El Muro de Berlín… ¿Cómo no
acordarme? Sucedió en 12 de agosto de 1961.
Recuerdo aquella noche de verano, el restaurancito francés junto a las
murallas del Castillo de Praga, los tenues acuerdos del piano. Alguien –
probablemente un afamando concertista - tocaba una sonata. ¿Beethoven? ¿Brahms?
Poco importa; celebrábamos un cumpleaños, mi cumpleaños…
Pasada la medianoche, la centenaria
puerta de madera se abrió chirriando. Al visitante lo reconocimos por la voz.
Era Paco, el camarada Francisco, el republicano español que recorrió medio
mundo antes de recalar aquí, cerca de Vysehrad: Francia, Rusia (ay, perdón: la
Unión Soviética), Rumanía, Cuba…
Salud, camaradas. Traigo una gran noticia. Nuestros compañeros alemanes
acaban de construir un muro en Berlín. Vamos a separar los dos sectores; los
capitalistas ya no podrán venir a husmear en el Este, en la República
Democrática… ¿Están de celebraciones? ¿Por qué no abrimos una botella de
champán…? O… de vino.
Desafortunadamente, el camarada Francisco
tuvo que contentarse con una pinta de cerveza de Pilsen.
Unos meses antes, en el otoño de
1960, tratábamos de esquivar los atascos de Berlín oriental. Los viejos Trabant y los milagrosos Wartburg, orgullo de la industria
automovilística de Alemania Oriental, tenían la pésima costumbre de amontonarse a última hora de la tarde,
provocando el habitual caos circulatorio. Había que tener nervios de acero para
aguantar la barahúnda de aquellos vehículos de chatarra.
Al percatarse de nuestra desesperación,
el Vopo (policía popular) encargado
de dirigir el tráfico, nos indicó en voz baja: Fahren sie nach West – diríjanse hacia el sector occidental.
Extraño consejo por parte de un representante de las fuerzas de seguridad de la
República Democrática Alemana.
No volveré a Berlín; ya no podremos coger los atajos por el Oeste, pensé
aquella noche. Pero sí, regresé a Berlín tres lustros después de la caída del
Muro.
Nueve de noviembre de 1989.
Trabajaba en un periódico español del que – confieso – no guardo los mejores
recuerdos. Fue una época muy difícil de mi vida. Llevaba apenas tres meses en
Madrid, después de una prolongada estancia en Oriente Medio. No conseguía tomar tierra, aclimatarme a la nueva
situación. Mentalmente, aún vivía con la intifada
palestina, con los niños de las piedras. Esperaba las galeradas de mi
primer libro: Crónicas palestinas, que
iba a publicarse a finales de mes. Pero aquella tarde…
Los redactores del pomposamente
llamado turno de mañana nos aprestábamos a abandonar la redacción, cuando uno
de los jefes, excelente profesional, entró vociferando en la sala: Ojo, algo está pasando en Berlín. Algo muy
gordo…
Las primeras imágenes que
aparecieron en la pequeña pantalla fueron impactantes. Grupos de jóvenes
alemanes trataban de derribar el Muro. A las once de la noche, un policía del
sector occidental abrió una puerta; una entrada minúscula. ¿Qué hacen ustedes aquí? preguntó sorprendido a la multitud que se agolpaba del otro lado del Muro de Protección Antifascista (para algunos) o
Muro de la Vergüenza (para otros).
Oyó vagamente las palabras de un joven alemán oriental: Somos libres.
Me quedé en la mesa de redacción
hasta el cierre de la primera edición del diario. Al jefecillo que vino a darme
las gracias por el esfuerzo le respondí:
No hay de qué; soy periodista. Algo
importante había pasado aquella noche.
Unas semanas más tarde, los
entonces Presidentes Bush y Gorbachov se reunían en Malta. Estábamos
completamente desconcertados. Recuerdo los múltiples y embarullados encuentros
con mis compañeros; tratábamos de contestar a la pregunta: Ahora que el Muro ha caído, ¿qué nos depara el porvenir?
Probablemente, nada bueno, concluimos.
En enero de 1990, George H.W. Bush,
41º Presidente de los Estados Unidos y ex director de la CIA, anunciaba la
llegada de la… globalización.
Algo así como el Fahren sie nach West, pero esta vez en boca del superintendente de las fuerzas del Nuevo Desorden
mundial.
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