viernes, 27 de mayo de 2022

La guerra de Putin...

 

En las últimas semanas, los medios de comunicación de lo que antaño se llamaba El mundo libre y hoy, Las democracias occidentales, nos han acostumbrado con la muy socorrida y engañosa expresión La guerra de Putin. Se aplica este neologismo al conflicto de Ucrania, el espectacular aumento del coste de los alimentos, hidrocarburos, fluido eléctrico, impuestos, restricciones de consumo, limitación de medidas sanitarias y un sinfín de etcéteras, debidas, qué duda cabe, a la consabida perversidad del inquilino del Kremlin.

La casi totalidad de los políticos occidentales recurren a la coletilla de Putin para exculparse de todos y cada uno de los errores cometidos en los últimos tiempos: el aumento de los impuestos, del precio de la gasolina, las deficiencias del sistema sanitario, desabastecimiento… Todo se debe a la satánica actuación de Putin.  

Frente a ello, nuestro objetivo consiste en ganar la guerra de Ucrania o, como lo formuló recientemente un alma cándida, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, arrasar el tejido industrial de Rusia. Nada que ver, al menos aparentemente, con la defensa de los valores democráticos de Occidente. O tal vez… ¿sí?

La guerra de Putin o, como la llaman algunos politólogos, la guerra contra Putin, no evoluciona como lo habían previsto los aliados de Kiev. El blitzkrieg, la guerra relámpago ansiada por algunos podría degenerar en un conflicto de larga duración, con incierto desenlace. Las supuestamente eficaces sanciones impuestas a Rusia podrían convertirse – se están convirtiendo, de hecho, en un arma de doble filo. Moscú ha encontrado la manera de esquivar los golpes adoptando contramedidas susceptibles de contrarrestar sus efectos.

El sistema bancario ruso, afectado por las prohibiciones de Occidente, vuelve a funcionar a través de los institutos de crédito de China y Singapur; el comercio internacional, redireccionado hacia las redes de los Estados miembros de BRICS, parece haber levantado cabeza; los suministros de gas natural y petróleo cuentan con nuevos y voraces clientes en los países asiáticos y africanos. Rusia no está improvisando; hace años que se habían creado las redes de distribución alternativas. El efecto boomerang de las sanciones afectan ante todo a los miembros de la Unión Europea, acostumbrados a las importaciones de energía barata procedente de la antigua Unión Soviética.

Al gas natural y al petróleo se han ido sumando los cereales, piensos, fertilizantes o aceites de cocina, producidos tanto en Rusia como en Ucrania. Como consecuencia inmediata, el número de habitantes de nuestro planeta afectado por la llamada inseguridad alimentaria pasó de 135 a 276 millones de personas. Aparentemente, se trata sólo de un comienzo. A la gigantesca emergencia alimentaria denunciada por el exgobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi, debería añadirse una oleada de desabastecimiento generalizado, provocada por los numerosos fallos de la cadena de transporte marítimo o la escasez de materias primas utilizadas para la producción de microchips, etc.

Desde el inicio de la guerra, el precio del trigo ha experimentado un aumento de 44 por ciento; el precio de los productos alimentarios, un 33 por ciento, el de los fertilizantes, un 50 por ciento, y el del aceite de girasol, un 66 por ciento. Los datos, facilitados por la FAO, suelen revisarse semanalmente.

Una desgracia nunca llega sola. En este caso concreto, parece que nos hallamos ante una extensa cadena de catástrofes programadas. ¿Pura casualidad?

La guerra, esta guerra a la que aludíamos antes, nos depara nuevas y desagradables sorpresas. Veamos. Para garantizar las exportaciones de cereales ucranios y evitar una hambruna de alcance global, el otrora imperial Reino Unido prepara una operación naval de gran envergadura en el Mar Negro destinada a romper el bloqueo ruso del puerto de Odesa, donde se concentran las exportaciones de grano del régimen de Kiev. El rotativo londinense The Times señala que la suerte de alrededor de 400 millones de personas depende de la llegada de estos suministros. Ucrania es, en efecto, el cuarto exportador mundial de maíz y el quinto de trigo. Pero sus puertos están bloqueados por la marina de guerra rusa… Tampoco hay que extrañarse; las exportaciones de cereales rusas están sometidas al embargo de Occidente.

Aquí es donde entra en juego la Marina de su Graciosa Majestad británica, que pretende desbloquear, con ayuda de una coalición internacional, las aguas del Mar Negro, facilitando la salida de los cereales ucranios. Una misión que recuerda, extrañamente, la guerra de Crimea, en la que los imperios occidentales se enfrentaron al imperio de los zares. Rusia perdió la guerra; Inglaterra y Francia se repartieron los territorios del decadente Imperio otomano. Un éxito que desembocó en un siglo de inestabilidad en Oriente Medio. Poco importa: esta vez, la coalición naval sería integrada por buques de guerra de otras nacionalidades. Tratando de resucitar las horas de gloria de su Navy, los ingleses piensan controlar el Mar Negro para rescatar a sus aliados, neutralizar los movimientos de la Marina de Guerra rusa e impedir el transporte de los cereales rusos, sometidos ellos al embargo de Occidente.

Cierto es que el Kremlin ofreció un trato; solicitó a cambio el levantamiento de las sanciones, pero tropezó con la rotunda negativa de las potencias de la OTAN.

En resumidas cuentas: si el proyecto británico prospera, una infinitésima parte de las exportaciones de cereales almacenadas en los puertos del Mar Negro llegará a su destino. El resto, la mayoría, se pudrirá en los silos de Putin.    

Recapitulemos: a la guerra de Putin se suma la hambruna de Putin, el trigo de los silos de Putin. No sabemos si las víctimas de la anunciada catástrofe alimentaria mundial serán…

1 comentario:

  1. Gracias, Adrián. La comprensión de la situación actual, en su conjunto, no sería posible sin tomar en consideración tus palabras. Gracias por hablar a quienes quieran escuchar. Saludos

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