Los “amigos de Siria” se congregaron en pasado fin de semana en Túnez para analizar (y condenar) las repercusiones de la sangrienta represión del régimen de Bashar al Assad contra la población civil del país de los omeyas. Según datos facilitados por las Naciones Unidas, durante los últimos 11 meses fallecieron unos 7.500 civiles sirios: algo así como un centenar de muertos diarios.
Pese a la gravedad de la situación, los “amigos de Siria” no lograron adoptar una postura coherente. Mientras el grupo árabe, liderado por Arabia Saudita, Qatar y Túnez se pronunció a favor de la intervención armada, Turquía y los países occidentales barajan la opción de las sanciones económicas y la asfixia financiera, acompañada por la ya casi inevitable injerencia humanitaria. En ambos casos, la batería de medidas propuestas es insuficiente.
Las diferencias reflejan claramente la percepción geoestratégica de un conflicto interno que podría desembocar en una crisis regional. Las monarquías del Golfo, poco propensas a modernizar, véase democratizar las estructuras sociales de sus países, tiemblan ante el peligro de un posible “contagio”. Hay que acabar con las protestas pase lo que pase. La caída del dictador y la posible (muy probable) instalación de un gobierno de corte islámico, parecido al de Libia, no les preocupa en absoluto. Al contrario, resulta más fácil tratar con los islamistas que con Gobiernos laicos.
Para los europeos, la proliferación de regímenes de corte islámico en la cuenca Sur del Mediterráneo supone un nuevo desafío. En efecto, ya no se trata de centrar la preocupación – real o ficticia – en el Irán de los ayatolás, el terrorismo de Al Qaeda o los maléficos diseños de los Hezbollah libaneses, sino de establecer un modus vivendi con los Gobiernos de Túnez, Libia y Marruecos, liderados por los mal llamados “islamistas moderados”. (La lista no es exhaustiva; podría completarse con la inclusión de otros países: Egipto, Yemen, etc.) Hace años, un viejo amigo turco, declarado pacifista y musulmán practicante, confesaba que el “islamismo moderado” era un mero invento de los occidentales. “Se es musulmán o no se es; no hay medias tintas”…
Las autoridades de Ankara optaron por sumarse a la postura de Occidente para apartarse de las exigencias del grupo árabe. En efecto, Turquía – que defiende a ultranza su condición de potencia regional – no puede permitirse el lujo de pertenecer a una agrupación capitaneada por monarquías feudales. Los líderes turcos están persuadidos de que su país debe desempeñar un papel clave en la solución del conflicto sirio.
La percepción de Norteamérica es distinta. Estiman los antiguos altos cargos del “establishment” washingtoniano que la presencia de los “islamistas moderados” en la región mediterránea no supone una amenaza para los intereses económicos, véase políticos estadounidenses. “Es un problema para ustedes, los europeos”, afirmaba rotundamente en la década de los 90 un directivo de la Rand Corporation. Un problema que, obviamente, tocará resolver sin contar con el apoyo incondicional de Washington.
Las revueltas árabes cuentan, en efecto, con dos herramientas ideadas en la otra orilla del Atlántico: el proyecto del Gran Oriente Medio elaborado por la Administración Bush y el libro De la dictadura a la democracia del profesor Gene Sharp. Los “guiones” pre-establecidos se siguieron con éxito en la antigua Yugoslavia, Albania, Túnez y Egipto. Pero no fue este el caso de Libia ni, al parecer, el de Siria.
Rusia y China, hasta ahora aliados del régimen de Al Assad, tratan de afianzar su presencia en una región abandonada, tras la desintegración de la antigua URSS, a los intereses geopolítico-energéticos de los Estados Unidos. Su actuación irrita a los países occidentales, cuyos líderes se resisten a aceptar esta original y peligrosa jugada de ajedrez.
Por ende, conviene señalar que la carencia democrática no representa el único desafío para las autoridades de Damasco. El hambre, la prolongada sequía y las altas tasas de desempleo juvenil son los auténticos detonantes de las protestas populares. A ello se suma la presencia en suelo sirio de radicales procedentes de Líbano e Irán, de “elementos incontrolados” (eufemismo empleado para disimular las palabras espía o agente provocador) que no comparten forzosamente los mismos objetivos que los indignados sirios. Ya se sabe: “a río revuelto…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario