Esperamos el Maidan de
Belgrado el próximo martes. Será de color azul, anunciaba
en su cuenta de Internet el politólogo estadunidense Jason Jay Smart, ex
consejero de la presidenta de Moldova Maia Sandu y tenaz colaborador del
American International Institute, donde solía dedicar la mayor parte del tiempo
a los contactos directos e indirectos con la oposición rusa.
Huelga decir que el
terreno parecía abonado. Poco después de darse a conocer los resultados de la
consulta popular celebrada en Serbia el pasado día 17 de diciembre, una inusual
oleada de protestas se adueñó de las calles de la capital serbia. Partidos de
oposición al régimen de Alexander Vucic, movimientos sociales, agrupaciones de
estudiantes, exigían la anulación del escrutinio, alegando un sinfín de
irregularidades cometidas por militantes del Partido Progresista Serbio,
liderado por el Presidente.
La Comisión Electoral
de la República (RIK) desestimó, sin embargo, el recurso de la opositora Alianza
Serbia contra la Violencia. Según los datos oficiales, la coalición del Partido
Progresista Serbio (SNS), obtuvo un 46,7% de votos en las elecciones generales.
El segundo lugar lo ocupó su principal rival, la Alianza Opositora Serbia
contra la Violencia, con el 23,4%, seguida por el Partido Socialista de Serbia
con el 6,6%.
Los observadores de la
OSCE optaron a su vez por desoír las quejas de los detractores de Alexander
Vucic, fabricadas y orquestadas, según fuentes gubernamentales, por los
servicios secretos de potencias occidentales europeos y transatlánticos. Las
insinuaciones de los políticos de Belgrado apuntaban hacia Berlín y Washington.
En ambos casos, los organismos oficiales se apresuraron en desmentir
categóricamente las sospechas o alegaciones de los serbios.
Curiosamente, el
ambiente de crisis recordaba la crispación que acompañó las últimas horas de la
intentona golpista de Turquía en 2016. El rumor de que los servicios de
inteligencia rusos advirtieron a la cúpula de Belgrado sobre la inminencia de
un golpe de palacio no hizo más que alimentar la tensión. Los medios de
comunicación moscovitas no dudaron en disparar contra sus rivales de Bruselas:
Úrsula von der Leyen, Josep Borrell, la plana mayor del Alto Mando de la OTAN.
En la mañana del día
31, los rotativos de Moscú anunciaban con grandes titulares: Una reedición
del golpe de Estado de Ucrania de 2014 fracasó ayer en Serbia.
Pero, ¿se puede hablar
realmente de una intentona golpista? El líder del Partido Radical Serbio y ex
viceprimer ministro, Vojislav Seselj, se apresuró en corroborar las sospechas
de Vucic, mientras que el líder de la oposición, Dragan Djilas, rechazó las insinuaciones
de la prensa progubernamental, que acusan a los detractores del Presidente de
estar planeando los incidentes callejeros.
Lo
cierto es que los medios de comunicación rusos invitan a sus lectores a
centrar la atención en Pavle Grbovich, un joven político que encabeza el Movimiento
de Ciudadanos Libres, agrupación adscrita a la Alianza de los Demócratas y
Liberales de Europa y que, siempre según los medios moscovitas, está preparado,
desde 2020, por los servicios de inteligencia estadounidenses para derrocar
al gobierno de Serbia.
Nada
menos cierto, afirman los detractores
de Alexander Vucic. Estamos luchando para convertirnos en parte de la
familia europea y no caer bajo el yugo de Rusia.
Los
occidentales son plenamente conscientes de que las presiones destinadas a obligar
a Vucic a renunciar a nuestra política para con Kosovo y Metohija, dejar de
apoyar a la República Serbska de Bosnia y Herzegovina o imponer sanciones a
Rusia podrán acabar con su carrera política, señala el líder del Partido Radical, Vojislav Seselj.
De
momento, la cacareada revolución azul, el Maidan serbio de Jason Smart, sigue
siendo un mero espejismo. ¿Sólo de momento?
domingo, 31 de diciembre de 2023
Belgrado bien vale un Maidan
domingo, 24 de julio de 2022
Ucrania: ¿un banco de pruebas?
Malas noticias para el presidente
ucraniano Volodímir Zelensky. La ministra de Defensa alemana, Christine
Lambrecht, ha reconocido que el material bélico que la Bundeswehr está dispuesta
a transferir a Ucrania como parte de la asistencia militar germana se está
agotando.
Ya no podemos sacar mucho más de los
arsenales del Ejército, lo diré claramente; mi colega, el titular de Defensa de
Ucrania, también lo sabe, manifestó Lambrecht en una
entrevista concedida al rotativo Die Welt. Por otra parte, la
ministra reiteró la disposición de su país de seguir apoyando militarmente a
Kiev.
A finales de abril, Lambrecht
aseguró que Alemania estaba lista para entregar sistemas antiaéreos Cheetah
a Ucrania. Aparentemente, el primer envío incluirá 15 baterías antiaéreas
y alrededor de 60.000 proyectiles.
En junio, el ministro de Defensa ucranio,
Oleksiy Reznikov, anunció que su país había recibido de Alemania obuses
autopropulsados Panzerhaubitze 2000 destinados a las unidades
de artilleros que recibieron la formación idónea en el país germano. El
anuncio coincidió con la publicación en Berlín del primer listado de armamento
transferido a Kiev junto con el cronograma de las próximas entregas, que
incluyen cañones antiaéreos autopropulsados Gepard, sistemas de
defensa aérea IRIS-T, lanzadores múltiples de misiles Mars,
camiones y furgonetas.
Hasta aquí, las malas noticias.
Buenas noticias para
la industria de armamentos. Ucrania se ofrece abiertamente, a través de su titular
de Defensa, Oleksiy Reznikov, a convertirse en el banco de pruebas del
armamento moderno de la OTAN, en el lugar donde puedan ensayar, en escenarios de
lucha reales, nuevos artefactos bélicos contra un enemigo con alto potencial
militar.
… invitamos a los
fabricantes de armas a probar nuevos productos aquí, manifestó recientemente Reznikov, haciendo
hincapié en el hecho de que los productores se beneficiarían de la experiencia
de combate del ejército ucraniano usando sus armas contra las tropas rusas.
Creo que,
para nuestros socios de Polonia, Estados Unidos, Francia o Alemania, sería una
buena oportunidad para probar sus equipos. Dadnos el material, haremos la
labor y os facilitaremos la información requerida, añadió
el ministro durante una entrevista con John
Herbst, director del
Eurasia Center del Atlantic Council. Reznikov manifestó que algunos
equipos, como por ejemplo los sistemas de artillería polacos Krab, se están
estrenando en el conflicto entre Rusia y su país.
Ucrania
es esencialmente un banco de pruebas,
subrayó el ministro, señalando que el ejército ruso actuaba de manera similar. Muchas
armas se están probando ahora en el campo de batalla. Los rusos actúan de
idéntica manera para probar sus sistemas de guerra electrónica o de defensa
antiaérea, los misiles de crucero y los cohetes balísticos.
Volodímir
Zelensky tardó 24 horas en desautorizar
las declaraciones de Reznikov, asegurando que… Rusia estaba utilizando
el territorio de su país como banco de pruebas. Claro que Zelensky
no se dirigía a los representantes de la industria de armamentos, sino a los
medios de comunicación occidentales.
Conviene
recordar que las impactantes y controvertidas palabras de Volodímir Zelensky:
lucharemos hasta el último ucranio, que provocaron el inevitable estupor
del gran público, desaparecieron por arte de magia de las redes sociales. Sin
embargo, varios testigos presenciales, entre los figuran Josep Borrell, Ursula
von der Leyen y Jens Stoltenberg, aseguran haberlas oído.
Eso,
por si queda la más mínima duda…
viernes, 3 de septiembre de 2021
La brigada del alférez Borrell
La precipitada y caótica retirada de Occidente de
Afganistán ha puesto de manifiesto tanto la peligrosísima falta de previsión de
la Administración Biden, obligada a recurrir a un sinfín de malabarismos para
justificar los múltiples fracasos de su gestión, como la ineptitud de Europa
como actor político global.
El actual inquilino de la Casa Blanca ha dejado
constancia de que su slogan América ha vuelto debería interpretarse de
una manera más restrictiva. En realidad, el lema del presidente estadounidense es
Sólo América. El resto del mundo, adversarios o aliados, se merece el
mismo displicente trato. Biden no dudó en convertir sus fracasos o errores de
cálculo en extraordinarios éxitos. Frases conocidas también en otras latitudes.
Extraordinarios éxitos. Pero ¿de verdad lo
fueron la retirada de Kabul, la entrega del poder a los talibanes, el abandono
de los nutridos arsenales regalados al enemigo? Joe Biden, tal Poncio Pilato,
se lavó las manos.
¿Y sus aliados? Los países occidentales, involucrados
durante dos décadas en el operativo de defensa ISAF – OTAN, abandonaron el terreno
cumpliendo a rajatabla las indicaciones del mando estadounidense. La frustración se fue adueñando de los
miembros de la Alianza Atlántica, simples peones de esta partida de ajedrez en
la que los extraordinarios éxitos de la Casa Blanca compiten con la incontestable
victoria del movimiento islámico.
¿Los europeos? Obligados a actuar a la zaga de
Washington, los eurócratas de Bruselas no dudaron en jugar su baza, al sugerir
la creación de un ejército europeo independiente. La iniciativa, presentada la
pasada semana por el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, experimentó
una rápida metamorfosis en los últimos días. El ejército se convirtió en
un cuerpo de intervención rápida, el cuerpo, en una brigada
integrada por unos 5 a 6.000 efectivos. Algunos
ministros de defensa de países miembros de la Unión Europea apuntaron a cifras
más altas – 15 a 20.000 soldados, pero los duendes de la Comisión se
apresuraron a rebajar las exigencias. El propio Borrell se comprometió a
presentar un borrador de proyecto antes de finales de año, recordando tal vez
la regañina que se llevó el presidente galo, Emmanuel Macron, cuando propuso la
creación de un dispositivo de defensa europeo desvinculado de la Alianza
Atlántica. Donald Trump logró frenar su impulso con un calma, chico. La
iniciativa francesa quedó semiarchivada. Pero después de la debacle de
Afganistán, a los europeos les pareció lícito resucitarla.
Huelga decir
que el planteamiento no es nuevo. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, los partidarios
de la integración europea contemplaron la creación de un mercado interior y de una
política exterior y de seguridad coordinada. La Unión Paneuropea, fundada
por europeístas de primera hora y presidida por el archiduque Otto von Habsburg,
debía albergar la nueva casa europea. Sin embargo, von Habsburg constató
que la casa acabó convirtiéndose en … en una aldea.
Después de la
Segunda Guerra Mundial, la estructura supranacional emanante del Tratado de
Roma se fijó como objetivo transformar el Viejo Continente en una gran
Suiza. Pero siguiendo el modelo francés, sólo consiguió crear una gran
Italia. La manía de la armonización institucional y social que prevalece en
estos momentos, obliga a los europeos a vivir en una morada estrictamente
regulada. Y no cabe la menor duda de que una política exterior y de seguridad común no puede
evolucionar mientras los Estados miembros estén asfixiados por una excesiva
regulación.
Hay quien estima que el futuro sistema de defensa
común no debería recaer bajo el paraguas de las instituciones comunitarias. Autónomo
o vinculado a la estructura de la OTAN, sería más eficaz que un simple brazo
armado de Bruselas.
Consideran los estrategas que no todos los Estados
miembros de la Unión deberían pertenecer al sistema de defensa. La
participación tendría que ajustarse a las inquietudes de cada nación, que
varían según la proximidad a distintas zonas de conflicto: África, Oriente
Medio o Rusia.
La brigada del alférez Borrell debería fijarse, pues, la doble meta de reducir la dependencia militar de los Estados Unidos y actuar como socio estratégico global. Ambiciosos objetivos que descartan a priori el férreo control de los burócratas o eurócratas, llámense como se quiera.
jueves, 19 de agosto de 2021
Bienvenidos al Emirato Islámico
Suiza, mayo de 1983. En la tranquilidad de la campiña
ginebrina, los señores de la guerra afganos disfrutan de su five o’clock
tea. Vinieron a la Ciudad de Calvino para negociar con los emisarios del
Kremlin la retirada de las tropas rusas inmovilizadas en el avispero afgano.
Los rusos se irán muy pronto, vaticinaban los jefes de
tribu pashtuns. ¿Qué pasará después? preguntamos. ¿Después? Un
extraño silencio se apoderó del grupo. ¿Desconcierto? ¿Temor? ¿Apocamiento? La respuesta nos la dio un joven barbudo,
que había pasado completamente inadvertido. Será el reino del Islam, del
Islam verdadero, del Islam puro…
¿A qué Islam se refiere, preguntamos, al modelo
saudí o al iraní? No, ninguno de los
dos; el Islam saudí es corrupto; el iraní, demasiado tibio. Nosotros vamos a
implantar el Islam puro.
El joven barbudo se llamaba Osama Bin Laden; acababa
de cumplir 25 años. Unos años más
tarde, en 1996, los talibanes – formados en los centros de adestramiento y
adoctrinamiento financiados por el emir Bin Laden - fundaron el Emirato Islámico de Afganistán.
A comienzos de 2002, el fugitivo Bin Laden, perseguido
por las tropas estadounidenses que ocuparon Afganistán, advirtió a los occidentales:
volveremos dentro de 10 – 15 años. Pero hubo que esperar hasta el 15 de
agosto de 2021 para que su promesa se materialice.
Durante años, los talibanes y las fuerzas de ocupación
occidentales jugaron al escondite. Los servicios de inteligencia militar de
Washington y de la OTAN seguían muy de cerca los desplazamientos de los
grupúsculos talibanes, estaban al tanto de sus contactos con los jefes de tribu
afganos y los responsables de la seguridad de Kabul. ¿Intervenir? Parecía poco
aconsejable. ¿Revelar el escondite de Bin Laden? Más que inoportuno. La
pantomima duró hasta la firma del acuerdo de Doha, que contemplaba la retirada
de las tropas estadounidenses del país asiático. Joe Biden fue el mero ejecutor
de la rendición del Imperio.
El 15 de agosto, los talibanes volvieron a adueñarse
de Kabul, proclamando el Emirato Islámico de Afganistán. La suerte está
echada.
Y ahora, ¿qué? No vamos a enumerar aquí los ásperos
preceptos impuestos por la shari’à (la ley islámica). Los nuevos
gobernantes del país afgano aseguran que su aplicación se ajustará a los
cánones de la modernidad. Recuerdo las palabras de Bin Laden: el
Islam saudí es corrupto; el iraní, demasiado tibio. La variante de los
talibanes aún queda por descubrir.
Y ahora, ¿qué? Al parecer, después del sonado fiasco
diplomático y verbal del inquilino de la Casa Blanca, incapaz de justificar la
entrega exprés de Afganistán, todos y cada uno de los protagonistas de
este descomunal vodevil… ¡tiene un plan! Hagamos un breve repaso:
El Acuerdo Abraham, negociado durante el mandato de
Donald Trump e invocado por Biden para justificar la claudicación de Washington
ante los talibanes no contempla todas las ecuaciones políticas de la zona. Trump no era un perfeccionista. Al presidente
Biden le incumbe recuperar la confianza de sus aliados y restablecer el
desvanecido prestigio internacional de los Estados Unidos. ¿Misión imposible?
Hay que hablar con los talibanes; han ganado la
guerra, afirma
por su parte el socialista catalán Josep Borrell, que ostenta el cargo de jefe
de la diplomacia europea. Olvida que una de las reglas de oro de la UE es no
tratar con terroristas y con regímenes totalitarios. Pero Borrell
es, qué duda cabe, el triste reflejo de un continente a la deriva.
Las dos grandes potencias regionales, Rusia y China,
tratarán de sacar provecho del distanciamiento forzoso de Occidente. En los
últimos tiempos, el Kremlin trató de establecer un diálogo cortés con las
facciones talibanes, artífices de su vergonzosa retirada de Afganistán en 1989.
La penetración de elementos radicales en las repúblicas exsoviéticas del Cáucaso
se convirtió en una auténtica pesadilla para Moscú. Hoy en día, Rusia trata de
evitar la aparición de una nueva marea integrista en sus confines.
Idéntica preocupación tiene China, empeñada en aislar
a su población uigur del resto del mundo. Pero sus intereses no se limitan a la
simple cuestión étnica. Pekín tratará de reforzar su cooperación con Kabul y
abrir una vía terrestre hacia el Golfo Pérsico. A la ruta de la seda podría
sumarse una ruta del petróleo. Todo es cuestión de tiempo. Y para los
chinos, el tiempo no constituye un obstáculo.
Turquía, convertida en potencia regional, no
escatimará esfuerzos para jugar su baza otomana. El imperio estuvo
presente en la región. De hecho, el primer hospital inaugurado en Kabul a
comienzos del siglo XX fue… el Hospital Otomano.
Ankara procurará afianzar su presencia en los países musulmanes
de Asia, tratando de servir de puente entre éstos y la Europa comunitaria. Además,
el régimen de Erdogan podría filtrar a los refugiados afganos, al igual
que hizo con los sirios desplazados durante la guerra civil.
Preocupada por la posible vuelta del extremismo de la
década de 1990, la República Islámica de Irán debe lidiar con unos vecinos con
los que tenía profundas tensiones en los años 90, cuando los talibanes
reprimían a los chiitas Hazzara en Afganistán y daban cobijo a elementos
de Al Qaeda dispuestos a atacar a Irán. Mas el panorama cambió radicalmente
tras la intervención estadounidense.
Actualmente, los medios de comunicación oficiales de Teherán hacen hincapié en la diversidad étnico-religiosa de Afganistán y sugieren a los talibanes implementar su forma de gobierno de conformidad con la voluntad del pueblo. Al régimen de los ayatolas de gustaría convertirse en un ejemplo de convivencia para los afganos. Su tibieza en materia de aplicación de la ley islámica a las minorías étnicas podría servir de ejemplo. Pero hay que darle tiempo al tiempo…
sábado, 6 de marzo de 2021
¿Quién resucita los demonios de la guerra fría?
La salida de Donald Trump de la Casa Banca coincidió,
curiosamente, con un sorprendente recrudecimiento de las manifestaciones
belicistas formuladas por los hasta ahora discretos aliados europeos de
Washington. Al enunciado Rusia, nuestro viejo enemigo de Josep Borrell,
Alto Representante para Política Exterior de la Unión Europea, acogido con una
mezcolanza de sorpresa e indignación en el Kremlin, se sumó la no menos diáfana
declaración de Jens Stoltenberg, secretario general de la Alanza Atlántica,
quien añadió más leña al fuego con El diálogo con Rusia tiene que basarse en
la fuerza y en la firmeza. Todo ello, en unos momentos en que el presidente
Biden manifiesta su deseo de reactivar las relaciones de la Administración
estadunidense con los aliados europeos ninguneados o humillados por el
expresidente Trump.
Detalle interesante: las declaraciones de los políticos
europeos parecen abonar el terreno para el inicio de la nueva cruzada de la
Casa Blanca: la ofensiva global para la defensa de los valores democráticos.
Nada sorprendente: Norteamérica suele movilizar sus ejércitos y, por supuesto, su
opinión pública, utilizando el mantra democracia. Curiosamente, el único
caso en el que Washington prefirió no emplear esta palabra fue la guerra contra
Saddam Hussein.
El resurgir de la amenaza de una guerra fría, argumento
empleado ad nauseam por los políticos del Viejo Continente, no encuentra
eco entre politólogos y estrategas de la nueva generación, quienes prefieren
buscar respuestas más sosegadas a la vehemente argumentación de los pseudopacifistas
empeñados en defender los valores tradicionales de Occidente.
Tratemos de llamar las cosas por su nombre: actualmente, el
peligro de un enfrentamiento con Rusia es real. Los importantes cambios
sociopolíticos y estratégicos registrados en las dos últimas décadas han
desembocado en la modificación de las doctrinas militares, de los proyectos de
defensa, de la configuración de los bloques y los confines. Quienes seguían con
preocupación los avances de la carrera nuclear en las décadas de los 60 y 70
del pasado siglo, difícilmente logran asimilar los cambios. Las amenazas se han
multiplicado; los conflictos tradicionales han ido pasando en un segundo plano;
la guerra moderna depende cada vez más de los avances tecnológicos, de la
capacidad destructora de sofisticados artilugios creados por los humanos como
respuesta a los desafíos de la última conflagración mundial. Hablar de tanques
y misiles resulta, hasta cierto punto, anticuado. En las guerras modernas (o
posmodernas, según como se mire), habrá que regirse por un nuevo concepto:
contención. A ello se está dedicando la Red de Expertos UE-Rusia en Política
Exterior, establecida en 2016 por el Consejo de Asuntos Internacionales de
Rusia y la delegación de la Unión Europea en Moscú.
Uno de sus últimos documentos de trabajo elaborados por esta
red de expertos contempla cuatro posibles escenarios para la evolución de las
relaciones entre Moscú y Occidente durante la próxima década: la asociación
fría, la caída en la anarquía, al borde de la guerra y la comunidad
de valores. Aparentemente, todas las hipótesis son válidas. Conviene, pues,
analizarlas con detenimiento.
La asociación fría. La búsqueda de áreas de cooperación comienza con pequeños
pasos. Para que este escenario se materialice, deben registrarse cambios tanto
en la UE como en Rusia.
Cabe suponer que en 2030 la Unión Europea superará por
completo la crisis económica provocada por la pandemia de Covid-19. Como
consecuencia de ello, optará por la adopción de un rumbo de desarrollo
económico independiente, que consiste en la no participación en la rivalidad
entre Estados Unidos y China, así como el mantenimiento de buenas relaciones
con ambas partes. Esto llevaría a la emancipación económica de la Unión,
seguida de la emancipación estratégica. También consistirá en la negativa
de algunos países de la UE miembros de la OTAN de aumentar su presencia militar
en el Este y el incremento de gastos en políticas que podrían percibirse en
Moscú como generadoras de tensiones.
Esta evolución política de la Unión Europea irá acompañada por
cambios en Rusia. En 2024, los rusos optarán por la salida de Putin de la
presidencia y por el inicio de profundas reformas, principalmente en el ámbito
de la digitalización de la administración y la lucha contra la corrupción,
lideradas por Alexander Ogaryov, el joven sucesor del actual inquilino del
Kremlin. El país estará sumido en el estancamiento y descontento
general yla oposición comunista se ira fortaleciendo. Una política interna más
prosocial, abierta a la presencia del capital extranjero facilitaría la
estabilización del país y la reconstrucción gradual de la confianza de
Occidente.
La cuestión de Crimea seguirá enfrentando a Europa y Rusia.
En otras áreas, como por ejemplo Oriente Medio, Moscú adoptará decisiones
"ad hoc", formando alianzas pragmáticas con los miembros de la UE.
La caída en la anarquía. En este escenario, Rusia, severamente afectada por la
crisis provocada por la pandemia Covid-19, logra estabilizar su situación
interna con bastante rapidez, ayudada por el aumento de los precios del
petróleo resultante del conflicto de Oriente Medio, que se acentuará entre 2021y
2022.
Al igual que en el anterior escenario, Putin se marcha
después de 2024, pero es reemplazado por un político que se muestra reacio a
Occidente.
Rusia dependerá cada vez más de sus relaciones con China,
pero Pekín, inmerso en una competencia estratégica con Estados Unidos, no
aprovecha el cambio. Rusia conserva su potencial, pero la percepción de la
Unión Europea es completamente diferente.
Una de las primeras víctimas de este cambio de rumbo sería la
política oriental de la Unión. Algunos países, como Alemania, Italia y Hungría,
querrán conseguir ventajas competitivas en el mercado europeo de hidrocarburos,
utilizando su relación especial con Rusia. Las divisiones inter europeas
se verán acentuadas por las maniobras de los Estados Unidos, país afectado por
la crisis e instigando a la división de los europeos.
En la década 2021-2031, Ucrania no se recuperará de la crisis
económica, a la que se sumará una fuerte polarización política. Rusia,
aprovechando las divisiones de la sociedad ucraniana, intentará ejercer su
influencia en el país vecino. Por su parte, Estados Unidos no estará dispuesto
a involucrarse militarmente en Ucrania. Los separatistas ganarán terreno en la
región de Járkov y establecerán un nuevo Estado, inmediatamente reconocido por Moscú.
Alemania querrá construir su relación especial con Rusia,
independientemente de la opinión de sus aliados occidentales. Como consecuencia
de ello, las divisiones en el seno de la UE se irán profundizando.
Al borde de la guerra. En esta variante, Putin liderará Rusia hasta 2030 y no
se vislumbra su salida del escenario político. Los precios del petróleo se
mantendrán bajos durante la próxima década, pero el Kremlin, que ha construido
una economía fuertemente controlada por el Estado, logrará mantener la
estabilidad política y social sin disminuir su capacidad para imponer una
política de poder.
Europa saldrá fortalecida de la crisis. Las relaciones
transatlánticas serán mejores, ya que Estados Unidos estará dirigido por una Administración
menos crítica con los europeos que durante el mandato de Trump.
La economía europea estará en pleno auge, lo que implicará el
mejoramiento de sus relaciones con China e India.
La situación será completamente distinta en Rusia, que exporta
materias primas y trigo, productos cuya demanda irá disminuyendo.
Tras superar la crisis, Estados Unidos vuelve a la posición
de líder mundial en crecimiento tecnológico. La relación de Washington con
Pekín, tensa y poco amistosa, no evoluciona hacia la hostilidad.
Los problemas internos surgen en China impulsados por la
desaceleración del crecimiento económico y la perspectiva de una buena
cooperación entre Washington y Delhi.
La OTAN está recuperando protagonismo; la presión conjunta de
Estados Unidos y Europa sobre Rusia, incluidas las sanciones, está aumentando
en intensidad. China, poco propensa a verse arrastrada a un conflicto entre las
dos potencias, se aleja gradualmente de Moscú.
Comunidad de valores. Es, según los expertos, el escenario menos realista,
resultante del fortalecimiento de la Unión Europea después del Covid-19 y el
debilitamiento significativo de Rusia, tanto desde el punto de vista económico
como político.
En Rusia, la crisis va acompañada de una creciente oleada de separatismo
regional, fenómeno que surge alrededor de 2027, la desaparición casi completa
de la vieja élite del Kremlin, la parálisis del liderazgo político ante las
dificultades internas y el desvanecimiento del sueño de recobrar el pasado
imperial.
Estas dos tendencias, una Europa fuerte, unida y prudente en
su política exterior y una Rusia debilitada y empobrecida con una nueva élite
gobernante, podrían entorpecer la reconciliación y la cooperación entre los dos
gigantes.
La mayoría de los expertos de la Red UE-Rusia considera, sin
embargo, que el escenario más plausible sería el primero: la asociación fría.
Pero a nivel continental subsisten dos incógnitas: Polonia y Ucrania, países cuya
evolución interna podría afectar seriamente las relaciones de Occidente con Moscú.
La buena noticia: la perspectiva del conflicto armado parece
alejarse. ¿Hasta cuándo?
viernes, 12 de febrero de 2021
No estorbe, señor Borrell
Imaginen que un político español, catalán y para más inri, socialista moderado, como solía decir, tiempo ha, George Bush Jr., decidiera plantar cara a una columna de blindados rusos. ¿Cuál sería el desenlace? Lo más probable es que la columna acabe arrollando a nuestro protagonista, por muy Alto Representante de la Diplomacia Europea que pretenda ser.
Es lo que sucedió la pasada
semana, cuando nuestro hombre, Josep Borrell, recién estrenado Míster Europa de
la UE, aterrizó en Moscú para reclamar, en nombre de “los 27”, la liberación
del disidente ruso Alekseí Navalni, acérrimo detractor de la corrupción que se
había adueñado de la “madre Rusia” y… archienemigo de Vladimir Putin.
Con la autoridad de la que está investido
por la Comisión Europea, Borrell pretendió cantarle las cuarenta al dueño del
Kremlin. No esperaba, sin embargo, la respuesta contundente del jefe de la
diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, comandante de la columna de blindados que le
recordó a los “presos políticos” de su Cataluña natal. Una manera poco elegante
de acoger a un huésped que, a su vez, pretendía entrometerse en los asuntos
internos de una gran potencia.
Sí, Rusia había perdido el peso
específico que tenía en el tablero de los “grandes” hasta finales de la década
de los 80 del pasado siglo. Sin embargo, los dueños del Kremlin siguen moviendo
los hilos de la alta política internacional. Tal vez con un poco más de
discreción, pero con la soberbia de siempre.
No, el President Pujol no fue el
único que andaba vanagloriándose ante el
mundo “Som 6 millons” (Somos seis millones). Los rusos, seres libres o
lacayos del zar Putin, son 147 millones y no reniegan de la grandeza de su pasado
imperial o del temido a la vez que odiado renombre del país de los soviets. No,
los rusos no han perdido el rumbo de la historia. Sus opciones pueden ser
erróneas, no coincidir con las apuestas estratégicas de Bruselas, pero son intrínsicamente
suyas. El mensaje dirigido por Lavrov a los comunitarios fue muy claro: “No
estorbe, Borrell; no estorbe, Europa”.
Los resultados de las recientes elecciones
presidenciales norteamericanas obligan al Kremlin a centrarse en acciones
híbridas en suelo europeo, donde hay un mayor espacio de maniobra para las
actividades encubiertas de Moscú, apoyadas por la acción de un importante lobby
prorruso.
Si bien es cierto que la nueva
configuración política de Washington no entorpecerá la hasta ahora fluida
comunicación con Moscú, cabe suponer que la administración Biden se mostrará
más firme que su predecesora en las relaciones con Rusia. El tono gélido de la
declaración de la Casa Blanca sobre las consultas bipartitas para desarme
sugiere que el Kremlin no tiene motivos para confiar en un pronto
restablecimiento de relaciones cordiales con los Estados Unidos. La renovación
del Tratado START habrá sido un mero compromiso.
Una relación más cautelosa con la
nueva Administración estadounidense implicará la búsqueda de nuevos enfoques en
los contactos con Bruselas. Los atlantistas estiman que a partir de ahora el
principal objetivo del Kremlin será desestabilización y el debilitamiento de
las instituciones europeas. El supuesto deterioro de la salud de Putin,
hipótesis respaldada por los informes del Servicio de Inteligencia de Ucrania,
no parece ser una razón suficiente para obstaculizar la ofensiva rusa. He aquí, en líneas generales, una síntesis
del razonamiento de los estrategas de la OTAN:
Mientras la UE mantenga sus
fronteras actuales, especialmente en el Este, Rusia será incapaz de ampliar su
esfera de influencia, que se reduce al espacio postsoviético, a países como
Bielorrusia, Moldavia y Ucrania. Aun así, Moscú se enfrenta a varios desafíos,
como la existencia de un modelo sociopolítico diferente, el de las democracias
liberales basadas en el reconocimiento del Estado de derecho, modelo que
funciona exitosamente, convirtiéndose en un buen ejemplo para las repúblicas
exsoviéticas. La Política Europea de Vecindad
y los incentivos concedidos a países dispuestos a implementar reformas
sociopolíticas presupone otro aliciente. Tal vez por ello a Moscú le interese
socavar a la Europa comunitaria desde dentro. Mientras Bruselas centra su
atención en los problemas internos, su capacidad de analizar los cambios surgidos
más allá de sus fronteras está limitada. Además, una Europa que se enfrenta a
dificultades económicas y conflictos sociales ya no es un modelo por seguir. Tal
vez por ello, los Estados propensos a
abandonar el bloque comunitario podrían convertirse en presas fáciles para los
adeptos del poder blando.
El Brexit es, sin duda, el mejor
ejemplo de esta hipótesis de trabajo. El
Brexit afecta a la UE en su conjunto y sienta un precedente para otras retiradas,
aunque es posible que los líderes de distintas corrientes antieuropeístas desistan
de seguir el ejemplo británico. De hecho, queda por ver la evolución del Brexit
a medio o largo plazo.
También conviene analizar la
actitud de Putin hacia la UE, especialmente después de la adopción por el
Parlamento Europeo, en septiembre de 2019, de la resolución que establece que
tanto la Alemania nazi como la Unión Soviética fueron responsables por el estallido
de la Segunda Guerra Mundial. En los últimos años, Rusia se ha empeñado en promover
su propia versión de la historia, en la que la URSS aparece como víctima de la
agresión nazi, y no como país que - antes de ser invadido por Alemania - había
firmado, en agosta de 1930, un Tratado
de No Agresión con Berlín (el Pacto Molotov-Ribbentrop), atacado a Polonia,
anexionado los Estados bálticos y parte de Rumanía.
Tras el reciente conflicto entre
Azerbaiyán y Armenia, Rusia ha aumentado su presencia militar en Transcaucasia.
En Georgia, la actuación del actual partido gobernante beneficia los intereses
del Kremlin.
En Moldavia, a pesar del ascenso
al poder de la proeuropea Maia Sandu, las fuerzas prorrusas apuestan por una
contundente victoria en las futuras elecciones parlamentarias.
La crisis política se está acentuando también en
Bielorrusia, hasta ahora feudo de Moscú.
Rusia tratará de obstaculizar por
todos los medios la integración europea y euroatlántica de Ucrania. El
conflicto latente en el Donbás se percibe como una herramienta empleada por el
Kremlin para influir en la política exterior de Ucrania.
Para el Kremlin, es vital
mantener a la península de Crimea en la Federación Rusa. Moscú dispone de todo
un arsenal de medios para influir en el actual liderazgo de Kiev.
Fuera de su antigua zona de
influencia, Moscú trata de ingerirse en la situación política de los Balcanes
Occidentales. La reciente adhesión de Macedonia a la OTAN constituye un fracaso
para los rusos, quienes pretenden influir en los asuntos internos de
Montenegro, Bosnia y Herzegovina.
Rusia está tratando de aprovechar
las corrientes nacionalistas y xenófobas de los países miembros del llamado
“grupo de Visegrad” – Polonia y Hungría – que rechazan sistemáticamente los ukases
de Bruselas, y atizar el fuego del enfrentamiento franco alemán en torno al
oleoducto NordStream2, de gran importancia para Alemania y su economía. El
objetivo final del Kremlin es, sin duda, el levantamiento de las sanciones
aplicadas por Occidente después de la invasión de Crimea. Para ello, Putin no dudará en seducir a sus
adversarios con la promesa de crecimiento económico sostenido. Poco importa si
ello implica violar los principios éticos de los integrantes del “club” de
Bruselas. ¿Los “principios éticos”?