por Moscú.

Alemania querrá construir su relación especial con Rusia, independientemente de la opinión de sus aliados occidentales. Como consecuencia de ello, las divisiones en el seno de la UE se irán profundizando.

Al borde de la guerra. En esta variante, Putin liderará Rusia hasta 2030 y no se vislumbra su salida del escenario político. Los precios del petróleo se mantendrán bajos durante la próxima década, pero el Kremlin, que ha construido una economía fuertemente controlada por el Estado, logrará mantener la estabilidad política y social sin disminuir su capacidad para imponer una política de poder.

Europa saldrá fortalecida de la crisis. Las relaciones transatlánticas serán mejores, ya que Estados Unidos estará dirigido por una Administración menos crítica con los europeos que durante el mandato de Trump. 

La economía europea estará en pleno auge, lo que implicará el mejoramiento de sus relaciones con China e India.

La situación será completamente distinta en Rusia, que exporta materias primas y trigo, productos cuya demanda irá disminuyendo. 

Tras superar la crisis, Estados Unidos vuelve a la posición de líder mundial en crecimiento tecnológico. La relación de Washington con Pekín, tensa y poco amistosa, no evoluciona hacia la hostilidad. 

Los problemas internos surgen en China impulsados por la desaceleración del crecimiento económico y la perspectiva de una buena cooperación entre Washington y Delhi.

La OTAN está recuperando protagonismo; la presión conjunta de Estados Unidos y Europa sobre Rusia, incluidas las sanciones, está aumentando en intensidad. China, poco propensa a verse arrastrada a un conflicto entre las dos potencias, se aleja gradualmente de Moscú. 

Comunidad de valores. Es, según los expertos, el escenario menos realista, resultante del fortalecimiento de la Unión Europea después del Covid-19 y el debilitamiento significativo de Rusia, tanto desde el punto de vista económico como político.

En Rusia, la crisis va acompañada de una creciente oleada de separatismo regional, fenómeno que surge alrededor de 2027, la desaparición casi completa de la vieja élite del Kremlin, la parálisis del liderazgo político ante las dificultades internas y el desvanecimiento del sueño de recobrar el pasado imperial.

Estas dos tendencias, una Europa fuerte, unida y prudente en su política exterior y una Rusia debilitada y empobrecida con una nueva élite gobernante, podrían entorpecer la reconciliación y la cooperación entre los dos gigantes.  

La mayoría de los expertos de la Red UE-Rusia considera, sin embargo, que el escenario más plausible sería el primero: la asociación fría. Pero a nivel continental subsisten dos incógnitas: Polonia y Ucrania, países cuya evolución interna podría afectar seriamente las relaciones de Occidente con Moscú.

La buena noticia: la perspectiva del conflicto armado parece alejarse.  ¿Hasta cuándo?


viernes, 12 de febrero de 2021

No estorbe, señor Borrell


Imaginen que un político español, catalán y para más inri, socialista moderado, como solía decir, tiempo ha, George Bush Jr., decidiera plantar cara a una columna de blindados rusos. ¿Cuál sería el desenlace? Lo más probable es que la columna acabe arrollando a nuestro protagonista, por muy Alto Representante de la Diplomacia Europea que pretenda ser.

Es lo que sucedió la pasada semana, cuando nuestro hombre, Josep Borrell, recién estrenado Míster Europa de la UE, aterrizó en Moscú para reclamar, en nombre de “los 27”, la liberación del disidente ruso Alekseí Navalni, acérrimo detractor de la corrupción que se había adueñado de la “madre Rusia” y… archienemigo de Vladimir Putin.

Con la autoridad de la que está investido por la Comisión Europea, Borrell pretendió cantarle las cuarenta al dueño del Kremlin. No esperaba, sin embargo, la respuesta contundente del jefe de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, comandante de la columna de blindados que le recordó a los “presos políticos” de su Cataluña natal. Una manera poco elegante de acoger a un huésped que, a su vez, pretendía entrometerse en los asuntos internos de una gran potencia.

Sí, Rusia había perdido el peso específico que tenía en el tablero de los “grandes” hasta finales de la década de los 80 del pasado siglo. Sin embargo, los dueños del Kremlin siguen moviendo los hilos de la alta política internacional. Tal vez con un poco más de discreción, pero con la soberbia de siempre.

No, el President Pujol no fue el único que andaba vanagloriándose ante el   mundo “Som 6 millons” (Somos seis millones). Los rusos, seres libres o lacayos del zar Putin, son 147 millones y no reniegan de la grandeza de su pasado imperial o del temido a la vez que odiado renombre del país de los soviets. No, los rusos no han perdido el rumbo de la historia. Sus opciones pueden ser erróneas, no coincidir con las apuestas estratégicas de Bruselas, pero son intrínsicamente suyas. El mensaje dirigido por Lavrov a los comunitarios fue muy claro: “No estorbe, Borrell; no estorbe, Europa”.

Los resultados de las recientes elecciones presidenciales norteamericanas obligan al Kremlin a centrarse en acciones híbridas en suelo europeo, donde hay un mayor espacio de maniobra para las actividades encubiertas de Moscú, apoyadas por la acción de un importante lobby prorruso.

Si bien es cierto que la nueva configuración política de Washington no entorpecerá la hasta ahora fluida comunicación con Moscú, cabe suponer que la administración Biden se mostrará más firme que su predecesora en las relaciones con Rusia. El tono gélido de la declaración de la Casa Blanca sobre las consultas bipartitas para desarme sugiere que el Kremlin no tiene motivos para confiar en un pronto restablecimiento de relaciones cordiales con los Estados Unidos. La renovación del Tratado START habrá sido un mero compromiso.

Una relación más cautelosa con la nueva Administración estadounidense implicará la búsqueda de nuevos enfoques en los contactos con Bruselas. Los atlantistas estiman que a partir de ahora el principal objetivo del Kremlin será desestabilización y el debilitamiento de las instituciones europeas. El supuesto deterioro de la salud de Putin, hipótesis respaldada por los informes del Servicio de Inteligencia de Ucrania, no parece ser una razón suficiente para obstaculizar la ofensiva rusa.  He aquí, en líneas generales, una síntesis del razonamiento de los estrategas de la OTAN:

Mientras la UE mantenga sus fronteras actuales, especialmente en el Este, Rusia será incapaz de ampliar su esfera de influencia, que se reduce al espacio postsoviético, a países como Bielorrusia, Moldavia y Ucrania. Aun así, Moscú se enfrenta a varios desafíos, como la existencia de un modelo sociopolítico diferente, el de las democracias liberales basadas en el reconocimiento del Estado de derecho, modelo que funciona exitosamente, convirtiéndose en un buen ejemplo para las repúblicas exsoviéticas.  La Política Europea de Vecindad y los incentivos concedidos a países dispuestos a implementar reformas sociopolíticas presupone otro aliciente. Tal vez por ello a Moscú le interese socavar a la Europa comunitaria desde dentro. Mientras Bruselas centra su atención en los problemas internos, su capacidad de analizar los cambios surgidos más allá de sus fronteras está limitada. Además, una Europa que se enfrenta a dificultades económicas y conflictos sociales ya no es un modelo por seguir. Tal vez por ello,  los Estados propensos a abandonar el bloque comunitario podrían convertirse en presas fáciles para los adeptos del poder blando.

El Brexit es, sin duda, el mejor ejemplo de esta hipótesis de trabajo.  El Brexit afecta a la UE en su conjunto y sienta un precedente para otras retiradas, aunque es posible que los líderes de distintas corrientes antieuropeístas desistan de seguir el ejemplo británico. De hecho, queda por ver la evolución del Brexit a medio o largo plazo.

También conviene analizar la actitud de Putin hacia la UE, especialmente después de la adopción por el Parlamento Europeo, en septiembre de 2019, de la resolución que establece que tanto la Alemania nazi como la Unión Soviética fueron responsables por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En los últimos años, Rusia se ha empeñado en promover su propia versión de la historia, en la que la URSS aparece como víctima de la agresión nazi, y no como país que - antes de ser invadido por Alemania - había firmado, en agosta de 1930,  un Tratado de No Agresión con Berlín (el Pacto Molotov-Ribbentrop), atacado a Polonia, anexionado los Estados bálticos y parte de Rumanía.

Tras el reciente conflicto entre Azerbaiyán y Armenia, Rusia ha aumentado su presencia militar en Transcaucasia. En Georgia, la actuación del actual partido gobernante beneficia los intereses del Kremlin.

En Moldavia, a pesar del ascenso al poder de la proeuropea Maia Sandu, las fuerzas prorrusas apuestan por una contundente victoria en las futuras elecciones parlamentarias.

 La crisis política se está acentuando también en Bielorrusia, hasta ahora feudo de Moscú.

Rusia tratará de obstaculizar por todos los medios la integración europea y euroatlántica de Ucrania. El conflicto latente en el Donbás se percibe como una herramienta empleada por el Kremlin para influir en la política exterior de Ucrania.

Para el Kremlin, es vital mantener a la península de Crimea en la Federación Rusa. Moscú dispone de todo un arsenal de medios para influir en el actual liderazgo de Kiev.

Fuera de su antigua zona de influencia, Moscú trata de ingerirse en la situación política de los Balcanes Occidentales. La reciente adhesión de Macedonia a la OTAN constituye un fracaso para los rusos, quienes pretenden influir en los asuntos internos de Montenegro, Bosnia y Herzegovina.

Rusia está tratando de aprovechar las corrientes nacionalistas y xenófobas de los países miembros del llamado “grupo de Visegrad” – Polonia y Hungría – que rechazan sistemáticamente los ukases de Bruselas, y atizar el fuego del enfrentamiento franco alemán en torno al oleoducto NordStream2, de gran importancia para Alemania y su economía. El objetivo final del Kremlin es, sin duda, el levantamiento de las sanciones aplicadas por Occidente después de la invasión de Crimea.  Para ello, Putin no dudará en seducir a sus adversarios con la promesa de crecimiento económico sostenido. Poco importa si ello implica violar los principios éticos de los integrantes del “club” de Bruselas. ¿Los “principios éticos”?

El fiasco de la misión de Josep Borrell a Rusia debería hacernos reflexionar sobre la necesidad de hallar respuestas asimétricas. No basta con loar la singularidad de la Unión Europea; hay que determinar la coherencia y eficacia de sus acciones diplomáticas futuras.