Erdogan - entre
Rusia e Irán
Poco después de la intentona
golpista de julio de 2016, la política exterior de Turquía experimentó un cambio
radical. Erdogan, que había logrado enemistarse con los líderes europeos poco propensos a aceptar
el ingreso de Ankara en la Unión Europea – Alemania y Holanda – dirigió su
mirada hacia el Kremlin. Huelga decir que las relaciones turco-norteamericanas
se habían enrarecido durante la guerra del Golfo, cuando Ankara se mostró muy
reacia a autorizar la utilización de su espacio aéreo para las incursiones de
cazas estadounidenses contra Irak, país musulmán “hermano”. El Parlamento turco
tuvo que ceder ante las presiones de Occidente; un miembro fundador de la Alianza
Atlántica no podía disociarse de la política militar común. Su compromiso con
la OTAN debía ser… inquebrantable. Washington exigió la aplicación del artículo
5º del Tratado del Atlántico Norte, relativo a la defensa colectiva; el
Parlamento turco no tuvo más remedio que plegarse a las exigencias de los
aliados. Una doble derrota, puesto que a las consideraciones de índole política
se sumaba la deshonra de no haber cumplido con la sacrosanta obligación de
solidaridad islámica. Un detalle éste que los estrategas del Pentágono habían
descuidado. El 99 por ciento de los habitantes de Turquía, Estado aparentemente
laico, profesa la fe mahometana. De ahí los equívocos…
La otra batalla perdida fue la
del acceso a la Unión Europea. Una larga sucesión de encuentros y desencuentros
que se prolongó durante cuatro décadas. El país ideado y fundado por Mustafa
Kemal Atatürk quería ser europeo. Pero los miembros del “club cristiano” de
Bruselas vetaron el ingreso. Los conservadores alegaron motivos “culturales”,
los liberales y progresistas, argumentos políticos. Hace ya más de tres
lustros, los mandatarios de Ankara empezaron a buscar otras alternativas, más
acordes con la idiosincrasia turca.
Tras el desmembramiento de la URSS,
reapareció la opción del “panturquismo”, alianza de todos los pueblos turcomanos
de Asia, liderada por Turquía. Después de la llegada al poder de los islamistas
del AKP, el “panturquismo” dejó paso al “neo-otomanismo”, que contempla la
acción política de Turquía en todas las regiones que se hallaron bajo el
dominio otomano. La nueva estrategia, concebida por el ex ministro de Asuntos
Exteriores de Erdogan, Ahmet Davutoglu, empezó a implementarse con bastante éxito
a mediados de la pasada década, allanando el camino hacia la materialización
del sueño de la clase política: convertir el país en una predominante potencia
regional.
Con el paso del tiempo, los
sueños de grandeza de los insumisos islamistas de Ankara se convirtieron en una
auténtica pesadilla para sus aliados occidentales. ¿Resucitar el espíritu del
Imperio Otomano, el esplendor de los sultanes – califas del Islam, la presencia
turca en tres continentes? “Imposible, aberrante y ante todo, peligroso”, estimaban
las Cancillerías occidentales. Y si a ello se le suma la tentación totalitaria
del líder del AKP, el autoritarismo y las redundantes consignas nacionalistas, el
deterioro de la imagen institucional es innegable. Recep Tayyip Erdogan deja de
ser un aliado, para convertirse en… adversario de Occidente y, ante todo, de los
Estados Unidos.
La noche del 15 al 16 de julio
de 2016 marca un punto de inflexión. Los “poderes fácticos” apostaron por la
eliminación de Erdogan, cometido factible en un país habituado a los golpes de
Estado. El ejército no encontró resistencia alguna al ejecutar la primera fase
del plan: la ocupación de los puntos estratégicos. Sin embargo, treinta minutos
antes de la llegada de los comandos golpistas a la residencia de verano de Erdogan,
este abandonó la localidad costera de Marmaris a borde de un avión privado,
dirigiéndose hacia Estambul, ciudad controlada por los rebeldes. Al parecer,
pocas horas antes del inicio de la intentona, el Presidente turco recibió una
llamada del… Kremlin. Su interlocutor ruso, conocedor de los planes del
ejército, puso a su disposición un satélite ruso de telecomunicaciones, que le
permitió contactar con los militares fieles. El general Umit Dundar recuperó el
control del aeropuerto internacional de Estambul, permitiendo en aterrizaje del
avión presidencial.
¿Está tratando Turquía de
crear su propia alianza militar?
En este
contexto, el acercamiento entre Ankara y Moscú resulta no sólo comprensible,
sino inevitable. Las posteriores visitas del mandatario turco al Kremlin
desembocaron en la firma de numerosos acuerdos comerciales y… militares. Después
de ultimar la compra del sistema de defensa antiaérea ruso S-400,
el ejército turco anunció la probable adquisición de aviones de
combate ¡rusos! Su-35 o Su-57, competidores de los F
35 norteamericanos. Hay quien especula con una posible (aunque hoy por hoy hipotética)
retirada de Turquía de la Alianza Atlántica. Pero se barajan otras
alternativas: la creación de una alianza militar entre Turquía, Irán y Rusia
para gestionar conjuntamente el conflicto de Siria. Aparentemente, los tres
países tienen intereses divergentes: Rusia apoya a su fiel amigo Bashar el Assad,
Irán quiere afianzar su presencia estratégica en los confines con Israel, Turquía
pretende eliminar a los combatientes kurdos, amigos de los norteamericanos y
aliados del PKK. Con ello, Ankara pretende impedir que Estados Unidos utilice
las milicias que combaten en suelo sirio para fomentar nuevas “primaveras árabes”.
También existe otro proyecto, aún más ambicioso: la
creación de un bloque militar que agruparía a Turquía, Irán y Qatar, como
posible contrapeso a una “OTAN árabe”
capitaneada por Washington. Si Erdogan consigue involucrar al Kremlin,
la relación de fuerzas en el mundo árabe musulmán cambiaría en detrimento
de los Estados Unidos y sus incondicionales aliados del Golfo Pérsico.
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