El convulso panorama internacional, el cruce de acusaciones entre los líderes de las superpotencias, las tensiones fronterizas y las amenazas de conflictos bélicos, sean estas ficticias o reales, me han remitido, forzosamente, a las obras de los moralistas franceses de los siglos XVII y XVIII y, concretamente, a las fabulas de Jean de La Fontaine, quien resumiría metafóricamente el conflicto entre Washington y Moscú de la siguiente manera:
Acercose el zorro de Delaware a la cueva del oso siberiano. Hallándose en el umbral de la osera, divisó la enorme pata del plantígrado, visiblemente molesto por la intromisión del indeseado visitante.
¿Qué hacéis en
mi osera?, inquirió el gigante siberiano.
¡No se le ocurra
agredirme! repuso el embaucador legado de la otra extremidad del Planeta. No me
agreda, qué llamo a…
¿Quería decir… la
OTAN? Sí, en realidad, es lo que dijo.
Este imaginario
dialogo tuvo lugar en las orillas del Gran Lago Turco, es decir, del Mar
Negro, un territorio que el zorro de Delaware, el león británico y el quiquiriquí
galo pretenden conquistar, recurriendo a la vieja y muy manida política de la
cañonera. Los tiempos han cambiado; las mentalidades…
Pero volvamos a
nuestra época. Traducida al lenguaje periodístico anglosajón, la fabula de La
Fontaine se resumiría a la escueta frase: ¿Ucrania? Kiev perdió el tren hacia Occidente; hoy exige desesperadamente que le presten un
paraguas.
Ucrania es, en
realidad, escenario y protagonista de la crisis que enfrenta a las dos superpotencias.
Una crisis que genera inquietud, debido a las amenazas proferidas últimamente por
los inquilinos del Kremlin y de la Casa Blanca, que tienen sobradas razones
para pensar que son los únicos detentores de la verdad absoluta. Pero en este
conflicto prefabricado hay un sinfín de luces y sombras. Quizás más sobras que
luces.
La supuesta
confusión viene de lejos. En la primavera de 1990,
escasos meses después de la caída del Muro de Berlín, el entonces líder de la
Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, advirtió a su homólogo estadounidense, George
W. Bush, que Moscú jamás tolerará asignar a la Alianza Atlántica un papel
determinante en la edificación de la nueva Europa. Gorbachov, que contemplaba
el desmantelamiento del Pacto de Varsovia, equivalencia moscovita de la OTAN,
tildó el sistema de defensa occidental de símbolo de un peligroso pasado.
La Historia nos dirá si el adalid de la glasnost
se equivocó o… se dejó engañar. Lo cierto es que los sucesivos presidentes norteamericanos
no dudaron en llevar a cabo políticas encaminadas a integrar a los antiguos integrantes
del Pacto de Varsovia en miembros de pleno derecho de la OTAN. Pese al peligro
inminente para su seguridad, Rusia no adoptó una postura firme a la hora de
frenar la adhesión de sus antiguos aliados en la estructura militar de
Occidente. Sin embargo, la estrategia de Washington y Bruselas parecía
transparente. A los candidatos a la adhesión al club de Bruselas, se les
instaba a… solicitar el ingreso en la OTAN. La llamada Asociación por la paz
de Bill Clinton facilitó en ingreso en la Alianza de varios países de Europa
Central y Oriental.
En 2002, durante la primera cumbre de la
OTAN celebrada en Praga, la consejera de Seguridad Nacional de la Administración Bush, Condoleezza
Rice, hizo hincapié en la expansión de la Alianza a regiones a
las que nadie pensó que podría alcanzar. Dos años después, se integraron al
bloque Lituania, Letonia, Estonia, Eslovenia, Eslovaquia, Rumanía, y Bulgaria.
Pero aún faltaban piezas en el tablero de los
estrategas de Occidente. Se trataba concretamente de los países limítrofes de
la Federación rusa: Ucrania, Georgia y la República Moldova, cuyas candidaturas
tropezaron con el niet rotundo del Kremlin, preocupado por el imparable
avance de la Alianza Atlántica hacia sus confines. ¿Una reacción tardía? Moscú
decidió mover ficha en 2014, procediendo a la anexión (o reconquista, según se
mire) de Crimea y el inicio de una guerra hibrida en la frontera con Ucrania.
Razones no le faltaban: los sucesivos Gobiernos
de Kiev habían intentado un aventurado acercamiento a Occidente apostando ora por
sus vínculos históricos con Alemania ora por la ingenuidad del establishment
político de Washington. En ambos casos, los intentos fracasaron.
Tras la llegada de Joe Biden a la Casa
Blanca, las relaciones entre Washington y Moscú experimentaron un notable
deterioro. A la habitual postura intransigente del exvicepresidente de Barack
Obama para con Rusia, se sumaron una serie de consideraciones de índole
personal que influyen en la actuación del inquilino de la Casa Blanca.
A mediados de noviembre, Vladimir Putin
solicitó a Occidente garantías de seguridad debido a las maniobras de la OTAN llevadas
a cabo en las inmediaciones de sus fronteras y a la venta de material bélico
estadounidense al Gobierno de Kiev. Paralelamente, Moscú incrementó su
presencia militar en la frontera con Ucrania, provocando la ira de la Casa
Blanca y la OTAN, que no dudó en enviar sus cañoneras, perdón, destructores, al
Mar Negro.
En inquilino del Kremlin volvió a insistir
sobre la necesidad de contar con garantías de seguridad por parte del conjunto
de países occidentales. Esta vez, Rusia advertía: en el caso de no recibir dichas
garantías, la respuesta de Moscú sería militar o técnico-militar. Ante
la amenaza, Estados Unidos y la Unión Europea se limitaron a anunciar nuevas
sanciones contra Moscú, sumando la amenaza: Rusia pagará muy caro una
posible agresión contra Ucrania.
Los politólogos rusos tratan de quitar
hierro al asunto, asegurando que el Kremlin no tiene intención alguna de
desencadenar un conflicto global. Moscú baraja otras opciones, como por ejemplo
el incremento de la presencia militar en Bielorrusia, el despliegue de tropas y
armas de la última generación en la región de Kaliningrado, enclave ruso en el
Mar Báltico, convertido en base de supersofisticados misiles, una guerra hibrida
de baja intensidad, con ataques digitales dirigidos contra los Estados Unidos y
sus aliados europeos o el anuncio de una nueva y temible generación de misiles hipersónicos,
que podrían convertirse en el arma total de un posible conflicto venidero.
En resumidas cuentas y volviendo a las fábulas de La Fontaine, el oso no atacará Ucrania, pero…
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