Ver al Secretario de Estado Antony Blinken paseando por Bagdad, la
reconquistada capital devuelta a la democracia, con un chaleco antibalas puede
provocar cierto asombro. ¿Tan frágil es el sistema político instaurado por los
mensajeros de la mayor democracia del mundo? ¿Tan peligrosa la
legendaria capital de los califas abasíes?
El segundo periplo del jefe de la diplomacia estadounidense a Oriente Medio
en menos de un mes no ha sido un camino de rosas. Blinken regresó para tomar el
pulso del conflicto entre Israel y Hamas, para ver, dialogar, negociar treguas,
proponer soluciones milagrosas. Pero su periplo se limitó en realidad a un
tsunami de palabras; de buenas palabras.
Palabras y amonestaciones. Posturas intransigentes, como la del primer
ministro israelí Benjamín Netanyahu, reproches y reivindicaciones de los
aliados árabes de Washington, incapaces de disimular su irritación ante el
apoyo incondicional de la Casa Blanca a la política ultraconservadora de
Israel.
Buscar componendas con Dios y con el Diablo. Complacer a Tel Aviv sin
provocar el enfado del mundo árabe; una misión sumamente difícil, casi
imposible, para el Secretario de Estado.
Decididamente, Blinken no es Kissinger. Netanyahu dista mucho de ser Begin.
Los gobernantes árabes bendecidos por el Acuerdo Abraham no han
abandonado su tradicional apuesta anti israelí. Las primeras espadas de
la región – Arabia Saudita, Irán, Turquía – tampoco. Los rumores acerca de una
posible expansión del conflicto no dejan de correr por la zona. Las noticias
procedentes de la Franja de Gaza alimentan la tensión, el pesimismo, el
catastrofismo. En Washington, se elevan voces reclamando más pragmatismo por
parte del inquilino de la Casa Blanca, en Kiev, más inquietud por un posible
(aunque poco probable) abandono de Ucrania por sus aliados occidentales, En la
vieja Europa, una creciente preocupación por el resurgir del antisemitismo y el
incremento de la amenaza terrorista. En resumidas cuentas: el caos presagiado
tras los atentados del 11 S se ha ido materializando.
No, Blinken no es Kissinger. El veterano politólogo y diplomático nacido en
Alemania durante la República de Weimar hubiese criticado, con toda
probabilidad, la espectacular (y muy penosa) retirada estadounidense de
Afganistán, los constantes mensajes del actual presidente de los Estados Unidos
instando a Vladimír Putin – su criminal de guerra in pectore - a entrar
en Ucrania, el inquebrantable apoyo a Israel en la lucha contra el terrorismo
de Hamas. Pero claro; Henry Kissinger prefiere guardar silencio. Los éxitos y
los errores de la actual Administración no son de su incumbencia.
Joe Biden se posicionó abiertamente a favor de Israel. Los sentimientos
humanos primaron sobre el precepto de prudencia que exige el ejercicio de su
cargo. Sus palabras causaron un hondo malestar en el mundo musulmán.
Pero lo cierto es que Biden tiene otras prioridades. En el ámbito
internacional, tiene que lidiar con dos conflictos: el frente de Rusia-Ucrania,
una guerra que corre el riesgo de perpetuarse sine die, la irritación de
Pekín ante la amenaza que posibles represalias económicas, más duras y más
eficaces que las impuestas hasta ahora al Kremlin. Sin olvidar, claro está, la
constante expansión de los BRICS, adalides de la desdolarización del
comercio internacional, ni la bancarrota del Estado, que podría alentar el caos
en los mercados financieros.
A nivel
interno, hay otro peligro que acecha al obstinado octogenario candidato a la
reelección Joe Biden: su impetuoso y vociferante rival Donald Trump. Pero esa
es otra historia.
Y como siempre el hilo del que cuelga la espada de Damocles cada vez es más fino, casi invisible
ResponderEliminar