viernes, 8 de septiembre de 2023

¿Quién teme a los BRICS?


La reciente adhesión de seis nuevos países - Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Etiopía, Irán y Emiratos Árabes Unidos – al bloque de los BRICS, agrupación de países emergentes liderada por Rusia y China, ha hecho correr mucha tinta en los rotativos del llamado Occidente colectivo, eufemismo empleado por los promotores del no menos novedoso concepto de potencia euroasiática, aplicable a… Rusia.

El Occidente colectivo engloba, pues, a los países industrializados – Estados Unidos, la Unión Europea y… Japón. El Occidente colectivo desconocía o, mejor dicho, se negaba a reconocer la existencia del bloque BRICS – Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica – creado hace más de una década por los estrategas de Pekín y Moscú. Su principal objetivo: crear una estructura económica y financiera diferente de la que regía las relaciones internacionales después de los Acuerdos de Bretton Woods y la introducción del sistema de regulación controlado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial a través de una moneda única: el dólar. La otra moneda fuerte, el euro, adoptada por los países de la Unión Europea hace apenas dos décadas, encarna para los BRICS el mismo recelo, al representar la no siempre deseada imagen del Occidente colectivo.

Uno de los objetivos prioritarios de los BRICS es el abandono de las transacciones comerciales en dólares, su sustitución por el uso de monedas nacionales y la espera de la creación de una unidad monetaria propia, aceptada a priori por una cuarentena de países. Ni que decir tiene que esa perspectiva suscita temores en Occidente. Y más aún, teniendo en cuenta que el BRICS XI, el nuevo bloque, aglutina al 46% de la población mundial, representa el 29% del PIB del planeta, el 22% de los intercambios comerciales y el 42% de la producción global de petróleo. El rotativo británico Financial Times lanza un grito de alarma: en la próxima cumbre de los BRICS, que tendrá lugar en Rusia en 2024, Pekín instará a sus socios a convertir la formación en el rival geopolítico del G7.

Ficticia o real, la supuesta amenaza está basada en las declaraciones de intenciones de algunos miembros (y futuros candidatos) que estiman que el bloque debería contar con una estructura política y también con… ¡proyectos de defensa! Pero Rusia y China no parecen dispuestos a abordar el tema en un futuro próximo.

Aunque los asesores de seguridad de la Casa Blanca insisten en que Washington no tiene interés alguno en entorpecer la marcha de los BRICS, la impresión de muchos politólogos occidentales es que el propósito de los Estados Unidos es de dinamitar las estructuras del bloque. Con razón: entre los quince candidatos a la próxima ampliación figura también Turquía, miembro fundador de la Alianza Atlántica.

Estamos en un mundo multipolar donde los BRICS superan al G7 y Estados Unidos no lo acepta, afirmaba recientemente el economista estadounidense Jeffrey Sachs, antiguo asesor de la Casa Blanca, de las Naciones Unidas y de varios políticos norteamericanos.

Ya estamos en un mundo post-estadounidense y post-occidental, asegura Sachs, subrayando el hecho de que la Casa Blanca sigue persuadida de que gobierna un mundo en el que sólo Rusia y China son sus rivales.

Podríamos dirigirnos hacia un mundo de conflictos y desastres masivos, o hacia un mundo en el que algún líder estadounidense inteligente y no octogenario se levante y diga: Ya no necesitamos a la OTAN; lo que necesitamos es tener relaciones normales con China, India, Rusia, Brasil y la Unión Europea. De repente, la percepción del panorama mundial sería muy diferente, concluye Sachs.

Cabe suponer que en la antigua Unión Soviética a Jeffrey Sachs le hubieran tratado de enemigo del pueblo con todas las consecuencias que ello implica. Pero aparentemente, hoy por hoy hablar de multipolaridad en los Estados Unidos no es un crimen.   

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Putin - Erdogan: en tablas

 

Aseguran los testigos que el diálogo entre los dos jefes de Estado parecía estar sacado de una obra de teatro del dramaturgo franco-rumano Eugène Ionesco:

Vladímir Putin: Querido amigo Erdogan: Sé que tiene la intención de plantear la cuestión del acuerdo de cereales. Estamos abiertos a negociaciones sobre el tema.

Recep Tayyip Erdogan: Hermano Putin, traigo una propuesta irrenunciable. Se la envía el Secretario General de las Naciones Unidas. El mundo entero está esperando noticias sobre el porvenir del corredor de cereales.

Vladímir Putin: ¿Trae también noticias sobre sobre el centro de distribución de gas natural (ruso) de Turquía? Luego hablaremos del acuerdo sobre cereales.

Esta vez, los conciliábulos a alto nivel se parecían más a un regateo en el zoco.

Erdogan venía con buenas intenciones; se trataba de resucitar la iniciativa del Mar Negro, que Moscú abandonó en el mes de julio, alegando que Occidente no había cumplido su parte del trato. También pretendía el sultán reforzar su imagen de mediador entre dos países en guerra – Ucrania y Rusia – y sacar rédito del prestigio obtenido a nivel nacional, uno de los factores clave que facilitó su victoria electoral el pasado mes de mayo.  Sin embargo, esta vez…

Vladímir Putin, conocedor de la propuesta redactada por el portugués Antònio Guterres, secretario general de la ONU, exigía más, mucho más. En principio, el paquete de medidas elaborado por las Naciones Unidas debía facilitar las exportaciones de alimentos y fertilizantes rusos, interrumpidas por las medidas adoptadas por Occidente en 2022. Cierto es que las restricciones no afectan, en principio, los productos alimentarios y los fertilizantes. Sin embargo, la desconexión de los bancos rusos del sistema SWIFT y el bloqueo de los activos de empresas rusas congelados en Occidente frenaron las exportaciones. A ello se deben añadir las trabas impuestas a las aseguradoras, navieras y entidades financieras interesadas en el comercio con Rusia.

Entre las propuestas enviadas por Guterres figura la conexión de la filial europea del Banco Agrícola ruso Rosseljozbank al sistema electrónico de pagos SWIFT, así como el desbloqueo de algunos activos. Sin embargo, Putin estima que no es bastante generosa. ¿Reconectarse a SWIFT? ¿Por qué no? ¿Ampliar la lista de entidades bancarias beneficiarias de la generosidad de la ONU? Por supuesto. Y ya que estamos, ¿no convendría pedir la reapertura del gasoducto de Togliatti – Odessa, utilizado para la exportación de fertilizantes rusos a través de los puertos ucranios? ¿O el levantamiento del embargo al suministro de recambios para tractores? Es de justicia.

Erdogan se comprometió a trasladar la contrapropuesta de Putin a las Naciones Unidas.  La reactivación del acuerdo de cereales tendrá que esperar.

Durante la rueda de prensa conjunta celebrada al final de las consultas, alguien aludió a la crisis alimentaria que provocaría el bloqueo de las exportaciones de grano de Ucrania, al espectro de la hambruna.

La cuota de mercado de las exportaciones de cereales ucranios es del 5 por ciento, respondió fríamente Vladímir Putin. Añadió el hombre fuerte del Kremlin que Rusia suministrará un millón de toneladas de cereales a los puertos turcos, que asegurarán su posterior transporte gratuito a países del tercer mundo. El operativo sería financiado por Qatar, país amigo de Rusia y de Turquía.

Poco trascendió sobre el porvenir del centro de distribución del gas natural ruso de Turquía. Aparentemente, ambos países tienen interés en la puesta en marcha del proyecto, que facilitaría el suministro del gas ruso a otros Estados del Mediterráneo. Rusia tiene interés en acelerar el proceso. Turquía recuerda, sin embargo, eso sí, en voz baja, que el gasoducto Turkish Stream, construido en cooperación con Moscú, ha sido atacado repetidamente con drones. ¿Drones? Erdogan prefiere guardar silencio.

Putin – Erdogan: en tablas. Cuando las cosas se complican…

miércoles, 16 de agosto de 2023

El siglo de Turquía (III) Erdogan: entre el globalismo y el multipolarismo

 

Después de la intentona golpista de 2016, Recep Tayyip Erdogan vivió con la disyuntiva: Oriente u Occidente. Se trataba de escoger amigos, por no decir, aliados. El Occidente le había traicionado: para el sultán, el golpe de los militares turcos había sido urdido con la complicidad de la CIA y del servicio de inteligencia alemán. Pero tanto Washington como Berlín se apresuraron a negar su participación en los preparativos del levantamiento. La entonces Canciller Angela Merkel se enfadó mucho con Erdogan. Cierto es que unos meses después la propia Merkel anunció la congelación definitiva de las negociaciones sobre la adhesión de Ankara a la Unión Europea. La decisión siguió vigente hasta el mes pasado, cuando los 27 se vieron obligados a resucitar el diálogo. El motivo: parafraseando al Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, se trataba de un chantaje de última hora del Presidente turco, que exigió la reanudación de las consultas con los comunitarios a cambio de la suspensión del veto de Ankara al ingreso de Suecia en… la Alianza Atlántica. Aparentemente, la UE no tuvo más remedio que pasar por el aro.


En el verano de 2016, se rumoreó que Erdogan salvó su vida gracias a un soplo (también de última hora) de los servicios de inteligencia rusos, que vigilaban muy de cerca las actividades de sus competidores occidentales. ¿Simples rumores? Cierto es que, a partir del otoño de 2016, los contactos entre Ankara y Moscú se multiplicaron. Turquía se decantó por adquirir el sistema de defensa antiaéreo ruso S 400, una herejía para un país miembro de la OTAN, encargó a la agencia atómica rusa la construcción de la primera central nuclear de Anatolia, expandió los intercambios comerciales con el gran vecino del Norte, fomentó la cooperación industrial y los intercambios turísticos. 


Sólo desde el comienzo del conflicto de Ucrania, las exportaciones de productos turcos a Rusia se han disparado, pasando de 2600 millones de dólares en la primera mitad de 2022 a 4900 millones de dólares durante el mismo período de este año.

Rusia es el principal proveedor de gas natural de Turquía y representa aproximadamente la mitad de todas las importaciones. Antes de las elecciones del pasado mes de mayo, Moscú aplazó los pagos de gas por valor de miles de millones de dólares.

Más aún: Turquía permite el acceso de la Armada rusa a los mares cálidos. Además, Erdogan ha desempeñado un papel crucial en el desbloqueo del suministro de grano ucraniano a los mercados mundiales. Sin embargo, Ankara no reconoce la anexión de Crimea por parte de Rusia y considera que su invasión de Ucrania es ilegal.

Erdogan fue, recordémoslo, uno de los primeros líderes mundiales en llamar a Putin durante la rebelión del grupo Wagner por la gestión e la guerra de Ucrania. Y ello, a pesar de que Turquía no es un actor neutral en este conflicto. Los primeros drones empleados por el Ejército de Kiev en esta guerra, los Bayraktar, son producidos por el yerno y aparente heredero de Erdogan, Selcuk Bayraktar. Cuando se trata del bienestar de la familia…

En los primeros meses de 2023, se especuló con la posible adhesión de Turquía al grupo de los BRICS, conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Sabido es que en la cumbre de la organización, que tendrá lugar a finales de este mes, se estudiará la candidatura de una veintena de países árabes, africanos y latinoamericanos, dispuestos a convertirse en los pilares del mundo multipolar ideado por la élite de Rusia y China.

¿Y Turquía? El acercamiento de Erdogan a las estructuras creadas por Moscú y Pekín se remonta al año 2012, cuando el presidente turco contestó, medio en broma, al tanteo de Vladímir Putin: Si de verdad quiere saber lo que pienso, admita a Turquía como miembro de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y revisaremos nuestras relaciones con la UE.  Las palabras de Erdogan reflejaban en realidad el hartazgo de Turquía con el lento progreso del proceso de adhesión a la UE.

Por otra parte, es natural que Ankara coopere con los países más poblados del mundo, como China e India. Por si fuera poco, Turquía tiene vínculos étnicos y culturales con los países túrquicos de Asia Central, como Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajstán y Kirguistán, que integran la OCS.

Inevitablemente, podemos estar buscando otras opciones, ya que la UE no nos ha dejado entrar durante 52 años. La UE puede preguntar por qué Erdogan va a Shanghai, por qué se reúne con los líderes de la OCS. Por supuesto, me reuniré (con ellos). No creo que deba ninguna explicación a la UE.

Conviene recordar, sin embargo, que estas declaraciones fueron formuladas antes de la cumbre de Vilnius, cuando Bruselas cedió a las exigencias de Ankara.

Si bien es cierto que la actuación de Erdogan en la reunión de la OTAN irritó sobremanera a Rusia, tampoco debe interpretarse como un cambio brusco de la postura de Turquía hacia Occidente. De hecho, Erdogan tardó menos de un día en recordar que el parlamento turco no podría ratificar probablemente la adhesión de Suecia antes del receso estival de julio, aunque tenía la autoridad para extender la sesión parlamentaria. Erdogan pretende obtener garantías firmes de que el Congreso estadounidense permitirá la venta de cazas F-16 y que Estocolmo cumpliría sus promesas de extraditar a los militantes kurdos antes de dar luz verde a la adhesión de Suecia a la Alianza Atlántica. 


Finalmente, hay que reconocer que las negociaciones con Bruselas no van viento en popa. El compromiso de la UE se limita, por ahora, a la reapertura de dos capítulos conflictivos del regateo diplomático: la modificación del sistema aduanero y la exención de visados para los ciudadanos turcos que viajan al espacio Schengen. Ambos temas quedaron estancados antes de la congelación del diálogo.


Ante el efecto sorpresa de las exigencias de Ankara, los 27 anunciaron la creación de un grupo de trabajo encargado de estudiar nuevas iniciativas. Quienes conocen el funcionamiento de los foros internacionales y de los subforos creados para elaborar nuevas propuestas, saben positivamente que los grupos de trabajo pueden convertirse en auténticos… cementerios de ideas.


En definitiva, Erdogan tendrá que escoger entre Oriente y Occidente.


jueves, 3 de agosto de 2023

El siglo de Turquía (II) Mirando hacia La Meca

 

La próxima cumbre Putin-Erdogan se celebrará próximamente en un lugar de Anatolia. Lo acaba de anunciar el portavoz del Kremlin, resumiendo un extenso diálogo mantenido por el zar de todas las Rusias y el sultán del renaciente Imperio Otomano o, tal vez del Gran Turán, el nuevo engendro de los ideólogos de Ankara, que irrita sobremanera a los estrategas moscovitas. Con razón: el Gran Turán es una nueva variante de los dominios del Imperio; un proyecto de tipo confederal que, lejos de contemplar una islamización tosca y la sumisión total, presenta una forma suave y civilizada de mahometismo, más acorde con la tradición laxista de la Sublime Puerta o del Estado Moderno fundado por Mustafá Kemál Atatürk.

La reciente presentación del mapa del Gran Turán, comercializada en las librerías y los zocos de Turquía, ha causado sorpresa, incredulidad e incluso ira en la planta noble del Kremlin. En efecto, el hipotético dominio de los nuevos otomanos se extiende a tierras de los Urales, las antiguas repúblicas caucásicas de la URSS, pobladas por tribus turcomanas, gran parte del suelo iraní y la zona norte de la República Popular China habitada por los uigures. El proyecto, que destaca la importancia geopolítica de Turquía, neutralizará casi por completo a Rusia y a Irán, limitando las pretensiones geopolíticas de China. No hay que extrañarse, pues, si en Moscú se habla de los delirios de grandeza de Erdogan.

El conflicto de Ucrania podría tener una nueva víctima: el vínculo entre Putin y Erdogan, advertía recientemente el Washington Post. Craso error. Sin embargo, el aparente cambio de rumbo del presidente turco al tratar de allanar al menos, aparentemente, el ingreso de Suecia a la OTAN, ha generado en Occidente una oleada de comentarios sobre un posible distanciamiento de Turquía de Rusia y un hipotético regreso al redil atlantista. ¿Cuánto tiempo puede durar la relación especial entre Vladimir Putin y Erdogan?, preguntaban los articulistas del primer mundo, incapaces de comprender que el líder turco está manejando las relaciones internacionales de Ankara de la manera que considera más benéfica para los intereses de Turquía y, sobre todo, para su propia supervivencia política.

¿Alejarse del Kremlín a cambio de los 13.000 millones de dólares ofrecidos casi in extremis por Joe Biden para sanear el estado de las finanzas de Ankara o por la flotilla de cazas F-16 apalabrada con Washington desde hace más de un año? El guion resulta bastante extravagante. Para los turcos, Rusia es y seguirá siendo el gran vecino al que le unen importantes lazos históricos. Un vecino amable en tiempos de paz, un temible rival, en épocas de conflicto.

Al evaluar la importancia de las relaciones con los países de la región, Erdogan sigue las normas de la sabiduría musulmana: Más vale estar a buenas con los vecinos que con la familia.  Y los vecinos, Rusia, Bulgaria, Rumanía, Israel, Egipto, Arabia Saudita, cuentan con la transigencia de Turquía.

Las relaciones con Moscú y Pekín se perfilarán en el mes de agosto, durante la cumbre de los Estados de BRICS, que estudiará la solicitud de adhesión de Ankara al nuevo bloque económico que pretende acabar con el mundo unipolar ideado por Washington.

Pero los proyectos de Erdogan no se limitan a definir el porvenir de las relaciones con China y Rusia: hay más vecinos con los que pretende entablar lazos de amistad y, ante todo, de cooperación económica y financiara Es el caso de Arabia Saudita y de las monarquías del Golfo Pérsico. 

Recientemente, el gigante petrolero saudí ARAMCO se reunió con 80 contratistas turcos para evaluar la posible puesta en marcha de proyectos por un valor de 50.000 millones de dólares.  Se nos invita a participar a la construcción de refinerías, oleoductos, edificios administrativos, obras de infraestructura, señala el presidente de la Asociación de Contratistas de Turquía, Erdal Eren.  

ARAMCO, la tercera empresa petrolera del mundo, pretende apoyar a las empresas turcas, afectadas tanto por los vaivenes de la guerra en Ucrania como por los terremotos que se cobraron la vida de unas 50.000 personas a comienzos de este año. Un detalle importante, teniendo en cuenta que las dos principales potencias regionales – Turquía y Arabia Saudita - se habían distanciado en los últimos tiempos debido a los vínculos del clan Erdogan con la secta de los Hermanos Musulmanes, desaprobada por la monarquía wahabita, y el asesinato, en 2018, en el consulado saudí de Estambul del periodista Jamal Khashoggi, opositor de la Casa Real saudí. 

El interés de ARAMCO en involucrar a las empresas turcas puede interpretarse como parte de los intentos de reconciliación entre Ankara y Riad. Sabido es que Erdogan está buscando alternativas para aliviar la presión ejercida por las instituciones financieras del primer mundo sobre la economía turca. En este contexto, los contratos con los países del Golfo Pérsico, incluida ARAMCO, forman parte de la estrategia postelectoral del presidente turco para tratar de neutralizar los efectos negativos de las presiones económicas.  

Por otra parte, conviene señalar que el heredero de la Corona saudí, Mohammed bin Salman (MBS), ha sido más que generoso con el sultán, al regalarle el pasado año 5 millones de dólares, invertidos en proyectos industriales turcos.


En la República Turca del Norte de Chipre, territorio ocupado por Ankara desde la invasión de 1974, proliferan los bancos saudíes y libaneses. Además, durante la era Erdogan, Turquía se ha convertido en un gran mercado para las mezquitas “prefabricadas” en Arabia Saudí.


Cierto es que, durante la reciente campaña electoral, Erdogan mencionó solo a dos amigos extranjeros - Rusia y los países del Golfo - como fuentes de financiación de la economía. Se puede decir que Putin y las monarquías del Golfo le ayudaron a ganar la consulta electoral, asegura el analista económico Soner Cagaptay, quien confía en la profundización de los lazos turco-sauditas y turco-emiratíes en el futuro. Es la opción estratégica que otorgaría a Turquía la independencia frente a Occidente, añade 


Pero, ¿qué persiguen exactamente los saudíes al normalizar sus relaciones con Ankara? ¿A qué se debe la repentina generosidad del príncipe bin Salmán? ¿Ingenuidad, solidaridad, visión geoestratégica? Es preciso recordar que los saudíes financiaron, en las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo, la construcción de la bomba atómica paquistaní la llamada bomba islámica.  También podrían decantarse por sacar a flote la maltrecha economía turca o… dedicar ¿por qué no? parte de su riqueza a la creación del por ahora estrafalario Gran Turán.

 


jueves, 13 de julio de 2023

El siglo de Turquía (I) Recuperar el esplendor del Imperio

 

Cuando las autoridades de un país industrializado sorprenden a sus socios con un paquete de fundadas (o  infundades) reivindicaciones, los heraldos gubernamentales suelen hablar de exigencias inesperadas. Cuando un país no perteneciente al primer mundo, véase Turquía, sorprende a sus socios con demandas justas (o  justificadas) que entorpecen ¡ay! el buen funcionamiento de los engranajes burocráticos de Uniones, Alianzas u organismos internacionales, su discurso se traduce por el despectivo giro chantaje de última hora.

Es lo que sucedió recientemente con el veto de Ankara a la adhesión de Suecia a la Alianza Atlántica, bloqueada por los turcos al alegar el escaso interés del país escandinavo de acabar con el núcleo terrorista léase, presencia de nacionalistas kurdos en las instituciones suecas. La OTAN había dado por zanjada la crisis, considerando que la nueva normativa jurídica adoptada por las autoridades suecas debía contentar al ejecutivo de Ankara. Sin embargo, Erdogan exigía más, mucho más. En lenguaje diplomático, ello se traducía por la neutralización o total desaparición del grupo de presión kurdo de Estocolmo. Pero los suecos no daban su brazo a torcer. En jerga geopolítica, la factura de la membresía sueca a la OTAN incluía la venta de una treintena de cazas F-16 estadounidenses al Ejército turco – bloqueada por la Administración Biden – y el compromiso de los escandinavos a apoyar el reinicio de las negociaciones sobre la adhesión de Turquía a la Unión Europea, un proceso congelado en 2018 por la Canciller Angela Merkel, quien alegó la falta de compromiso de Ankara con las reformas europeas en materia de los derechos fundamentales. Un comodín éste, que franceses y alemanes suelen emplear muy a menudo para obstaculizar el diálogo con Turquía. Sin embargo…

En las actuales circunstancias, Occidente se vio obligado a ceder ante las exigencias del sultán. Va de la unidad de la Alianza; si al envío a las calendas griegas de la petición de ingreso de Vlódimir Zelenski se suma el bloqueo de la adhesión de Suecia, la imagen de monolitismo de la OTAN resulta muy dañada. Turquía tendrá, pues, sus F-16 y… una promesa más o menos firme de Estocolmo de potenciar la reanudación del diálogo entre Ankara y Bruselas.

Pero dialogar no significa, forzosamente, pactar. Los negociadores turcos lo saben.  Ankara presentó su solicitud de ingreso en 1987 y tardó doce años en recibir el estatus de candidato. Las negociaciones se abrieron ya en 2005 y no han parado de tener altibajos. El club cristiano de Bruselas se ha mostrado siempre muy reacio al ingreso de Turquía, país que utiliza como dique de contención contra la avalancha de refugiados e inmigrantes provenientes de Oriente Medio y Asia en el prospero huerto de la gran familia europea. Las reformas de Mustafá Kemal Atatürk jamás convencieron a los occidentales. A la hora de la verdad, el factor religioso pesa más que los cambios estructurales, la adecuación del sistema institucional a las normas europeas. En pocas palabras: el gran fallo de los turcos es… ¡ser musulmanes!

Conscientes del gran hándicap intelectual de los centroeuropeos, los sucesivos Gobiernos de Ankara hicieron suya la famosa máxima del humorista español, adaptándola a su manera: Si doña Europa no nos quiere, renunciamos generosamente a la mano de doña Europa.  Y así pasaron varias décadas…

El que esto escribe recuerda una conversación sostenida en el silencio de la noche de Ankara, pocas fechas después de la victoria del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), con el ex primer ministro turco, Bülent Ecevit, uno de los impulsores de la política europeísta de Ankara. Ecevit no dudaba de la voluntad de sus rivales islamistas de proseguir el diálogo con Europa. ¿Un fracaso de las negociaciones? Lo dudo. Hay consenso a nivel de la clase política turca: la meta es Europa, afirmaba el catedrático y poeta que ostentó tres veces el cargo de primer ministro. De todos modos, habrá otras opciones. Mire, Asia es un gran continente con el que tenemos importantes lazos históricos. Y, además, podría haber otras opciones…

Ecevit me habló aquella noche de los países o regiones en las que el Imperio Otomano y la Turquía moderna influyeron con su presencia colonial o su diplomacia; Afganistán, Libia, Azerbaiyán, Qatar, Somalia, Djibutí, los tártaros y las comunidades musulmanas de Rusia o los Balcanes. La lista resultó ser muy larga. Pero la opción aún no tenía nombre.

En realidad, la alternativa empezó a esbozarse una década más tarde, cuando los ideólogos del AKP pusieron de moda la expresión neo-otomanismo. La nueva doctrina pretendía recuperar el esplendor del Imperio Otomano, influir en los territorios históricamente administrados por Estambul o Ankara, convertir la Turquía moderna, potencia regional en ciernes, en una potencia global. Para ello, el aparato de propaganda del AKP ha ideado el slogan: El siglo de Turquía.

El proyecto fue lanzado poco después de la consulta popular celebrada en el mes de mayo, cuando los seguidores de Erdogan lograron un nuevo mandato legislativo. Se trata del tercer renacimiento turco, afirman orgullosamente los militantes islamistas.

İhsan Aktaş, profesor de periodismo en la Universidad Medipol de Estambul e incondicional del presidente Erdogan, explica: Personalmente, estimo que la primera era turca comenzó con la alianza formada con Bagdad en Transoxiana, una región histórica repartida actualmente entre Uzbekistán, Kazajistán, Turkmenistán, Kirguistán y Tayikistán. 

La segunda coincidió con los siglos XIV al XVI cuando los otomanos influían en la política de la mayoría de los imperios. Sabemos que los europeos no podían prescindir de Turquía desde la Edad Media y que los otomanos influenciaron a los europeos durante 400 años, después de la Paz de Westfalia.

Creo que el tercer renacimiento de los turcos se dará en esta época.

Para Aktaș, el porvenir de Turquía se forjará en las antiguas plazas fuertes de los otomanos. Si doña Europa no nos quiere… En fin, esto queda por ver. De momento, conviene centrarse en los logros del chantaje de última hora de Erdogan, como lo calificó, muy cariñosamente, el jefe supremo de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, olvidando el desafío lanzado desde la tribuna de las Naciones Unidas por Erdogan a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: El mundo no se limita a cinco (superpotencias).

De hecho, antes de ganar las elecciones del pasado mes de mayo, Erdogan se había planteado seriamente la posibilidad de adherirse al grupo de los BRICS, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, opción que provocó en auténtico terremoto en Washington. Erdogan, ese amigo de Putin, nos está traicionando, bramaban los altos cargos de la Administración.

Pero, ¿quién avalaría este cambio de bando, este estrepitoso abandono de Occidente?  ¿Moscú? ¿Pekín? Aparentemente, ninguno de los grandes. Y si fuera… ¡La Meca!


miércoles, 7 de junio de 2023

La desdolarización – novedades en el frente del Este


Si alguna vez ves a un banquero suizo saltar por la ventana, salta detrás. Seguro que hay algo que ganar, solía decir Voltaire. El filósofo francés, confinado en la fronteriza aldea de Ferney, llegó a conocer a los gnomos de la finanza helvética. Les tenía muy poco aprecio. En realidad, a nadie se le ocurre tener un romance con su banquero. Para Voltaire, el libre pensador, resultaba inconcebible lisonjear a un banquero, a un ser inmerso en el poco imaginativo mundo de los números. Pero tenía que reconocer que los cálculos de los financieros ginebrinos no fallaban. O, mejor dicho, no siempre…

Durante la Segunda Guerra Mundial, los bancos suizos cometieron dos graves errores: se equivocaron al aceptar los depósitos de muchos judíos europeos, perseguidos por el terror nazi, sospechando que las víctimas del Holocausto no estarán en condiciones de reclamar los fondos disimulados en las cajas fuertes de la Confederación helvética y, por otra parte, al acoger parsimoniosamente el dinero, el oro y las alhajas entregadas en custodia por los oligarcas nazis. Huelga decir que los depósitos de los hitlerianos causaron más quebraderos de cabeza que el dinero de los judíos. Norteamérica se lanzó a la busca y captura del oro del Reich incluso antes del final de la guerra.

Los supervivientes del Holocausto o, mejor dicho, sus descendientes, tuvieron que esperar hasta finales de la década de los 90. En ambos casos, los gnomos se habían equivocado. ¿Simple error de cálculo?

En 1970, el canciller germano Willy Brandt firmó un acuerdo histórico con Moscú, en el que la República Federal se comprometió extender el gasoducto Soyuz hasta el Estado de Baviera. Corrían los años de la Realpolitik, de la política centrada en el entendimiento entre potencias y la prosecución de los intereses nacionales. Alemania necesitaba el gas natural; la URSS estaba dispuesta a suministrarlo. La firma del acuerdo no resultó ser del agrado del aliado transatlántico de Occidente, dispuesto a convertirse en principal exportador de gas.  

La gestión de los fondos destinados a la materialización del proyecto recayó en uno de los tres grandes bancos suizos. Preguntados por la oportunidad o la temeridad del proyecto, el administrador suizo contestó: Es un acuerdo sólido; no hay ningún peligro de incumplimiento. Y no lo hubo durante décadas.

En la misma época, la Reserva Federal estadounidense renunció a la cobertura oro del dólar. El franco suizo mantuvo la cobertura, confiando en convertirse – junto con el dólar – en moneda universal de reserva. Otra aspiración frustrada por los artífices del Acuerdo de Bretton Woods.

En fechas más cercanas, los sucesores de los gnomos que – según Voltaire – tenían la molesta costumbre de saltar por la ventana, se sumaron a las sanciones económicas impuestas por la Casa Blanca al Kremlin, optando por la congelación de los fondos depositados por los oligarcas rusos y su entrega a un posible proyecto de reconstrucción de Ucrania. ¿La proverbial neutralidad helvética? Algunos gnomos sugirieron también renunciar a este concepto; convendría participar al envío de armas a Kiev. ¿Otra equivocación?

Otro fantasma recorre actualmente el finito universo de las finanzas suizas: el amenazador proyecto de la desdolarización de las transacciones internacionales. Se trata de una iniciativa cuya paternidad reclaman los principales promotores del BRICS - Rusia y China - cuya precipitada puesta en práctica se debe, ante todo, al deseo de contrarrestar el impacto de las sanciones económicas impuestas a Moscú

Durante la reunión de los ministros de asuntos exteriores de BRICS, celebrada la semana pasada en Shanghái, se informó los participantes que las autoridades de cuarenta y un países acogerían con agrado la creación de una divisa común de esta agrupación. Los autores del informe, expertos del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), creado en 2014 por los miembros fundadores del BRICS - Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica – barajan dos alternativas: la posibilidad de utilizar las divisas nacionales para los intercambios comerciales o de adoptar una moneda común, que no pertenezca a un solo Estado. El objetivo primordial: acelerar la erosión de la hegemonía mundial de los Estados Unidos emanante de los acuerdos de Bretton Woods, crear una arquitectura multilateral global, evitar la imposición de medidas y sanciones unilaterales por parte de Occidente, promover el establecimiento de un nuevo orden global favorable a los países del Sur, dispuestos a identificarse con este proyecto.

En realidad, los sistemas alternativos llevan meses funcionando, debido a la creciente desconfianza hacia las herramientas financieras occidentales. A las consideraciones de índole meramente financiera se suman varios factores geoestratégicos. En sus relaciones con la Europa comunitaria, China trata de promover el concepto de autonomía estratégica frente a los Estados Unidos, considerando que el Viejo Continente debe seguir su propia vía en materia de política internacional.

Norteamérica trata por todos los medios de desarticular el BRICS, considerando que el bloque es el principal artífice de la política de desdolarización. Para los politólogos, la cuestión en mucho más compleja. Estiman que Pekín apuesta por la separación de Estados Unidos y Europa, que debilitaría al bloque occidental y aumentaría la influencia de China en el mundo.

El representante especial de China para Asuntos Euroasiáticos, Li Hui, visitó recientemente Varsovia, Berlín, París y Bruselas con un mensaje claro para los gobernantes europeos: “Beijing es una alternativa a Washington”. 

Conviene recordar que las relaciones de China con Occidente no eran muy buenas antes de febrero de 2022. En 2021, Bruselas congeló el acuerdo financiero con China aprobado por el Parlamento Europeo, considerando que las relaciones con Pekín no eran beneficiosas para Washington. 

Los estadounidenses insisten, por su parte, en que es imposible que las empresas europeas se asocien con China. Mientras tanto, las grandes corporaciones norteamericanas tratan de reanudar los viajes a China, haciendo todo lo posible para establecer acuerdos de cooperación con representantes de la economía más grande del mundo.

Actualmente, China - como una de las principales economías del mundo – es la única capaz de contrabalancear el poderío económico y financiero de los Estados Unidos.

Los directivos del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), competidor en ciernes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, hacen hincapié en la necesidad de desdolarizar los intercambios internacionales, recordando que un tercio de los préstamos concedidos por la nueva institución financiera son en moneda local.

En resumidas cuentas: algo se mueve en el sigiloso mundo de la banca. Un desafío para los gnomos de las finanzas helvéticas y para muchos de sus colegas occidentales. 

miércoles, 31 de mayo de 2023

El incombustible sultán Erdogan

 

En noviembre de 2002, cuando el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) liderado por Recep Tayyip Erdogan, se alzó con la victoria en las elecciones generales convocadas en Turquía tras la crisis provocada por el desmembramiento de la coalición integrada por DSP-MHP-ANAP, agrupaciones políticas de distinto corte político, que defendían el carácter laico del país, el entonces presidente estadounidense, George W. Bush, se apresuró en enviar un mensaje a sus socios comunitarios, reclamando la rápida adhesión de Ankara a la Unión Europea.

El Sr. Erdogan en un islamista moderado, cuyo ingreso en la UE facilitaría nuestros intereses en la región de Oriente Medio, rezaba el mensaje del inquilino de la Casa Blanca. La misiva fue acogida con recelo en Bruselas. Para las altas instancias comunitarias, se trataba de una intolerable injerencia de Bush en los asuntos internos de la Unión. Y más aún, teniendo en cuenta que Erdogan, ex alcalde de Estambul, había sido inhabilitado por la Corte Suprema de Turquía por manifestaciones de apoyo al islamismo, incompatibles con la normativa jurídica del Estado laico fundado en 1923 por Mustafá Kemal Atatürk.

Por otra parte, el establishment de Bruselas se había familiarizado con el programa electoral del AKP, que contemplaba la remusulmanización de Turquía y la islamización de la diáspora. Una amenaza potencial ésta para los países comunitarios, que acogen alrededor de 4 millones de emigrantes procedentes de Anatolia.       

¿Una emigración islamizada? Aparentemente, el peligro es mínimo. La mayoría de los emigrantes turcos se rige por las normas de la moderación religiosa, es decir, poco propensa a interferir con las creencias de los países de inmigración. Sin embargo, el miedo al otro, al ser diferente, alimenta el discurso de las agrupaciones radicales. La preocupación real de los gobernantes es otra: se trata del desequilibrio de la balanza comercial entre los países comunitarios y el Estado turco. Un estado de cosas que provoca pavor en los círculos empresariales. Turquía en un competidor serio y temible.

En las dos últimas décadas, el moderado Erdogan logró convertirse en el fiscal del proteccionismo comunitario, detractor de las políticas de defensa de la OTAN, aliado y sostén le Kremlin, amigo de los ayatolás de Teherán, aliado de las monarquías del Golfo Pérsico que rechazan la hegemonía de Arabia Saudita, líder de una potencia regional que trata de resucitar y relumbrar la grandeza de las glorias de antaño, del resplandeciente Imperio otomano.

Después de la intentona golpista de 2016, ideada – según el sultán y sus secuaces – por los servicios de inteligencia occidentales, Erdogan se ha ido distanciando aún más de los miembros de la UE.

La decisión de Angela Merkel de congelar las negociaciones para la adhesión de Turquía a la UE fue interpretada como una auténtica declaración de guerra. Por si fuera poco, en la OTAN se oyeron voces reclamando insistentemente la salida de Ankara del sistema de defensa atlántico. Pero en este caso concreto, Washington se sintió obligado a calmar la revuelta. Turquía sigue siendo una pieza clave en la estructura de defensa de Occidente. Por otra parte, el papel de mediador ejercido por Erdogan en el conflicto de Ucrania le convierte en juez y árbitro del juego peligroso que opone la Casa Blanca al Kremlin.

Si bien Turquía tiene que hacer frente a una crisis económica sin precedentes, Recep Tayyip Erdogan ha aprovechado la campaña electoral para recordar los excelentes resultados obtenidos por la industria de defensa, que sale fortalecida del forcejeo entre Rusia y Occidente. Erdogan ha sido el político turco más poderoso durante las dos últimas décadas. Parece poco probable que cambie drásticamente de rumbo tras su reelección.

El Occidente, que ha apostado por el candidato kemalista Kemal Kilicdaroglu, jefe de fila del Partido Republicano del Pueblo, ha tenido que rectificar el tiro tras la victoria electoral de Erdogan. No cabe duda de que las capitales europeas hubiesen preferido tratar con las agrupaciones laicas capitaneadas por los kemalistas, predispuestas a un acercamiento con las posturas de Washington y de Bruselas.

Al cumplirse cien años de la fundación del Estado moderno, Turquía recupera, merced a su política neo-otomanista del AKP, su pompa imperial. Mas el fasto de las celebraciones no logrará acallar las críticas de la oposición, que denuncia la constante erosión de las normas democráticas, la persecución de los disidentes, la discriminación de la comunidad LGBTI, la situación de la comunidad kurda. De hecho, Erdogan aprovechó su primer contacto telefónico con su rival Kilicdaroglu para exigir información detallada acerca del acuerdo firmado por los kemalistas con el partido kurdo. ¿Es cierto que os habéis comprometido a excarcelar a sus líderes? preguntó Erdogan, acérrimo enemigo de las agrupaciones paramilitares kurdas que operan en Turquía y Siria.

Tanto Erdogan como Kilicdaroglu se comprometieron a iniciar el proceso de repatriación de los refugiados sirios – alrededor de 3,5 millones de personas desplazadas – que perderán la protección de los organismos internacionales. Uno de los problemas más acuciantes es, sin duda, la escasez de viviendas en el país vecino, asolado por el terremoto del pasado mes de febrero, pero ante todo por la destrucción masiva provocada durante el conflicto interno. Un auténtico quebradero de cabeza para el sultán, que inicia su tercer mandato en un ambiente de crisis y desconfianza.

Pero en incombustible Erdogan seguirá gobernando Turquía cinco años más. Guste o no a la Casa Blanca; guste o no al club cristiano de Bruselas.