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viernes, 3 de septiembre de 2021

La brigada del alférez Borrell


La precipitada y caótica retirada de Occidente de Afganistán ha puesto de manifiesto tanto la peligrosísima falta de previsión de la Administración Biden, obligada a recurrir a un sinfín de malabarismos para justificar los múltiples fracasos de su gestión, como la ineptitud de Europa como actor político global.

El actual inquilino de la Casa Blanca ha dejado constancia de que su slogan América ha vuelto debería interpretarse de una manera más restrictiva. En realidad, el lema del presidente estadounidense es Sólo América. El resto del mundo, adversarios o aliados, se merece el mismo displicente trato. Biden no dudó en convertir sus fracasos o errores de cálculo en extraordinarios éxitos. Frases conocidas también en otras latitudes.

Extraordinarios éxitos. Pero ¿de verdad lo fueron la retirada de Kabul, la entrega del poder a los talibanes, el abandono de los nutridos arsenales regalados al enemigo? Joe Biden, tal Poncio Pilato, se lavó las manos.

¿Y sus aliados? Los países occidentales, involucrados durante dos décadas en el operativo de defensa ISAF – OTAN, abandonaron el terreno cumpliendo a rajatabla las indicaciones del mando estadounidense.  La frustración se fue adueñando de los miembros de la Alianza Atlántica, simples peones de esta partida de ajedrez en la que los extraordinarios éxitos de la Casa Blanca compiten con la incontestable victoria del movimiento islámico.  

¿Los europeos? Obligados a actuar a la zaga de Washington, los eurócratas de Bruselas no dudaron en jugar su baza, al sugerir la creación de un ejército europeo independiente. La iniciativa, presentada la pasada semana por el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, experimentó una rápida metamorfosis en los últimos días. El ejército se convirtió en un cuerpo de intervención rápida, el cuerpo, en una brigada integrada por unos 5 a 6.000 efectivos.  Algunos ministros de defensa de países miembros de la Unión Europea apuntaron a cifras más altas – 15 a 20.000 soldados, pero los duendes de la Comisión se apresuraron a rebajar las exigencias. El propio Borrell se comprometió a presentar un borrador de proyecto antes de finales de año, recordando tal vez la regañina que se llevó el presidente galo, Emmanuel Macron, cuando propuso la creación de un dispositivo de defensa europeo desvinculado de la Alianza Atlántica. Donald Trump logró frenar su impulso con un calma, chico. La iniciativa francesa quedó semiarchivada. Pero después de la debacle de Afganistán, a los europeos les pareció lícito resucitarla.  

Huelga decir que el planteamiento no es nuevo. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, los partidarios de la integración europea contemplaron la creación de un mercado interior y de una política exterior y de seguridad coordinada. La Unión Paneuropea, fundada por europeístas de primera hora y presidida por el archiduque Otto von Habsburg, debía albergar la nueva casa europea. Sin embargo, von Habsburg constató que la casa acabó convirtiéndose en … en una aldea.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la estructura supranacional emanante del Tratado de Roma se fijó como objetivo transformar el Viejo Continente en una gran Suiza. Pero siguiendo el modelo francés, sólo consiguió crear una gran Italia. La manía de la armonización institucional y social que prevalece en estos momentos, obliga a los europeos a vivir en una morada estrictamente regulada. Y no cabe la menor duda de que una política exterior y de seguridad común no puede evolucionar mientras los Estados miembros estén asfixiados por una excesiva regulación. 

Hay quien estima que el futuro sistema de defensa común no debería recaer bajo el paraguas de las instituciones comunitarias. Autónomo o vinculado a la estructura de la OTAN, sería más eficaz que un simple brazo armado de Bruselas.  

Consideran los estrategas que no todos los Estados miembros de la Unión deberían pertenecer al sistema de defensa. La participación tendría que ajustarse a las inquietudes de cada nación, que varían según la proximidad a distintas zonas de conflicto: África, Oriente Medio o Rusia. 

La brigada del alférez Borrell debería fijarse, pues, la doble meta de reducir la dependencia militar de los Estados Unidos y actuar como socio estratégico global. Ambiciosos objetivos que descartan a priori el férreo control de los burócratas o eurócratas, llámense como se quiera.  

jueves, 19 de agosto de 2021

Bienvenidos al Emirato Islámico

 

Suiza, mayo de 1983. En la tranquilidad de la campiña ginebrina, los señores de la guerra afganos disfrutan de su five o’clock tea. Vinieron a la Ciudad de Calvino para negociar con los emisarios del Kremlin la retirada de las tropas rusas inmovilizadas en el avispero afgano.

Los rusos se irán muy pronto, vaticinaban los jefes de tribu pashtuns. ¿Qué pasará después? preguntamos. ¿Después? Un extraño silencio se apoderó del grupo. ¿Desconcierto?  ¿Temor? ¿Apocamiento?  La respuesta nos la dio un joven barbudo, que había pasado completamente inadvertido. Será el reino del Islam, del Islam verdadero, del Islam puro…

¿A qué Islam se refiere, preguntamos, al modelo saudí o al iraní?  No, ninguno de los dos; el Islam saudí es corrupto; el iraní, demasiado tibio. Nosotros vamos a implantar el Islam puro.

El joven barbudo se llamaba Osama Bin Laden; acababa de cumplir 25 años.  Unos años más tarde, en 1996, los talibanes – formados en los centros de adestramiento y adoctrinamiento financiados por el emir Bin Laden - fundaron el Emirato Islámico de Afganistán.  

A comienzos de 2002, el fugitivo Bin Laden, perseguido por las tropas estadounidenses que ocuparon Afganistán, advirtió a los occidentales: volveremos dentro de 10 – 15 años. Pero hubo que esperar hasta el 15 de agosto de 2021 para que su promesa se materialice.

Durante años, los talibanes y las fuerzas de ocupación occidentales jugaron al escondite. Los servicios de inteligencia militar de Washington y de la OTAN seguían muy de cerca los desplazamientos de los grupúsculos talibanes, estaban al tanto de sus contactos con los jefes de tribu afganos y los responsables de la seguridad de Kabul. ¿Intervenir? Parecía poco aconsejable. ¿Revelar el escondite de Bin Laden? Más que inoportuno. La pantomima duró hasta la firma del acuerdo de Doha, que contemplaba la retirada de las tropas estadounidenses del país asiático. Joe Biden fue el mero ejecutor de la rendición del Imperio.

El 15 de agosto, los talibanes volvieron a adueñarse de Kabul, proclamando el Emirato Islámico de Afganistán. La suerte está echada.

Y ahora, ¿qué? No vamos a enumerar aquí los ásperos preceptos impuestos por la shari’à (la ley islámica). Los nuevos gobernantes del país afgano aseguran que su aplicación se ajustará a los cánones de la modernidad. Recuerdo las palabras de Bin Laden: el Islam saudí es corrupto; el iraní, demasiado tibio. La variante de los talibanes aún queda por descubrir.

Y ahora, ¿qué? Al parecer, después del sonado fiasco diplomático y verbal del inquilino de la Casa Blanca, incapaz de justificar la entrega exprés de Afganistán, todos y cada uno de los protagonistas de este descomunal vodevil… ¡tiene un plan! Hagamos un breve repaso:

El Acuerdo Abraham, negociado durante el mandato de Donald Trump e invocado por Biden para justificar la claudicación de Washington ante los talibanes no contempla todas las ecuaciones políticas de la zona.  Trump no era un perfeccionista. Al presidente Biden le incumbe recuperar la confianza de sus aliados y restablecer el desvanecido prestigio internacional de los Estados Unidos. ¿Misión imposible?

Hay que hablar con los talibanes; han ganado la guerra, afirma por su parte el socialista catalán Josep Borrell, que ostenta el cargo de jefe de la diplomacia europea. Olvida que una de las reglas de oro de la UE es no tratar con terroristas y con regímenes totalitarios. Pero Borrell es, qué duda cabe, el triste reflejo de un continente a la deriva.

Las dos grandes potencias regionales, Rusia y China, tratarán de sacar provecho del distanciamiento forzoso de Occidente. En los últimos tiempos, el Kremlin trató de establecer un diálogo cortés con las facciones talibanes, artífices de su vergonzosa retirada de Afganistán en 1989. La penetración de elementos radicales en las repúblicas exsoviéticas del Cáucaso se convirtió en una auténtica pesadilla para Moscú. Hoy en día, Rusia trata de evitar la aparición de una nueva marea integrista en sus confines.

Idéntica preocupación tiene China, empeñada en aislar a su población uigur del resto del mundo. Pero sus intereses no se limitan a la simple cuestión étnica. Pekín tratará de reforzar su cooperación con Kabul y abrir una vía terrestre hacia el Golfo Pérsico. A la ruta de la seda podría sumarse una ruta del petróleo. Todo es cuestión de tiempo. Y para los chinos, el tiempo no constituye un obstáculo.

Turquía, convertida en potencia regional, no escatimará esfuerzos para jugar su baza otomana. El imperio estuvo presente en la región. De hecho, el primer hospital inaugurado en Kabul a comienzos del siglo XX fue… el Hospital Otomano.  

Ankara procurará afianzar su presencia en los países musulmanes de Asia, tratando de servir de puente entre éstos y la Europa comunitaria. Además, el régimen de Erdogan podría filtrar a los refugiados afganos, al igual que hizo con los sirios desplazados durante la guerra civil.

Preocupada por la posible vuelta del extremismo de la década de 1990, la República Islámica de Irán debe lidiar con unos vecinos con los que tenía profundas tensiones en los años 90, cuando los talibanes reprimían a los chiitas Hazzara en Afganistán y daban cobijo a elementos de Al Qaeda dispuestos a atacar a Irán. Mas el panorama cambió radicalmente tras la intervención estadounidense.

Actualmente, los medios de comunicación oficiales de Teherán hacen hincapié en la diversidad étnico-religiosa de Afganistán y sugieren a los talibanes implementar su forma de gobierno de conformidad con la voluntad del pueblo. Al régimen de los ayatolas de gustaría convertirse en un ejemplo de convivencia para los afganos. Su tibieza en materia de aplicación de la ley islámica a las minorías étnicas podría servir de ejemplo. Pero hay que darle tiempo al tiempo…