En la primavera de 2001, dos
altos cargos del departamento de Ampliación de la Unión Europea se
trasladaron a Varsovia para analizar, junto con sus colegas polacos, los datos
estadísticos contenidos en un informe presentado por el entonces país candidato
a adhesión.
Los eurócratas no
lograban disimular su desasosiego; las cifras no cuadraban. ¿Simple error
contable?
¿No es lo que
ustedes deseaban? preguntó el interlocutor
polaco.
Lo que nos
interesa es la información exacta, fidedigna, contestó el emisario de Bruselas.
Pues eso es lo
que necesitan. De todos modos, no se
molesten; no se hará ningún cambio. Francia quiere que ingresemos en la UE e…
ingresaremos, repuso el polaco.
El malentendido se disipó tres
años más tarde, en mayo de 2004, al anunciar Bruselas el ingreso de Polonia y
de otros nueve países de Europa oriental y del Mediterráneo - República Checa,
Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania y Malta - en
la Unión.
A finales de la década de los
90, algunos expertos en asuntos comunitarios expresaron sus dudas respecto de
la inusual velocidad de crucero de las negociaciones con los candidatos de
Europa oriental, antiguos miembros del COMECON y del Pacto de Varsovia. La postura oficial de los miembros del club
de Bruselas fue tajante: los países del Este tienen que integrarse cuanto
antes en la UE. Sin embargo, hay que persuadirlos de que la pertenencia a la
Alianza Atlántica es el requisito sine qua non para la puesta en marcha
de las consultas para su adhesión. El argumento base, el anzuelo, por así
decirlo, era que la OTAN facilitaba más fondos que Bruselas. Argumento éste de
peso para unas naciones pauperizadas, que buscaban desesperadamente la
inversión extranjera. No hay que extrañarse, pues, al comprobar que la senda de
las ampliaciones está plagada de errores voluntarios y excepciones.
Los temores de los años 90 se
materializaron al cabo de tres décadas, cuando los Gobiernos de Polonia y
Hungría se rebelaron contra las políticas de la Unión. Mientras a las
autoridades de Varsovia se les echó en cara su autoritarismo, a los
vecinos húngaros se les tildó de populistas. Los conservadores polacos
trataron de modificar el sistema judicial, reduciendo la autonomía de los
magistrados, limitando la libertad de información y censurando algunas normas de
orientación sexual aprobadas por Bruselas. Unas políticas que – según la
Comisión – iban contra el consenso comunitario.
Los húngaros, por su parte,
rechazaron la directiva de educación sexual en los colegios, considerándola
inadecuada e incompatible con los usos y costumbres del país magyar.
En ambos casos, la respuesta
de Bruselas fue inhábil al remitir a los díscolos a los fallos del Tribunal
Europeo. Los polacos no tardaron en sacar el as de la manga: la soberanía
nacional. Un concepto que algunos olvidaron a la hora de arrimar el hombro al
proceso de edificación de la sacrosanta unidad europea. Sin embargo, para los
países que habían vivido durante décadas en la zona de influencia de la URSS,
la soberanía sigue siendo un derecho sagrado. ¿Renunciar a ella para complacer
a los eurócratas? ¡Qué herejía!
Los polacos, los húngaros y
ciudadanos de otros países de la primera ampliación, miembros o simpatizantes
de la política llevada a cabo por los integrantes del inconformista Grupo de
Visegrado, desean una Europa fuerte de naciones independientes, una Europa
donde las fronteras desaparecen, pero donde el respeto a las tradiciones y la
soberanía no se diluyen. Una Europa que
– según las palabras del viceprimer ministro polaco y presidente del partido
soberanista-conservador PiS, Jaroslaw Kaczynski, no debe convertirse en
el cuarto Reich alemán.
Hay países que
no están entusiasmados con la perspectiva de construir un Cuarto Reich alemán
en suelo de la UE, manifestó el presidente del
partido de Gobierno polaco. Sus palabras causaron un gran revuelo en la capital
comunitaria. Kaczynski tuvo que puntualizar: la frase Cuarto Reich alemán no tiene
connotaciones negativas porque no se trata del Tercer Reich (la Alemania
nazi), sino el Primero (el Sacro Imperio Romano Germánico).
El debate se cierra en falso. Los inconformistas del Grupo de Visegrado (*)
y sus potenciales aliados comunitarios nos deparan otras – múltiples –
sorpresas.
(*) Los miembros fundadores del Grupo de Visegrado son: Hungría, Polonia y Checoslovaquia. República Checa y Eslovaquia, tras la separación de los territorios en 1993.
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