Durante décadas, el vocablo unilateralismo
sirvió para frenar el ímpetu de la resistencia nacional palestina, empeñada
en resolver – por la razón o por la fuerza – el conflicto que le opone al
Estado de Israel. Nada nuevo bajo el sol, si tenemos en cuenta la animadversión
que caracteriza las relaciones entre las dos comunidades – palestina e israelí
– que comparten, muy a regañadientes, el exiguo territorio de la llamada Tierra
Santa. Un sentimiento de rechazo mutuo, recogido en la Biblia – la guerra entre
hebreos y filisteos - que terminó sin vencedores ni vencidos, pero con un
ineludible reparto de territorios. Sucedió hace más de tres mil años. Sin
embargo, las heridas nunca llegaron a cicatrizarse. Los filisteos – antepasados de los palestinos
- sobrevivieron en la franja costera del Mediterráneo; los hebreos reinaron en Jerusalén
antes de tomar la senda del exilio. Pocas familias devotas permanecieron en las
inmediaciones de la ciudad santa.
Después de la toma de Palestina
por los turcos, en 1840, empiezan a llegar a Tierra Santa los primeros hebreos
afincados en los vastos territorios del Imperio Otomano: Anatolia, Grecia,
Chipre, los Balcanes. A finales del siglo XIX, la Palestina otomana acoge
numerosos emigrantes procedentes de Europa central y occidental. En 1878, las
potencias europeas negocian con los emisarios del sultán un tratado sobre la
jurisdicción de Jerusalén, que consagra el statu quo de los Santos
Lugares. El instrumento insta a las partes contratantes a no proceder unilateralmente
a modificaciones fronterizas en la Ciudad Santa.
A partir de 1920, Palestina
pasa bajo mandato administrativo británico. No será una época de paz; los
ingleses tratan de enfrentar a las dos comunidades, suministrando armas a los inmigrantes
judíos y bidones de gasolina a los cabecillas árabes. La proliferación de los
actos de violencia precipitará la retirada de los británicos, que ponen fin a
su mandato en mayo de 1948, un día antes del estallido de la primera guerra
israelo-árabe.
La historia de la región es
y será conflictiva. Las múltiples resoluciones de las Naciones Unidas adoptadas
entre 1947 y 2017 instan a las partes - Israel y Palestina – a abstenerse a
tomar medidas unilaterales susceptibles de romper el frágil equilibrio
intercomunitario. Si durante las primeras décadas el destinatario de las resoluciones
es el Estado judío, a partir de los años 80 las advertencias van dirigidas a
las instituciones palestinas y, más concretamente, a la ejecutiva de la OLP y
el Consejo Nacional Palestino, que acaban de proclamar el… Estado palestino.
Eso sí, unilateralmente, sin consultar (léase negociar) con las
autoridades de Tel Aviv. La clase política israelí descubre el vocablo unilateralidad,
empleado ad nauseam por los gobernantes de Tel Aviv y Ramala.
En efecto, de unilateralidad
se habló hace dos años, en mayo de 2018, cuando la Administración Trump
decidió trasladar la embajada de los Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén,
haciendo caso omiso del compromiso formal
de las potencias occidentales de mantener sus respectivas sedes
diplomáticas en la capital oficial de Israel; de unilateralidad se ha
vuelto a hablar esta semana, al anunciar el Presidente palestino, Mahmud Abbas,
la retirada de la OLP y la Autoridad Nacional Palestina de los acuerdos con
Israel y los Estados Unidos, tras el anuncio de la anexión de parte de
Cisjordania por el nuevo Gobierno hebreo liderado por Benjamín Netanyahu.
Conocida es la tentación de
gran parte del establishment político hebreo de anexionar Cisjordania, de adueñarse
de los llamados territorios bíblicos que abarcan parte de Jordania y de la
vecina Irak.
Más modesto, el programa de Gobierno de Netanyahu prevé la
anexión de los asentamientos de Cisjordania, la posible ocupación militar de la
Franja de Gaza y… el fortalecimiento de la alianza con los Estados Unidos.
En su discurso inaugural del 17 de mayo, Netanyahu reiteró su deseo de
dar luz verde al proceso de anexión de los
asentamientos judíos de Cisjordania la mayor brevedad posible. Por su parte,
los militares que integran la coalición centrista del exgeneral Benny Gantz, se
habían fijado como meta permitir la expansión de las colonias ilegales de los
territorios ocupados y adoptar una normativa legal que contemple poderes
excepcionales para el Ejército en materia de seguridad nacional.
Conviene recordar que los
territorios administrados por la Autoridad Nacional Palestina (Cisjordania y
Gaza) tienen una extensión total de 6.242 Km2, lo que representa un escaso 22,9
% de la Palestina histórica. Si se descuentan las tierras ocupadas por las
colonias judías, este porcentaje queda reducido al 16,03 %. Y si se añade la
reducción del orden de 10 a 15 % prevista por la propuesta de la Casa Blanca,
el futuro Estado quedaría reducido a un escaso 13 %.
El presidente palestino, Mahmud Abbás, ha anunciado esta semana que su país
se retirará de todos los acuerdos con Israel y EE. UU. responsabilizando a la
Administración Trump por la injusticia que está a punto de cometer
Netanyahu. Se sumaron a la protesta los países árabes, Turquía, Rusia y algunos
miembros de la Unión Europea, poco conformes con la nueva unilateralidad de
la política israelí.
Mientras el representante de las Naciones Unidas para Oriente Medio,
Nikolay Mladenov, baraja la alternativa de resucitar el Cuarteto integrado por los Estados Unidos, la Federación de Rusia,
la ONU y la UE, establecido para facilitar las negociaciones de paz en la zona,
las autoridades palestinas no descartan el recrudecimiento de la violencia.
¿Otra punible actuación unilateral? No, probablemente una… nueva Intifada.
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