La reciente propuesta de Donald
Trump de adquirir el territorio autónomo de Groenlandia fue acogida con
innegable sorpresa, cuando no, con hilaridad por la prensa internacional. Sin
embargo, el planteamiento del multimillonario disfrazado de político era
sumamente sencillo; se limitaba a dos vocablos: “quiero” “compro”. Cuál no fue
su sorpresa al comprobar que el Gobierno de Dinamarca, responsable de la
defensa y política exterior de su antigua colonia - Groenlandia - desestimaba la oferta.
“Groenlandia no está en venta”, contestaron las autoridades de Copenhague. Visiblemente
molesto por la “irreverente respuesta” de los daneses, Trump canceló su viaje oficial al
minúsculo país europeo que osó plantarle cara.
Huelga decir que para el actual
inquilino de la Casa Blanca el asunto no está zanjado; a Norteamérica no se le
humilla…
En realidad, no se trata de una
humillación: ya en 1945, el entonces Presidente de los Estados Unidos, Harry
Truman, planteó a los daneses la compra el territorio ártico a cambio de cien
millones de dólares, pagaderos en lingotes de oro. La “poco interesante” oferta
fue descartada por el Gobierno de Copenhague.
Conviene recordar que desde el
inicio de la Segunda Guerra Mundial, Groenlandia albergaba numerosas
instalaciones militares estadounidenses. Un acuerdo de cooperación estratégica
bilateral firmado en 1941 y renovado en la década de los 50 otorga a los norteamericanos
el derecho de construir 33 bases militares y estaciones de radar en Groenlandia.
Se trata de un convenio muy ventajoso para el Pentágono, que contempla la
gratuidad del uso de las instalaciones militares. Sin embargo, esta cláusula no
acaba de convencer a las autoridades autonómicas de la isla, resentidas por la
decisión de Washington de rescindir, a partir de 2014, el contrato de
mantenimiento de la mayor base aérea de Groenlandia, firmado con la empresa estatal de servicios.
La Base Thule, situada a 1,500
kilómetros del Polo Norte, construida por los norteamericanos en la década de
1940 y ampliada en los años 50, cuenta con una pista de aterrizaje de 3.000
metros de largo y recibe anualmente alrededor de 2.600 vuelos militares y comerciales.
En su apogeo, a principio de la década de los 60, cuando su personal ascendía a
diez mil hombres, fue una de las instalaciones más importantes, que albergaba
bombarderos estratégicos estadounidenses. Actualmente, Thule forma parte de la
red de vigilancia electrónica NORAD, un sistema de detección de posibles disparos de cohetes intercontinentales
rusos.
Las relaciones estratégicas con Dinamarca
fueron entorpecidas por un grave incidente registrado en 2016, cuando a raíz
del calentamiento climático, la descongelación de la capa de hielo dejó al
descubierto la existencia de una base ultrasecreta, Camp Century, construida
entre 1959-1960, concebida para el lanzamiento de misiles balísticos en caso de
conflicto nuclear con Moscú.
Ubicada a 200 kilómetros al este
de la base de Thule, la estación subterránea estaba dotada con un reactor
nuclear y compuesta por una amplia red de túneles subterráneos que formaban una
pequeña ciudad capaz de acoger a más de 200 personas. Al sureste de Camp
Century se hallaba una base más pequeña, Camp Fistclench, donde se analizaban
los combustibles atómicos.
Un informe confidencial del
Ejército de los Estados Unidos, hecho público cuatro años después del incidente
de Camp Century, señalaba que el movimiento de las capas de hielo afectó la
seguridad de los depósitos subterráneos de armas nucleares, retiradas
precipitadamente por el personal militar. El Pentágono renunció definitivamente
al proyecto a partir de 1964. En 1967, Camp Century fue desmantelado. Sin
embargo, en las capas profundas de hielo ártico permanecieron los desechos
nucleares procedentes de los experimentos de laboratorio, alrededor de 200,000
litros de combustible, así como una cantidad impresionante de aguas residuales;
un enorme vertedero de desechos químicos y nucleares. Existe un gran peligro de
contaminación, ya que los residuos de uranio y plutonio comienzan a emerger con
el constante derretimiento de la capa de hielo que cubre las abandonadas
instalaciones de Camp Century.
Los daneses tampoco parecer
dispuestos a olvidar el aparatoso incidente del 21 de enero de 1968, cuando un
bombardero B-52 que transportaba 4 bombas de hidrogeno se estrelló a once
kilómetros de la base de Thule. El impacto provocó la explosión de 132,500
litros de combustible, dañó la protección de los artefactos nucleares y expulsó
en el atmosfera fragmentos de plutonio, uranio y tritio. Los restos de las
bombas y la carcasa del avión ardieron durante 20 minutos, contaminando un área
entre 300-600 kilómetros cuadrados.
Más de 700 militares intervinieron en la limpieza del área; la
operación tuvo un coste de 9,4 millones de dólares. Los equipos trabajaron durante
dos meses, transportando 10.500 toneladas de nieve, hielo y escombros
contaminados al cementerio nuclear de Oak Ridge.
Pero la pesadilla sigue. Los equipos de rescate no encontraron una
bomba termonuclear – la cuarta - que no explotó en 1968. En el verano de 2000, un
submarino de la Marina de los EE. UU. detectó en el fondo del mar un objeto que
se asemeja a esa bomba. Desde entonces, en Dinamarca aparecieron docenas de trabajos
sobre los efectos nocivos de la contaminación atómica.
El año pasado, Dinamarca y la
provincia autónoma de Groenlandia firmaron un acuerdo relativo a la limpieza
del área donde se hallaban las instalaciones militares abandonadas por el
Ejército norteamericano después de la Segunda Guerra Mundial, un operativo evaluado
en alrededor de 29 millones de dólares. Pero el protocolo no alude a las
instalaciones estadounidenses aún en funcionamiento.
Cabe suponer que el interés de
Donald Trump por Groenlandia, un territorio del tamaño de Francia, poco tiene
que ver con el carácter meramente estratégico de la isla. De hecho, hasta la
fecha las inversiones estadounidenses en la isla han sido muy limitadas. Más generosos
han sido los competidores directos de Norteamérica. Nos ha llamado la atención
la presencia del capital chino. Las empresas del gigante asiático comenzaron a
invertir cantidades considerables de dinero en los proyectos gubernamentales y
privados en Groenlandia, deseando establecer una cabeza de puente estratégica
para la “vía ártica” de la nueva Ruta de la Seda.
Se habla cada vez más de las importantísimas
de petróleo, gas natural, diamantes, uranio, plomo, carbón, zinc, mineral de
hierro o cobre del territorio árctico. Pero hay más: se cree que la arena de
los glaciares derretidos podría ser el futuro sustento económico de la isla, ya
que este tipo de material es ideal para la construcción. Se trata de un mercado
estimado actualmente en cien mil
millones de dólares, pero cuyo valor
podría quintuplicarse de aquí a finales de siglo. Un buen negocio para los boyantes
proyectos inmobiliarios de la Trump Organization.