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domingo, 11 de abril de 2021

La Europa de los “civilizacionistas”

 

¿Los civilizacionistas? Se les conoce poco y se les quiere aún menos. Sin embargo, están aquí, entre nosotros, tratando de encontrar su lugar, de ocupar un espacio, su espacio presuntamente natural, en una sociedad en crisis, enferma y desconcertada, que busca desesperadamente, en esos tiempos de pandemia, los brillantes horizontes que se quedaron atrás. 

Hace un lustro, el autor de esas líneas tuvo ocasión de presenciar una reunión del grupo de Vysegrad, integrado por cuatro países del antiguo bloque comunista: Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa. Sus gobernantes, a los que se les tacha fácilmente de ovejas negras de la Unión Europea, no dudan en censurar la actuación de Bruselas, cuando no de contemplar una hipotética retirada del club de las naciones que conforman el núcleo duro de la opulencia de nuestro continente.

¿Abandonar la Unión Europea? ¿Por qué no? Los países de Europa Oriental, que habían depositado grandes esperanzas en este universo de libertad, no dudaron en romper amarras con Moscú. Mas con el paso del tiempo llegó el desengaño… No, esta Europa no es la deseada, la ansiada por los pobladores del Centro y el Este del Viejo Continente.

Hace unos días, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, se reunió en Budapest con el primer ministro polaco Mateusz Morawiecky y el exministro de interior italiano, Marco Salvini, para sentar las bases de la alianza de la nueva derecha europea. Los tres políticos presumen haber hallado el elixir de la resurrección del conservadurismo, la herramienta necesaria para proteger los valores de la civilización occidental y luchar contra la desintegración de las estructuras políticas y sociales de Europa. Viktor Orban, que fue expulsado del Partido Popular Europeo, está empeñado en estrenar una nueva vía: la variante civilacionista. Un término éste perteneciente al intrincado vocabulario empleado por Donald Trump o John Bolton.

La nueva derecha… La copiosa memoria de los ordenadores, que sustituye con mayor o menor éxito las neuronas del cerebro humano, no tardó en ponerse en marcha. Lógicamente, la primera pregunta que hubo que contestar fue: ¿Estamos regresando a la sombría época de la década de 1930? Los politólogos del clan trumpiano nos aseguran que no es el caso. Es cierto que, en los últimos diez años, nuevos movimientos políticos de derecha han reunido a neonazis con conservadores que defienden las normas del libre mercado, conciliando ideologías políticas que en el pasado causaban alarma.

Pero no hay que preocuparse, asegura el politólogo estadounidense Daniel Pipes, experto en el mundo árabe y el Islam, consejero áulico de varios presidentes norteamericanos. Pipes, que comparte el ideario de la derecha israelí capitaneada por Benjamín Netanyahu, señala que la nueva derecha europea, que algunos tildan de extrema derecha, ofrece una mezcla de políticas de derecha (centradas en la cultura) y de izquierda (centradas en la economía).

Son patrióticos antes que nacionalistas: adoptan una línea política defensiva más que ofensiva, asegura Pipes, quien añade: el nacionalismo suele preocuparse por el poder, la riqueza y el prestigio. Los nacionalistas se centran en las costumbres, las tradiciones y la cultura. Aunque se les llame neofascistas o neonazis, los partidos populistas o civilizacionistas priorizan la libertad personal y la cultura tradicional. Sienten una intensa frustración al ver desaparecer su modo de vida. Aprecian la cultura tradicional de Europa y Occidente. Los partidos civilizacioncitas son populistas, antiinmigración y antiislamización. El "civilizacionismo" tiene la ventaja de excluir a aquellas agrupaciones que detestan la civilización occidental.

Huelga decir que el elenco de partidos populistas (civilizacionistas, según el término acuñado por el antiguo inquilino de la Casa Blanca) es bastante amplio.  Encontramos en ese listado al veterano FPÖ austríaco, fundado en 1956, y al nuevo Foro para la Democracia (FVD) holandés, fundado en 2016, agrupaciones políticas que, según sus aliados estadounidenses, llenan un vacío social y electoral. Es cierto que albergan a un número inquietante de extremistas antijudíos y antimusulmanes, racistas, arribistas, conspiranoides, revisionistas históricos y, por ende, nostálgicos nazis. Una mezcla explosiva que, siempre según los aliados estadounidenses, no hay que temer. Su llegada al poder no nos hará volver al siniestro decenio de los años 1930.

Dado que están creciendo inexorablemente, en alrededor de veinte años estarán ampliamente representados en los gobiernos europeos, influenciando tanto a conservadores como izquierdistas. Por ello, rechazar, marginar, aislar e ignorar a los civilizacionistas, confiando en su desaparición, es un ejercicio destinado a fracasar, asegura Pipes.  Y añade, para nuestra mayor tranquilidad: los civilizacionistas tienen algo que aportar a las élites europeas, pues poseen conocimientos realistas sobre el mantenimiento de los valores tradicionales y la preservación de la civilización occidental.

Más claro…

 


miércoles, 10 de julio de 2019

El Islam europeo – Turquía contempla la reconquista de los Balcanes


¡Los turcooos, qué vienen los turcooooos! Esta vez, la llegada de los otomanos, de los neo-otomanos, no fue acogida con llantos o gritos de desesperación. Al contrario; el Presidente turco, Tayyip Recep  Erdogan tuvo derecho a un caluroso recibimiento en el aeropuerto de Sarajevo. El sultán se había desplazado a la capital bosnia para asistir a la Cumbre del Proceso de Cooperación del Sureste Europeo, única plataforma de cooperación regional que incluye a la totalidad de los países balcánicos.

Aunque el principal tema de debate era el incremento de la cooperación económica entre los Gobiernos y las instituciones paraestatales de la zona, el interés de Turquía se centraba en el posible (y deseable) realineamiento de su política exterior en el espacio de la antigua Yugoslavia. La atomización del país dirigido durante décadas por el mariscal Tito, los conflictos congelados que obstaculizan el desarrollo armónico de las relaciones entre pequeños Estados resultantes de la desintegración de la República Federativa Socialista, el papel desempeñado por las principales potencias europeas – Francia, Alemania, Italia – en el caótico espacio balcánico centran la atención de Turquía, potencia regional emergente y, ante todo,  heredera del legado imperial otomano.

¿Intereses específicos? Múltiples. Durante la guerra de Bosnia, Turquía fue uno de los países islámicos que destacó un contingente militar a la conflictiva región de los Balcanes. La labor de sus asesores diplomáticos y culturales fue eclipsada por la tenaz ofensiva de la brigada de militares, clérigos, propagandistas enviada por Arabia Saudita. Merced a sus inversiones masivas en Bosnia - Herzegovina y Kosovo, los saudíes lograron implantar un liderazgo religioso musulmán proclive a la dinastía de Riad. Uno de los objetivos de Ankara consiste en neutralizar la influencia saudí, tratando de reintroducir los conceptos mucho más flexibles del Islam otomano.

Los analistas estiman que un intento de poner fin al contencioso griego-turco sobre la explotación de los yacimientos de gas natural del mar Jónico podría desembocar en un diálogo sobre el papel que deberían desempeñar Ankara y Atenas en la hipotética remodelación de la estrategia de la OTAN en la región. Sin embargo, es preciso señalar que el nuevo Gobierno griego se siente más atraído por los valores de Occidente, es decir, por la actuación poco respetuosa de los Estados centroeuropeos que siguen fomentando el distanciamiento hacia el sudeste europeo.

Los errores cometidos por Burxelles en la región balcánica, zona plagada de contradicciones étnicas, religiosas y económicas, han irritado a Turquía, provocando reacciones ácidas por parte de Erdogan. Recordemos que las políticas de la UE no coinciden con los intereses inmediatos de Ankara. Una de las prioridades de Erdogan consiste en colocar los Balcanes bajo el paraguas protector del neo-otomanismo. Una misión ésta sumamente difícil, teniendo en cuenta la susceptibilidad de los pobladores de la zona. Un ejemplo: Turquía pretendía incrementar su influencia tratando de mediar en el conflicto entre Serbia, Albania y Kosovo. Sim embargo, albaneses y kosovares rechazaron los buenos oficias de Ankara, calificando la iniciativa de Erdogan de humillante. Ambos países optaron por boicotear, pura y simplemente, la Cumbre de Sarajevo.

A Turquía le queda un largo camino por recorrer en esa reconquista de sus antiguas provincias balcánicas. Pero Ankara apuesta por la reislamización de sus antiguos territorios europeos, al igual que Rusia apuesta por una alianza paneslava con Serbia y Bulgaria. A su vez, Alemania, Francia e Italia apuestan por la creación de nuevas bolsas de mano de obra barata en la extremidad oriental de la Vieja Europa. Pero esta vez, la guerra de intereses económicos y estratégicos se librará sin la intervención de los aviones de la OTAN. O tal vez…

jueves, 21 de junio de 2018

Crisis migratoria: neofascismo vs. buenismo


La reciente epopeya del barco de rescate Aquarius, obligado a vagar por las aguas del Mediterráneo hasta Valencia, un lejano puerto de la Península Ibérica, ha desencadenado una tormentosa campaña mediática en las dos orillas del Mare Nostrum. Por vez primera, uno de los principales países de acogida de inmigrantes ilegales – Italia – se negó a recibir a los pasajeros de una embarcación que efectuaba una misión humanitaria en las aguas de Libia. El nuevo Gobierno de Roma, un conglomerado de populistas euroescépticos y radicales de derechas, optó por cerrar el grifo a la inmigración.

Huelga decir que los italianos no son los únicos detractores de la nueva y caótica oleada migratoria. Austriacos, húngaros y polacos, nacionalistas y xenófobos, comparten los temores de los políticos romanos. “¿Inmigrantes? No, gracias. La barca está llena”, pregonan los populistas. La “fortaleza Europa” cierra sus puertas.

Pero esta vez, la Comisión Europea está empeñada en buscar una solución. Será, muy probablemente, un apaño de última hora, destinado a allanar la vía de la cumbre comunitaria sobre emigración, prevista para el próximo día 28 de junio.

“Los comunitarios se ha puesto en marcha”, afirman los valedores de las iniciativas de Bruselas. Sí, los comunitarios se han  puesto en marcha. Pero…con 35 años de retraso.

 En efecto, lo que está sucediendo en el Mediterráneo era previsible. Las advertencias nos vienen de muy antiguo. El que eso escribe recuerda que ya en la década de los 80 del pasado siglo, los expertos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) llamaron la atención sobre las desigualdades del mundo en que vivimos. Un amplio informe presentado ante la Asamblea anual de la organización hacía hincapié en el reparto de la riqueza, subrayando que un 13 por ciento de la población mundial, es decir, los habitantes del primer mundo, controlaba el 80 por ciento de los recursos del planeta. Cabía suponer, pues, que el 87 por ciento de la población mundial podría reclamar el derecho de disfrutar del bienestar que conlleva el control de la riqueza. Pero los Gobiernos de los países ricos optaron por desentenderse del asunto.

En 1995, al lanzar la UE su iniciativa euromediterránea, las consignas de Bruselas fueron muy claras: hablaremos de la cooperación económica, tecnológica, de seguridad, de la lucha contra el crimen organizado, obviando la cuestión migratoria.

Ante la postura obtusa de los europeos: “inmigrantes – que no vengan”, los países de la otra cuenca propusieron la opción: “emigrantes – que no tengan que marcharse”. Los pocos esfuerzos destinados a crear centros de capacitación profesional y puestos de trabajo en los países de origen de los candidatos a la emigración fueron neutralizados,  tanto en el Norte de África como en Oriente Medio, por el poco benéfico impacto de las “primaveras árabes”.

A partir de 2003 – 2005, centenares, miles de pateras cruzan el Mediterráneo. Europa no cuenta con una política común, coherente, en materia de inmigración.

La situación dio un vuelco radical a finales de 2015, cuando el Viejo Continente acogió,  merced al “efecto Merkel”, a más de un millón de migrantes irregulares. Ante la imposibilidad de asumir el coste de su estancia, la canciller alemana estableció cuotas de reparto comunitarias. Los países de Europa oriental, dotados de menos recursos económicos y… menos generosos que los antiguos miembros de la Unión, rechazaron la propuesta.

La crisis se fue acentuando tras la llegada al  poder de los populistas. La aventura del Aquarius, la iniciativa del ministro del Interior italiano de expulsar a parte de la población gitana de la Península, refleja un inquietante cambio de actitud de algunos Gobiernos europeos.

Obviamente, ni el neofascismo italiano no el buenismo español brindan soluciones adecuadas para la crisis. La respuesta depende, en este caso concreto, de la voluntad real de “los 28 ó 27”. El tiempo apremia; esta vez, los países ricos no disponen de 35 años para tomar una decisión…