La decisión de Ankara de rechazar
la adhesión de Finlandia y Suecia a la Alianza Atlántica provocó un hondo
malestar en las Cancillerías europeas. ¿Oponerse al ingreso de dos nuevos
socios en la OTAN en esos momentos dramáticos para el equilibrio de fuerzas en
el Viejo Continente? ¿Jugar el papel de árbitro en un conflicto clave entre el mundo
libre y el despotismo de Putin? ¿Tener la desfachatez de oponerse a
la corrección política de una organización creada para defender a
Occidente? Pero bueno; ¿qué se han creído esos turcos? ¿No convendría echarlos
pura y simplemente de la Alianza?
El hartazgo de los diplomáticos
dista mucho de la postura más pragmática de los estrategas del cuartel general
de las fuerzas aliadas, que prefieren tildar la reacción de Erdogan de mera tormenta
en un vaso de agua.
Sí, es cierto: el sultán advirtió
a Suecia y Finlandia que no deberían molestarse en enviar emisarios a Ankara
para persuadir a Turquía que no se oponga a su solicitud de ingreso en la OTAN.
De hecho, Erdogan aprovechó su conversación telefónica del sábado para insinuar
que no iba a recibir emisarios.
No es esta la primera vez en la que las
desavenencias con Ankara se tratan desde posturas maximalistas. ¿Se puede llegar
a un acuerdo? Por supuesto; basta con que ambas partes lleguen a medio camino
entre la postura oficial y el compromiso. Es lo que en realidad pretende
Erdogan.
El presidente turco acusa a los
países nórdicos de ofrecer refugio a militantes vinculados a organizaciones
terroristas como el Partido de Trabajadores de Kurdistán (PKK), financiado
hace décadas por la STASI germanooriental e incluso de contar con terroristas
en el Parlamento sueco. Y también, de proteger a los simpatizantes del
clérigo liberal turco Fethullah Gulen, antiguo compañero de camino del propio
Erdogan, acusado de participar activamente en la intentona golpista de 2016.
Ficticia o real, la acusación llevó a la depuración de los organismos
estatales, que cobijaban, según los datos facilitados por los servicios de
inteligencia del Estado, a… miles de simpatizantes de Gulen.
Erdogan afirma que su país no
confía en los nuevos candidatos a la OTAN. Ninguno de estos países – Suecia
y Finlandia - tiene una actitud clara hacia las organizaciones terroristas.
¿Cómo podemos confiar en ellos? ¿Vienen a Turquía a convencernos? Para el
presidente turco, convendría que los nórdicos se ahorren el viaje.
¿El compromiso? Es probable que
un compromiso implique la ilegalización de las organizaciones kurdas existentes
en Suecia (aunque no su desaparición de la palestra), la suspensión del embargo
a la venta de armas turcas en Occidente – medida aprobada por la OTAN tras la
compra por Ankara del sistema antimisiles rusos S 400 – y el suministro de los
aviones F 35 estadounidenses adquiridos por Turquía, cuya venta ha sido
bloqueada en su momento por Washington.
Una negociación difícil, pero nada resulta imposible en un
mercado turco. Basta con que la Casa Blanca mande a sus emisarios. Erdogan no
se molestaría por menos.
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