viernes, 30 de septiembre de 2011

1.100 razones para desconfiar de Benjamín Netanyahu


De “baile de los hipócritas” tildó el historiador y periodista francés Dominique Vidal las intervenciones de los presidentes Barack Obama y Nicolas Sarkozy ante la Asamblea General de las Naciones Unidas durante el desolador debate sobre la solicitud de adhesión de la Autoridad Nacional Palestina. Una penosa fiesta de disfraces a la que tanto Vidal como el autor de estas líneas tuvieron la desgracia de asistir en numerosas ocasiones.


Palestina, bandera enarbolada por los defensores de los derechos humanos, por los amantes de la paz, por los cristianos progresistas y los israelíes antisistema, ha sido durante décadas el “mantra” de quienes desean acabar con una injusticia histórica: la marginación de un pueblo que ansia, al igual que los hebreos, tener un hogar, una patria.


Mas a la demagogia de algunos – no todos los partidarios de la causa palestina reclaman forzosamente justicia o equidad – se suma el cinismo de otros. Para los políticos occidentales, el interminable conflicto israelo-palestino se limita a un mero dilema: Israel o suministros energéticos. Apostar por la defensa del sionismo o la amistad con los príncipes del petróleo.


Desde la creación del Estado judío, todos los Presidentes norteamericanos se vieron obligados a hacer frente a este desafío. En la mayoría de los casos, la presión política les ha impedido encontrar una solución de compromiso. En cuanto a Europa se refiere, el Viejo Continente parece incapaz de asumir dignamente y defender sus intereses específicos en la región mediterránea. Conviene recordar, sin embargo, que los acontecimientos de Oriente Medio y el Magreb suelen repercutir de manera directa sobre la situación socio-económica de los países europeos. Sin embargo, Europa ha sabido hablar con una sola voz durante la guerra de Irak, durante la lamentable pantomima diplomática que acompañó y trató de ocultar los ataques “humanitarios” de la OTAN contra la población civil de Libia.


En el caso de Palestina, todos los actores exigen un arreglo pacífico. Todos tienen, o pretenden tener, una postura firme ante los protagonistas del conflicto. ¿Firme? Un ejemplo concreto del zigzagueo de los Gobiernos occidentales lo constituyen las declaraciones de la Ministra española de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, que reclamó el reconocimiento del Estado palestino en las páginas del mayor rotativo madrileño un domingo por la mañana y se limitó a ofrecer a los “amigos” palestinos un “asiento plegable” de observador ante la ONU cinco días más tarde, tras haber escuchado las buenas palabras del gran líder galo, Nicolas Sarkozy.


Tras la decisión del presidente de la ANP, Mahmúd Abbas, de presentar la solicitud de reconocimiento del Estado palestino en las Naciones Unidas, solución contemplada hacia finales de la década de los 90 por el propio Yasser Arafat, pero desaconsejada por su entonces “número dos”… ¡Mahmud Abbas! los cuerpos de bomberos encargados de sofocar los incendios geopolíticos se pusieron en marcha. Washington, Naciones Unidas, el Cuarteto, trataron de persuadir a palestinos e israelíes que urge reanudar el diálogo bilateral, interrumpido por la dejadez de los grandes de este mundo.


La respuesta del Gabinete Netanyahu no tardó en llegar. Las autoridades hebreas dieron luz verde a la construcción de 1.100 apartamentos en un asentamiento de Jerusalén Este. Respuesta sincera y contundente. Curiosamente, en este caso concreto, nadie habló de los “atajos en la vía hacia la paz”. La Casa Blanca se limitó a constatar (y lamentar) el abuso del ejecutivo hebreo.


Pero, ¿en qué quedan las promesas de potenciar la solución de dos Estados: el judío y el árabe? ¿Qué pasa con las resoluciones, la montaña de resoluciones aprobadas por las Naciones Unidas desde aquel fatídico 29 de noviembre de 1947, fecha en la que se aprobó la partición de Palestina? ¿Puro papel mojado? ¿Es esa la tan cacareada “legalidad internacional”?


Hoy en día, los palestinos y la comunidad internacional tienen 1.100 razones de más para desconfiar de las buenas intenciones del Gabinete Netanyahu. El “baile de los hipócritas” continúa.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Palestina: señas de identidad denegadas


A mediados de 1985, una delegación de “notables palestinos” o, mejor dicho, de alcaldes nacionalistas expulsados de Cisjordania por las autoridades militares israelíes, pisó por vez primera la sede europea de las Naciones Unidas, confiando en poder generar una corriente de opinión favorable a los habitantes de los territorios ocupados por el Estado judío tras la guerra de 1968. Los notables trataron de resumir ante la prensa internacional las exigencias de los palestinos. “Queremos un país, una bandera, un pasaporte”. Los representantes de Tel Aviv que presenciaron el encuentro respondieron lacónicamente: “Eso, ni lo sueñen”. Los protagonistas de aquel episodio pasaron a mejor vida. Algunos regresaron a su país; otros murieron en el exilio…


El Estado palestino fue proclamado en 15 de noviembre de 1988 en Argel, durante una reunión extraordinaria del Consejo Nacional de la OLP. A la plana mayor de la organización se sumaron delegados procedentes de Cisjordania y la Franja de Gaza. Las autoridades israelíes estaban al tanto de su presencia en la capital argelina. Sin embargo, optaron por no tomar represalias; el ejército estaba demasiado ocupado combatiendo a los chiquillos de la Intifada. Recuerdo que aquél 15 de noviembre hubo pocos fuegos artificiales, pocas manifestaciones de júbilo en la noche jerosolimitana. Sin embargo, al día siguiente los habitantes árabes de la Ciudad Santa se saludaban con una sola palabra: enhorabuena.


Quienes pensaron que aquella ceremonia iba a desembocar en el derrumbe de Israel, el “gigante con pies de barro” de las primeras semanas del levantamiento popular palestino, en el final de la ocupación y la retirada de las tropas hebreas, se equivocaron. Hubo que esperar otros cinco años hasta la no menos solemne firma de los Acuerdos de Washington, otro “hito” en la accidentada historia de Palestina. Otro engaño, otro desengaño…


En efecto, cuando los palestinos aún confiaban en la aplicación a rajatabla de los Acuerdos de Washington, el entonces primer ministro israelí, Itzak Rabin, recordó a sus impacientes vecinos que “no había fechas sagradas”, que el proceso se podía dilatar e incluso aplazar sine die. Pero, ¡ay! cometió un grave error de cálculo; las maniobras dilatorias aceleraron la radicalización de la sociedad hebrea. El resultado fue… un magnicidio.


No, jamás hubo fechas sagradas en el malhadado “proceso de paz” israelo-palestino. Los sucesivos Gobiernos de Tel Aviv trataron por todos los medios de obstaculizar el diálogo bilateral. Los pretextos empleados: diferencias lingüísticas, terrorismo, irrelevancia o inexistencia de interlocutores válidos. Yasser Arafat fue el primer interlocutor “irrelevante”. Su sucesor, Mahmud Abbas, artífice de los Acuerdos de Oslo, pasó de ser “irrelevante” a… “inexistente”. Sin embargo, hace apenas unos días, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, le instó a negociar un acuerdo bilateral. Y ello, porque Abbas tuvo la pelegrina idea de llevar el asunto de la soberanía a las Naciones Unidas, sabiendo positivamente que el no-Estado que representa había sido reconocido por 126 de las 193 naciones que forman parte del foro internacional.


El presidente de la Autoridad Nacional espera poder obtener para su país un estatuto de Estado de pleno derecho, lo que le permitiría firmar tratados internacionales e iniciar acciones legales contra Israel ante el Tribunal Penal Internacional.


Y si para Benjamín Netanyahu los palestinos no están preparados para la paz, quien lleva la voz cantante ante la ONU es el presidente norteamericano Barack Obama, ferviente defensor de la primavera árabe en todas sus versiones, aunque enemigo jurado de los atajos en el camino de la paz. Obama, que hace apenas unos meses abogó desde la tribuna de la ONU en pro de la creación de un Estado palestino, decidió adoptar una postura más… prudente. ¿Sintonía con Israel? ¿Necesidad de asegurarse los millones de votos judíos en las elecciones presidenciales de 2012? Hace años, un viejo congresista estadounidense confesaba: “Cuando el lobby judío nos exige tirarnos por la ventana, la pregunta no suele ser “¿Por qué?” sino… “¿desde qué piso?”


Hoy en día, los habitantes de Cisjordania y Gaza tienen una bandera, un pasaporte. ¿Y el Estado? Los palestinos siguen soñando.

viernes, 29 de julio de 2011

Gigante en suspensión de pagos


Recuerdo que allá por los años 70, durante una de las interminables reuniones del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), un subsecretario de Estado para Comercio Exterior estadounidense me cantó las loas de la “unidad” de los países industrializados. “Apostamos por Europa; necesitamos aliados fuertes”, afirmó rotundamente. “¿Fuertes? Pero, ¿cuán fuertes?”, se me ocurrió preguntar. “No demasiado fuertes. Tampoco queremos que se conviertan en un problema para los Estados Unidos”, repuso el dignatario norteamericano.


Me acordé de este episodio hace unas semanas, al comprobar que las agencias de calificación estadounidenses hacían todo lo que estaba en su poder para acabar con el ya de por sí frágil equilibrio de la zona Euro. Sí, es cierto; las economías de los principales países periféricos de la UE no lograron asimilar el choque provocado por la onda expansiva de la crisis mundial. Los más débiles – Grecia, Irlanda, Portugal, Italia, España – se encuentran al borde del precipicio. Pero ni que decir tiene que su precaria salud depende de la constante presión de “los mercados”, a las espurias maniobras de las agencias de calificación neoyorquinas, que no dudan en empujarlos hacia el vacío. Cui prodest? ¿A quién le beneficia el crimen?


Hace unos días, a esta guerra de calificaciones y descalificaciones político-financieras se le sumó un nuevo e inquietante factor: el peligro de suspensión de pagos de la primera potencia mundial: los Estados Unidos de Norteamérica. Ficticia o real, la amenaza de una posible quiebra del hasta ahora motor de la economía mundial preocupa a políticos, economistas y banqueros. Norteamérica es, en efecto, el único país donde al Estado puede acogerse a la suspensión de pagos. Una suspensión que implica el fracaso de la gestión económica del Gobierno. Tal vez por ello los protagonistas de este extraño psicodrama – republicanos y demócratas – tratan por todos los medios de hallar un compromiso antes del próximo día 2 de agosto, fecha fatídica para Norteamérica y el porvenir del mundo occidental.


Cabe preguntarse: ¿qué pasará si Estados Unidos se declara en suspensión de pagos? Según los politólogos norteamericanos, las perspectivas son menos sombrías de lo que parece. Y ello, por la sencilla razón de que los depositarios de la mayor parte de la deuda estadounidense – el 63 por ciento – son los bancos centrales y los fondos soberanos. Los Estados de la Unión controlan un 4 por ciento de la deuda, mientras que el 33 por ciento restante se encuentra en manos de particulares.

El profesor Thomas Oatley, catedrático de ciencias políticas de la Universidad de Carolina del Norte, estima que este reparto estratégico de la deuda podría impedir que la suspensión de pagos tenga un impacto excesivamente negativo, véase traumático. Y ello, por la sencilla razón de que ni los bancos centrales ni los fondos de inversión controlados por Pekín tendrían interés en provocar el colapso de la economía estadounidense. Norteamérica es, en definitiva, uno de los principales mercados para sus exportaciones. Incluso una posible (aunque por ahora, poco probable) reducción de la calificación del sistema financiero estadounidense repercutiría en la postura muy flexible de los principales acreedores, interesados en mantener la actual interdependencia económica.


Surgen, pues, varias hipótesis de trabajo. La primera contempla la creación de una alianza internacional de acreedores, dispuesta a obtener una serie de beneficios geopolíticos de la crisis. Sin embargo, hoy por hoy parece poco probable que los distintos actores sean capaces de coordinar sus intereses, muy a menudo divergentes.


La segunda baraja la aparición de un nacionalismo económico radical chino, capaz de coger las riendas de la crisis. La tercera depende de la reacción de los mercados ante la incapacidad del Congreso de los Estados Unidos de encontrar una solución válida a corto y/o medio plazo. Por ende, la cuarta consiste en evaluar las consecuencias del choque provocado por la suspensión de pagos, acompañadas, sin duda alguna, por los inevitables recortes del gasto público y/o la contracción fiscal. Ello desembocaría, según los expertos, en la vuelta a la recesión económica. Una recesión no sólo interna, sino global, generalizada. Los comentarios sobran.

viernes, 10 de junio de 2011

Una fecha emblemática



La mayoría de los analistas políticos coincide en que el Partido para de Justicia y el Desarrollo (AKP), liderado por el actual Primer Ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, se alzará con la victoria en las próximas elecciones legislativas, que se celebrarán el próximo día 12 de junio. Sería éste el tercer éxito electoral de la agrupación de corte islámico que irrumpió en la vida pública del país otomano a finales de 2002, tras el descalabro sufrido por partidos tradicionales, completamente desacreditados por los escándalos de corrupción y la falta de liderazgo político. En aquél entonces, el fenómeno AKP logró adueñarse de un espacio político deshabitado. Para los pobladores de Turquía empezaba una nueva etapa; la era de la transparencia y la honradez. Al menos, estas fueron las consignas de la primera campaña electoral de Erdogan.


El Primer Ministro otomano se ha fijado una meta: presidir los actos conmemorativos del centenario de la creación de la Turquía moderna. De hecho, el lema de su campaña actual es: “Objetivo 2023”. Una fecha emblemática.


Aparentemente, la estrategia ideada por el equipo del AKP es sencilla. En el caso de ganar los comicios, como previsto, el Primer Ministro tratará de impulsar la redacción de una nueva Carta Magna, que avale un modelo presidencialista, parecido al francés o al norteamericano, que recortaría los poderes del Parlamento. Una vez aprobada la nueva Constitución, Erdogan podría presentarse, dotado de plenos poderes constitucionales, a las elecciones presidenciales de 2014, ocupando el cargo que hoy en día ostenta su correligionario Abdallah Güll. Los politólogos israelíes se hacen eco del malestar provocado en Tel Aviv por la crisis de la flotilla de Gaza, tachando la maniobra del Erdogan de… “putinismo”. Aluden, claro está, a la maniobra de Vladimir Putin al decantarse por compartir el poder con su socio y amigo Vladimir Medvedev.

Pero Turquía no es Rusia. Las preocupaciones de la opinión pública otomana son, sin duda, diferentes. Los logros del equipo de gobierno del AKP avalan la buena gestión de los militantes islámicos. En la última década, Turquía se ha convertido en la 17ª potencia económica mundial (y 6ª de Europa). Merced a la hábil actuación de su diplomacia, el país de Atatürk vuelve a ocupar un destacado lugar tanto a escala regional como internacional. A la ampliación de las prestaciones sociales destinadas a las capas más desfavorecidas de la población se suma la Gran Amnistía Fiscal, que perdona parte de la deuda de los contribuyentes y sienta nuevas bases para las relaciones de la ciudadanía con Hacienda.


Otro detalle importante es la normalización de las hasta ahora conflictivas relaciones entre Ankara y la minoría kurda. En los últimos años, los kurdos han logrado el reconocimiento de sus derechos lingüísticos. Su lengua y cultura se enseñan en las universidades; la televisión oficial emite programas en kurdo durante 24 horas, las localidades recuperan su denominación en el idioma vernáculo. También es cierto que la comunidad kurda no cuenta con la totalidad de derechos civiles y políticos. Sin embargo, hay quien estima que la situación ha experimentado una notable mejoría.


Entre las preocupaciones de los partidos de oposición figura también el ambicioso programa atómico del Gobierno Erdogan, que contempla la instalación de reactores nucleares en Akkuyu, Sinop y Iğneada. Los miembros del Partido Republicano del Pueblo (CHP) hacen hincapié en el hecho de que Akkuyu se encuentra en las inmediaciones de la falla volcánica de Ecemiş, lo que implica un gran peligro para la seguridad de la población.


Sin embargo, hay otros temas que irritan mucho más a la oposición, empezando por las prerrogativas que tiene el actual Ejecutivo para el nombramiento de jueces y fiscales, lo que podría llevar, según los detractores del AKP, a la desaparición progresiva de la separación de poderes, convirtiendo a Turquía en un Estado más centralizado y menos plural.


Unos apuntes más: la reciente prohibición de la venta y el consumo de alcohol en lugares públicos, vigente desde el pasado mes de enero, la posible penalización del adulterio, la supervisión y vigilancia de Internet, la destrucción de manuscritos “no publicados” de algunos periodistas poco afines al régimen, la detención y el enjuiciamiento de militantes políticos y miembros de las Fuerzas Armadas acusados de pertenecer a la organización “Ergenekon”, supuestamente involucrada en los preparativos de un golpe de Estado. Cara y cruz de la misma moneda. Luces y sombras del país otomano…


Objetivo 2023. Una fecha emblemática.

viernes, 20 de mayo de 2011

El parto de los montes


Algunos – quizás los más ingenuos – depositaron grandes esperanzas en la cacareada “iniciativa de paz” para Oriente Medio del Presidente Barack Obama. Un proyecto que se estaba gestando hacía tiempo, lejos de las miradas indiscretas de los politólogos y los analistas de política exterior, de las aulas de los centros docentes. Sí, es cierto; hace dos años, el inquilino de la Casa Blanca escogió la aula magna de la universidad de El Cairo para lanzar su primer mensaje de reconciliación dirigido a la opinión pública del mundo árabe musulmán. Un mensaje de paz y de concordia, una invitación al diálogo, a la comprensión mutua. Un llamamiento, eso sí, acogido con sumo pesimismo por la clase política israelí, con las habituales e inevitables diatribas catastrofistas del ala más conservadora de la derecha judía, atrincherada en el rechazo de cualquier medida susceptible de acabar con el conflicto entre árabes y hebreos, palestinos e israelíes. En aquél entonces, la reacción de Tel Aviv se tradujo por un “no” rotundo a la política de la mano tendida. “Obama es un idealista”, afirmaron los dirigentes del Likud, “un elemento peligroso para la estabilidad de la zona” Aparentemente, la postura del establishment político israelí no ha cambiado.


Un análisis del discurso pronunciado esta semana por el Presidente norteamericano pone, sin embargo, de manifiesto la escasa sutileza del inquilino de la Casa Blanca. Obama rindió homenaje a las revoluciones “amables” de Túnez y Egipto, merecedoras de la simpatía y/o el apoyo económico por parte del Imperio y de sus aliados occidentales. Los “tiranos” con patente de malos – Gaddafi, el Assad, Saleh, etc. – se llevaron la regañina: “dirigid la transición hacia la democracia o marcharos”, insinuó el dignatario estadounidense. Dinero para los “buenos”, armas y bombas contra los “malos”. Así podría resumirse la advertencia del número uno mundial a la hora de repartir las notas de buena conducta a los líderes árabes.


Obama se congratuló por la desaparición de Osama Bin Laden, el “asesino cuyo movimiento – Al Qaeda - estaba perdiendo relevancia”. Sin embargo, la estructura de la Red radical islamista aún sirve su cometido: generar odio y preocupación en Occidente.


Mas Obama sorprendió a la audiencia al abordar la espinosa cuestión palestina y defender la vuelta a los fronteras de 1967, alternativa que los conservadores hebreos se niegan a contemplar. Unas horas antes de su visita a los Estados Unidos, el primer ministro Netanyahu rechazó las propuestas de Obama. El líder del Likud tiene su propio plan, que preconiza la fragmentación del territorio palestino, así como la introducción de un sistema de semiautonomía para los pobladores de Cisjordania. ¿Y Gaza? Curiosamente, la cuestión es: ¿cómo borrar del mapa político de la zona la conflictiva Franja?


Volvimos a escuchar las palabras de siempre: “oportunidad histórica”, “camino hacia la paz”, “primavera árabe”… Son los típicos “clichés” que acompañan cualquier discurso sobre la necesidad de “pacificar” esa malhadada región; cualquier parto de los montes…

sábado, 14 de mayo de 2011

La Pax Obama



La ejecución de Osama Bin Laden, operativo llevado a cabo con magistral destreza y precisión por comandos especiales estadounidenses, logró relegar en un segundo, véase tercer plano, uno de los acontecimientos más importantes registrados en la región de Oriente Medio durante las últimas semanas: la reconciliación de las principales facciones palestinas - Al Fatah y Hamas - enfrentadas desde 2007, fecha en la cual el movimiento islámico se hizo con el poder en la Franja de Gaza, territorio caótico, difícilmente controlable por apparatchiks del laico Al Fatah.

En aquel entonces, los gobernantes de Tel Aviv no dudaron en echar las campanas al vuelo: “¿Cómo se puede dialogar con un Gobierno – la ANP de Ramallah – que apenas controla un 50 por ciento del territorio palestino?” Los ganadores de las elecciones celebradas en Israel en 2009 hicieron suya la negativa de hablar con la plana mayor de la Autoridad Nacional Palestina. El moderado Mahmúd Abbas, que había heredado las funciones del satanizado Yasser Arafat, se convertía a su vez en un personaje irrelevante, calificativo empleado por los políticos hebreos a la hora de buscar coartadas para rechazar el diálogo con la ANP.

Tampoco hay que extrañarse, pues, si a la hora de la verdad la reconciliación de las facciones palestinas fue calificada de “error fatal” por parte de la clase política hebrea. El primer ministro israelí no dudo en tildar al líder de la ANP de… traidor de los ideales de su pueblo, por haber preferido sellar las paces con los “terroristas de Hamas” en lugar de aceptar la negociación (¡que brilla por su ausencia!) con Israel. En resumidas cuentas: todos los pretextos son buenos para eludir el diálogo.

Huelga decir que Netanyahu, conocedor la de estrategia de Mahmúd Abbas, es incapaz de disimular su inquietud ante la maniobra de la OLP, que pretende solicitar a la Asamblea General de las Naciones Unidas, que se celebrará en septiembre próximo, el reconocimiento de un Estado palestino. Mas para ello, los palestinos tienen que ofrecer una imagen de unidad, una postura coherente. De ahí el deseo del Presidente de la ANP de archivar la pugna con el movimiento islámico, de crear un Gobierno de unidad nacional integrado por tecnócratas no pertenecientes a las facciones rivales, de anunciar la celebración de elecciones generales en un plazo de un año.

De ahí también el temor de los políticos hebreos ante la nueva realidad palestina, que facilitaría la aprobación de una resolución de las Naciones Unidas sobre el Estado palestino, apoyada por un centenar de países, liderados por potencias emergentes de Asia y América Latina. Una resolución que, la verdad sea dicha, tampoco cambiaría la situación de facto en Cisjordania y Gaza, pero sí acentuaría el aislamiento político y diplomático del Estado judío.

Conviene recordar que los gobernantes israelíes han sido incapaces de comprender y/o apreciar el su justo valor el impacto de los acontecimientos que tuvieron lugar últimamente en la zona y que exigen un cambio radical de táctica por parte de Tel Aviv. El inmovilismo ante la solución del conflicto israelo-palestino, podría llevar el agua al molino de los radicales islámicos: los Hermanos Musulmanes en Egipto, Jordania y Siria, Hezbollah, en el Líbano, etc. Sin embargo, el Primer Ministro Netanyahu prefiere hacer caso omiso de las consecuencias de la llamada “primavera árabe”, reservándose el derecho de presentar una nueva iniciativa diplomática ante…el Congreso de los Estados Unidos, partiendo obviamente del supuesto de que… “quién paga, manda”.

El inmovilismo de Netanyahu preocupa al actual inquilino de la Casa Blanca. Barack Obama sabe positivamente que Norteamérica no puede ni debe renunciar a su papel hegemónico en la región. Y ello, por la sencilla razón de que la aceptación de una iniciativa palestina o israelí acabaría erosionando en ya de por sí frágil prestigio de Washington en el mundo musulmán. El presidente de los Estados Unidos desvelará el próximo día 24, presentará, su propio plan de paz, tratando de adelantarse a las propuestas de Abbas y Netanyahu.

Queda por ver si la pax Obama no correrá la misma suerte que las decenas de iniciativas presentadas en los últimos 50 años por tantos, tantísimos hombres de buena voluntad. Perdón, estadistas de altos vuelos…

viernes, 6 de mayo de 2011

Osama


Exit Osama Bin Laden. Durante décadas, su nombre fue sinónimo de terror, odio y destrucción. El multimillonario saudí hizo suya la ideología más radical, la opción más dañina de la pugna entre las grandes religiones monoteístas. Enfrentar el Islam al judaísmo y el cristianismo, acentuar las diferencias culturales, apostar por la intolerancia y la incomprensión, fueron los caballos de batalla de Osama Bin Laden. “Ten cuidado con este hombre; es saudí y, aparentemente, trabaja para la CIA”, me advirtió hace años un buen amigo musulmán, refinado intelectual y ferviente partidario de la convivencia entre seres procedentes de culturas distintas. Procedía de un pequeño pueblo del Mar Caspio, donde musulmanes chiítas, armenios, judíos y mazdeístas se entremezclaban.

“Ten cuidado con este hombre…”. Durante aquél encuentro fortuito, Bin Laden quiso saber cómo vivían sus “hermanos”, los pobladores de los campamentos de refugiados palestinos de Cisjordania y del Líbano, unos seres que me había tocado conocer pocos meses antes, durante la invasión israelí del país de los cedros. “¿Qué puedo hacer por ellos?”, preguntó seriamente. Obviamente, no podía imaginarme que la respuesta final sería la yihad – la “guerra santa contra los judíos y los cruzados”.

Pero no me cabe la menor duda de que ya en aquél entonces Osama tenía las ideas claras: después de la retirada de las tropas rusas de Afganistán, tocaba convertir el inhóspito país asiático en un laboratorio del Islam puro, inmaculado. Nada que ver, decía él, con el corrupto sistema saudí (que le protegió incluso después de los atentados del 11-S), o con el “tibio” Islam de los ayatolás iraníes, cuya revolución le parecía una inconsistente pantomima religiosa. Ya en la década de los 80, Bin Laden preconizaba el advenimiento de un sistema social basado en su interpretación del Corán, en su sentimiento de frustración, en sus hipotéticos traumas infantiles. Pero olvidan los analistas occidentales que Bin Laden era hijo del desierto, que sus parámetros poco o nada tenían que ver con las hipótesis expuestas en los libros de psiquiatría escritos por médicos austriacos de comienzos del siglo XX.

Osama Bin Laden fue, probablemente, un engendro de la CIA. Aprendió a odiar al enemigo, a librar una guerra sin cuartel contra los infieles que ocuparon la tierra del Islam, tanto en Afganistán como en Arabia Saudí, en el Líbano o en Palestina. Su baza: una inconmensurable fortuna que le permitía crear y armar ejércitos. Su punto débil: la excesiva confianza en los compañeros de viaje norteamericanos o británicos, dispuestos a sacrificarle en el ara del enfrentamiento ideológico.

En 1993, tras el desmoronamiento del imperio soviético, Occidente se apresuró en buscar un nuevo enemigo. Un enemigo funcional, fabricado por la maquinaria de propaganda estadounidense; un enemigo comodo para los aliados de la OTAN. El enemigo tenía nombre: el Islam. A partir de 1993, Bin Laden se convirtió en el máximo exponente del mal, en la encarnación del hasta entonces imaginario conflicto entre Oriente y Occidente.

Aún es prematuro evaluar si el distanciamiento de Bin Laden de sus aliados de Washington fue ficticio o real. Lo cierto es que el saudí desempeñó con éxito el papel de malo de la película, de traidor, de desagradecido… Después de los atentados de 2001, Osama desapareció en las montañas. Sus advertencias alimentaban las pesadillas de los órganos de seguridad occidentales; algunas de sus amenazas llegaron incluso a materializarse. Hace años, cuando los comandos especiales estadounidenses encontraron su huella en Pakistán, el entonces inquilino de la Casa Blanca, George W. Bush, optó por hacer caso omiso de los informes de la inteligencia USA: matar a Osama suponía convertirlo en un mártir; dejarlo con vida, en un mito para las legiones de jóvenes árabes que se identificaban con su ideario.

La cuota de Bin Laden (y de Al Qaeda) empezó a bajar hace unos meses, tras el estallido de las revueltas de Túnez y Egipto. La (mal) llamada revolución de Tweeter y Facebook, preparada con años de antelación, daba el paso a otros protagonistas árabes, más modernos, menos sanguinarios. Ante el cambio de guión, se imponía un cambio de actores. La abominable opción Al Qaeda parecía haber cumplido su cometido. La operación Kill Bin finalizó con éxito el mismo día en el que los aviones de la OTAN fracasaron en su intento de asesinar al dictador libio Mommar al Gaddafi.