El drama del pueblo uigur
saltó a la palestra en enero de este año, cuando la Administración Biden
decretó la prohibición de las importaciones de algodón procedentes de la región
china de Xinjiang. Según el actual inquilino de la Casa Blanca, la constante
violación de los derechos de los uigures por parte de las autoridades de Pekín representa
un desafío para la democracia. Para Joe Biden, los obstáculos no
existen; sólo hay que luchar contra los desafíos.
La Unión Europea, Canadá y el
Reino Unido se sumaron a las sanciones impuestas por Washington, prohibiendo a
su vez la importación de productos provenientes de Xinjiang.
La única salvedad: que los fabricantes chinos puedan demostrar ante las
autoridades aduaneras europeas que las empresas no habían violado los derechos
humanos básicos. Una exigencia que recuerda extrañamente las condiciones impuestas
hace años a las autoridades israelíes, obligadas a declarar que las
exportaciones provenientes de los territorios ocupados no violaban los derechos
de la población palestina. Exigencia
ésta, que Tel Aviv supo sortear.
Huelga decir que antes de la revelación
de la Casa Blanca, la cuestión de los derechos de los uigures – minoría
musulmana que vive en el territorio chino desde hace siglos – fue abordada, sin
excesivo éxito, por Amnistía Internacional, cuyas campañas pueden pasar (casi)
inadvertidas si los poderes facticos se entrometen.
Otro proyecto llamado a
fracasar fue el informe de la Organización de las Naciones Unidas, supervisado
por la Alta Comisionada para los Derechos Humanos y expresidenta de Chile, Michelle
Bachelet, a la que se le informó la pasada semana que el documento no debía publicitarse.
Bachelet aprovechó los últimos
quince minutos de su mandato, que finalizaba el 31 de agosto, para dar a
conocer el informe, que se hacía eco de las desapariciones, las detenciones
arbitrarias, las torturas, las esterilizaciones forzadas, la existencia de una
amplia red de centros de reeducación destinados a uigures acusados de
llevar a cabo actividades terroristas.
¿Terroristas? En junio de
2009, la capital de la provincia de Xinjiang fue escenario de enfrentamientos
entre uigures y miembros de la etnia mayoritaria han. La cifra de muertos – 156
- reveladas por el Gobierno de Pekín indican que este podía haber sido uno de
los enfrentamientos más serios desde las protestas de la Plaza de Tiananmen de
1989.
Cierto es que una parte de la población uigur, compuesta por 12
millones de personas, tiene sentimientos separatistas y se opone a lo que
denomina preponderancia cultural del Partido Comunista Chino. Aunque la mayoría se conformaría con
una autonomía real y el respeto de sus derechos culturales y políticos en el
marco de la República Popular China, un porcentaje bastante elevado sueña con
la creación de una nueva República del Turkestán oriental o de un Uigurstán
independiente.
Las autoridades chinas acusan al movimiento separatista islámico de Turkistán
Oriental (ETIM), muy activo en la región, de perpetrar numerosos actos terroristas.
Desde hace décadas, la política de las autoridades
chinas con respecto a Xinjiang y el pueblo uigur ha
tenido tres ejes fundamentales:
- La
represión de cualquier tipo de actividad étnica al margen del Estado;
- La
promoción de la asimilación de los uigures y su progresiva sinificación;
- La realización de importantes proyectos de
desarrollo socioeconómico.
Pero todo ello no basta. Tras la visita a la región
de los relatores especiales de las Naciones Unidas, el propio presidente Xi
Jinping se desplazó a Xinjiang para definir las pautas de actuación futura de
los funcionarios comunistas.
Al parecer, Xi venía con los deberes hechos; su
primera directriz hacía hincapié en la necesidad de intensificar los esfuerzos
para promover el principio de que el Islam local debe tener una orientación
china y que las religiones del país deben adaptarse a la sociedad socialista
implantada por el Partido Comunista.
Las aspiraciones religiosas de los creyentes deben
satisfacerse; estos deben estar estrechamente unidos en torno al Partido y al Gobierno, manifestó Xi.
Al referirse a la importancia de la identidad cultural, el dignatario chino instó
a los funcionarios del Partido a educar y guiar a las personas de todos los
grupos étnicos para reforzar su identificación con la patria, la nación, la
cultura, el Partido Comunista Chino (PCCh) y el socialismo con peculiaridades
chinas.
En resumidas cuentas, lograr que un buen uigur sea, forzosamente, en buen comunista.
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