Erdogan – un sultán en el almudín de los zares
El Secretario General de la
Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, se limitó a manifestar su “preocupación”
ante la firme decisión de Turquía de formalizar la compra de misiles rusos S –
400, aparentemente “incompatibles” con los sistemas de defensa de la OTAN. Y si
Stoltenberg abandonó Ankara visiblemente molesto por el fracaso de su misión –
un intento de última hora de persuadir a Erdogan de la imperiosa necesidad de
no seguir en tratos con el rival moscovita, enemigo jurado de las “democracias
occidentales”- la respuesta de Washington ha sido más contundente: “Turquía
pagará muy caro por esta decisión”, señaló Donald Trump, aludiendo a la decisión
de preferir el sistema de defensa antiaéreo ruso a los cohetes norteamericanos,
tres veces más costosos y, al parecer, menos eficaces. “Nadie puede interferir
en los asuntos que atañen a nuestra soberanía nacional”, recalcó el primer
mandatario turco.
En realidad, Washington teme que
la tecnología con la que están equipadas las baterías S-400 pueda usarse para
recopilar datos relativos a los aviones de combate de la OTAN, y que Rusia acabe
teniendo acceso a ellos.
Nada parece impedir que Turquía adquiera
el sistema ruso S-400. De hecho, se da por seguro que un centenar de militares turcos
comenzará a entrenarse a parir de finales de mayo en una base de Rusia. Los
turcos se sumarán a un grupo de oficiales chinos que se encuentra en la
Federación rusa desde el pasado mes de marzo. Conviene señalar que se trata de
una autentica innovación: es la primera vez que el ejército ruso organiza
cursos de capacitación para miembros de fuerzas armadas no pertenecientes a una
alianza militar liderada por Moscú.
Huelga decir que la disputa sobre
la compra del sistema S – 400 tiene
raíces más profundas. El enfado de Trump
y de la OTAN se debe, ante todo, a los múltiples y variopintos proyectos de cooperación militar bilateral y
del suministro de material bélico ruso a la República de Turquía.
"Podemos comenzar a
desarrollar y producir conjuntamente equipo militar de alta tecnología", señaló
Erdogan durante una rueda de prensa celebrada en Moscú el pasado 8 de abril.
Entre los objetivos prioritarios de las industrias de armamentos figuran la
producción del sistema antimisiles Kornet
y la fabricación de vehículos blindados destinados a las fuerzas armadas turcas.
Por otra parte, el ejército de
Ankara recibirá en breve los primeros misiles Konus fabricados en Ucrania. El contrato, firmado por la
corporación estatal turca Makina ve Kimya Endüstrisi Kurumu (MKEK),
contempla la producción de estos artefactos en suelo turco, así como su posible
y, desde luego, deseada y deseable exportación a los voraces mercados de armas
de Oriente Medio.
El anhelado bazar moscovita
Pero las relaciones con Rusia y
sus antiguos aliados no se limitan a la compraventa de material bélico. Hay un
sinfín de intereses convergentes que no han provocado la ira de los aliados
occidentales. Turquía depende, en gran medida, de las importaciones de crudo
procedente de Irán. Un negocio sumamente interesante, ya que los persas
suministran el petróleo a precio muy competitivo. Precios políticos, dirán algunos.
Rusia es, por su parte, el mayor
proveedor de gas natural destinado a la península de Anatolia. El año pasado,
las importaciones ascendieron a 24.000 millones de metros cúbicos, cantidad que
cubre casi la mitad de las exigencias del país.
El gasoducto TurkStream, que aumentará considerablemente el nivel de suministros
de gas natural, entrará en funcionamiento antes de finales de año.
Otro proyecto energético clave es
la central nuclear de Akkuyu, construida con tecnología rusa, que estará
operativa en 2023, coincidiendo con el centenario de la creación de la
República turca.
El año pasado, los intercambios
comerciales entre los dos países experimentaron un incremento del orden del 16 por ciento, alcanzando la cifra
global de 25.000 millones de dólares. “Nuestro objetivo es superar la cifra de
100.000 millones”, señaló Erdogan durante su reciente visita a Rusia.
En los últimos años, las empresas
turcas han realizado proyectos por valor de 70.000 millones de dólares. Además
de la espectacular expansión de las actividades de empresas constructoras, se
ha registrado mayor interés para los sectores manufacturero, metalúrgico, agrícola
y de tecnología puntera.
Tampoco se han descuidado los
intercambios culturales, los contactos en materia de educación, ciencia e
investigación científica.
Detalle interesante: la
cooperación económica turco-rusa no parece inquietar sobremanera a los miembros
de la OTAN. La clave podría hallarse en
la vieja y muy socorrida clausula de los acuerdos de paz firmados después de
cada guerra – hubo trece conflictos – entre los zares y Rusia y el sultán de
Constantinopla, que contemplaba la… libre circulación de comerciantes y mercancías.