viernes, 16 de marzo de 2018

Turquía: una controvertida ley electoral


Con un acalorado debate ideológico y varios episodios de violencia física finalizó el pasado lunes el debate parlamentario sobre la modificación de la Ley Electoral turca.  Finalmente, los diputados islamistas se alzaron con la victoria: la nueva ley abre la vía al proceso de transición del sistema parlamentarista, vigente en las últimas décadas, al presidencialismo, que consolida el liderazgo del Jefe de Estado. 

Los partidos de oposición laicos – kemalistas, kurdos y comunistas – estiman que los 26 artículos de la  nueva normativa legal facilitarán la manipulación de las próximas elecciones generales y presidenciales, previstas para noviembre de 2019. Los miembros del Partido Republicano del Pueblo (CHP), agrupación de centro izquierda creada por Mustafá Kemal Atatürk, estiman que la nueva ley afectará la transparencia del proceso electoral.
  
En efecto, la nueva normativa permite fusionar los colegios electorales, trasladar las urnas de una circunscripción a otra, validar las papeletas que carecen del sello oficial de los respectivos locales de voto, practica poco ortodoxa denunciada durante el referéndum de 2017, cuando el partido del presidente Erdogan logró una victoria muy ajustada con el 51,4 por ciento de sufragios a favor. 

La nueva ley contempla la creación de las hasta ahora prohibidas alianzas electorales, deseadas por el minúsculo Partido de Acción Nacionalista (MHP), movimiento ultraderechista de corte religioso, incapaz de alcanzar el 10 por ciento de los votos necesarios para estar presente en la Cámara. Sin embargo, una posible y muy probable coalición con el partido de Erdogan (AKP), le permitiría tener diputados en el Parlamento, asegurando la mayoría a la corriente islámica.

Otro aspecto controvertido es la presencia de las fuerzas del orden en los locales de voto, para “impedir posibles maniobras intimidatorias” por parte del grupo armado kurdo PKK.  Esa intervención  podría producirse a petición de….¡una sola persona! 

Los diputados kurdos estiman que dicha maniobra de los islamistas deja vislumbrar la perspectiva de elecciones anticipadas, algo que el Gobierno descarta públicamente. 

Por su parte, los kemalistas del Partido Republicano del Pueblo amenazan con recurrir la ley ante el Tribunal Constitucional. “El que hace la ley hace la trampa”, afirma el portavoz del CHP. En este caso concreto, la trampa infringe el orden constitucional de la República Turca. 

Los comicios de 2019 serán claves para reforzar el liderazgo del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), liderado por Recep Tayyip  Erdogan, o de la coalición AKP – MHP, futuro “bloque islámico”. Ello le permitiría al Presidente Erdogan perpetuarse en el poder hasta 2029 y modificar, una vez por todas, la estructura del actual sistema político turco.

lunes, 5 de marzo de 2018

Los buenos, los malos y los ilusos


En el verano de 2010, cuando el Tribunal Constitucional español publicó el fallo que declaraba inconstitucionales 14 de los 223 artículos del Estatuto de Autonomía de Cataluña, un afamado politólogo madrileño pronunció la entonces inexplicable frase: nos encaminamos, forzosamente, hacia la secesión

Secesión fue la palabra que nadie se atrevió a pronunciar hasta el verano de 2017. Mas cuando los políticos descubrieron el vocablo, era demasiado tarde; el mal ya estaba hecho. El camino se había recorrido sin pena; los secesionistas estuvieron a punto de ganar la batalla al hipócrita silencio oficial.
¿Hacia dónde nos lleva la hipocresía? La hipocresía de los poderes fácticos que rigen los destinos de nuestro Planeta. Porque hay hipocresía por doquier. 

Veamos un poco. Cuando Donald Trump afirma que Rusia, China y Corea del Norte constituyen las mayores amenazas para la prosperidad de los Estados Unidos y, de paso, del mundo occidental, nadie se atreve a rebatir sus imperiales argumentos; unos argumentos que encuentran su debido (o tal vez, indebido) eco en los medios de comunicación del mundo libre. Rusia representa el sempiterno peligro nuclear; China, el gigantesco rival que cuenta con una economía en pleno auge, con unos recursos financieros que hacen palidecer a los banqueros de Wall Street. Oficialmente, tanto Moscú como Pekín figuran (o figuraban) en la lista de socios estratégicos de Washington. Pero el actual inquilino de la Casa Blanca optó por modificar las reglas del juego; los amigos de ayer se han convertido en los competidores de mañana… 

Cuando Vladímir Putin revela, en vísperas de las elecciones presidenciales rusas, la existencia de un invencible y moderno arsenal bélico compuesto por los misiles Sarmat, que no pueden ser interceptados por el Escudo Antimisiles desplegado por Washington o por el cohete Kinjál, capaz de derribar cazabombarderos enemigos, los mismos medios de comunicación se rebelan contra la osadía del oso ruso. Estiman que la política del Kremlin es militarista, belicista, autoritaria y destructiva. Qué duda cabe, pues, que el Presidente ruso es el artífice y promotor de la nueva guerra fría.  

¿Guerra fría? Lo más probable es que esta guerra, la Tercera Guerra Mundial, haya empezado el 11 de septiembre de 2001, con los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. En realidad, el conflicto larvado dio comienzo en la última década del siglo XX, cuando un ejército de iluminados mercenarios, capitaneado por el millonario saudí Osama Bin Laden y financiado por la CIA estadounidense y su homóloga saudí, precipitó la retirada de las tropas rusas acantonadas en Afganistán. Un auténtico éxito estratégico. O tal vez, el mero preludio a la penetración de elementos yihadistas en las antiguas repúblicas soviéticas del Cáucaso, metas ocultas del islamismo radical. 

Rusia trató de defenderse. Pero cuando el Kremlin optó por combatir la amenaza islamista en el territorio de la antigua URSS, los políticos occidentales, que aplaudieron la victoria de Al Qaeda en Afganistán, pusieron el grito en el cielo: el Kremlin no respeta los derechos humanos. Fue ésta la cantinela de Washington y de Bruselas. Pero, ¿de qué derechos estamos hablando, señores? Al Qaeda y su abominable Frankenstein, el Estado Islámico, han dado sobradas muestras de desconocer o ignorar este bárbaro concepto: derechos humanos.

¿Y la tan cacareada guerra fría? La guerra larvada, ese conflicto cuyos comienzos se remontan a la década de los 90 del pasado siglo, se ha tornado en un siniestro enfrentamiento armado entre mercenarios de Rusia, Norteamérica, Irán, Arabia Saudita y Qatar. El escenario es Siria, uno de los pocos países cuyo régimen autoritario no claudicó ante la ofensiva de las llamadas primaveras árabes, proyecto que brotó en Washington durante el mandato de George W. Bush, pero que llegó a materializarse durante la presidencia del pacifista Barack Obama. 

En efecto, ante la imposibilidad de desencadenar una nueva guerra mundial tradicional – el potencial bélico de las dos superpotencias lo impide – los nuevos protagonistas de la farsa llamada globalización utilizan el exiguo territorio sirio para simular un más que desaconsejable enfrentamiento global. La geopolítica tiene sus razones ocultas, fácilmente disimulables con las lacrimógenas imágenes de la catástrofe humanitaria. 

Mas la guerra de Siria, disimulada durante siete años por el eufemismo conflicto interno, no es más que un preludio; otro preludio. El preludio de la re esclavización social e intelectual del planeta Tierra. Una campaña que empezó en 2008, utilizando la tapadera de la… crisis económica. Otro mero pretexto… 

¿La guerra? Recuerdo los diálogos de la Gran Ilusión, la admirable película de Jean Renoir (1937) Esta será la última guerra, mi capitán.  ¿La última? ¡Vamos, hombre…!