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miércoles, 16 de febrero de 2022

Los cuarto de Visegrado (II) De soberanos a soberanistas

 

El castillo de Visegrado no figura en la lista de los esplendidos monumentos históricos que dominan los bordes del Danubio; moradas de reyes, príncipes, duques, caballeros teutones, nobles magiares o señores valaquios. Los turistas, en su gran mayoría, ibéricos, suelen aludir a las ruinas de la solariega fortaleza de Visegrado, abandonada por los monarcas húngaros tras la edificación, al pie de la colina, del suntuoso palacio real, testigo de un sinfín de intrigas, amoríos y acontecimientos históricos.

 

En efecto, el actual Grupo de Visegrado (V 4), integrado por Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia, pretende ser la reedición moderna del pacto rubricado en 1335 por los reyes de Hungría, Polonia y Bohemia, unidos para hacer frente a la influyente monarquía de los Habsburgo. Los tres monarcas reunidos en el palacio de Visegrado firmaron un tratado de no agresión, cooperación política y económica, que trataron de emular, en febrero de 1991, los representantes de los Gobiernos de Praga, Budapest y Varsovia. Su objetivo: tratar de acelerar el proceso de su ansiada integración en las instituciones europeas. La primera etapa de su peregrinación hacia el selecto club de Bruselas finalizó en 2004, coincidiendo con la primera gran ampliación de la UE. Sin embargo, para los países de Europa oriental no se trataba de un camino de rosas…

 

Si bien desde el punto de vista demográfico los países del Grupo de Visegrado son equiparables a la población del Reino Unido, el peso político de los cuatro es infinitamente inferior al de Estados como Austria o los Países Bajos, más integrados en el mecanismo de toma de decisiones de la Unión.  

 

Si se contara como una sola entidad, el Grupo sería la duodécima potencia económica mundial, casi equivalente a la Rusia. 

 

El V 4 es una potencia en ascenso, que ofrece a los inversores extranjeros una ubicación geográfica ideal para el desarrollo de proyectos tecnológicos, ofreciendo, además, recursos humanos extremadamente competitivos a costos que desafían los de Europa occidental.

 

Los miembros del V 4 no comparten los prejuicios de algunos Estados de la UE contra la energía nuclear: buscan expandir el uso de las energías atómica, solar y eólica, además de diversificar sus fuentes de suministro de gas natural.

 

Hungría, la República Checa, Polonia y Eslovaquia bloquearán los impuestos del Acuerdo Verde de la UE sobre viviendas y automóviles, estimando que resultan a la vez costosos y prematuros. También han rechazado vehementemente las cuotas de inmigrantes impuesta por Bruselas, sumándose a las autoridades de Estonia, Letonia y Eslovenia, cuyas decisiones no han sido cuestionadas por la UE.

 

Por otra parte, conviene señalar que el apoyo a la democracia es particularmente bajo en Polonia, con solo el 19 por ciento de la ciudadanía apoyando de manera constante el sistema democrático. El porcentaje es aún inferior en Hungría, donde se limita al 16 por ciento.

 

De hecho, algunas políticas populistas llevadas a cabo por los gobernantes de Budapest y Varsovia recuerdan, extrañamente, el lema del Estado Francés instaurado durante la Segunda Guerra Mundial por el mariscal Pétain: Travail, Famille, Patrie (Trabajo, Familia, Patria). ¿Mera casualidad? No, en absoluto. Tanto los polacos como los húngaros son partidarios de una Europa fuerte de naciones independientes. Una Europa donde las fronteras desaparecen, pero donde priman la soberanía nacional y el respeto por las tradiciones.

 

Pero no se trata de voces solitarias; otros países del Este europeo, como por ejemplo Eslovenia y Croacia, simpatizan con el ideario del Grupo.

 

¿Y nosotros? preguntan los rumanos al descubrir los frecuentes mensajes del V 4 en las redes sociales. ¿Y nosotros? La Corte Constitucional de Rumanía ha dictaminado que una decisión del Tribunal Supremo de Justicia de la UE no puede aplicarse sin antes enmendar la constitución del país. Esto significa que los magistrados rumanos, al igual que sus colegas polacos, cuestionan la primacía de la jurisprudencia europea sobre la legislación nacional.

 

Ante la creciente rivalidad de Occidente con Rusia, los miembros del V 4 y sus simpatizantes de Europa oriental reclaman a sus socios más apoyo militar. Adoptan, eso sí, un enfoque poco bruselense, abrazando una ideología muy parecida a la América resurrecta de Donald Trump. Por algo optaron, hace ya décadas, por el lema: Primero la OTAN.


martes, 5 de junio de 2018

Bruselas trata de provocar la escisión del Grupo de Visegrad


A mediados de 1990, pocos meses después de la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento del imperio soviético, las dos potencias industriales de la Unión Europea – Alemania y Francia – abogaron por la rápida integración de los países del Este en la Unión Europea. Ante las reservas formuladas por los conocedores del entramando económico de la zona, quienes consideraban que las estructuras socio-políticas de la región eran incompatibles con los ideales, los usos y las costumbres de la UE, los políticos de Bonn replicaron: es igual; más vale que estén dentro de la Unión que vagando por el vacío creado tras la desaparición de la URSS.

El proceso de adhesión de los antiguos miembros del COMECON fue  muy rápido; tal vez demasiado expeditivo… Las dificultades afloraron desde el primer momento; los roces no tardaron en desembocar en verdaderos conflictos. Las diferencias entre el Este y el Oeste fueron alimentadas, eso sí, por un factor externo: la apuesta geopolítica de los Estados Unidos, es decir, el interés de Washington de colocar peones en los confines con Rusia.

¿Europa? ¿De verdad nos interesa una Europa demasiado fuerte? confesaba hace  tiempo un alto funcionario de la Administración norteamericana. Donald Trump facilitó una respuesta contundente: NO.

Divide y reinarás; así podría resumirse la actuación del ejecutivo comunitario para con los miembros del llamado Grupo de Visegrad – Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia. La Comisión Europea trata de provocar una fisura entre Hungría y Polonia, por un lado, y Chequia y Eslovaquia, por el otro.

Los eurócratas han decidido aplicar la política del palo y la zanahoria para con los países problemáticos Europa oriental. Mientras la  Comisión de Bruselas coquetea descaradamente con los Gobiernos de Praga y Bratislava, cuando se trata de Varsovia o Budapest adopta una postura diametralmente opuesta.

Según fuentes diplomáticas occidentales, Bruselas utiliza las negociaciones sobre el futuro presupuesto de la Unión, primer paquete financiero post Brexit, para tratar de aislar política y económicamente a Hungría y Polonia, convertidos en Estados paria de la Unión a raíz de su innegable deriva totalitaria. Aparentemente, la Comisión ha advertido a los dirigentes checos y eslovacos que no convenía mantener relaciones muy estrechas con el primer ministro húngaro, Víktor Orban, ni con el polaco Jaroslaw Kaczynski. A Orban se le acusa de llevar a cabo una política xenófoba y, ante todo, de estar en muy buenos términos con los dirigentes moscovitas; a  Kaczynski, de haber amordazado a la Prensa y atentado contra la independencia del sistema judicial. Para la Comisión, el mejor antídoto contra la xenofobia y el totalitarismo sería una drástica disminución de los fondos de cohesión asignados a los dos países. Las sanciones jurídico-políticas, contempladas por Bruselas en diciembre del pasado año, sólo podrían aplicarse con el hoy por hoy hipotético aval de la totalidad de los miembros de la UE.  

El principal nexo de unión entre los países del grupo de Visegrad es, actualmente, el rechazo de la política migratoria impuesta por Bruselas. De hecho, los cuatro Estados se niegan a aceptar las cuotas impuestas para reparto de refugiados procedentes de Oriente Medio. 

Detalle interesante: la última reunión anual del Grupo de Visegrad, celebrada en Bratislava, ha puesto de manifiesto los desacuerdos con la Unión Europea o, mejor dicho, con las propuestas de los eurócratas. El jefe de la diplomacia polaca, Jacek Czaputowicz, ha llamado la atención sobre el peligro de conceder a la Comisión Europea más poder de integración, recordando la advertencia del Presidente francés, Emmanuel Macron, sobre la posibilidad (y el peligro) de imponer a la ciudadanía la voluntad de las élites.

Otros políticos centroeuropeos han sido más cautos a la hora de señalar que la nueva iniciativa sobre la toma de decisiones a nivel gubernamental o  intergubernamental en el seno de la Unión incrementaría, en realidad, la influencia de las dos locomotoras comunitarias: Alemania y Francia, provocando inevitables enfrentamientos entre grandes y pequeños.

Huelga decir que la estrategia aislacionista de la Comisión podría convertirse en un boomerang en el caso de que los movimientos populistas de Europa Central consigan convencer a la población de que la actuación de Bruselas forma parte de una estrategia global de imposiciones aplicada a los nuevos socios de Europa oriental, como sucedió en el caso de las políticas migratorias.  

Ello significa, afirman algunos, que el Ejecutivo comunitario no ha logrado aprender de los errores cometidos en el pasado y que los eurócratas no han comprendido ni quieren comprender a los habitantes de Europa Oriental. La crisis está servida.


martes, 22 de mayo de 2018

Los quintacolumnistas


Todo estaba cuidadosamente preparado para convertir la solemne ceremonia de inauguración de la Embajada estadounidense en Jerusalén en un sonado acontecimiento mediático. Ivanka Trump y Jared Kushner ostentaban la representación del actual  inquilino de la Casa Blanca, un crecido Benjamín Netanyahu trataba de eclipsar, con su inconmensurable ego, la presencia del Presidente de Israel, Reuven Rivlin; la plana mayor del Ejército judío, fundamental pilar del Estado, recordaba que, en vísperas del 70 aniversario de su fundación, Israel sigue siendo un país en guerra. Una guerra interminable, permanente, que tenía por escenario aquel día, la frontera con la Franja de Gaza, de ese exiguo territorio superpoblado que el legendario David Ben Gurion, primer jefe de Gobierno de Israel, tachaba, allá por los años 50, de auténtica bomba de relojería.

La bomba estalló, muy oportunamente, el día en que Trump regaló a Israel la capitalidad de Jerusalén, el día en que los palestinos se aprestaban a celebrar la Naqba (la Catástrofe), fecha en la que se conmemora la expulsión de los árabes tras la creación del Estado judío.

El balance de la protesta de Gaza es harto conocido. La contundente intervención del Ejército judío arrojó un saldo de 107 muertos y más de 10.000 heridos. Algo inimaginable en los peores momentos de la primera Intifada. ¿La justificación de la severidad de la tropa?  Oficialmente, los disturbios de Gaza fueron ideados por el movimiento terrorista Hamas, que controla la Franja y teledirigidos por el régimen teocrático de… ¡Irán! Inevitable alusión al enemigo del Presidente Trump, a la bestia negra del establishment político-militar de Tel Aviv.

Hemos perdido la batalla mediática; los palestinos se han apuntado otro tanto, confesaba un alto mando del Ejército de Tel Aviv. Aparentemente, no había comprendido que el verdadero campo de batalla se hallaba en Jerusalén, en el faraónico escenario de la legación diplomática estadounidense. De hecho, fue allí donde la bendición de Donald Trump desencadenó el conflicto que podría desembocar en el resquebrajamiento de la Unión Europea.

Además de los tres Estados latinoamericanos que optaron por trasladar sus respectivas legaciones de Tel Aviv a Jerusalén -  Guatemala, Paraguay y Honduras – cuatro países miembros de la Unión Europea – Austria, Republica Checa, Hungría y Rumanía – estuvieron presentes en la inauguración de la Embajada estadounidense en la Ciudad Tres Veces Santa, haciendo caso omiso de la normativa comunitaria, que no reconoce la capitalidad de Jerusalén, decretada unilateralmente por Israel en 1949. De hecho, casi todas las sedes diplomáticas permanecieron hasta ahora en Tel Aviv, metrópoli designada como centro administrativo del Estado judío en el plan de partición de la ONU de 1947.

El jefe de la diplomacia belga, Didier Reynders, censuró el gesto de los cuatro rebeldes: Si queremos que los europeos desempeñen un papel en la solución del conflicto de Oriente Medio,  debemos tratar que Europa hable con una sola voz,  manifestó el ministro.
    
Conviene señalar que los rebeldes, los quintacolumnistas, pertenecen al clan de los euroescépticos. Austria cuenta con un Gobierno populista; los checos dirigen el llamado grupo de Visegrad, que aglutina y gestiona el malestar provocado por las políticas de Bruselas en los países de Europa Central y Oriental, los actuales dirigentes de Budapest no disimulan su simpatía hacia la política del zar Putin, Rumanía fantasea desde hace más de dos años con una estrepitosa salida de la Unión, siguiendo el ejemplo británico.
  
¿Después de Brexit, Roxit?  Ficticia o real, la amenaza existe. A finales de la pasada semana, un medio electrónico bucarestino reveló que durante la visita oficiosa del presidente del Partido Socialdemócrata rumano, Liviu Dragnea, a Israel, el primer ministro Netanyahu sugirió que los poderes fácticos podrían asumir, en caso del abandono de la Unión, la deuda del país carpático con las instituciones comunitarias, asegurandole al mismo tiempo el mantenimiento de la alianza estratégica con Washington. Al regresar a Bucarest, Dragnea reclamó el traslado de la sede diplomática rumana a… Jerusalén. Fue acusado, sin embargo, de alta traición y usurpación de cargo público, ya que las decisiones en materia de política exterior incumben al Jefe del Estado. Aún así, el Ministerio de Asuntos Exteriores asegura que los aspectos jurídicos del posible traslado han sido estudiados; sólo falta perfilar el modus operandi del cambio de sede.

 Sería prematuro hablar de una crisis institucional en el seno de la UE.  Mas hay que reconocer que Washington o, mejor dicho, la actual Administración estadounidense, no desea contar con una Europa fuerte.
  
Durante la cumbre de la OTAN celebrada el pasado año en Varsovia, el Presidente Trump intentó por todos los medios provocar un distanciamiento entre la nueva Europa (los países del Este) y la vieja, es decir, del núcleo duro de la Unión, empleando la vieja y muy socorrida estrategia del divide y reinarás.  La brecha entre el Este y el Oeste corre el riesgo de ensancharse.