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viernes, 17 de noviembre de 2023

Biden - Xi: conoce a tu enemigo

 

Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo. Esta máxima del dictador José Stalin encabezaba los textos de muchos manuales de materialismo dialéctico, lectura obligada de varias generaciones de ciudadanos del llamado paraíso socialista ideado y gobernado por Moscú.

Conoce a tu enemigo. Aparentemente, el actual inquilino de la Casa Blanca y superviviente – al igual que algunos de nosotros – de la Guerra Fría, conoce y aprecia en su justo valor a los enemigos de su país y de los valores americanos. No, no se trata de la mítica hamburguesa y la Coca Cola, elevadas a la cúspide civilizacional por la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice, quien no dudó en mencionarlas en los informes de la diplomacia estadounidense, sino de los viejos clichés de la propaganda de los años 50 ó 60 del siglo pasado, cuando para demonizar al enemigo solía recurrirse a términos mucho más contundentes. Joe Biden conoce perfectamente esta terminología.

En abril de 2021, diez meses antes del inicio del conflicto de Ucrania, Biden no dudó en tachar a Vladímir Putin de asesino. Esta semana, al termino de su encuentro con el presidente chino, Xi Jinping, el inquilino de la Casa Blanca le atribuyó el calificativo de dictador.  

¿Dictador, señor presidente? preguntaron los chicos de la prensa. La respuesta de Biden sorprendió más que la afirmación:  Bueno, es un dictador en el sentido de que es un tipo que dirige un país comunista, que se basa en una forma de gobierno totalmente diferente a la nuestra. Verdades como puños. Y una dialéctica desaparecida en Washington desde hace varias décadas.

El portavoz del ministerio chino de asuntos exteriores, Mao Ning, calificó las palabras de Biden de extremadamente erróneas. Se trata de una manipulación política irresponsable, advirtió el funcionario chino. Obviamente, Pekín no tiene interés alguno de retroceder en el tiempo, de volver a los enfrentamientos dialecticos eliminados por arte de magia por la diplomacia del ping pong de Henry Kissinger durante su primera visita a China en 1971. Sí, es cierto; los tiempos han cambiado, pero…

Hace unos meses, la Casa Blanca llegaba a la conclusión que si Rusia era una amenaza llamada a extinguirse (¿merced a la ofensiva del ejército de Zelensky?) y que el enemigo potencial del poderío estadunidense era… China. Una tesis ésta aireada allá por los años 90 por Samuel Huntington, olvidada y desempolvada recientemente por la Administración Biden.

El rival ruso, que rechazó tajantemente la oferta/ultimátum de asumir los conceptos globalistas de la Agenda 2030, debía consumirse en las llamas del infierno. China, con su enorme potencial económico y militar se convirtió en el auténtico enemigo. Resultaba imposible, pues, que el gigante asiático no fuese gobernado por… un dictador. Los chinos, acostumbrados a tratar a sus rivales con exquisita delicadeza, quedaron sorprendidos por la inusual agresividad de Washington. Después de la creación de la alianza militar AUKUS, integrada por Australia, el Reino Unidos y los Estados Unidos, la controvertida visita de la ex presidenta del Senado, Nancy Pelosi, a Taiwán, las maniobras navales de las potencias amigas de Washington en el Pacífico, la introducción de nuevas sanciones económicas, a Pekín sólo le quedaba por aguantar estoicamente el lenguaje belicoso de la Administración norteamericana. La decisión de Xi Jinping de acudir a la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), celebrada esos días en San Francisco, obedecía al imperioso deseo de rebajar la tensión. Una misión fallida, según los analistas. Biden recibió mucho más de lo estaba dispuesto a ofrecer.

Washington logró la reanudación de los contactos militares a alto nivel, asunto clave para los estrategas del Pentágono. Sin embargo, el interés del presidente americano se centraba en otras cuestiones estratégicas, como la no injerencia de Pekín en el conflicto de Ucrania o su posible mediación frente a Irán para limitar la expansión de la violencia en Oriente Medio.

La cooperación en materia del desarrollo de la inteligencia artificial, la lucha contra el tráfico de materias sicotrópicas y la utilización de energías renovables figuraban también en la agenda de la Casa Blanca.

Por su parte, los chinos insistieron sobre la necesidad de eliminar las restricciones a la exportación de tecnología estadounidense, que habían perjudicado seriamente el desarrollo económico del gigante asiático.

Por último, aunque no menos importante, la instalación de una línea directa entre Washington y Pekín. Algo así como el teléfono rojo que unió el Kremlin a la Casa Blanca durante la Guerra Fría. ¿Un teléfono rojo para contrarrestar el peligro amarillo? ¿Rojo? La nueva Guerra Fría nos impone situaciones aberrantes.


sábado, 7 de mayo de 2022

Pekín: la OTAN ha puesto a Europa patas arriba

 

¿Conviene convertir el hasta ahora indirecto conflicto entre la Alianza Atlántica y el Kremlin en una guerra abierta entre las dos superpotencias nucleares, Estados Unidos y Rusia? Las filtraciones registradas en las últimas horas sobre el apoyo incondicional ofrecido por el establishment militar y de inteligencia norteamericanos al Gobierno de Kiev han puesto de manifiesto la incontestable preferencia de la Administración Biden por la pro occidental Ucrania, que el Kremlin tilda de mayor peligro para la seguridad de la Federación Rusa.

Al apoyo político y diplomático de Washington se sumó la ayuda financiera, el suministro de armamento pesado, el adestramiento de oficiales ucranios, las consignas enviadas a los aliados de la OTAN para incrementar su asistencia a las Fuerzas Armadas de Volodímir Zelensky. La información facilitada a diario por los mass media occidentales apunta cada vez más hacia la inevitable agravación del conflicto. En esa guerra no declarada sólo hay dos bandos: Occidente y Rusia. Dos bandos, sí; hasta la proverbialmente neutral Suiza ha optado por tomar partido. Su elección no nos ha sorprendido en absoluto…

Al poco discreto presidente Biden perece haberle molestado (y preocupado) la advertencia del Kremlin: si Washington sigue implicándose en este conflicto, Rusia tomará las medidas oportunas. ¿Un ataque nuclear? No, por Dios; tampoco queremos tensar tanto la cuerda, piensa el actual inquilino de la Casa Blanca, que inauguró su mandato con dos aseveraciones muy poco diplomáticas, afirmando que Vladímir Putin era un asesino y que los chinos, considerados por su predecesor, Donald Trump, rivales o competidores, se habían convertido en… enemigos. Unos enemigos a los que se les amenazó con la aplicación de nuevas sanciones económicas si no se sumaban al boicot a Rusia, si seguían importando combustibles rusos, si utilizaban su sistema financiero para facilitar las transacciones comerciales de los bancos rusos. La respuesta de Pekín fue clara y contundente: no interfieran en la política de un Estado soberano.

Poco propenso a aceptar un no por respuesta, Joe Biden encargó a sus aliados (¿aliados?) europeos Ursula von den Layen y Charles Michel proseguir la ofensiva diplomática. China estaba a punto de firmar un acuerdo de cooperación con la UE; cabía, pues, la posibilidad de ejercer presiones. Pero el dúo de Bruselas sabía de antemano que su gestión desembocaría en un fracaso. El presidente Xi Jinping les confirmó las sospechas: China no negocia bajo presión. Quedaba, sin embargo, otra opción: la amenaza militar.

A los británicos y a la mayoría de los europeos les sorprendieron las declaraciones de la ministra de relaciones exteriores del Reino Unido, Liz Truss, quien abogó por la creación de una OTAN global, capaz de garantizar la defensa de Taiwán y la región del Pacífico, reclamando al mismo tiempo la elaboración de acciones preventivas contra los posibles agresores.

El Reino Unido, que participa activamente en el proyecto Ucrania de la Casa Blanca, no escatima esfuerzos a la hora de promocionar su apuesta estratégica del Indo-Pacífico, la AUKUS, alianza anlgo-americana-australiana destinada a robustecer la presencia militar en la región y el intercambio de información sobre tecnología nuclear para fines bélicos.

La Sra. Truss descartó la falsa elección entre la seguridad euroatlántica y la del Indo-Pacífico, argumentando que Occidente necesitaba ambas. Para garantizar la protección de Taiwán, hace falta tener una alianza militar globalmente comprometida, es decir, que la OTAN ha de expandirse hacia el Indo-Pacífico. Por supuesto, es preciso sumar a esta estructura a la Quad Alliance, compuesta por Estados Unidos, India, Japón y Australia, conocida como la OTAN asiática. Y reclamar, por qué no, la presencia de más destructores estadounidenses en el Mar de China.

En resumidas cuentas, después de su caza al oso ruso, Londres contempla también la persecución del panda chino. Esta vez con amenazas. Menos burdas que las de Donald Trump, pero…

China no seguirá creciendo si no sigue las reglas. China necesita comerciar con el G7. Nosotros - el Grupo de los Siete - representamos aproximadamente la mitad de la economía mundial. Y tenemos opciones, advierte la jefa de la diplomacia británica.

Claro que China pertenece a BRICS, la otra gran agrupación económica, que congrega a la otra mitad de la población mundial. China es – algo que las potencias occidentales parecen olvidar - un país gigantesco; un antiguo imperio orgulloso de su milenario pasado.

La respuesta de Pekín a la iniciativa de Londres fue clara y contundente: La OTAN, organización militar del Atlántico Norte, ha venido a la región de Asia - Pacífico en los últimos años para provocar conflictos, afirmó el portavoz del Ministerio Chino de Relaciones Exteriores. Wang Wenbin. 

La Alianza se ha involucrado en la confrontación entre bloques, se ha convertido en una herramienta para que ciertos países busquen la hegemonía mundial y ha creado constantemente enfrentamientos y disturbios.

La OTAN ha puesto a Europa patas arriba. ¿Estáis tratando de importunar a la región de Asia-Pacífico e incluso… al resto del mundo?

Qué duda cabe de que la OTAN no actúa por su cuenta. Aquí faltan más siglas, más nombres y, de ser posible, más apellidos, estimado camarada Wang.

lunes, 22 de marzo de 2021

Washington y las superpotencias: cuando Joe Biden emula a Donald Trump

 

Poco menos de dos meses tardó el actual inquilino de la Casa Blanca en fijar las pautas para las futuras relaciones entre Washington, Moscú y Pekín. Ante la gran sorpresa de quienes confiaban en que el nuevo Biden iba a desterrar la agresividad verbal de su antecesor, el presidente hizo alarde de una retórica igual de contundente, o tal vez más, que la empleada por el multimillonario neoyorquino durante su mandato.  Si las palabras de Trump resultaron violentas, fuera de contexto para un jefe de Estado, las manifestaciones de Biden suenan más que belicosas. Vladimir Putin, ¡un asesino que recibirá su castigo! China, ¡una amenaza para la estabilidad global! Decididamente, la retorica de la Administración demócrata resulta más bien desconcertante.

Algunos politólogos estiman que los exabruptos de Biden deberían indicar a los aliados el tono que conviene emplear en el dialogo con Rusia y China. Unas pautas, reconozcámoslo, difícilmente aceptables por el conjunto de la diplomacia europea.

 En el caso concreto de Rusia, los ataques dirigidos contra el zar Putin sólo servirán para aglutinar a las distintas corrientes nacionalistas detrás del amo y señor de la Madre Rusia. Insultar a Putin presupone insultar a la Nación.      

Distinto es el caso de China, el gigante asiático que se ha convertido en la pesadilla constante del establishment norteamericano. La guerra comercial iniciada en 2018 por Donald Trump desencadenó una ardua contraofensiva por parte de Pekín. El aumento de los aranceles aduaneros y la elaboración de listas negras acabaron perjudicando los intereses de ambas partes. Con su proverbial paciencia, los chinos contrarrestaron los efectos inmediatos de las sanciones comerciales estadounidenses. Cabe suponer que el enfrentamiento será largo y el desenlace, incierto. 

Conviene señalar que los primeros viajes al extranjero de altos funcionarios de la Administración demócrata fueron a la región de Asia Pacífico. El secretario de Estado Antony Blinken, viajó a Tokio y Seúl, mientras que su colega de Defensa, Lloyd Austin, efectuó su primera escala en Hawái, cuartel general de las fuerzas estadounidenses para la región del Indo-Pacífico. Se trata de un ejército enorme, que cuenta con centenares de miles de soldados, 200 acorazados y 2.500 aviones.

Blinken y Austin optaron por mandar un mensaje al Estado problemático de la región: China. En un artículo de opinión publicado en el Washington Post, los dos miembros del Gabinete advierten: Estados Unidos no abandonará la región ni a sus aliados asiáticos. Washington se opondrá a la agresión o amenaza de Pekín, responsabilizando a China de la violación de los derechos humanos en Xinjiang y en el Tíbet, las acciones hostiles contra Taiwán o las reivindicaciones soberanistas en el mar de China Meridional que, según Washington, violan las normas de derecho internacional. 

La Administración Biden reitera su voluntad de entablar el diálogo con Pekín, pero sin renunciar a la política de Trump. De hecho, en el informe sobre los intereses comerciales de los Estados Unidos en la zona, publicado el 1 de marzo, el equipo del presidente retoma la mayoría de los agravios expresados por Trump para justificar la imposición de nuevos aranceles: robo de tecnología y propiedad intelectual, prácticas comerciales desleales, subsidios gubernamentales destinados a algunas industrias, etc. Estas prácticas denotan una política económica agresiva, diseñada para favorecer a China, fortaleciendo su condición de superpotencia económica.

La economía es, por tanto, un instrumento al servicio de las ambiciones de poder global de Pekín. Pero no el único: las autoridades chinas prestan también especial atención a otro factor que refleja las sus ambiciones expansionistas: el ejército.

La marina de guerra china se ha convertido en la mayor del mundo, habiendo logrado triplicar el número de sus barcos en los últimos veinte años. Los dirigentes chinos estiman que, para ser una gran potencia mundial, el país debe convertirse en una potencia naval. Recuerdan la máxima: Quien controla los mares controla el mundo.

Beijing solo puede aspirar al estatus de una gran potencia naval en la inmediación de sus aguas territoriales, donde tiene varios objetivos estratégicos: Taiwán, el Mar de China Oriental y el Mar de China Meridional. Taiwán disfruta de la protección militar y naval de los Estados Unidos. Cualquier intento de reconquistar la isla secesionista provocaría una respuesta contundente de Washington.

En el Mar de China Oriental, hay litigios sobre la delimitación de zonas económicas exclusivas con Japón y Corea del Sur, ambos aliados de los Estados Unidos.

El Mar de China Meridional, donde China tiene disputas con Filipinas, Vietnam y Taiwán, Pekín lleva años en un proceso de consolidación de su presencia militar mediante la construcción de islas artificiales convertidas en bases, organización de maniobras y creación de un arsenal de misiles capaces de contener a las embarcaciones estadounidenses. 

Pero los esfuerzos para modernizar y equipar las fuerzas armadas chinas no se limitan a la marina: hay inversiones significativas en tierra y, especialmente, en la fuerza aérea, equipada con docenas de aviones Chengdu J-20 de quinta generación. 

En realidad, parece poco imaginable que las dos superpotencias se decanten por un reinicio de sus relaciones bilaterales, haciendo borrón y cuenta nueva de la era Trump.

América ha vuelto, fue el mensaje de Biden dirigido a los europeos. PA los chinos, el inquilino de la Casa Blanca les advirtió: Estados Unidos está aquí para quedarse.