¿Los civilizacionistas? Se les conoce poco y se les quiere aún menos. Sin embargo, están aquí, entre nosotros, tratando de encontrar su lugar, de ocupar un espacio, su espacio presuntamente natural, en una sociedad en crisis, enferma y desconcertada, que busca desesperadamente, en esos tiempos de pandemia, los brillantes horizontes que se quedaron atrás.
Hace un lustro, el autor
de esas líneas tuvo ocasión de presenciar una reunión del grupo de Vysegrad,
integrado por cuatro países del antiguo bloque comunista: Eslovaquia, Hungría,
Polonia y la República Checa. Sus gobernantes, a los que se les tacha
fácilmente de ovejas negras de la Unión Europea, no dudan en censurar la
actuación de Bruselas, cuando no de contemplar una hipotética retirada del club
de las naciones que conforman el núcleo duro de la opulencia de nuestro
continente.
¿Abandonar la Unión Europea? ¿Por qué no? Los
países de Europa Oriental, que habían depositado grandes esperanzas en este
universo de libertad, no dudaron en romper amarras con Moscú. Mas con el paso
del tiempo llegó el desengaño… No, esta Europa no es la deseada, la
ansiada por los pobladores del Centro y el Este del Viejo Continente.
Hace unos días, el primer ministro húngaro,
Viktor Orban, se reunió en Budapest con el primer ministro polaco Mateusz Morawiecky
y el exministro de interior italiano, Marco Salvini, para sentar las bases de
la alianza de la nueva derecha europea. Los tres políticos presumen haber
hallado el elixir de la resurrección del conservadurismo, la herramienta
necesaria para proteger los valores de la civilización occidental y luchar
contra la desintegración de las estructuras políticas y sociales de Europa. Viktor
Orban, que fue expulsado del Partido Popular Europeo, está empeñado en estrenar
una nueva vía: la variante civilacionista. Un término éste perteneciente al
intrincado vocabulario empleado por Donald Trump o John Bolton.
La nueva derecha… La copiosa memoria de los
ordenadores, que sustituye con mayor o menor éxito las neuronas del cerebro
humano, no tardó en ponerse en marcha. Lógicamente, la primera pregunta que
hubo que contestar fue: ¿Estamos regresando a la sombría época de la
década de 1930? Los politólogos del clan trumpiano nos aseguran que no es el
caso. Es cierto que, en los últimos diez años, nuevos movimientos políticos de
derecha han reunido a neonazis con conservadores que defienden las normas del libre
mercado, conciliando ideologías políticas que en el pasado causaban alarma.
Pero no hay que
preocuparse, asegura el politólogo estadounidense Daniel Pipes, experto en el
mundo árabe y el Islam, consejero áulico de varios presidentes norteamericanos.
Pipes, que comparte el ideario de la derecha israelí capitaneada por Benjamín
Netanyahu, señala que la nueva derecha europea, que algunos tildan de extrema
derecha, ofrece una mezcla de políticas de derecha (centradas en la
cultura) y de izquierda (centradas en la economía).
Son patrióticos antes que
nacionalistas: adoptan una línea política defensiva más que ofensiva,
asegura Pipes, quien añade: el nacionalismo suele preocuparse por el poder,
la riqueza y el prestigio. Los nacionalistas se centran en las costumbres, las
tradiciones y la cultura. Aunque se les llame neofascistas o neonazis, los
partidos populistas o civilizacionistas priorizan la libertad personal y la
cultura tradicional. Sienten una intensa frustración al ver desaparecer su modo
de vida. Aprecian la cultura tradicional de Europa y Occidente. Los partidos civilizacioncitas
son populistas, antiinmigración y antiislamización. El "civilizacionismo"
tiene la ventaja de excluir a aquellas agrupaciones que detestan la
civilización occidental.
Huelga decir que el
elenco de partidos populistas (civilizacionistas, según el término acuñado
por el antiguo inquilino de la Casa Blanca) es bastante amplio. Encontramos en ese listado al veterano FPÖ
austríaco, fundado en 1956, y al nuevo Foro para la Democracia (FVD) holandés,
fundado en 2016, agrupaciones políticas que, según sus aliados estadounidenses,
llenan un vacío social y electoral. Es cierto que albergan a un número
inquietante de extremistas antijudíos y antimusulmanes, racistas, arribistas, conspiranoides,
revisionistas históricos y, por ende, nostálgicos nazis. Una mezcla explosiva
que, siempre según los aliados estadounidenses, no hay que temer. Su llegada al
poder no nos hará volver al siniestro decenio de los años 1930.
Dado que están creciendo
inexorablemente, en alrededor de veinte años estarán ampliamente representados
en los gobiernos europeos, influenciando tanto a conservadores como
izquierdistas. Por ello, rechazar, marginar, aislar e ignorar a los
civilizacionistas, confiando en su desaparición, es un ejercicio destinado a
fracasar, asegura Pipes. Y añade, para
nuestra mayor tranquilidad: los civilizacionistas tienen algo que aportar a
las élites europeas, pues poseen conocimientos realistas sobre el mantenimiento
de los valores tradicionales y la preservación de la civilización occidental.
Más claro…
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