viernes, 30 de marzo de 2012

Irán - Occidente: la conexión turca



Aunque la cacareada Cumbre sobre Seguridad Nuclear celebrada esta semana en Seúl haya finalizado sin resultados satisfactorios, los jefes de Estado y de Gobierno que acudieron a la cita de la capital surcoreana abandonaron el escenario de este gran espectáculo mediático persuadidos de haber puesto la primera piedra de un nuevo edificio; se trata de un acuerdo marco sobre la sustitución progresiva, a partir de 2013, del uranio enriquecido – combustible de las centrales nucleares, también empleado para usos clínicos – por uranio empobrecido. Además, se dieron los primeros pasos hacia la elaboración de una normativa sobre la prevención de las catástrofes atómicas, parecidas a las de Fukushima y de la lucha contra el contrabando de material radiactivo.


Todo parece indicar que las consideraciones de índole meramente estratégica prevalecen sobre los aspectos humanitarios. De hecho, conviene señalar que el fantasma del programa nuclear iraní planeó sobre las consultas de Seúl. Ficticia o real, la “amenaza atómica” de Teherán se convirtió en el mantra de los participantes. El país de los ayatolás, gran ausente de esta cumbre, se ha convertido en el foco de atención de los grandes de este mundo. Pero recordemos que Estados Unidos y Rusia no comparten los mismos criterios a la hora de evaluar los peligros derivados de la eventual conversión de Irán en potencia nuclear. Los rusos, que siguen muy de cerca la evolución del programa iraní, se muestran menos pesimistas que sus interlocutores estadounidenses.


Tampoco comparte Moscú la preocupación de Occidente respecto de la posible adquisición de material radiactivo por parte de algunos movimientos terroristas, proceso que, según Washington, podría desembocar en la fabricación de una “bomba sucia”, mortífero artefacto que, pese a su pequeño calibre, podría causar inestimables daños en cualquier lugar del planeta. Una opción esta que descartan a priori los antiguos jefes de los servicios de inteligencia galos, quienes estiman que “no hay constancia” de la existencia de planes concretos de ataque nuclear por parte de los líderes de Al Qaeda. Aparentemente, el único documento incautado por los militares estadounidenses en el refugio de Osama Bin Laden de Tora Bora es el mero croquis de un artefacto atómico atribuido al físico nuclear paquistaní Abdel Khader Khan, conocido por su ideología anti-occidental. El resto es, siempre según los espías franceses, una mera fabricación de la maquinaria de propaganda transatlántica.


Mas en el caso concreto de Irán, la movilización no deja de ser general. Tanto es así que los integrantes del Grupo 5+1, es decir, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania, optaron por encargar al Primer Ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, la difícil misión de mediar entre la República de Irán y el foro de la ONU para tratar de reducir la tensión de los últimos meses.


Erdogan salió de Seúl rumbo a Teherán para trasladar las propuestas del Grupo a las autoridades persas. Lo acompañaron sus ministros de Economía y Energía, habituales interlocutores en las ya de por sí complejas tratativas con el equipo del Presidente Mahmúd Ahmadineyad.


No es esta la primera ni la única vez en la que los turcos sirven de puente entre Occidente y los detractores del “gran Satán” de los infieles. Hace apenas unos días, dos grandes compañías estadounidenses – Cargill y Bunge - especializadas en la venta de cereales, revelaron la existencia de un contrato suministro de trigo al país de los ayatolás. Se trata de unas 180.000 toneladas de cereales provenientes del Estado de Kansas, a las que se sumarán, de aquí a finales de año, suministros de material y equipo médico “no sometido” al embargo económico decretado por las potencias occidentales. Todo ello, claro está, con el beneplácito de la Casa Blanca…


Dado que las relaciones bancarias entre Estados Unidos e Irán han sido interrumpidas, los pagos (¡en Euros!) se efectuarán a través de institutos financieros turcos. Obviamente, el papel desempeñado por Ankara en el conflicto no es meramente… diplomático.

viernes, 9 de marzo de 2012

Si vis pacem...

Hay que armar a los rebeldes sitios. El tirano tiene que caer. Mas no conviene caer en la trampa libia; el apoyo incondicional a los insurgentes puede convertirse en un arma de doble filo, capaz de dañar los intereses occidentales.


Con el Irán de los ayatolás, que pretende ingresar en el club de las potencias nucleares, conviene emplear la táctica del palo y la zanahoria. Sanciones económicas, presión política, insinuaciones sobre una posible, inminente, véase contundente intervención armada.


A Israel hay que darle armas, apoyo político, bazas estratégicas y, ante todo, esperanzas. Una intervención bélica del Estado judío en suelo persa sería una catástrofe, pero estamos en vísperas de las elecciones presidenciales. El porvenir de los políticos norteamericanos depende de los millones de votos del electorado judío.


Un auténtico quebradero de cabeza para el actual inquilino de la Casa Blanca, quien soñaba con una solución pacífica, elegante y discreta del conflicto de Oriente Medio. De los conflictos, mejor dicho, ya que a la hora de la verdad Obama descubrió que la problemática del mundo árabe-musulmán poco o nada tenía que ver con las recomendaciones que figuran en los tratados de geoestrategia escritos por los miembros del Consejo de Seguridad Nacional o los sesudos expertos recluidos en las torres de marfil de las universidades estadounidenses.


La carnicería de Libia acabó poniendo en tela de juicio la argumentación simplista de los politólogos. La intervención militar, deseada por la mayoría de los grupúsculos rebeldes y aconsejada por los militares de la OTAN, no hizo más que acrecentar el odio a Occidente. Al igual que los vecinos de Túnez, los sigilosos opositores de Egipto o los radicales marroquíes, los libios se decantan actualmente por la introducción de la shariá – la ley coránica – en la vida pública. ¿Pura casualidad? Lo cierto es que la dinámica de las “revoluciones verdes” nada tiene que ver con las pautas democratizadoras ideadas por Washington. Sí, es cierto: los amigos de Norteamérica se han jugado, se están jugando el tipo. Sin embargo, el proceso sigue por otros derroteros. Washington ha perdido en control de la nave; Europa mira desconcertada hacia el Sur.


El nuevo mapa del mundo árabe hace caso omiso de las previsiones de los expertos en relaciones internacionales. Los dictadores parecen poco propensos a abandonar el poder, los ayatolás se aferran al apocalíptico programa ideado hace ya cuatro décadas por su líder, Jomeyni, Israel sigue empeñado en fomentar la conflictividad en la zona, su única manera de mantener la cohesión nacional y exigir el apoyo incondicional de Occidente.


Nada tiene que ver este avispero con los buenos propósitos del discurso pronunciado en junio de 2009 por Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, en la Universidad de El Cairo. La faz de Oriente no ha cambiado. Al contrario, los intentos de democratizarlo no hacen más que acelerar la deriva hacia el radicalismo. La cautela se impone. Y más aún, en un año de elecciones…

jueves, 1 de marzo de 2012

Siria: con "amigos" así...


Los “amigos de Siria” se congregaron en pasado fin de semana en Túnez para analizar (y condenar) las repercusiones de la sangrienta represión del régimen de Bashar al Assad contra la población civil del país de los omeyas. Según datos facilitados por las Naciones Unidas, durante los últimos 11 meses fallecieron unos 7.500 civiles sirios: algo así como un centenar de muertos diarios.


Pese a la gravedad de la situación, los “amigos de Siria” no lograron adoptar una postura coherente. Mientras el grupo árabe, liderado por Arabia Saudita, Qatar y Túnez se pronunció a favor de la intervención armada, Turquía y los países occidentales barajan la opción de las sanciones económicas y la asfixia financiera, acompañada por la ya casi inevitable injerencia humanitaria. En ambos casos, la batería de medidas propuestas es insuficiente.


Las diferencias reflejan claramente la percepción geoestratégica de un conflicto interno que podría desembocar en una crisis regional. Las monarquías del Golfo, poco propensas a modernizar, véase democratizar las estructuras sociales de sus países, tiemblan ante el peligro de un posible “contagio”. Hay que acabar con las protestas pase lo que pase. La caída del dictador y la posible (muy probable) instalación de un gobierno de corte islámico, parecido al de Libia, no les preocupa en absoluto. Al contrario, resulta más fácil tratar con los islamistas que con Gobiernos laicos.


Para los europeos, la proliferación de regímenes de corte islámico en la cuenca Sur del Mediterráneo supone un nuevo desafío. En efecto, ya no se trata de centrar la preocupación – real o ficticia – en el Irán de los ayatolás, el terrorismo de Al Qaeda o los maléficos diseños de los Hezbollah libaneses, sino de establecer un modus vivendi con los Gobiernos de Túnez, Libia y Marruecos, liderados por los mal llamados “islamistas moderados”. (La lista no es exhaustiva; podría completarse con la inclusión de otros países: Egipto, Yemen, etc.) Hace años, un viejo amigo turco, declarado pacifista y musulmán practicante, confesaba que el “islamismo moderado” era un mero invento de los occidentales. “Se es musulmán o no se es; no hay medias tintas”…


Las autoridades de Ankara optaron por sumarse a la postura de Occidente para apartarse de las exigencias del grupo árabe. En efecto, Turquía – que defiende a ultranza su condición de potencia regional – no puede permitirse el lujo de pertenecer a una agrupación capitaneada por monarquías feudales. Los líderes turcos están persuadidos de que su país debe desempeñar un papel clave en la solución del conflicto sirio.


La percepción de Norteamérica es distinta. Estiman los antiguos altos cargos del “establishment” washingtoniano que la presencia de los “islamistas moderados” en la región mediterránea no supone una amenaza para los intereses económicos, véase políticos estadounidenses. “Es un problema para ustedes, los europeos”, afirmaba rotundamente en la década de los 90 un directivo de la Rand Corporation. Un problema que, obviamente, tocará resolver sin contar con el apoyo incondicional de Washington.


Las revueltas árabes cuentan, en efecto, con dos herramientas ideadas en la otra orilla del Atlántico: el proyecto del Gran Oriente Medio elaborado por la Administración Bush y el libro De la dictadura a la democracia del profesor Gene Sharp. Los “guiones” pre-establecidos se siguieron con éxito en la antigua Yugoslavia, Albania, Túnez y Egipto. Pero no fue este el caso de Libia ni, al parecer, el de Siria.


Rusia y China, hasta ahora aliados del régimen de Al Assad, tratan de afianzar su presencia en una región abandonada, tras la desintegración de la antigua URSS, a los intereses geopolítico-energéticos de los Estados Unidos. Su actuación irrita a los países occidentales, cuyos líderes se resisten a aceptar esta original y peligrosa jugada de ajedrez.


Por ende, conviene señalar que la carencia democrática no representa el único desafío para las autoridades de Damasco. El hambre, la prolongada sequía y las altas tasas de desempleo juvenil son los auténticos detonantes de las protestas populares. A ello se suma la presencia en suelo sirio de radicales procedentes de Líbano e Irán, de “elementos incontrolados” (eufemismo empleado para disimular las palabras espía o agente provocador) que no comparten forzosamente los mismos objetivos que los indignados sirios. Ya se sabe: “a río revuelto…”