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martes, 9 de abril de 2024

Eslovaquia de frutas

 

Pero, ¿qué estoy diciendo? En realidad, deberíamos decir Macedonia de frutas. Sería lo correcto y lo más comprensible. Pero en este caso concreto, la balcánica Macedonia nos queda un poco lejos. Esos apuntes tratan sobre la actualidad en otro minúsculo país europeo – Eslovaquia – situado en el corazón de Europa. Un Estado cuyo porvenir inquieta a los eurognomos de Bruselas y a los uniformados atlantistas. Un país que pertenece – junto con la República Checa, Polonia y Hungría, al problemático Grupo de Visegrado, que tantos quebraderos de cabeza provoca en las Cancillerías occidentales. Se trata, recordémoslo, de los díscolos de la UE y también – desde hace algún tiempo – de la Alianza Atlántica.

Polonia, que volvió al redil hace apenas unos meses, no consigue desembarazarse de sus tics autoritarios de sus gobernantes radicales, que tanto molestaban a los eurócratas: vigilancia del sistema judicial, rechazo de las políticas de genero de la UE, intimidación de la Prensa.

Hungría siguió la senda de Varsovia, apostando por el nacionalismo y ¡ay! la férrea defensa de la soberanía y los intereses nacionales, amén de una sospechosa amistad con el hombre fuerte del Kremlin: Vladímir Putin.

Las andanzas del primer ministro húngaro, Víctor Orban, no han terminado. Actualmente, el régimen de Budapest se ha convertido en la oveja negra comunitaria. Mas cuando parecía que los húngaros iban a asumir en solitario su ostracismo, surgió un nuevo protagonista dispuesto a actuar de malo de la película: Eslovaquia.

En septiembre de 2023, el socialdemócrata Robert Fico se alzó con la victoria en las elecciones generales celebradas en el país. Malas noticias para el mundillo bruselense: Fico, que ya había ostentando en cargo de primer ministro en dos ocasiones, no duda en hacer alarde de su postura prorrusa. Un golpe bajo, sentencia el grupo socialista del Parlamento Europeo, que contempla la expulsión o suspensión de la agrupación parlamentaria bruselense de Smer, el partido de Fico, y de su ala disidente, Hlas, liderada por el hasta ahora presidente del Parlamento de Bratislava, Peter Pellegrini. Sin embargo, los dos políticos no tardaron en comprobar que… había vida después del involuntario destierro.

El pasado fin de semana, Pellegrini se alzó con la victoria en las elecciones presidenciales que lograron poner fin a una etapa de dominación conservadora.

Los socialdemócratas se han apoderado del Parlamento, el Gobierno y la Presidencia de la República, señalaba en la noche del domingo el comentarista político de la BBC. Para el público español interesado en la (buena) marcha del proyecto europeo, la lluvia de epítetos empleada por algunos medios de comunicación enturbió una posible y necesaria visión panorámica. Si bien al nuevo Presidente eslovaco, Peter Pellegrini, se le tacha de prorruso y aliado de Viktor Orban el Primer Ministro Fico cumula los calificativos de antiliberal, socialista, prorruso y populista, que moviliza al electorado joven utilizando narrativas de la extrema derecha.

Frente a ellos, hallamos al candidato derrotado, Iván Korčok, exministro de Asuntos Exteriores, un liberal prooccidental apoyado por la oposición liberal y conservadora. Una auténtica Eslovaquia de frutas.

En resumidas cuentas, lo que insinúa esta avalancha de calificaciones (descalificaciones, en este caso) es que el tándem Fico – Pellegrini podría convertir al país en un incómodo aliado de Orban y Putin.

De todos modos, sería recomendable que los lectores de la prensa mainstream de la Península consulten las noticias – muy escuetas y reveladoras – del servicio español de la BBC.

Los coleccionistas de despropósitos recordarán probablemente la disputa entre dos ciudadanos israelíes que termina con la imprecación: ¡Eres un… antisemita! Y la inevitable coletilla:  Pero, ¿qué estoy diciendo?

¡Ay, sí! una auténtica Eslovaquia de frutas.


jueves, 9 de noviembre de 2023

Crepúsculos iliberales


El nuevo Gobierno de Eslovaquia acordó bloquear un paquete de 40,3 millones de euros destinado a la ayuda militar a Ucrania. La noticia, difundida por los medios de comunicación de Bratislava, pasó casi inadvertida en los países de la Unión Europea. Obviamente, las informaciones de esta índole no son del agrado de los eurócratas.

¿Poner en duda la unidad y la cohesión de los 27 frente al conflicto ruso-ucranio? ¡De ninguna manera! Sí, es cierto; la Unión cuenta con algunos – pocos – miembros díscolos.  Se trata, ante todo, de países pertenecientes al Grupo de Visegrado: Polonia, Hungría, Eslovaquia… Durante años, el estamento político bruselense lanzó sus truenos contra los gobernantes polacos y húngaros, poco propensos a plegarse a la disciplina comunitaria. Los ataques al Poder Judicial y la discriminación de género le valieron al Gobierno de Varsovia multas de un millón de euros diarios. La cantidad se descontaba de… los fondos asignados a Polonia por el ejecutivo comunitario.

La última consulta popular, celebrada el pasado mes de septiembre, parecía poner fin a la pesadilla polaca, Con la victoria de Donald Tusk, antiguo presidente del Consejo Europeo, partidario ce la despolitización de la vida pública y adalid del liberalismo económico, Polonia vuelve al redil de la cacareada democracia comunitaria. Hungría, sin embargo…

Viktor Orban, el jurista que dirige los destinos del pueblo magyar, parece más obstinado que sus correligionarios de Varsovia. Partidario de eliminar la llamada educación de género del currículo de la enseñanza, enemigo a ultranza de la inmigración no europea y, por supuesto, no cristiana, el primer ministro húngaro peca también, y ante todo, por su buena relación con Vladimir Putin y la firma de millonarios contratos para la compra de gas natural firmados con el Kremlin. ¿Reprimendas? ¿Sanciones? La oveja negra de Budapest suele hacer caso omiso de las amonestaciones de Bruselas.

Si me quieren echar, señores, háganlo. Yo no me marcho, advierte el primer ministro húngaro. Conviene señalar que las asiduas críticas contra Budapest disminuyeron tras la aplastante victoria de la no menos populista italiana Giorgia Meloni. Claro que para criticar a los políticos transalpinos, Bruselas prefiere emplear… guantes de seda. 

La aparente derrota electoral de los conservadores polacos coincidió en tiempo y espacio con el regreso a la palestra pública de otro controvertido personaje: Robert Fico, primer ministro de Eslovaquia, líder del partido socialdemócrata de su país, agrupación adscrita al Grupo de Socialistas y Demócratas del Parlamento Europeo.

Los medios de comunicación occidentales se precipitaron en tildar a Fico de prorruso y seudosocialdemócrata a raíz de sus estrafalarios mensajes dirigidos a sus conciudadanos durante la campaña electoral: La guerra siempre viene de Occidente; la paz, de Oriente. Ni una sola bala saldría de este país rumbo a Ucrania; la ayuda será únicamente humanitaria y civil. Nuestros asuntos internos serán prioritarios. La paz (en Ucrania) es la única solución. Me niego a que me critiquen sólo por hablar de la paz.

La reacción de los europarlamentarios socialistas fue instantánea. ¿Debemos aislar a Eslovaquia? ¿Sancionar a Fico?

Huelga decir que la formación del nuevo Gobierno de Bratislava deparó más sorpresas. Sus miembros se pronunciaron a favor de bloquear el potencial ingreso de Kiev en la OTAN y de revisar los acuerdos de seguridad con Washington, que permiten a la fuerza aérea estadounidense utilizar las bases de la aviación militar eslovaca de Malacky-Kuchyna y Sliac durante un período de diez años. El acuerdo ha sido mal formulado, afirma el recién nombrado ministro de Defensa, Robert Kalinak, quien se apresuró a transmitir sus dudas al embajador de los Estados Unidos en Bratislava, exigiendo la revisión del tratado.

Pero la nota la dio el vicepresidente del Parlamento de Eslovaquia, Lubos Blaha, quien descolgó de la pared de su despacho la foto oficial de la Presidenta Zuzana Caputova, sustituyéndolo ñor un retrato de Ernesto Che Guevara. Y para que no haya lugar a dudas, Blaha retiró también el estandarte de la UE, colocando en su lugar la bandera eslovaca. Un gesto éste que fue debidamente publicitado por los medios audiovisuales moscovitas.

En resumidas cuentas: Eslovaquia acaba de ingresar en la lista de las ovejas negras de la UE, de las democracias… ¡iliberales!

¿Y Meloni? ¿Qué hacer con Georgia Meloni? De momento, sus planteamientos sobre la lucha contra la inmigración ilegal parecen haber hecho mella en algunos países escandinavos. ¿Iliberales?

Cabe suponer que la palabra se pondrá de moda próximamente. 

sábado, 22 de octubre de 2022

Balcaniadas III


Esperando el maná bruselense...

Ha sido y sigue siendo una larga espera. El maná – la luz verde para la adhesión de los candidatos balcánicos a la UE – tarda en llegar. Muchos países o, mejor dicho, muchos Gobiernos de los Balcanes occidentales, confiaban en la reactivación de las consultas con Bruselas. El objetivo final: la integración plena en las estructuras del selecto club de los ricos, ansiada por la mayoría de los países de Europa oriental.

Pero en los tiempos que corren, poco propicios para la edificación de la gran casa europea, los eurócratas prefieren rebajar las pretensiones. No es el momento de entablar el diálogo con los países de la región balcánica; la Unión Europea se está agrietando. Los miembros del Grupo de Visegrado – Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia – los díscolos de Europa oriental, están causando demasiados quebraderos de cabeza a los altos cargos de la Comisión, acostumbrados con la dócil aquiescencia de los Gobiernos occidentales, que asumen la primacía de la legislación supranacional en materia de soberanía, ordenación del espacio jurídico, libertad de prensa o educación sexual. Polacos y húngaros protestan: no están conformes con los fallos de Bruselas. Sus colegas checos y eslovacos adoptan una postura más flexible: todo es negociable, incluso algunos ukases de los eurócratas.

¿Los países balcánicos? ¡Qué esperen! No es el momento de complicarnos la vida, afirman los miembros del Gabinete Macron, poco propensos de sumarse al entusiasmo – justificado o no - de sus socios ibéricos. Para los alemanes, sin embargo, es tiempo de reconducir el debate. Toca ayudar a los eternos candidatos, pero… sin comprometerse. Los balcánicos tienen que aprender a edificar sus propias estructuras, bajo la dirección, eso sí, de la batuta germánica.

El pasado fin de semana, los miembros del Consejo de Cooperación Regional de los Balcanes (RCC), integrado por Albania, Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Macedonia del Norte, Montenegro y Serbia, firmaron un acuerdo de libre circulación regional y homologación de los títulos universitarios, que contempla también el libre tránsito de personas sin documentos de identidad.

Este Mini-Schengen, auspiciado por la ministra de Relaciones Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, pretende facilitar la convalidación de los diplomas universitarios, así como la eliminación de los visados entre los países miembros del RCC.

La secretaria general del Consejo de Cooperación, Majlinda Bregu, estima que se trata de un primer paso hacia la integración europea de la región balcánica. Sin embargo, ello podría convertirse en un arma de doble filo a la hora de negociar el ingreso en la UE, ya que el mini-Schengen de los balcánicos podría tornarse, a su vez, en un díscolo al estilo del Grupo de Visegrado.

Y como la paciencia no es el fuerte de los balcánicos…


miércoles, 16 de febrero de 2022

Los cuarto de Visegrado (II) De soberanos a soberanistas

 

El castillo de Visegrado no figura en la lista de los esplendidos monumentos históricos que dominan los bordes del Danubio; moradas de reyes, príncipes, duques, caballeros teutones, nobles magiares o señores valaquios. Los turistas, en su gran mayoría, ibéricos, suelen aludir a las ruinas de la solariega fortaleza de Visegrado, abandonada por los monarcas húngaros tras la edificación, al pie de la colina, del suntuoso palacio real, testigo de un sinfín de intrigas, amoríos y acontecimientos históricos.

 

En efecto, el actual Grupo de Visegrado (V 4), integrado por Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia, pretende ser la reedición moderna del pacto rubricado en 1335 por los reyes de Hungría, Polonia y Bohemia, unidos para hacer frente a la influyente monarquía de los Habsburgo. Los tres monarcas reunidos en el palacio de Visegrado firmaron un tratado de no agresión, cooperación política y económica, que trataron de emular, en febrero de 1991, los representantes de los Gobiernos de Praga, Budapest y Varsovia. Su objetivo: tratar de acelerar el proceso de su ansiada integración en las instituciones europeas. La primera etapa de su peregrinación hacia el selecto club de Bruselas finalizó en 2004, coincidiendo con la primera gran ampliación de la UE. Sin embargo, para los países de Europa oriental no se trataba de un camino de rosas…

 

Si bien desde el punto de vista demográfico los países del Grupo de Visegrado son equiparables a la población del Reino Unido, el peso político de los cuatro es infinitamente inferior al de Estados como Austria o los Países Bajos, más integrados en el mecanismo de toma de decisiones de la Unión.  

 

Si se contara como una sola entidad, el Grupo sería la duodécima potencia económica mundial, casi equivalente a la Rusia. 

 

El V 4 es una potencia en ascenso, que ofrece a los inversores extranjeros una ubicación geográfica ideal para el desarrollo de proyectos tecnológicos, ofreciendo, además, recursos humanos extremadamente competitivos a costos que desafían los de Europa occidental.

 

Los miembros del V 4 no comparten los prejuicios de algunos Estados de la UE contra la energía nuclear: buscan expandir el uso de las energías atómica, solar y eólica, además de diversificar sus fuentes de suministro de gas natural.

 

Hungría, la República Checa, Polonia y Eslovaquia bloquearán los impuestos del Acuerdo Verde de la UE sobre viviendas y automóviles, estimando que resultan a la vez costosos y prematuros. También han rechazado vehementemente las cuotas de inmigrantes impuesta por Bruselas, sumándose a las autoridades de Estonia, Letonia y Eslovenia, cuyas decisiones no han sido cuestionadas por la UE.

 

Por otra parte, conviene señalar que el apoyo a la democracia es particularmente bajo en Polonia, con solo el 19 por ciento de la ciudadanía apoyando de manera constante el sistema democrático. El porcentaje es aún inferior en Hungría, donde se limita al 16 por ciento.

 

De hecho, algunas políticas populistas llevadas a cabo por los gobernantes de Budapest y Varsovia recuerdan, extrañamente, el lema del Estado Francés instaurado durante la Segunda Guerra Mundial por el mariscal Pétain: Travail, Famille, Patrie (Trabajo, Familia, Patria). ¿Mera casualidad? No, en absoluto. Tanto los polacos como los húngaros son partidarios de una Europa fuerte de naciones independientes. Una Europa donde las fronteras desaparecen, pero donde priman la soberanía nacional y el respeto por las tradiciones.

 

Pero no se trata de voces solitarias; otros países del Este europeo, como por ejemplo Eslovenia y Croacia, simpatizan con el ideario del Grupo.

 

¿Y nosotros? preguntan los rumanos al descubrir los frecuentes mensajes del V 4 en las redes sociales. ¿Y nosotros? La Corte Constitucional de Rumanía ha dictaminado que una decisión del Tribunal Supremo de Justicia de la UE no puede aplicarse sin antes enmendar la constitución del país. Esto significa que los magistrados rumanos, al igual que sus colegas polacos, cuestionan la primacía de la jurisprudencia europea sobre la legislación nacional.

 

Ante la creciente rivalidad de Occidente con Rusia, los miembros del V 4 y sus simpatizantes de Europa oriental reclaman a sus socios más apoyo militar. Adoptan, eso sí, un enfoque poco bruselense, abrazando una ideología muy parecida a la América resurrecta de Donald Trump. Por algo optaron, hace ya décadas, por el lema: Primero la OTAN.


sábado, 22 de enero de 2022

Los cuatro de Visegrado (I)

 

En la primavera de 2001, dos altos cargos del departamento de Ampliación de la Unión Europea se trasladaron a Varsovia para analizar, junto con sus colegas polacos, los datos estadísticos contenidos en un informe presentado por el entonces país candidato a adhesión.

 

Los eurócratas no lograban disimular su desasosiego; las cifras no cuadraban. ¿Simple error contable?

 

¿No es lo que ustedes deseaban? preguntó el interlocutor polaco.

 

Lo que nos interesa es la información exacta, fidedigna, contestó el emisario de Bruselas.

 

Pues eso es lo que necesitan. De todos modos, no se molesten; no se hará ningún cambio. Francia quiere que ingresemos en la UE e… ingresaremos, repuso el polaco.

 

El malentendido se disipó tres años más tarde, en mayo de 2004, al anunciar Bruselas el ingreso de Polonia y de otros nueve países de Europa oriental y del Mediterráneo - República Checa, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania y Malta - en la Unión.  

 

A finales de la década de los 90, algunos expertos en asuntos comunitarios expresaron sus dudas respecto de la inusual velocidad de crucero de las negociaciones con los candidatos de Europa oriental, antiguos miembros del COMECON y del Pacto de Varsovia.  La postura oficial de los miembros del club de Bruselas fue tajante: los países del Este tienen que integrarse cuanto antes en la UE. Sin embargo, hay que persuadirlos de que la pertenencia a la Alianza Atlántica es el requisito sine qua non para la puesta en marcha de las consultas para su adhesión. El argumento base, el anzuelo, por así decirlo, era que la OTAN facilitaba más fondos que Bruselas. Argumento éste de peso para unas naciones pauperizadas, que buscaban desesperadamente la inversión extranjera. No hay que extrañarse, pues, al comprobar que la senda de las ampliaciones está plagada de errores voluntarios y excepciones.

 

Los temores de los años 90 se materializaron al cabo de tres décadas, cuando los Gobiernos de Polonia y Hungría se rebelaron contra las políticas de la Unión. Mientras a las autoridades de Varsovia se les echó en cara su autoritarismo, a los vecinos húngaros se les tildó de populistas. Los conservadores polacos trataron de modificar el sistema judicial, reduciendo la autonomía de los magistrados, limitando la libertad de información y censurando algunas normas de orientación sexual aprobadas por Bruselas. Unas políticas que – según la Comisión – iban contra el consenso comunitario.

 

Los húngaros, por su parte, rechazaron la directiva de educación sexual en los colegios, considerándola inadecuada e incompatible con los usos y costumbres del país magyar.

 

En ambos casos, la respuesta de Bruselas fue inhábil al remitir a los díscolos a los fallos del Tribunal Europeo. Los polacos no tardaron en sacar el as de la manga: la soberanía nacional. Un concepto que algunos olvidaron a la hora de arrimar el hombro al proceso de edificación de la sacrosanta unidad europea. Sin embargo, para los países que habían vivido durante décadas en la zona de influencia de la URSS, la soberanía sigue siendo un derecho sagrado. ¿Renunciar a ella para complacer a los eurócratas? ¡Qué herejía!   

 

Los polacos, los húngaros y ciudadanos de otros países de la primera ampliación, miembros o simpatizantes de la política llevada a cabo por los integrantes del inconformista Grupo de Visegrado, desean una Europa fuerte de naciones independientes, una Europa donde las fronteras desaparecen, pero donde el respeto a las tradiciones y la soberanía no se diluyen.  Una Europa que – según las palabras del viceprimer ministro polaco y presidente del partido soberanista-conservador PiS, Jaroslaw Kaczynski, no debe convertirse en el cuarto Reich alemán.

 

Hay países que no están entusiasmados con la perspectiva de construir un Cuarto Reich alemán en suelo de la UE, manifestó el presidente del partido de Gobierno polaco. Sus palabras causaron un gran revuelo en la capital comunitaria. Kaczynski tuvo que puntualizar: la frase Cuarto Reich alemán no tiene connotaciones negativas porque no se trata del Tercer Reich (la Alemania nazi), sino el Primero (el Sacro Imperio Romano Germánico).

 

El debate se cierra en falso. Los inconformistas del Grupo de Visegrado (*) y sus potenciales aliados comunitarios nos deparan otras – múltiples – sorpresas.

 

(*) Los miembros fundadores del Grupo de Visegrado son: Hungría, Polonia y Checoslovaquia.  República Checa y Eslovaquia, tras la separación de los territorios en 1993.