Hay palabras
malsonantes, expresiones que no tienen sentido alguno, términos que pretenden
ocultar aciagas realidades. La mal llamada “nueva normalidad” introducida
recientemente por los poderes facticos que rigen los destinos del planeta
Tierra procura ocultar perspectivas poco halagüeñas.
Sí, es cierto:
nos inducen a pensar que “ya nada será como antes”, que la “nueva normalidad”
nos coloca en el umbral de un largo período de transición, que el camino que
toca recorrer será largo y sinuoso, que el mundo venidero será una amalgama de
tecnología y ecología, de justicia y probidad. Un sistema social modélico, sólo
imaginable en los cuentos de ciencia ficción escritos, allá por los años 30 ó
50 del siglo pasado, por cándidos autores que confiaban en la honradez, la
bondad y la nobleza del ser humano. La quimera se desvaneció unas décadas
después, cuando el Mal surgió de las tinieblas; nuestro bucólico Universo se
tornó en un mosaico de señoríos antagónicos perpetuamente enfrentados. El Bien
y el Mal compartían -al igual que en los modernos videojuegos- victorias y
derrotas. No, decididamente; ya nada es como antes. Ni lo será a partir de
ahora: en la “nueva normalidad” no encontraremos ideales ni… ética. Ni
entusiasmo, ni afán de superación.
Afrontaremos
resignados, pues, las malas nuevas engendradas por los cerebros binarios de los
ordenadores, fríamente expuestas por grupos de ignotos expertos surgidos de las
entrañas de sociedades acalambradas. Pero habrá que aceptar ¡qué remedio! sus
catastróficas previsiones.
Un
ejemplo concreto de los previsibles descalabros que se avecinan lo hallamos en un
voluminoso informe preparado por los analistas económicos de la Deutsche Bank,
divulgado la pasada semana. Los expertos del mayor instituto financiero germano
advierten que el mundo está en el umbral de un nuevo ciclo estructural, que no
dudan en tildar de… “era del desorden”, una etapa en la que presenciaremos la drástica
modificación de las estructuras económicas, de los sistemas políticos y, por
ende, del modo de vida de los pobladores del Planeta.
El espectacular deterioro de los tejidos económicos y sociales registrado en los primeros meses de la actual pandemia se irá acrecentando. Tanto los Gobiernos como las grandes empresas industriales optarán por un mayor endeudamiento. La próxima década será decisiva para la vitalidad Europa, cada vez más aislada en un mundo “desglobalizado”, cuyos principales protagonistas serán los dos gigantes de la economía: los Estados Unidos y China. Las guerras comerciales se tornarán en el común denominador de las relaciones entre Estados. La propia Unión Europea corre el riesgo de atomizarse. Los economistas no descartan la creación de tres o cuatro subgrupos de países, cuyos intereses no serán forzosamente convergentes. Esta división incluiría los siguientes bloques: Europa central (Francia, Alemania, Bélgica, Países Bajos, Austria), Europa oriental (los países de Europa del Este y Rusia), Europa meridional (Italia, España, Grecia, Chipre y Malta), el Reino Unido y su aliada, Norteamérica.
El estudio de la Deutsche Bank hace hincapié en una serie de factores que condicionarían la “Era del desorden”, que podrían resumirse de la siguiente manera:
· Un
reto para la supervivencia de Europa;
· El
incremento de la deuda, mayor “centrifugado” de capitales;
· La
disyuntiva inflación o deflación;
· El
incremento de las desigualdades, que podría generar reacciones violentas y cambios
a nivel sociedad;
· El
ensanchamiento de la brecha intergeneracional;
· El
debate sobre el cambio climático;
· La
revolución tecnológica o estancamiento
Conclusión de los expertos alemanes: No hay que extrapolar los tímidos pasos de la “nueva normalidad” con las tendencias pasadas, con la época de bonanza de las décadas de los 50 – 80, que acabamos de dejar atrás. Sería uno de los peores errores que el “hombre nuevo” podría cometer; ya nada será como antes.
Poco estimulantes perspectivas; ¿verdad, estimado lector?