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lunes, 6 de noviembre de 2023

Caos

 

Ver al Secretario de Estado Antony Blinken paseando por Bagdad, la reconquistada capital devuelta a la democracia, con un chaleco antibalas puede provocar cierto asombro. ¿Tan frágil es el sistema político instaurado por los mensajeros de la mayor democracia del mundo? ¿Tan peligrosa la legendaria capital de los califas abasíes?  

El segundo periplo del jefe de la diplomacia estadounidense a Oriente Medio en menos de un mes no ha sido un camino de rosas. Blinken regresó para tomar el pulso del conflicto entre Israel y Hamas, para ver, dialogar, negociar treguas, proponer soluciones milagrosas. Pero su periplo se limitó en realidad a un tsunami de palabras; de buenas palabras.

Palabras y amonestaciones. Posturas intransigentes, como la del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, reproches y reivindicaciones de los aliados árabes de Washington, incapaces de disimular su irritación ante el apoyo incondicional de la Casa Blanca a la política ultraconservadora de Israel.

Buscar componendas con Dios y con el Diablo. Complacer a Tel Aviv sin provocar el enfado del mundo árabe; una misión sumamente difícil, casi imposible, para el Secretario de Estado.

Decididamente, Blinken no es Kissinger. Netanyahu dista mucho de ser Begin. Los gobernantes árabes bendecidos por el Acuerdo Abraham no han abandonado su tradicional apuesta anti israelí. Las primeras espadas de la región – Arabia Saudita, Irán, Turquía – tampoco. Los rumores acerca de una posible expansión del conflicto no dejan de correr por la zona. Las noticias procedentes de la Franja de Gaza alimentan la tensión, el pesimismo, el catastrofismo. En Washington, se elevan voces reclamando más pragmatismo por parte del inquilino de la Casa Blanca, en Kiev, más inquietud por un posible (aunque poco probable) abandono de Ucrania por sus aliados occidentales, En la vieja Europa, una creciente preocupación por el resurgir del antisemitismo y el incremento de la amenaza terrorista. En resumidas cuentas: el caos presagiado tras los atentados del 11 S se ha ido materializando.

No, Blinken no es Kissinger. El veterano politólogo y diplomático nacido en Alemania durante la República de Weimar hubiese criticado, con toda probabilidad, la espectacular (y muy penosa) retirada estadounidense de Afganistán, los constantes mensajes del actual presidente de los Estados Unidos instando a Vladimír Putin – su criminal de guerra in pectore - a entrar en Ucrania, el inquebrantable apoyo a Israel en la lucha contra el terrorismo de Hamas. Pero claro; Henry Kissinger prefiere guardar silencio. Los éxitos y los errores de la actual Administración no son de su incumbencia.

Joe Biden se posicionó abiertamente a favor de Israel. Los sentimientos humanos primaron sobre el precepto de prudencia que exige el ejercicio de su cargo. Sus palabras causaron un hondo malestar en el mundo musulmán.  

Pero lo cierto es que Biden tiene otras prioridades. En el ámbito internacional, tiene que lidiar con dos conflictos: el frente de Rusia-Ucrania, una guerra que corre el riesgo de perpetuarse sine die, la irritación de Pekín ante la amenaza que posibles represalias económicas, más duras y más eficaces que las impuestas hasta ahora al Kremlin. Sin olvidar, claro está, la constante expansión de los BRICS, adalides de la desdolarización del comercio internacional, ni la bancarrota del Estado, que podría alentar el caos en los mercados financieros.

A nivel interno, hay otro peligro que acecha al obstinado octogenario candidato a la reelección Joe Biden: su impetuoso y vociferante rival Donald Trump. Pero esa es otra historia.


sábado, 4 de junio de 2022

Moscú y Pekín - ¿un matrimonio de conveniencia?

 

El conflicto de Ucrania ha figurado en el orden del día de las dos importantes cumbres económicas internacionales celebradas a finales del mes de mayo. En Davos, lugar de encuentro predilecto de la flor y nata del empresariado devoto a las normas de la economía de mercado, los ponentes clave fueron George Soros y Henry Kissinger, máximos exponentes de corrientes de pensamiento diferentes, cuando no antagónicos. El multimillonario de origen húngaro se erigió en el Dios de la Guerra; el politólogo de origen alemán, en adalid de la tolerancia.

Como era de esperar, la estrella invitada del aquelarre de este foro alpino fue el presidente ucranio, Volodímir Zelensky, que aprovechó la oportunidad para reclamar el envío de más armamento (y dinero) para la guerra contra el consuetudinario enemigo de su pueblo: Rusia. La Rusia del criminal de guerra Putin, el sátrapa totalitario que hay que derrotar.

El principal valedor de Zelensky fue George Soros, que lleva tiempo apoyando política y económicamente el régimen de Kiev, haciendo suyo el combate de Ucrania contra el comunismo. Para el octogenario financiero, el auténtico rival de Occidente es la Madre Rusia, sus gobernantes y su cultura. Borrarla de la faz de la Tierra supondría la victoria contra las fuerzas satánicas que tratan de controlar los destinos de la Humanidad. Sabido es que Soros cuenta con numerosísimos adeptos en los círculos empresariales; el dinero llama al dinero.

El veterano diplomático y politólogo Henry Kissinger, también enemigo declarado del comunismo, hizo hincapié en la posibilidad, cuando no, necesidad, de encontrar una solución pacífica, véase negociada del conflicto entre las dos naciones eslavas. ¿La integridad territorial de Ucrania? Hoy por hoy, parece un mito, estima el que fuera durante décadas la eminencia gris de la diplomacia mundial. ¿Concesiones territoriales? Si implican la vuelta al equilibrio geopolítico, bienvenidas, insinúa el exsecretario de Estado norteamericano, cuyo nombre apareció al día siguiente en la lista negra de los enemigos de Ucrania. No hay que extrañarse; la división creada por la guerra fomenta y alimenta el extremismo.

En la cumbe de Davos no quisieron escuchar este año la voz de Vladímir Putin; el bien no se junta con el mal.          

En el otro foro que abordó el tema del conflicto entre Rusia y Ucrania - el Foro Económico Euroasiático – una mini agrupación de Estados exsoviéticos patrocinada por Moscú, se vertieron opiniones diametralmente opuestas. Aquí, Vladímir Putin condenó a quienes tratan de apropiarse de los bienes ajenos, recordando que la incautación del capital de otros no beneficia a nadie. Una alusión directa al proyecto de la Casa Blanca de expropiar y vender los haberes rusos confiscados en Occidente, pertenecientes tanto a las autoridades de Moscú como de los mal llamados oligarcas. El mensaje de Putin parecía transparente: no hay que robar al enemigo.

 

Curiosamente, el mismo mensaje fue transmitido por el presidente chino Xi Jinping, quién advirtió en una asamblea del Partido Comunista a las llamadas élites del establishment – equivalencia de los oligarcas de Putin – que sería conveniente repatriar urgentemente los fondos depositados en bancos extranjeros: No es prudente tener depósitos en Suiza o Singapur; nos exponemos a que éstos sean incautados por nuestros enemigos, advirtió Xi Jinping. Las palabras del presidente chino recuerdan, extrañamente, el refrán: cuando las barbas de tu vecino veas cortar...

 

Nada sorprendente, teniendo en cuenta que Pekín comparte con Moscú el liderazgo de un ambicioso proyecto geoestratégico: la unión de las potencias económicas emergentes, integrada por Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica (BRICS). De hecho, para contrarrestar las poco amistosas - por no decir, agresivas - iniciativas de Washington en la región del Indo-Pacífico, el Gobierno chino sugiere la expansión de BRICS con la incorporación de nuevos miembros: Pakistán, Malasia, Indonesia e incluso Turquía, la novia desdeñada por los señores del club de Bruselas.

 

¿Error de cálculo?  ¿Enemistad declarada? O, pura y simplemente, una reacción lógica ante los alegatos del Secretario de Estado Antony Blinken, quien afirmó rotundamente ante las cámaras de televisión americanas: Rusia no es el principal rival de los Estados Unidos; China sí lo es. China es la amenaza más grave para el orden internacional actual.

 

Conviene aclarar que el orden internacional actual es un eufemismo que trata de ocultar las reglas de conducta impuestas por los Estados Unidos a partir de los años 90 del pasado siglo, cuando Washington lideraba el mundo unipolar emanante de la desaparición de la URSS.

 

Pero ¡ay! el oso ruso ha despertado; su descarado coqueteo con el panda chino empieza a levantar ampollas.