Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo. Esta máxima del dictador José Stalin encabezaba
los textos de muchos manuales de materialismo dialéctico, lectura obligada de
varias generaciones de ciudadanos del llamado paraíso socialista ideado
y gobernado por Moscú.
Conoce a tu enemigo. Aparentemente, el actual inquilino de la Casa Blanca y
superviviente – al igual que algunos de nosotros – de la Guerra Fría, conoce y
aprecia en su justo valor a los enemigos de su país y de los valores
americanos. No, no se trata de la mítica hamburguesa y la Coca Cola, elevadas a
la cúspide civilizacional por la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice, quien
no dudó en mencionarlas en los informes de la diplomacia estadounidense, sino
de los viejos clichés de la propaganda de los años 50 ó 60 del siglo pasado,
cuando para demonizar al enemigo solía recurrirse a términos mucho más
contundentes. Joe Biden conoce perfectamente esta terminología.
En abril de 2021, diez meses antes del inicio del conflicto
de Ucrania, Biden no dudó en tachar a Vladímir Putin de asesino. Esta
semana, al termino de su encuentro con el presidente chino, Xi Jinping, el inquilino de la
Casa Blanca le atribuyó el calificativo de dictador.
¿Dictador, señor presidente? preguntaron los chicos de la prensa. La respuesta de Biden
sorprendió más que la afirmación: Bueno, es un dictador en el
sentido de que es un tipo que dirige un país comunista, que se basa en una
forma de gobierno totalmente diferente a la nuestra. Verdades como puños. Y una
dialéctica desaparecida en Washington desde hace varias décadas.
El portavoz del ministerio chino de asuntos exteriores, Mao
Ning, calificó las palabras de Biden de extremadamente erróneas. Se
trata de una manipulación política irresponsable, advirtió el
funcionario chino. Obviamente, Pekín no tiene interés alguno de retroceder en
el tiempo, de volver a los enfrentamientos dialecticos eliminados por arte de
magia por la diplomacia del ping pong de Henry Kissinger durante su
primera visita a China en 1971. Sí, es cierto; los tiempos han cambiado, pero…
Hace unos meses, la Casa Blanca llegaba a la conclusión que
si Rusia era una amenaza llamada a extinguirse (¿merced a la ofensiva del
ejército de Zelensky?) y que el enemigo potencial del poderío estadunidense
era… China. Una tesis ésta aireada allá por los años 90 por Samuel Huntington,
olvidada y desempolvada recientemente por la Administración Biden.
El rival ruso, que rechazó tajantemente la oferta/ultimátum
de asumir los conceptos globalistas de la Agenda 2030, debía consumirse en las
llamas del infierno. China, con su enorme potencial económico y militar se
convirtió en el auténtico enemigo. Resultaba imposible, pues, que el
gigante asiático no fuese gobernado por… un dictador. Los chinos,
acostumbrados a tratar a sus rivales con exquisita delicadeza, quedaron
sorprendidos por la inusual agresividad de Washington. Después de la creación
de la alianza militar AUKUS, integrada por Australia, el Reino Unidos y los
Estados Unidos, la controvertida visita de la ex presidenta del Senado, Nancy
Pelosi, a Taiwán, las maniobras navales de las potencias amigas de
Washington en el Pacífico, la introducción de nuevas sanciones económicas, a Pekín
sólo le quedaba por aguantar estoicamente el lenguaje belicoso de la
Administración norteamericana. La decisión de Xi Jinping de acudir a la cumbre del Foro de Cooperación
Económica Asia-Pacífico (APEC), celebrada esos días en San Francisco, obedecía
al imperioso deseo de rebajar la tensión. Una misión fallida, según los
analistas. Biden recibió mucho más de lo estaba dispuesto a ofrecer.
Washington logró la reanudación de los contactos
militares a alto nivel, asunto clave para los estrategas del Pentágono. Sin embargo,
el interés del presidente americano se centraba en otras cuestiones
estratégicas, como la no injerencia de Pekín en el conflicto de Ucrania o su
posible mediación frente a Irán para limitar la expansión de la violencia en
Oriente Medio.
La cooperación en materia del desarrollo de la
inteligencia artificial, la lucha contra el tráfico de materias sicotrópicas y
la utilización de energías renovables figuraban también en la agenda de la Casa
Blanca.
Por su parte, los chinos insistieron sobre la necesidad
de eliminar las restricciones a la exportación de tecnología estadounidense,
que habían perjudicado seriamente el desarrollo económico del gigante asiático.
Por último, aunque no menos importante, la instalación de una línea directa
entre Washington y Pekín. Algo así como el teléfono rojo que unió el Kremlin a
la Casa Blanca durante la Guerra Fría. ¿Un teléfono rojo para
contrarrestar el peligro amarillo? ¿Rojo? La nueva Guerra Fría nos impone
situaciones aberrantes.
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