jueves, 15 de agosto de 2013

Israel – Palestina: la enésima “última oportunidad”



En un ambiente que difícilmente podríamos tachar de optimista dieron comienzo esta semana en Jerusalén las consultas bilaterales sobre el porvenir de los territorios ocupados por Israel en 1967. Pese a que la jerga oficial empleada por la Administración Obama alude, como siempre, al “proceso de paz”, pocos analistas depositan esperanzas en este diálogo, que la diplomacia estadounidense pretende limitar a un período de… nueve meses. ¿Nueve meses para la solución de un conflicto milenario?

Las consignas de Washington son claras: las consultas no deben estar supeditadas a “condiciones previas” impuestas por la delegación palestina (por ello se entiende la congelación de la política de asentamientos judíos en Cisjordania y Jerusalén Este), no se puede ni se debe abandonar la mesa de negociaciones y, por último, conviene mantener la máxima discreción acerca de los conflictivos temas inscritos en el orden del día. Porque esta vez hay que negociarlo todo: la estructura del futuro Estado palestino y las garantías de seguridad, el porvenir de las fronteras y el estatuto jurídico de los asentamientos, la capitalidad de Jerusalén, la espinosa cuestión de los refugiados, es decir, del derecho de retorno de unos seis millones de palestinos exiliados en la región y/o en países de ultramar, el reparto equitativo de los recursos hídricos de Cisjordania. En resumidas cuentas, la totalidad de los asuntos pendientes tras la firma de los Acuerdos de Oslo y de los protocolos adicionales elaborados en la última década del siglo pasado. 

En el capítulo de los “sacrificios dolorosos” anunciados por las autoridades de Tel Aviv figura la liberación de 104 presos palestinos detenidos por los israelíes antes de la firma de los Acuerdos de Oslo. En algunos casos, se trata, al parecer, de autores de “delitos de sangre”, condenados por la  muerte de ciudadanos israelíes. 

En el capítulo “hago lo que se me antoja”, se inscribe el anuncio del Gobierno Netanyahu de iniciar la construcción de alrededor de 2.000 nuevas viviendas en los asentamientos Cisjordania y Jerusalén Este. Pero esta vez, los palestinos no tienen derecho a indignarse; el actual inquilino de la Casa Blanca no parece muy propenso a escuchar su voz. Aun así, el presidente Mahmúd Abbas confía en las discretas o secretas promesas de Barack Obama. Y aunque el contenido de dichos compromisos no ha trascendido, el líder palestino asegura que las garantías ofrecidas por la Casa Blanca son bastante fuertes para contener la ira de sus compatriotas ante las nuevas manifestaciones de arrogancia israelí. 

Hace apenas unas horas, los medios de comunicación occidentales volvieron a aludir a la tan socorrida “última oportunidad” que ofrece la nueva ronda de consultas israelo-palestinas. Pero, seamos pragmáticos: basta con analizar el perfil de los protagonistas de este nuevo y desafortunado guion mediático para comprender que el diálogo no parece viable. El responsable de la diplomacia estadounidense para Oriente Medio, Martin Indyk, procede del AIPAC, el famoso lobby judío norteamericano de Washington. Indyk, australiano de origen, ostentó el cargo de embajador de los Estados Unidos en Tel Aviv.

La ministra de Justicia israelí, Tzipi Livni, llegó a la política merced a su carrera en los servicios de inteligencia hebreos. Fue, durante años, la cabeza visible del Mosad en Francia. 

El jefe de la delegación palestina, Saeb Erakat, unos de los artífices de los Acuerdos de Oslo, no disimula siquiera su pesimismo acerca de la utilidad de las consultas.

A ello conviene añadir el rechazo frontal de la cúpula de Hamás y la Yihad Islámica a las negociaciones con Israel, el creciente odio al Estado hebreo registrado en el seno de la opinión pública árabe; un odio que se debe ante todo a la campaña “antisionista” llevada a cabo por grupos radicales durante las llamadas “primaveras árabes”, el… otro error de cálculo de la geoestrategia estadounidense.
  
Es ese contexto, el optimismo y los comentarios sobran.