Hay noticias que dan la vuelta al mundo y otras que, por inconfesables motivos, no logran circular. Curiosamente, se trata de informaciones complementarias, estrechamente ligadas a una cuestión clave. Sin embargo…
Va a haber
un Nuevo Orden Mundial y tenemos que liderarlo. Y debemos unir al resto del
mundo libre para hacerlo. El presidente
Joe Biden pronunció estas palabras el 21 de marzo, primer día de primavera, ante
un auditorio que congregaba a la flor y nata del mundo empresarial
estadounidense. ¿Nuevo Orden Mundial? ¿Tenemos que hacerlo? ¿Liderarlo? ¿Otra
conjura masónica o de los Illuminati?
En un país
como los Estados Unidos, donde las sociedades supuestamente secretas
proliferan, las tesis conspiracioncitas se difunden a velocidades supersónicas.
El Imperator Biden lanza su cruzada globalista, insinúan los
círculos ultraconservadores norteamericanos. Los europeos – algunos europeos –
les siguen. Están acostumbrados a los zigzagueos de los inquilinos de la Casa
Blanca. Pero no, no se trata de una mera ficción. El proyecto existe, pero
tardará en florecer. Habrá que sortear muchos obstáculos, convencer a un sinfín
de indecisos, o… fracasar.
Lo cierto es
que la frase viral del presidente causó cierto malestar en las capitales
europeas. Los políticos del Viejo Continente, más dados a valorar las medias tintas,
miran con recelo los ataques de caudillismo de sus socios transatlánticos. Nada
de frases tajantes ni de decisiones precipitadas. A veces, se les acusa de tibieza.
Sin embargo, prefieren evitar las situaciones irreversibles. Con razón:
Europa es un continente pequeño. El bombardeo de Belgrado, Dubrovnik o… Kiev
producen secuelas incurables.
Si la noticia
sobre el Nuevo Orden Mundial pregonado por Joe Biden se vivió casi en
directo, poco trascendió sobre los discretos, cuando no, conflictivos
preliminares, que desembocaron en la humillación del inquilino de la
Casa Blanca y de su socio británico, Boris Johnson, empeñados en obtener el
apoyo de los principales productores de petróleo en su cruzada contra la
economía rusa. La verdad es que resulta sumamente molesto reconocer que tanto
la Casa Real de Arabia Saudita como la dinastía de los Emiratos Árabes se
negaron a contestar las llamadas telefónicas de Biden y las gestiones hechas in
situ por el primer ministro británico. ¿El motivo? La Casa Blanca se había
comprometido a suplir las exportaciones de gas y petróleo ruso destinadas a Occidente
con productos norteamericanos o procedentes de países amigos de Washington.
Pero a la hora de la verdad, los saudíes y los emiratíes prefirieron respetar
sus compromisos con los demás miembros de la OPEP – Rusia incluida – que habían
acordado no incrementar la producción de crudo hasta la primavera próxima. Biden
trató de tocar a las puertas de sus archienemigos – Irán y Venezuela – pero tropezó
con la negativa de éstos. Los príncipes del oro negro tienen un peculiar
código de conducta.
¿Qué hacer con
los excedentes de producción de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes? Aparentemente,
compradores no faltan. China, que a la hora de la verdad tampoco quiere
someterse a los ukases antirrusos de la Casa Blanca, se ofreció a
adquirir petróleo saudí. El gigante asiático se ha convertido en el principal cliente
de los wahabitas. Los chinos llevan seis años intentando persuadir a Arabia Saudí para que venda su
petróleo en yuanes. Según el
Wall Street Journal, la medida amenazaría seriamente el dominio global
de los estadounidenses en el mercado petrolero y afectaría la supremacía del dólar.
Pero hay más: el acercamiento de los
chinos al reino del desierto no se limita a la compra de petróleo. Los saudíes
contaron con Pekín para la producción de sus misiles balísticos, el desarrollo
del programa nuclear y las cuantiosas inversiones en los proyectos modernistas
del príncipe heredero Mohammed bin Salman, gobernante de facto del reino.
Es cierto: los Estados Unidos se han
comprometido a ofrecer apoyo estratégico a Arabia Saudita, pero la monarquía
está descontenta con la falta de ayuda norteamericana en la guerra del Yemen, el
interés de Washington en resucitar el acuerdo nuclear con Teherán o la caótica y
mal explicada retirada de Estados Unidos de Afganistán. Y aunque nadie se
pregunta abiertamente en Riad ¿qué hacer con amigos así? el interrogante
queda en el aire.
A la humillación de Binen se suma la ira de
Boris Johnson quien, tras haber intentado convencer a los saudíes y los
emiratíes que no dejan de ser los socios internacionales clave de
Occidente, se vio obligado a reconocer que en el recóndito universo de los
hidrocarburos el fantasma de Rusia es omnipresente.
Sí, el orden mundial está cambiando. Es un hecho, no una frase viral.
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