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miércoles, 3 de marzo de 2021

“América ha vuelto”, pero el mundo ha cambiado

 

“¡América ha vuelto!” fue el mantra del discurso de Joe Biden en la Conferencia Internacional de Seguridad celebrada en Múnich el 19 de febrero. El presidente norteamericano aprovechó su participación en este primer evento internacional para enfatizar una clara ruptura con el cliché de “América primero” de su predecesor, marcando el regreso de los Estados Unidos a la arena internacional como socio dispuesto a cooperar con sus aliados tradicionales.

En la capital bávara, Biden hizo especial hincapié en la asociación transatlántica y el papel desempeñado en la actualidad por la OTAN, insinuando que las futuras relaciones con Rusia y China serán el caballo de batalla de la nueva Administración. Al abordar el espinoso tema de Oriente Medio, el inquilino de la Casa Blanca no dudó en señalar que a Washington le interesa reanudar el diálogo sobre el acuerdo nuclear con Teherán.

A la Administración Biden le gustaría volver al statu quo existente antes de la ruptura escenificada por Donald Trump; sus aliados europeos le presionan para hacerlo, basándose más bien en sus propios intereses económicos en la región. Olvidan, sin embargo, que la situación ha cambiado en los últimos años y que los iraníes han podido comprobar que el acuerdo nuclear sólo ha resuelto parcialmente sus problemas económicos y estratégicos. Aprovechando la retirada estadounidense, Irán abandonó gradualmente los compromisos asumidos a través de este instrumento jurídico vinculante. Por mucho que a la Administración demócrata le gustaría resucitar el legado de Barack Obama, la condición sine qua non para el buen funcionamiento del tratado sería el cumplimiento estricto por parte de Irán de todas las disposiciones de dicho acuerdo que, de paso sea dicho, debería incluir nuevas cláusulas capaces de reforzar el marco jurídico de los compromisos contraídos por ambas partes. Queda por ver si la hasta ahora utópica ofensiva de apaciguamiento de Joe Biden llegará a dar frutos.  

Los primeros pasos de la administración Biden en el Medio Oriente marcan cambios significativos en la política exterior de Washington.  Los aliados clave a los que Donald Trump había dado prácticamente libertad de acción en la zona fueron tratados con inesperada frialdad.

El 17 de febrero, el presidente Biden llamó por primera vez al jefe del gobierno israelí, Benjamín Netanyahu. Sin bien el escueto comunicado de la Casa Blanca reza: El presidente Joseph R. Biden Jr. mantuvo hoy una conversación telefónica con el primer ministro Netanyahu, la versión facilitada por la Oficina de Prensa del Gobierno israelí no duda en incluir los términos diálogo cordial y temas de mutuo interés para los dos países.  

En realidad, el actual presidente de los Estados Unidos tiene bastantes razones para no simpatizar con el político israelí. Biden formó parte de la administración Obama, que desde un principio tuvo una relación muy compleja y complicada con Benjamin Netanyahu, como resultado de la férrea oposición del líder del Likud al acuerdo nuclear con Teherán

Pero hay más; Bibi incluso se permitió desafiar a Obama en marzo de 2015, cuando por invitación del presidente republicano de la Cámara de Representantes, John Bohner, pronunció un belicoso discurso anti iraní ante el Congreso, haciendo caso omiso de las normas protocolarias, que habrían requerido la aprobación de su embajada ante los congresistas por… la Casa Blanca. Por si fuera poco, Netanyahu también se equivocó al dudar en reconocer, durante diez días, la victoria electoral de Joe Biden en los comicios del pasado mes de noviembre.

Biden respondió con la misma moneda; dejó pasar casi un mes desde que asumió el cargo hasta que llamó a Netanyahu. Un plazo de tiempo inusualmente largo que no pasó desapercibido ni en Estados Unidos ni en Israel; Sin embargo, Washington insistió en que “no pasaba nada” puesto que Bibi fue el primer estadista de Oriente Medio contactado por el inquilino de la Casa Blanca.

El primer cambio concreto en la política norteamericana en la zona está relacionado con la pugna entre Irán, principal potencia chiita de Oriente Medio, y Arabia Saudita, baluarte del Islam sunita: la guerra en Yemen. 

A comienzos de febrero, Joe Biden anunció que retiraba el apoyo estadounidense a la intervención saudí en ese país . Conviene recordar que en 2015 los saudíes atacaron a las milicias chiítas hutíes por temor a una alianza entre estas y el régimen teocrático de Teherán. Riad considera que Yemen forma parte de su área exclusiva de intereses, por lo que los iraníes nada tienen que ver en esta región.  

Recordemos que la guerra en Yemen es una de las iniciativas del heredero de la Corona saudí, Muhammad bin Salman. Con el aval de su padre, el monarca saudita, el príncipe revolucionó la política de Riad, tanto interna como internacional. Impuso una línea de fuerza en el exterior, que los miembros de la Casa Real hubiesen preferido evitar; potenció una apertura sin precedentes en las relaciones con Israel, con el que existe una cooperación discreta para limitar la influencia de Irán en la zona y reconoció el derecho a existir del Estado Judío.  Asimismo, Muhammad bin Salman inició un amplio proceso de reformas económicas y sociales diseñado para modernizar su país, convirtiéndolo en una potencia del siglo XXI. 

Sin embargo, Bin Salman no se distanció de los métodos empleados por los regímenes autoritarios de la región: eliminó a sus rivales, obligó a los saudíes más adinerados a ceder partes importantes de su riqueza y encarceló a los activistas que apostaron ingenuamente por su ficticia política de liberalización. El mayor escándalo fue el relacionado con el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, por parte de los esbirros de Bin Salman, un asesinato que el propio príncipe ordenó. Durante el mandato de Donald Trump, la Casa Blanca “toleró” su actuación. El heredero de la Corona saudí tenía contactos directos con el primer mandatario norteamericano, gracias a su amistad con el yerno de Trump, Jared Kushner. 

La administración Biden no parece dispuesta a asumir esta relación. Tras la publicación del voluminoso informe de la CIA que lo incrimina directamente en la muerte de Khashoggi, el príncipe apeló a las monarquías árabes del Golfo exigiendoles la adopción de una postura política común frente a… los Estados Unidos.

Por último, aunque no menos importante, es el descuidado o deliberadamente olvidado proceso de paz israelo-palestino, relegado a un segundo, cuando no, tercer plano por Trump, Kushner y, por supuesto, el obstruccionista Netanyahu.

El presidente Clinton, valedor de la iniciativa, no logró persuadir a israelíes y palestinos a llevar a la práctica los Acuerdos de Oslo. George W. Bush y los neoconservadores que lo rodeaban imaginaron que podían exportar la democracia a la región manu militari, pero solo lograron alentar el radicalismo musulmán, abonando el terreno para el surgimiento del Estado Islámico. Barack Obama presenció el período de las grandes transformaciones protagonizado por la mal llamada Primavera Árabe, que no modificó las relaciones entre las dos comunidades: israelí y palestina.

El acuerdo nuclear con Irán no sobrevivió a la era Trump, y la retirada de tropas de Irak quedó neutralizada por la inesperada aparición del Estado Islámico. En cuanto a la presidencia de Donald Trump se refiere,  su gran legado debería haber sido tan cacareado plan de paz (Acuerdo Abraham), que nació muerto. Sólo los ingenuos podrían haber imaginado que tenía alguna posibilidad de éxito, incluso si Trump se hubiera quedado otros cuatro años en la Casa Blanca.

La historia muestra que los cambios impuestos suelen acabar muy mal en Oriente, lo que no significa, sin embargo, que no deban ser alentadas y apoyadas las iniciativas que surgen naturalmente. Sin embargo, para que se produzcan nuevos cambios, es sumamente importante que la región se mantenga estable. Y aquí el papel de Estados Unidos puede ser sumamente importante, especialmente en este período en el que otros actores buscan ejercer una mayor influencia en la región. En estos momentos, cuatro potencias están contribuyendo a la inestabilidad en la zona. Se trata de Rusia, Turquía, Irán y Arabia Saudita.

Decididamente, el mundo ha cambiado, míster Biden. El mundo está cambiando…


sábado, 30 de mayo de 2020

El capitán Netanyahu sigue cabalgando


Si algo interesa a los israelíes a la hora de juzgar a sus políticos es su rango en el Ejercito. Israel es, recordémoslo, un país en guerra desde el día de su creación. Tal vez por ello el historial castrense de los futuros gobernantes resulta tan importante.

El actual Primer Ministro del Estado judío, el incombustible Benjamín Netanyahu, alcanzó el grado de capitán. En principio, eso sólo merecería un “aprobado”. Pero las cosas cambian si se tiene en cuenta el hecho de que el capitán sirvió en una unidad de élite y que dos de sus compañeros de armas – un conservador y un laborista - llegaron a ostentar el cargo de Jefe de Gobierno. Sí, el líder del Likud maduró en buena compañía. Sus prolongadas estancias en Norteamérica le permitieron familiarizarse con el pensamiento y la jerga del establishment político trasatlántico. Una baza la hora de negociar acuerdos internacionales de vital importancia para Israel.

Acusado por la Justicia israelí de varios delitos de corrupción y malversación, Netanyahu decidió que la mejor manera de evitar las condenas sería… permanecer en el cargo de Primer Ministro, que le garantizaba la inmunidad. Dicho y hecho; a mediados de mayo, el líder del Likud asumía su quinto mandato de jefe de Gobierno, convirtiéndose en el político más longevo en la historia del país.

El actual Gabinete, compuesto por una treintena de miembros, procura mantener el equilibrio entre la vieja guardia del conservador Likud, la derecha nacionalista, los partidos religiosos y los centristas de Azul y Blanco, conglomerado que apoya a su ex rival y socio de Gobierno,  Benny Gantz, un general con muchas horas de vuelo al mando del Ejército, pero con pocas y desafortunadas experiencias en la vida política.

Gantz ganó las últimas elecciones generales celebradas en el mes de marzo, pero el capitán Netanyahu consiguió, por arte de magia, a arrebatarle la victoria. Lo que debía haber sido una derrota para los conservadores y la desaparición del Likud del mapa político de Israel, se tornó en el acuerdo de coalición, en un Gobierno de Unidad Nacional. Benjamín Netanyahu, el perdedor, ejercerá en cargo de Primer Ministro hasta finales del 2021, fecha en la cual espera haber neutralizado la ofensiva de la Justicia.

El programa de gobierno del capitán podría resumirse en pocas palabras. Netanyahu pretende anexionar un 30 por ciento de Cisjordania, convirtiendo las tierras ocupadas por los colonos judíos en parte integrante del Estado de Israel. Un sueño éste anhelado por muchos políticos nacionalistas, que logrará materializarse gracias al Pan de paz de Donald Trump. El artífice de dicho proyecto, Jared Kushner, yerno del presidente de los Estados Unidos y amigo personal de Netanyahu, redactó el llamado Acuerdo del siglo haciendo caso omiso de las exigencias de los palestinos, quienes no fueron consultados ni informados por la Casa Blanca. Al darse a conocer el Plan, la Autoridad Nacional Palestina anunció la suspensión de los acuerdos con Israel y los Estados Unidos.  El presidente Abbas contempla la puesta en marcha de una campaña internacional de condena de esta iniciativa unilateral. La OLP está ultimando los detalles de una ofensiva diplomática que debería desembocar en la creación de un frente internacional dispuesto a rechazar el proyecto israelo-estadounidense. Algunos países de la UE estarían dispuestos a apoyar la iniciativa palestina.

Cierto es que el plan Kushner contempla la cesión a la Autoridad Palestina de zonas deshabitadas del desierto del Neguév, administrado actualmente por Israel, a cambio de las tierras expropiadas de Cisjordania y el control permanente del Valle del Jordán por el Ejército judío. Los pobladores palestinos de Cisjordania acabarían convirtiéndose en rehenes de esta nueva realidad geopolítica israelí. Sus perspectivas de fundar su propio Estado: Washington les concede un plazo de cuatro años para cumplir toda una serie de requisitos ideados por la Administración Trump: creación de un Estado desmilitarizado dotado de instituciones democráticas, adecuación  de su legislación con la normativa jurídica estadounidense, liberalización del comercio y el sistema financiero, lucha contra el terrorismo, siguiendo los cánones legales israelo-norteamericanos, libertad de prensa, expresión y reunión. De lo contrario, Washington  daría luz verde a la anexión por Israel del 70 por ciento restante de Cisjordania.

Si bien para la Autoridad Nacional Palestina, se trata de una imposición humillante, para la derecha nacionalista israelí el Plan Trump es un… regalo envenenado. El ex titular de Defensa hebreo, Naftalí Bennett, líder del partito derechista Yamina y ferviente partidario de la anexión, se opone al proyecto de la Casa Blanca que contempla la hipotética creación de un Estado palestino desmilitarizado en parte de la zona C de Cisjordania. Bennett estima que la presencia en los territorios anexionados de alrededor de 250.000 palestinos supone un peligro para la seguridad de Israel. Su propuesta – la modificación de los mapas confeccionados en Washington – significa pura y simplemente la… expulsión de un cuarto de millón de palestinos.

Más radical es la negativa de los colonos que conforman en Consejo Regional de Samaria, que pretenden deshacerse de la totalidad de la población palestina.

El capitán-Primer Ministro  Netanyahu se ha comprometido a ultimar los detalles de la anexión en las próximas semanas. ¿Otro verano caliente en perspectiva?

domingo, 23 de junio de 2019

El plan de paz Kushner - ¿un contrato de compraventa?


Y la luz se hizo. Apenas cuatro días antes del inicio de la conferencia económica de Bahréin impulsada por la Administración estadounidense, la Casa Blanca ha decidido desvelar algunos detalles del plan de paz para Oriente Medio elaborado por el yernísimo del Presidente, Jared Kushner, que el propio Trump no dudó en tildar en su momento de Acuerdo del siglo.

Kushner compareció ante las cámaras de televisión para bosquejar las líneas maestras de su proyecto, que consiste en la creación de un fondo dotado con 50.000 millones de dólares destinados al desarrollo, durante un período de 10 años, de infraestructuras económicas y empresariales en la región del conflicto. Más de la mitad de los fondos – unos 28.000 millones – se destinará a Cisjordania y la Franja de Gaza, 9.000 millones irán a parar a Egipto, 7.500 serán para Jordania y 6.000 para la economía de Líbano.

Donald Trump espera que otros países, principalmente los estados ricos del Golfo y los inversores privados, se hagan cargo de gran parte de los costes del proyecto.

El plan de acción contempla la realización de 179 proyectos industriales y comerciales, recordándonos extrañamente la interminable lista de objetivos prioritarios establecida por la Conferencia de Paz de París. Pero la reunión celebrada hace años en la capital francesa no emanaba de una iniciativa norteamericana…

Con la mentalidad de promotor inmobiliario heredada de su padre, Charles Kushner, el yernísimo cree que el mero hecho de repartir millones a los gobernantes de la región mezo oriental logrará sentar las bases de una paz duradera. ¿Simple contrato de compraventa? La descabellada idea cuenta con el aval de uno de los incondicionales aliados de Trump, el príncipe saudita Mohammed Bin Salmán. Para el heredero de la Corona saudí, el dinero lo soluciona todo.

No es esta la opinión de la mayoría de los políticos y académicos de la zona. En efecto, para la Autoridad Nacional Palestina, el plan Kushner equivale a una nueva Declaración Balfour. De colosal pérdida de tiempo, tachan los iraquíes la iniciativa de la Casa Blanca; es una idea de promotores inmobiliarios, no de políticos, estima en analista egipcio Gamal Fahmi, un proyecto económico, sin fundamento político, escribe la prensa libanesa, un crimen histórico, añaden los medios afines al movimiento radical islámico Hezbollah. Un plan que sólo beneficia a los enemigos de los Estados Unidos en la región, comenta la prensa árabe de Londres, aludiendo concretamente a… Irán.

Detalle significativo: el Acuerdo del siglo no contempla la creación de un Estado palestino. La cuestión de la soberanía brilla por su ausencia. Hay quien estima que el equipo de Kushner desplegó inestimables esfuerzos para domesticar a los palestinos, inmaduros para fundar un Estado propio. El embajador norteamericano en Israel, David Friedman, asegura que su país no apoyará el establecimiento de un nuevo Estado. Lo último que necesita la región es un Estado Palestino fallido entre Israel y el río Jordán, asevera el diplomático.

En las últimas horas se supo que una delegación empresarial israelí participará en la cumbre de Bahréin. También estarán presentes algunos empresarios palestinos y… políticos exiliados, acérrimos detractores del Gobierno de la ANP.

Entre los participantes figuran también emisarios del antiguo jefe de los servicios de seguridad de la Franja de Gaza, Mahmúd Dahlan, controvertido personaje al que se le tildaba, con o sin razón, de hombre de la CIA en la Administración palestina. Más claro…

sábado, 1 de junio de 2019

Netanyahu: aguantar hasta octubre


Al principio, todo parecía una artimaña del establishment político israelí, una crisis de Gobierno provocada con tal de ganar tiempo ante las prisas de un interlocutor empeñado en “vender” su producto – el tan cacareado “acuerdo del siglo” -  en este caótico mercado repleto de jeques, emires, ayatolás y rabinos, habituados a las incomprensibles e injustificadas prisas de Washington y a los fallos provocados por la precipitación de sus ingenuos negociadores. Un plan de paz. ¿Otro más? ¡Llamad a los dinamiteros! 

Sin embargo, esta vez la jugada – el jaque al rey - obedecía a otros motivos. Los protagonistas decidieron que el tiempo de Netanyahu se había agotado. El tiempo y las perspectivas de  supervivencia del veterano político israelí, acosado por la justicia de su país. Las querellas por fraude y corrupción presentadas por el Fiscal General del Estado judío planean, tal una espada de Damocles, sobre la cabeza del líder del Likud. La justicia optó por suspender las investigaciones hasta el mes de octubre, fecha en la cual Netanyahu deberá comparecer ante los tribunales. Con o sin inmunidad parlamentaria; poco importa. Las maniobras dilatorias de sus abogados sólo sirvieron para conseguir un largo período de gracia.

Siete semanas después de la celebración de las últimas elecciones generales, Benjamín Netanyahu optó por la disolución de la Kneset (Parlamento israelí) y la convocatoria de una nueva ronda de consultas. La actual mayoría parlamentaria obstaculiza la formación de un nuevo Gobierno.
   
La próxima cita electoral está prevista para el 17 de septiembre. “Sólo vamos a nuevos comicios porque Netanyahu quiere librarse de la cárcel”, insinúan los políticos laboristas.

No, no es este el único motivo.  Aparentemente, la decisión del Primer Ministro se debe al conflicto generado por la iniciativa del exministro de defensa, Avigdor Lieberman, judío moldavo ultraconservador, aunque laico, de promover una ley sobre el servicio militar, que implicaría el reclutamiento forzoso de los estudiantes de las Yeshivás (escuelas rabínicas), hasta ahora exentos del alistamiento. Estos estudiosos de la Torá representan un 11% de la población. Sus prerrogativas se remontan e la época del premier jefe de Gobierno israelí, David Ben Gurion, quien defendió en su momento, la necesidad de contar con un segmento de la población capaz de preservar la esencia religiosa del Estado.

La mayoría de los partidos tradicionales rechazaron la iniciativa de Lieberman, que cuenta con el apoyo de la inmigración rusa, alrededor de un millón de almas. Para neutralizar el proyecto, Netanyahu trató de forjar una alianza con las agrupaciones conservadoras, aunque también, en el último memento, con sus contrincantes directos: los laboristas. Todos los intentos fracasaron.
Sabido es que la Administración Trump esperaba los resultados de la consulta popular israelí para dar a conocer su “plan de paz” para Oriente Medio. La publicación del borrador se retrasó a raíz de la fiesta musulmana de Ramadán, que finalizará la próxima semana.

En principio, un primer encuentro, destinado a analizar los aspectos meramente económicos del “acuerdo del siglo” tendrá lugar en Bahréin a mediados de este mes. Washington ha decidido a acelerar el ritmo de las negociaciones, tratando de contrarrestar la posible ofensiva diplomática de la Autoridad Nacional Palestina, cuyos representantes recuerdan que la opinión del Gobierno de Ramala no queda reflejada en el documento elaborado por el yerno de Trump, Jared Kushner, judío practicante cuya familia tiene intereses económicos en Israel y los territorios ocupados. “Los americanos no se han molestado siquiera en hablar con nosotros”, recuerda el negociador jefe de la ANP, Saeb Erakat.
  
Por su parte, Donald Trump lamenta el embrollo, debido a la incapacidad de su amigo Netanyahu  “un gran tipo”, de formar Gobierno.

La crisis, ficticia o real, permitirá sin embargo a Israel preparar una batería de argumentos destinados a contrarrestar cualquier ofensiva diplomática árabe y, ante todo, palestina.